Me parecía estar dentro de una película. Pudo haber sido en una sucia taberna junto al puerto con un viejo marino lobo de mar tomando un gin o un ron en un día de tormenta. O pudo haber sido en la cabaña en medio del bosque de un tosco y rudo leñador junto al fuego mientras afuera el frío cortaba la nieve.
Pero no fue de de esa manera ni de ninguna otra mágica o fantástica. Tuvo que ser en ese olvidado lugar encajonado en el río Neuquén, rodeado de las macizas paredes abundantes de minerales del cordón de los Chihuidos a la altura del paraje Huitrín. Tal vez lo que hubiera sido igual en todos los casos, es la tenue luz de la lámpara que colgaba solitaria en el centro de la oscura habitación gris con revoque y sin pintura, que alargaba la sombra del viejo minero que estaba frente a mí haciéndolo gigante, o el viento que imponía respeto con su sonido de fondo.
………………………………………………………
Cuando se presentó lo hizo por su apellido: me llamo Aroca – dijo – pase que tomamos unos mates…
En ese momento no sabía que había sido minero tanto tiempo, prácticamente toda su vida. Quise conocer la Balsa del Huitrín y hacia allí me dirigí. Ahí estaba él con su compañero, “el Beto”. Juntos estaban a cargo de la balsa, la última que queda en la provincia. Cruza el río Neuquén en un punto que antiguamente fue estratégico. Todos pasaban por allí para ir a Buta Ranquil desde Zapala. Luego asfaltaron la ruta 40 y la balsa quedó casi en el olvido. La soledad y la magia del lugar me hicieron pedirles que me permitieran quedarme en el paraje para disfrutar de una paz que yo venía buscando.
– Aroca, ¿hace cuánto que sos balsero? – le pregunté
– No hace mucho, casi toda mi vida fui minero de la mina La Continental
Recordé ese cartel que está en la ruta 40 que pasa casi inadvertido: Mina La Continental 20 km. Y más cerca de la balsa del Huitrín en el río Neuquén otro cartel más modesto: Mina La Continental 23 km.
– Aroca, contame de la mina – le dije con una familiaridad que surgió sorprendiéndome.
Se acomodó un poco la gorra de lana con sus gruesas manos, hizo silencio mientras sonreía triste y luego comenzó a relatar recordando entre nostálgico y melancólico pero sin abandonar su voz amable ni la suave sonrisa. Afuera, el frío y la noche dominaban. Se mostraba complacido por el interés que me despertaba el conocer el mundo donde fue protagonista.
Comenzó a trabajar en la mina a los 13 años. Toda su familia vivía de la mina por eso esa vida era habitual para él. Había nacido y se había criado al amparo de los abundantes filones del Huitrín, con el paisaje del río Neuquén como guía. En aquellos tiempos, no existían sindicatos ni gremios, ni nada parecido que sirviera para protegerlos del abuso y las malas condiciones de trabajo. -No era como ahora –recordaba-. Si querían te echaban como a un perro sin darte un peso. Tampoco se tomaban medidas de seguridad laboral, no te daban casco, ni zapatos, guantes o ropa de abrigo. Se trabajaba en alpargatas o descalzo-.
La profundidad de los túneles excavados en las sierras que ladeaban el río, siempre fueron pródigas en distintos minerales que durante décadas se iban extrayendo de acuerdo a la necesidad de los dueños de la mina y a la demanda del momento. Todos los minerales que se encuentren se extraen, pero hace ya muchos años que se le da mucha importancia a la Baritina que es un mineral que se usa mucho en la industria petrolera en el lodo de las perforaciones de los pozos. También junto a la baritina se extrae calcita y cuarzo que generalmente se encuentran en el mismo filón, me explicaba.
Muchas fueron las veces que debió enfrentarse con la muerte. Los túneles siempre son proclives a los derrumbes y se corre el riesgo de respirar algún gas tóxico. También recordó aquella violenta tormenta de esas que permanecen siempre en la memoria, cuando se llenaron con tanta violencia y rapidez los cañadones y los arroyos que terminaron arrastrando a uno de sus compañeros que fue sorprendido lejos de un lugar donde refugiarse, muriendo inexorablemente ahogado y encontrado su cuerpo a varios kilómetros de distancia. Él también vivió situaciones muy parecidas, pero fue más afortunado.
Los cañadones y los arroyos no son tanto problema en verano, vienen bastante bajos, pero en invierno avanzan altos, helados y correntosos. Para ir desde su casa cercana al Huitrín hasta la mina tenía diez kilómetros, casi dos horas a pie. Debía presentarse temprano todos los días a las siete de la mañana, o sea que de su casa necesitaba partir al menos dos horas antes. El problema era cruzar el arroyo Pichi Neuquén. Con temperaturas bajo cero, debía inevitablemente pasar caminando mojándose hasta la cintura por las extremadamente frías aguas tratando que no lo arrastraran. Por supuesto que todo en medio de la oscuridad. El sol en invierno se deja ver recién casi a las nueve de la mañana, expulsando la sombra que proyecta el cordón de los chihuidos sobre todo el valle del río. El frío del invierno es tan brutal como el calor del verano.
“Empecé de picador“, recordaba Aroca dando por entendido que yo sabría de qué se trataba. Le pregunté qué era eso y contestó que golpeaba y perforaba las rocas dentro de los túneles tratando de llegar a algún mineral específico, el que los dueños de la mina considerasen más oportuno de vender en ese momento. Podía estar todo el día o varios días “picando”, pero si el mineral no aparecía o si el filón al que llegaban era el equivocado, no cobraba nada. Y no es que le pagaban mucho, miseria se podría decir. Podían pasar muchas jornadas extenuantes de calor o de heladas, sometido a un agotador desgaste físico, reducido prácticamente a la condición de máquina de golpear la roca y relegando su condición humana, para luego caer en cuenta que todo su esfuerzo de días o semanas había sido en vano si su empleador decidía que nada de lo obtenido era rentable y determinaba no pagarle.
Intentó dejar ese trabajo y buscarse fortuna en otra actividad, pero la mina era parte de su vida y se aferraba a él. Una vez encontró trabajo en otro lado. Era un contrato por varios meses de una obra de infraestructura petrolera cerca de Buta Ranquil. Cuando finalizó, estuvo un tiempo parado tratando de ubicarse en el sector petrolero sin lograrlo. La necesidad apremiaba y volvió al Huitrín donde “La Continental” lo esperaba con los brazos abiertos perdonando la infidelidad de haber intentando abandonarlo, como a un hijo pródigo que regresa. Años después consiguió empleo público en la comisión de fomento de Chorriaca, la tierra de la comunidad Kilapi. ¡Por fin había conseguido un trabajo de menor desgaste físico..! Pero no duró mucho. Tuvo un accidente laboral. Lo que nunca le había pasado dentro de la mina teniendo muchísimas más posibilidades de que ocurriera, le sucedió de manera inesperada e ingenua en esa buscada oportunidad que se presentaba de alejarse. Las bajezas humanas que están presentes en todos lados se manifestaron en su contra y lo obligaron a tener que hacerle juicio a su empleador que no solo no se hacía cargo sino que lo empujaba a que se fuera por indeseado. Finalmente cedió y tuvo que arreglar su salida. Como siempre, una vez algo recuperado del accidente, la mina lo esperaba como tantas veces complacida con los brazos abiertos y sin rencores. No podía escapar de ella. Con más de cuarenta años de pesado trabajo minero debería haberse jubilado hace bastante, pero solo en los últimos tiempos le hicieron los aportes jubilatorios. Prácticamente, trabajó en negro gran parte de su vida.
Volvió entonces a presentarse una nueva oportunidad. Inesperada aunque soñada. Una manera de irse de la mina pero permaneciendo en el Huitrín que se resistía como siempre a dejarlo ir, como una madre que no quiere desprenderse de sus hijos. Quedó vacante el puesto de balsero. Lo buscó, lo pidió en Vialidad Provincial y lo consiguió. La balsa implicaba también un trabajo con desgaste físico pero era mucho menor. En ese puesto tratan de buscar personas que hayan nacido y se hayan criado en la zona, pues solamente la gente templada en el murmullo del río Neuquén y la cadena del Chihuido es capaz de soportar la tremenda y agobiante soledad que gobierna ese lugar olvidado y desconocido, alejado, donde el calor del verano sofocante hace irrespirable el aire caliente, y el frío del invierno golpea doblegando y sometiendo las voluntades más sólidas.
…………………………………………………….
Me conmueve el sufrimiento y entiendo que no hay vidas mejores ni peores. Solo hay vidas. Su relato me conmovía pues portaban sentidos sus labios una pesada carga de sufrimiento.
La luz seguía tenue mientras afuera la noche se apropiaba de todo. A pesar de ser invierno, el clima no era tan desagradable, un oasis entre semanas muy frías. Un breve descanso en el relato me hizo dar cuenta que llevábamos mucho tiempo. No me importaba, deseaba que se prolongara tanto como pudiera.
Aroca con esa sabiduría que da el haber vivido, se había despojado de temor. Se sintió confiado y continuó pausadamente en tono de reflexión:
– Ahora que ya no soy más joven y que ha transcurrido gran parte de mi vida, que mi cuerpo declina, me pregunto ¿de qué sirvió todo? ¿cuál es el sentido de todo lo hecho?. ¿La vida es sólo esto, trabajar para subsistir? He pasado mi vida trabajando tan duro primero por mí, y luego por mi familia, sin embargo, tanto trabajo no me ha permitido estar más tiempo con ellos…
Y en ese momento, introduciéndose en las profundidades de su alma, dejando descansar esa voz cálida que salía de su corazón, me miró con ojos húmedos continuando de esa manera la búsqueda de la complicidad que yo le ofrecía, en algo de lo que me parecía no hablaba muy a menudo y más bien tenía guardado, esas preguntas que todos en algún momento de nuestro recorrido por esta vida nos hacemos o nos haremos y que remontan a la causa misma de nuestra existencia, preguntas que no debemos dejar de hacernos ni debemos de olvidar, preguntas que a veces demoramos en formularnos o dejamos para más adelante porque creemos que nos sobra el tiempo, preguntas que son difíciles de responder si nunca hemos iniciado un camino.
Rodrigo Tarruella
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
¿Te gusta la historia neuquina? ¿Tenés algo que contar o compartir y querés colaborar con Más Neuquén? Entonces hacé Click Aquí
También podés ayudarnos compartiendo este artículo en las redes sociales.