El área Auca Mahuida es actualmente una de las ricas áreas hidrocarburíferas de la provincia, tanto en minerales sólidos, Gas y Petróleo. Por su geografía, los diques que contienen la asfaltita de esta región se ubican en los valles marginales al norte y sur de este gran relieve, donde el ambiente es más seco, caluroso, escasamente poblado y de difícil acceso (aun en tiempos actuales). Estos valles se adentran en escotaduras basálticas, llamadas localmente por los puesteros «rincones», pequeñas y grandes cuencas que nacen al pie de la gran altiplanicie y se extienden hacia el bajo del Añelo, a veces salpicados de remanentes y barrancas aisladas. Es muy probable que los indígenas de la región Araucanos y Tehuelches (y sus antepasados) otrora dueños de esta extensa geografía, conocieran la existencia de estas vetas en superficie y quizás le hayan dado alguna utilidad, aunque esta línea de hipótesis no ha sido investigada por ningún historiador.
Lo cierto es que los depósitos de asfaltitas y pirobitúmenes asfálticos, fueron descubiertos casi accidentalmente alrededor del año 1909, por el cateador chileno Basilio Donoso, quien visitaba de forma casual el área sur de Auca Mahuida. Donoso, conocedor de la existencia de la importancia del mineral, organizó su primera expedición desde aquel país a la región, encomendando la tarea al Sr Anselmo Ossés, de su misma nacionalidad, quien llevaría a cabo los primeros informes.
Los estudios realizados en aquella época daban por contado una sola veta, de rumbo W-E, pero en trabajos posteriores que cita el Dr. Rasmuss, se pudo establecer la presencia de dos vetas separadas por un espacio estéril, al menos, a poca profundidad. Las vetas tenían un recorrido aproximado de 700 y 900 metros, denominándose La Escondida y Auca Mahuida respectivamente.

El descubrimiento, los trabajos particulares y la calidad de este producto natural, presente en abundante cantidad, impulsaron al entonces director de la Dirección general de Minas de Argentina, ingeniero Enrique Hermitte, a enviar al geólogo Dr. Anselmo Windhausen, quien recorrió la región de las minas en Julio de 1912 y publicándose su informe en el cual incluía estudios químicos sobre las mismas realizadas por el Dr. Pedro Vignau. En 1916 se otorgan los derechos de exploración a la «Comunidad exploradora del Neuquén», que sería la primera comisión en catear la zona, con un total de 8000 hectáreas, cubriendo los tres yacimientos, Auca Mahuida, La Escondida y Fortuna. Cabe señalar que el descubrimiento realizado por el cateador chileno sin avisar a las autoridades Argentinas por la incursión y su permanente contacto con Santiago, sería actualmente declarado un acto de espionaje y transgresión diplomática en los días de hoy, pero no fue así en aquel tiempo, donde el indio ya pacificado, poseía comunidades en el área y la misma tenía una inmensa soledad sin control alguno.
Lo cierto es que la comunidad exploradora posteriormente se fusionó con la Compañía Minera Rafaelitas del Neuquén, compañía que tendría a cargo los primeros derechos sobre las pertenencias, conformada por socios de una de las casas más importantes de aquel entonces, la Gibbs & Co, una de las más antiguas y poderosas firmas británicas de la costa Oeste de Chile, radicada en Valparaíso en 1826.
Estos derechos consistían en 3 grupos, los cuales se detallan a continuación:
- Grupo Auca Mahuida, 7 minas o pertenencias total 378 hectáreas.
- Grupo La Escondida, 6 minas o pertenencias totales 324 hectáreas
- Grupo Fortuna, 7 minas o pertenencias totales 378 hectáreas.
Dichos títulos eran de las siguientes personas; Luis Poviña, Rodríguez Saavedra, Adolfo Salas y otros, M Zulaica, Basilio Donoso, Julio Parada Benavente, y Miguel Machado.
El padrón minero de la Provincia de Neuquén registra los expedientes de las minas La Escondida (1553/12) y Auca Mahuida (1815/11) con dos pertenencias cada una.

Comienzo del campamento
Aproximadamente a mediados de Febrero de 1920 se estableció el campamento a mitad de camino entre las minas de Auca Mahuida y La Escondida, dándose comienzo inmediatamente a los trabajos de desarrollo. Los primeros laboreos se hicieron sobre las vetas en superficie, mediante zanjas denominadas «trincheras», aunque fue inmediatamente necesario el empleo de una perforadora, debido a las dificultades presentadas. La dureza de las rocas, lentitud de trabajos y escasez de agua eran los mayores desafíos a resolver, en este desolado lugar del desierto Patagónico. Para suplir esta adversidad, la compañía primera resolvió solicitar por cable una perforadora a la americana «Sullivan Machinery Company», el 13 de abril de ese año. Esta empresa era la proveedora de las principales máquinas para minas y canteras, propiedad de Frederick K, Coopeland, en Chicago, EEUU.
La 1º perforadora recién llegaría a la ciudad de Bahía Blanca el 24 de Septiembre y sería remitida al pueblo Contraalmirante Cordero, Río Negro, el 13 de Octubre de ese año. El peso total de la máquina consistió en más o menos 8 toneladas (torre y su plataforma) y por el estado de los caminos que conduce a las minas, necesitó alrededor de un mes más aproximadamente. Como dato a comparar, el mismo recorrido hoy en día, se hace en apenas hora y media.
El personal hacia 1922 se conformaba principalmente por una administración mayormente inglesa según informes y cartas, siendo el primer administrador el Sr John W Luxmoores y el Sr S. B. Biddle. Luego, el plantel se componía de 26 obreros que hacían labores de zanjeo, 2 choferes, 2 mozos cocineros, 2 arrieros, 2 camineros, (abriendo lo que más tarde se conocería como «Barranca del Palo») y un par de técnicos chilenos de la compañía Gibbs.
Los primeros obreros que llegaron a la zona contratados por la empresa, se alojaban en carpas miserables, la mayoría, compuestas por bolsas de azúcar y cualquier material que sirviera para tal fin. Un informe fechado en Buenos Aires el 23 de Septiembre de 1920 realizado por el Sr. Alvis, narra este aspecto;
«El personal general debe ser aumentado, y además, hay que proveer a dar mayores comodidades tanto a los sondeadores como a los operarios, pues es absurdo pretender que hombres técnicos y preparados se resignen a vivir por largo tiempo en chozas de fierro acanalado y en la más completa ausencia de todo confort…»
Peor fue el panorama para los obreros. Los primeros obreros, (en su mayoría chilenos) y algunos indígenas, se refugiaban como podían, realizando dichas carpas y chozas en pleno desierto, muchas veces soportando las ventiscas que ni siquiera les permitía cocinar. Por las noches, el frío era intenso, típico de ambiente desértico, con bajas que alcanzaron incluso hasta -10 grados bajo cero, incluso neviscas, como la acontecida el 19 de junio de 1920, tras una tormenta sorpresiva, que depositó más de 15 cm de nieve y volvió intransitable los caminos. Durante esos días, los telegramas que partían hacia el caserío de la zona llamada «Tratayén» fueron suspendidos y los trabajos paralizados. Debió haber sido una gran postal aquella escena, transformando el erial desértico de Auca Mahuida, en un mágico manto blanco.

Cabe señalar que en esa época (1920) aún perduraban algunos indígenas del área que se negaban a dejar sus tierras, por lo que debió haber sido un panorama inquietante para los primeros colonos de este yacimiento. Había en ese tiempo escasa actividad, solo el puesto “Hernández» del chileno José del Carmen Hernández existía cerca de lo que es hoy Rincón de los Sauces y tenía sus animales pastando en el volcán Auca Mahuida. La historia cuenta que este señor se casó con Juana Villagra y tuvieron 5 hijos, José Ángel, Germán, Natalia, Guillermina y Carmen Rosa . Uno de ellos, José Ángel fue de los primeros en casarse en la mina La Escondida (con Rosario Retamal) y posteriormente su hermana Guillermina quien había quedado viuda, se casó en el mismo lugar con Eduardo Cano, del paraje cercano a Rincón. Toda la zona alrededor del volcán, empezaba a tomar forma con los primeros puestos y los pocos indios que aún quedaban, alejados hacia la cordillera.
Siguiendo con los inicios del campamento, la urgente manera de suplir las inmensas necesidades que afrontaban aquellos primeros visionarios, los documentos encontrados de la época cuentan de la importancia de la compra del primer camión, marca Ford de una tonelada, uno de los primeros en llegar al país, ya que la Ford Motor Company había comenzado la exportación de camiones al país en 1921. Esta compra fue trascendente, ya que se limitaba el empleo de mulas, dando una mejor rentabilidad. En este sentido, las expectativas de la Compañía Rafaelitas, era de poder atraer la atención del Ferrocarril Del Sud, para prolongar la punta de rieles de Contraalmirante Cordero (Barda del Medio), al valle de las minas. Esta información se desprende de una carta del Sr Alvis que declara:
«(…) tanto en calidad de aceite destilado cuanto por su uso inmediato como combustible, las dos empresas ferroviarias, el “Buenos Aires y Pacifico» y el «Ferrocarril del Sud» están siempre en disposición de comprar aceites, y seguro que estarán dispuestas a tomar todo lo que se espera de estas minas. Creo también que si las cubicaciones definitivas muestran un mínimo de 500 a 600.000 toneladas, el Ferrocarril del Sud tomaría probablemente en consideración la idea de extender el ramal de Contraalmirante Cordero al distrito de Auca Mahuida, pues recibiría el considerable flete del ancho y fértil territorio que atravesaría dicha línea. El largo del ramal sería de 110 o 120 kilómetros y el costo del flete sería más o menos de $20 m.n. por tonelada para los 700 kilómetros hasta bahía Blanca…»

Pero no solo el transporte era un problema. La falta de agua se constituía en el principal, dada las características desérticas de la región. Lo más importante para la empresa fue realizar sondeos que permitan descubrir el vital elemento para la subsistencia del campamento. Hacia 1912, antes de perforar el pozo que se encuentra actualmente, la provisión de agua para las necesidades de trabajo y aseo personal, se traía de dos lugares; Aguada Escondida y Aguada del Carrizo. La primera se ubicaba aproximadamente a 15 kilómetros al oeste de «La Escondida», una vertiente con chorro continuo de más o menos una pulgada de diámetro. Si bien el agua era salobre, había que construir un acueducto por medio de caños, obra por demás faraónica en aquellos tiempos y sumamente costosa. A igual distancia, pero al suroeste de la mina «Auca Mahuida» estaba una pequeña corriente de agua, especialmente por la mañana, ya que cerca del mediodía, el hilo de agua se cortaba. Aunque era clara, no era apta tampoco para el consumo humano, con niveles elevados de sulfatos y magnesio. Ante este panorama, de no encontrarse rápidamente agua potable cerca de las concesiones, no sería posible continuar con el campamento, ya que a pesar de almacenarla en bordelesas y tanques, ésta se descomponía con facilidad, debido a las altas temperaturas imperantes en el desierto, como le ocurriera a un ingeniero de la Sullivan.
Mientras tanto, las exploraciones se siguieron realizando en busca de agua, hasta que se detecta durante una perforación a escasos metros de las barrancas de «La Escondida». Su descubridor fue Walter Mansfield, un ingeniero inglés contratado por la compañía, quien dio los primeros indicios de perforación, comenzando el 5 de Octubre de 1922, y llegando a una profundidad de 39 metros, al 31 de Diciembre de ese mismo año. A pesar del logro que significara, las capas duras del terreno hacían lenta la marcha de la perforadora, ya que se trata de un sector donde a metros se encuentra una capa de rocas y margas calizas, y muchas veces los diamantes de la perforadora no era capaz de atravesarla. El descubrimiento de agua potable trajo más esperanzas al campamento, que se radicó a partir de ese momento, en «La Escondida».
Durante las posteriores administraciones, el plantel operario y jerárquico cambiaba constantemente, así como personal contratado desde el exterior. Este personal lo conformaban geólogos, ingenieros y técnicos, la mayoría de origen inglés, como el Sr Oliver Adams, ingeniero retirado, que vivía en una de las «casas» construidas en la roca y que luego se cerraban con una mampostería de ladrillos de adobe.
El personal no especializado, era mayormente de la zona, tanto solteros, como casados, estos últimos tenían algunas ventajas, debido a la familia que poseían y las facilidades de poder criar a sus hijos en la escuela, mientras que la compañía se aseguraba de arraigar a futura mano de obra. Pero la mayoría del personal obrero no poseía experiencia, ya que no eran mineros, salvo algunas excepciones, como los chilenos, que ya tenían experiencia en tareas similares, y para eso sólo aprendían de la práctica diaria. Algunos comenzaban con tareas sencillas como limpieza del campamento y trabajos de pala en los caminos, pero si eran capaces se le daban algunos trabajos como enmaderadores y control de los tornos de soga para subir los baldes, ya que en los primeros años, los pozos no eran tan profundos, alrededor de 5 metros y carecían de guinches a motor.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fragmento de: Auca Mahuida – Volcán de recuerdos – La explosión de la Mina La Escondida en la Patagonia Argentina – de Pablo F. Sura
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