Además del yacimiento de carbón, que se cerró en los años 50, hubo otras excavaciones para extraer cobre y magnesio que siguieron funcionando varias décadas más. En un apartado del camino, aún permanecen en pie las galerías que dan testimonio de un emprendimiento que llegó a cambiar la forma del cerro.
La historia de Taquimilán está signada por el trabajo en las minas. En 1951, una explosión en el yacimiento de carbón de San Eduardo sepultó a 10 obreros, lo que llevó al cierre definitivo del emprendimiento. Pero en la zona hubo otras excavaciones que siguieron en actividad hasta la década del ’80. Allí, los mineros supieron abrirse paso hacia la entraña de los cerros de manera artesanal, a pico, pala y “tiros” de dinamita, para extraer cobre, caolín, barita y magnesio. Hoy, sólo quedan como huella de esa época algunas ruinas olvidadas, la cumbre inclinada de una loma y los relatos de quienes fueron sus protagonistas, como Domingo Rocha.
En el norte neuquino, todo el que conoce la actividad minera escuchó hablar en algún momento de Don Rocha. Con un siglo de vida a sus espaldas, hoy disfruta de su jubilación, colmado de los recuerdos del duro oficio que se llevó su juventud y del que -como pocos- pudo salir ileso. Fue capataz durante 35 años del yacimiento de óxido de magnesio Taquimilán, del que todavía se conserva en pie una de las galerías que él mismo enmaderó. Su hijo, José, le siguió los pasos como minero en el mismo socavón hasta 1983, cuando la cumbre del cerro cedió y se clausuró la excavación por peligro de derrumbe.
En lo que fueron los accesos a las tres galerías de la mina, aún se pueden observar los depósitos de magnesio residual y las paredes carcomidas de las casillas que servían de dormitorio a los obreros. Para llegar al lugar, hay que subir el cerro a pie por un estrecho camino que el tiempo borró en varios tramos. Desde allí, se alcanza a observar otra mina de la misma empresa en la ladera contigua, donde se extraía cobre.
El sitio es prácticamente inaccesible para el visitante. No hay carteles que señalen el camino, ni folletos o manuales que hagan referencia a estos yacimientos.
“Algunos nos veníamos caminando todos los días, o a caballo, y nos pasábamos las horas metidos en las galerías”, contó José en una recorrida por el sitio, que no había vuelto a ver desde hace años. Cuando la mina cerró, como muchos otros se fue de Taquimilán en búsqueda de otras fuentes de trabajo.
Don Rocha tampoco volvió a la mina en mucho tiempo. Hoy apenas puede escuchar y sólo camina con la ayuda de muletas. Por fortuna, no sufrió ningún accidente en los 40 años que pasó en los socavones. Según afirma, “las minas son muy peligrosas: se cae una piedra encima si uno no tiene mucho cuidado y, si tiene cuidado, también; puede pasar cualquier cosa. Yo tuve mucha suerte”.
“Teníamos que tener mucho cuidado con el trabajo porque hacíamos galerías y había que trabajar bien ya que era muy correoso el material, como un talco que agarraba humedad y no se podía enmaderar”, explicó y relató que abrían camino “a picador y pala, menos donde estaba muy duro, que ahí se hacían tiros con la dinamita y así se iba avanzando”.
Con raíces mapuches
Domingo nació en la comunidad mapuche Callaqui, en la región chilena del Bío Bío, y llegó a la zona con apenas 12 años. Trabajó en la mina de carbón que explotó, perteneciente a la firma Cimita, y en varios yacimientos de Sapag Hermanos, desparramados desde Zapala hasta Andacollo. “Él conoce el oficio como nadie, por eso lo valoraban mucho y lo ponían a cargo de las excavaciones”, remarcó su hijo José.
El paso por San Eduardo fue breve, pero intenso. Según recuerda Don Rocha, “las minas de carbón eran muy delicadas para trabajar porque no se podía andar con lamparitas ni con fuego y a la gente que trabajaba ahí yo los trajinaba antes para que no llevaran fósforo ni alguna cosa que hiciera explosión”.
Estuvo allí en los últimos años, cuando había “poco carbón y mucho gas”, según detalló, una combinación fatal “porque, cuando se golpeaban mucho los fierros y saltaban chispitas de los que picaban fuerte, se hacía explosión”. Ya se había ido cuando ocurrieron las dos tragedias que dejaron decenas de heridos y varios muertos, pero muchos de ellos eran viejos conocidos.
Entre los mineros, era habitual trabajar “sin papeles”, al igual que Domingo, que debió pedir su documento de identidad a Chile para poder jubilarse.
Con el retiro, la familia se asentó en un campo abandonado de Taquimilán Abajo que, curiosamente, abarca parte del terreno donde funcionaron las minas. Hoy, varios descendientes de Don Rocha llevan a pastar sus animales a los mismos cerros que él excavó en busca de magnesio.
“Para mí fue una suerte que todo se terminara cuando todavía era joven, porque me sirvió para irme”, indicó José. Sin embargo, sostuvo que no cree que en el cierre definitivo de estos yacimientos: “De aquella vez que el cerro se partió, ya no viene nadie a este lugar; pero estoy seguro de que, en cualquier momento, alguien se acuerda de los minerales y de todas las cosas que se dejaron acá y pide que los vuelvan a abrir”. Por ahora, esta y otras minas de Taquimilán siguen enterradas en el olvido.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fuente: La Mañana de Neuquén – Ana Laura Calducci – 05 mayo 2013
¿Te gusta la historia neuquina? ¿Tenés algo que contar o compartir y querés colaborar con Más Neuquén? Entonces hacé Click Aquí
También podés ayudarnos compartiendo este artículo en las redes sociales.