El asesinato del gran cacique Ñeicuñán, aquel que parlamentara con San Martín durante los preparativos del cruce de los Andes, trajo como consecuencia el alzamiento de las tribus del Neuquén, las que unidas a las montoneras de los hermanos Pincheira, produjeron un espiral de violencia incontrolable.
El asesinato de Ñeicún
El 19 de octubre de 1822, el comandante del fuerte de San Rafael, don Manuel López, comunica que el cacique Goico, amigo del gobierno, le había hecho saber que se preparaba una invasión de trescientos indios moluches, (chilenos, con muchos bandidos, con destino al sur de Mendoza).
Informaba también, que en un parlamento realizado por el cacique gobernador pehuenche Neicuñán con el cacique Millamain, se había decidido esperar un chasque que enviaría Pablo Pincheira, para fijar la fecha en que podrían invadir simultáneamente o conjuntamente.
Poco después, el gobernador de Mendoza, don Pedro Molina, recibió un oficio del comandante del fuerte San Carlos, don Pedro Aguirre, en el que le comunicaba que el cacique Millagüín, que moraba al sur del río Grande, le informaba que los indios moluches le ofrecían una elevada recompensa si les dejaba pasar por sus tierras, para hacer la referida invasión. Millagüín, consecuente en el propósito de seguir conservando la buena amistad con el gobierno de Mendoza, le contestó que de ningún modo lo permitiría. En otra comunicación hacía presente que por intermedio del cacique Millaqueo, que venía de los toldos de Cayunao —cacique de los ranquilches—, se tenía la noticia de que en los toldos de Pablo Pincheira, en Chicalco, se hallaban reunidos 10.000 indios, entre ellos 2.000 moluches, los que estaban preparándose para llevar un asalto a Buenos Aires, entre los meses de noviembre y diciembre de 1822.
Al gobierno de Mendoza le parecía que esta información tan sensacional no tenía mayor fundamento, pero se daba el caso de que por la misma época, en el sur de Buenos Aires, cundía la misma alarma y se temía una invasión de ranquilches y huiliches. Estos temores determinaron a las autoridades de esta última frontera, a detener a varios caciques pehuenches y huilliches que andaban comerciando sus productos; y fue en vista de esta actitud, que los grandes caciques Currilipi y Painengüru enviaron chasques al gobierno de Buenos Aires, reclamando la libertad de aquéllos, comprometiéndose, en cambio, a suministrar, apenas las tuvieran, noticias referentes al cacique Pablo, como generalmente llamaban al montonero Pablo Pincheira. El cacique Millagüin avalaba estas gestiones y se unía a otra solicitud de los caciques Neicuñán y Maturano, reclamando que el gobierno debiera ayudarles a destruir al cacique Pablo Pincheira, quien era el único responsable de todas las invasiones e iniquidades que se cometían, en las que si ellos habían intervenido, lo habían hecho bajo repetidas amenazas. En cambio de la ayuda que pedían, ofrecían entregar todas las familias y haciendas que se habían llevado. Como se ve, nuestros indios parecían ser las víctimas propiciatorias de los montoneros pincheirinos y moluches chilenos, los que les incitaban a coligarse con ellos para traer malones a nuestros pueblos sureños.
Desde el año 1823 al 1827, no hubo mayores novedades respecto a Pablo Pincheira en Mendoza, a pesar de que éste con su banda podía decirse que estaba permanentemente sobre la frontera, en su reducto de Chicoleo. Se debía a que andaba atareado en extender su campo de acción devastadora desde el Neuquén —donde tenía otros refugios— a las poblaciones de la provincia de Concepción, del sur de Chile, ya por su propia cuenta ya en coparticipación con sus hermanos y otros cabecillas que se le habían agregado. En otro artículo nos ocuparemos con más detalles de ellos.
A raíz de las campañas que en el verano de 1827 habían llevado a Varvarco, Beauchef y Bulnes contra los dos célebres hermanos José Antonio y Pablo Pincheira, este último regresó a las pampas y el 25 de agosto de 1828 al frente de 450 hombres llevó un asalto a Bahía Blanca en cuya acción sufrió la derrota que le infringió el coronel Estomba, jefe en esa época del Regimiento 7 de Caballería.
Vistos los repetidos vandalismos que mantenían intranquilas a las poblaciones e impedían su progreso, el gobierno de Mendoza invitó al de Chile para una campaña mancomunada contra los Pincheira, pero esta invitación coincidió con la situación de guerra civil en que se encontraba este país y, por consiguiente, hubo de descontarse toda colaboración. Se resolvió en consecuencia organizar las tropas mendocinas y guarnecer debidamente las fronteras indígenas, encomendando al coronel don José Félix Aldao, comandante de fronteras en el fuerte de San Carlos, la formación de un regimiento de caballería, tarea que inició con la mayor actividad.
En esos días llegan a conocimiento público las noticias de haberse producido en los toldos de Malahue, el asesinato a malsalva del gran cacique gobernador Ñeicuñán, hecho luctuoso que trajo como consecuencia el alzamiento de las tribus del Neuquén, las que unidas a las montoneras pincheirinas, produjeron las acciones en cadena que vamos a dar a conocer.
Debemos a la pluma de don Santiago Arcos las referencias de los hechos que a la vez recogió de un testigo ocular y actor en las mismas, porqué había sido cautivo de un cacique huilliche llamado Paillalaf. He aquí en síntesis su interesante relato.
Hasta 1828 vivió en Malalhue una numerosa parcialidad pehuenche que obedecía al cacique gobernador Ñeicún, (apócope familiar de Ñeicuñán) quien llegaba a disponer hasta de 2.000 lanzas. Este cacique conjuntamente con otro llamado Goico, de muy antiguo linaje, amigo de los blancos y que podía contar con 800 lanzas, constituían un antemural tras el cual Mendoza se mantenía en todo momento prevenida de las invasiones que proyectaran los ranquelches, los huilliches del sur de Neuquén y los moluches de Chile.
Después del parlamento que en 1816 tuvo el general San Martín con estos pehuenches en el lugar llamado La Consulta, cerca de Mendoza, las indiadas de Ñeicún habían sido paulatinamente ganadas a la causa de dos de los caciques que concurrieron: Anticaf y Chocori. Estos por hablar castellano, ser desenvueltos y poseer otras cualidades que hoy llamaríamos demagógicas, pudieron lograr la general simpatía de aquellos aborígenes.
A Ñeicún desagradaron, con justicia, estas demostraciones porque sobre ser lesivas para su dignidad de jefe azuzaban la ambición de los citados caciques, quienes comenzaron a acariciar el propósito de suplantar a Ñeicún en el cargo de cacique gobernador de la parcialidad.
Para minar el prestigio de éste entre sus subordinados, presuponiendo que no iba a aceptarlo, Anticaf le propone la realización de un malón a San Luis, provincia rica en ganado, la que casi no contaba con medies de resistencia.
Naturalmente Ñeicún rechazó de plano tal proposición por ser contraria a los tratados y a la amistad mantenida por tradición con los blancos. Esta negativa dio mayor pábulo al descontento. Anticaf, especialmente propalaba solapadamente entre las tribus, que el gran cacique estaba ya muy viejo y que debido a su timidez no lo hacía ni permitía que sus subordinados se enriquecieran con los malones tan provechosos que podrían llevarse a San Luis sin riesgo alguno.
Y Chocori, por su parte, les dice y les repite a los indios: “Cuántas caballadas, cuántas prendas de plata, cuántas mujeres blancas no tendríamos ahora si otro que no fuese Ñeicún nos mandase!”.
Cuando estos dos conjurados y sus indios adictos creen llegado el momento, atacan una noche por sorpresa a Ñeicún y le dan muerte conjuntamente con 100 de sus mejores hombres.
Realizado tan inicuo crimen, los dos caciques vencedores mandan chasques a la frontera de Mendoza para dar cuenta que, indignados los indios porque Ñeicún, confabulado con Llanquetrú, quería llevarlos de malón contra los huincas, que siempre habían sido sus amigos, habían resuelto darle muerte. Al mismo tiempo Anticaf hace su propio panegírico refirmando ser el mejor amigo de los mendocinos, a los que formula protestas de amistad y fidelidad, pues recuerda los favores recíprocos que los mismos se han prodigado.
Ante estas manifestaciones que el gobierno de Mendoza cree sinceras, nombra a Anticaf para reemplazar a Ñeicún y le manda el bastón de cacique principal.
Pero de la matanza de Malahue había escapado el astuto Llancamilla, hermano del difunto Ñeicún y 20 mocetones que no quisieron obedecer a Anticaf. Llegaron a tierra de cristianos, en donde supieron de qué manera se habían tergiversado los motivos del asesinato de Ñeicún. Ante tales noticias, Llancamilla resolvió poner en conocimiento de las tribus del sur, amigas de Ñeicún, la traición consumada. Y desviándose sigilosamente de las tolderías de los usurpadores, pasó el río Barrancas, luego el Neuquén y, a orillas del Agrio, dio con las tolderías de Llanquetrú. Le cuenta lo relativo a la conjuración y la muerte de su hermano Ñeicún y, con un cinismo sin igual, también tergiversa los hechos en su beneficio, diciendo: el difunto Ñeicún, cansado de las usurpaciones de los huincas, quería unirse con su amigo Llanquetrú para hacer un malón a las provincias de Mendoza y San Luis.
Pero cuando estaba preparándose para venir a invitar personalmente a su amigo y proponerle dividir los ganados que podían quitar a los cristianos del valle Uco (Tupungato), al cortar la vida a Ñeicún el puñal de Chocorí, tales planes se habían desbaratado. Que éste y Antical ya no parecían indios, sino esclavos de los blancos y se mostraban enemigos de los de su propia sangre. Que él no venía a invitarlo para la empresa que se proponía su hermano antes de morir, sino “a proponerle que le ayudara a vengar la sangre de Ñeicún y sus valientes defensores y también para dar muerte a los dos cabecillas traidores que sólo se hallaban dispuestos a maloquear a todos los buenos indios que no quisieran obedecer a los cristianos”. Y como argumento final y más convincente agregó: “Que además le pedía ayuda porque le daba pena ver en poder de los traidores, los muchos ganados y prendas de plata, sin contar las caballadas del difunto Ñeicún que pastaban en los cajones de Buta Mallín de Mendoza”.
Ante este relato tan bien preparado por LLancamilla, la indignación de Llanquetrú se manifestó en forma tal, que juró vengar con un gran escarmiento la muerte de su amigo. “Los moluches todos pelear por los de su sangre”, dijo con firmeza y después de dar hospedaje a Llancamilla y sus mocetones, comenzó a preparar su expedición.
Como ha podido verse, Llancamilla había acomodado las cosas a su paladar, para incitar al moluche chileno Llanquetrú a coadyuvar en la venganza que procuraba y en la recuperación del cacicazgo que por ser hermano de Ñeicún le correspondía. Era éste un ardid propio de un indio inteligente que calculaba con ello hallar el recurso para conseguir la colaboración interesada de Llanquetrú. Así fue en efecto, porque éste le aseguró que vengaría la muerte de Ñeicún. En realidad le movía el interés por las riquezas que le proporcionaría la expedición. Pero faltaba llenar un requisito y era que esta novedad se debería llevar a conocimiento de las demás tribus de Neuquén y recomendó a Llancamilla que fuera con la correspondiente comisión y también la de convocarlas a un solemne Auca Travún o junta de guerra, que debía realizarse en Ranquilón, junto al Mocun, (Agrio actual).
Acuden: Neculmán, cacique prestigioso de los pechuenches de la cordillera del Neuquén y Varvarco, quien, a pesar de estar comprometido con los Pincheira promete su ayuda; Toriano, cacique principal de la fracción pehuenche, quien acude con varias tribus; Anteñir, cacique pincunche de Buta Mallín de Mendoza, quien ofrece 3.000 indios y Hermosilla, su huésped, 200 pincheirinos armados con carabinas; los indios chilenos del Purén indómito; y Yeifnir, cacique de los boroanos, que en ese tiempo eran el azote de los hacendados argentinos de Sierra de la Ventana.
Antical y Chocorí tienen noticias de estos aprestos y se disponen a la defensa, no sólo con sus fuerzas, sino que obligan al pacífico cacique Goico a unírseles, el que concurre con 50 de los suyos.
Aquel ejército coaligado, que supera los 5.000 hombres, se dirige desde el Agrio hacia Malahue; pasa el río Neuquén frente a Chos Malal y continuando por detrás del cerro de la Parva y por Quilmahue llega al río Curileuvú.
El paso de este río suele ser peligroso porque en primavera viene crecido, tanto más cuanto que en la orilla opuesta existe una barranca con un desfiladero llamado La Angostura, que se enfrenta al lugar que hoy todavía lleva el nombre de Las Máquinas. En este lugar preciso es donde Antical se ha situado para esperar al enemigo. Sus “bichadores” le traer, noticias muy desalentadoras, Le dicen que la indiada viene negreando como manga de langostas. “Tantas lanzas hemos visto que los campos parecen marear al horizonte”. Antical aterrorizado no piensa más en la resistencia; pero dejemos la palabra a Arcos: “Quiere volverse a San Carlos y pedir auxilio al gobierno mendocino, pero la retirada es imposible; la indiada enemiga no dista tres leguas del Curileuvú. Chocorí, que acompaña a su cómplice, se propone salvar los indios de Malalhue sacrificándose con algunos compañeros. Le dice a Antical que se retire, que él quedará con 200 lanceros en La Angostura y resistirá cuanto pueda, para darle tiempo de llegar a Malalhue. Antical acepta el sacrificio de su amigo y se retira con los suyos dejándolo en el Curileuvú con 150 indios y los 50 ranquilches de Goyco.. “El Epaminondas indio, —dice Arcos- no tuvo mejor suerte que el espartano…”
La matanza del río Curileuvú.
La matanza empieza apenas el ejército neuquino de Neculmán y Toriano ha traspuesto el rio y en los campos aledaños al Tromen, va dejando el reguero de cadáveres. Las fuerzas perseguidoras llegan hasta Buta Mallín de Mendoza, (hay otro Buta Mallín en Neuquén), y allí se encuentran con las de Antical. Este quiere cargar, pero sus indios no le obedecen. Les reta tratándolos de cobardes, pero éstos, enfurecidos ante la muerte que les amenaza le recriminan los males que les hace padecer y el asesinato de Ñeicún, que es la causa de su desgracia y, en su desesperación, lo acribillan a lanzadas, dándole dolorosa muerte.
Prosigue la turba enfurecida hacia las tolderías de Ñeicún, las incendian y matan a cuantos se les resisten, hasta que no encuentran a quienes combatir. Se deciden entonces a buscar cautivas y a las que no pueden tomar al paso, les arrojan su poncho o les dan un golpe de bolas con lo que queda consagrada la posesión. Se detienen en Malalhue sin pasar el río. Se distribuyen el botín y las mujeres, cuyos dueños han huido y regresan a sus toldos. Solo Anteñir y los pincheirinos de Hermosilla quedan en Buta Mallín, al sur de Malalhue. El propósito es emprender desde allí el postergado malón a San Luis.
Abandonando sus mujeres e hijos y sin jefe que los dirija, los indios de Antical y Chocori que habían logrado escapar de la matanza, se encaminan hacia el norte en procura del amparo de los fuertes mendocinos de San Carlos y San Rafael.
Sin mayores contratiempos llegan al río Diamante y, al hacer el cómputo de sus fuerzas, se extrañan al ver que suman 800 hombres, pues creían que las pérdidas eran mayores. Desde allí mandan chasques a San Carlos, pidiendo socorros al comandante del fuerte, don Nicolás Ortiz.
“No sabemos cuáles eran las intenciones de Ortiz —apunta Arcos— pero el caso fue que respondió a los indios, “que acudía pronto a socorrerlos”. Y acompañado de sus lenguaraces y algunos baqueanos solamente, salió del fuerte y tomó el camino del paso de Ureta, dejando órdenes para que el Coronel Vera y cuanta gente pudiera éste juntar, les siguiesen al sur”.
“Ortiz encuentra a la indiada donde le habían indicado los chasques; promete protegerla, les permite que lo sigan a San Carlos, en donde les dará ganado, mientras puedan reunir fuerzas para reconquistar sus tierras de Malalhue y vengar, con la muerte de Llancamilla y Neculmán, la sangre que les han tomado. La indiada protesta de sus buenas intenciones y se pone a las órdenes de Ortiz”.
“Como no le es posible permanecer en el sitio donde estaban acampados los indios fugitivos, Ortiz da la orden de marchar y, acompañado por los 800 indios, llega al arroyo Hondo. Allí se encuentra con el coronel Vera, quien ha podido juntar 60 sodados y unos 200 milicianos del Tunuyán y Tupungato. Los indios miran con desconfianza tanta gente y comienzan a temer hallarse entre dos enemigos, pero sin dar a conocer su desconfianza, cumplen las órdenes de Ortiz. “Llegados al arroyo de Las Cortaderas, Ortiz manda chasques a San Rafael, dando cuenta a Aldao de lo que pasaba en el valle de Uco, por el que avanzaba hacia el norte. Esta insignificante circunstancia, fue la causa de la matanza de Los Jumes… ¿A qué mandar chasques? —decían los indios”.
Matanza de los Jumes. – 16 de octubre de 1828.
“No faltaban enemigos de Ortiz entre los milicianos que se habían reunido al coronel Vera. Un chileno llamado Goyo Pávez y un hacendado de la provincia de Mendoza, apellidado Hermida, dijeron a los principales capitanejos de la indiada: “Huyan ustedes cuanto antes, Ortiz los trae engañados; los lleva a San Carlos para matarlos allí y apoderarse de sus tierras de Malalhue”.
“Desgraciadamente los indios creen lo que les dicen los dos cristianos, más nada intentan por el momento. Siguen silenciosamente el derrotero que les marca Ortiz. Al anochecer llegan a Las Toscas. Allí deben pasar la noche. Los indios se apartan de los cristianos y evitan hablarse en presencia de los lenguaraces”.
“…Algunos de éstos los observan; su reserva, su tristeza infunden sospechas y van a decirle a Ortiz que haga desarmar la indiada, pues creen que se quiere alzar Ortiz, confiado en la necesidad que tienen de los mendocinos, después de tantos desastres, no puede creer que se atrevan a atacarlo. Desprecia los consejos que le dan y para no denotar que se les teme, deja sus armas a la indiada. Al amanecer, da la orden de volver a ponerse en marcha. Sin duda alguna, en el curso de la noche los indios decidieron deshacerse de los que creían sus enemigos, pues desde el alba ya estaban prontos para marchar. Algunos indios se pusieron a la vanguardia y el resto esperó que los milicianos se movieran, para seguirlos a retaguardia. Ortiz, sin fuerza suficiente para hacerse respetar de los 800 indios que habían solicitado su protección, siguió sin poderles hacer cambiar el orden en marcha. Antes del mediodía, encuentra a los que abrían la marcha, desmontados a la orilla del arroyo Los Papagayos. Algunos se acercaron a Ortiz y le ruegan los deje en Los Jumes, pues sus caballos, ya cansados, no pueden seguir la marcha. Ortiz, imprudentemente, accede y hace acampar a los suyos con la indiada”.
“El arroyo de Los Papagayos, por más de una legua, corre faldeando una colina de unas cincuenta varas de alto, y tan pendiente sobre el arroyo, que ningún animal puede subir a la cima de ese muro natural. A unas seis cuadras de esta colina, y siguiendo una línea paralela, se levanta otra, dejando entre ellas un cajón blando y pastoso: Este cajón es lo que se llama “Los Jumes”.
“En la extremidad norte, se alojaron los primeros indios, es decir, los que al amanecer se habían puesto en marcha; Ortiz y sus milicianos lo hicieron en el centro, y, en la extremidad sur, desensilló el resto de la indiada. Su agitación, sus animadas discusiones, tenían a los cristianos alarmados. Varios comunicaron sus temores a Ortiz, y éste les contestó: “Ya he avisado a San Rafael y el general Aldao, con gente bien armada, no puede tardar”.
“Llegó la noche y los indios mataron cinco yeguas, se repartieron en trozos muy pequeños los corazones y todos probaron de ellos.
“Algunos lenguaraces advirtieron a Ortiz que ya los indios se alzaban. Ortiz hizo ensillar su caballo, pero no permitió que ensillara la tropa”.
“Antes del amanecer una espantosa gritería despierta a los cristianos. Los indios atacan por todas partes. Nadie piensa en defenderse; todos quieren huir y por cualquier lado que pretenden dan con las lanzas de los bárbaros. Ortiz, el coronel Vera y 10 milicianos, los mejor montados fueron los únicos que escaparon a la matanza. Más de 250 cadáveres quedaron tendidos en el campo. En cambio, los indios no perdieron en esta acción ni un solo hombre, ni un solo caballo. En ese mismo día cambiando rumbo, dan vuelta al sur y se ponen en marcha hacia el Diamante. Al principio no saben qué camino tomar. ¿Volver al Malalhue? Las lanzas de Anteñir y los terribles pincheirinos de Hermosilla los esperan. ¿Bajar a las pampas? El general Aldao los espera en San Rafael. Desorientados, sin jefes, cansados de guerra y de matanza, los restos de la tribu de Ñeicún se dirigen a los Aucas, donde de repente se encuentran con una pequeña columna cristiana a las órdenes de Aldao. Cuando Aldao recibió el parte de Ortiz, vino al socorro de su comandante desde San Rafael, sin pensar que éste hubiera emprendido la marcha al norte, conduciendo a una indiada tan numerosa”.
Combate de los Aucas – 20 de octubre de 1828.
Proseguimos transcribiendo el artículo de Santiago Arcos “…Las fuerzas que mandaba Aldao no alcanzaban a 200 hombres, pero eran tropas aguerridas y bien disciplinadas. Al llegar a Piedras Grandes, recibe la noticia del triste fin de los compañeros de Ortiz en Los Jumes, Aldao, experimentado cual ninguno en esta clase de pelea, ve la ventaja que puede sacar con sus pocos soldados, sobre indios que caminan dispersos y posiblemente desmoralizados ya. Se informa sobre los caminos; por la dirección que han debido tomar los indios al retroceder desde Los Jumes, debían precisamente pasar por Los Aucas, angosto desfiladero por donde unos pocos valientes podrían parar todo un ejército, allí forma sus tropas detrás de grandes cortaderas y espera a la indiada. Al amanecer del día siguiente llegan los bomberos de la indiada; ven las tropas de Aldao —sin ser vistos— y esperan el resto de los fugitivos”.
“Considerándose con fuerzas suficientes para arrollar a los pocos cristianos que dificultan el paso, se resuelven a atacarlos. Una circunstancia extraña les favorece; un temporal de viento se levanta y sopla contra las tropas cristianas. Los indios aprovechan esta feliz casualidad, prende fuego a las cortaderas y cuando ven envuelta en densa humareda a la pequeña columna enemiga, creen la victoria segura; se golpean la boca y, blandiendo sus largas lanzas, cargan con increíble velocidad. Aldao y sus soldados, desconcertados por tan brusco ataque, se desbandan sin poder defenderse de un enemigo que apenas ven. Algunos huyen. Pero, aislados, los cristianos, empiezan a caer bajo los bien dirigidos golpes de los indios. No tardan en ver que en la fuga no está la salvación sino la muerte. Un sargento llamado González, es el primero que atina a dar la voz de formar cuadro; no pueden vencer, pero a lo menos, se salvarán. El fuego mortífero que vomitan los cuadros acobarda a la indiada. Ella también abandona toda idea de victoria y sólo trata de salvarse”.
“Los indios no titubean. Clavan espuelas y sus caballos pasan veloces como el huracán por delante de los cuadros cristianos. El general Aldao no creyó que debía perseguirlos… ”. Era el 20 de octubre de 1928.
Matanza de Los Buitres
“.. .Entre tanto, cansados y sin víveres, los indios que habían escapado a las lanzas de los caciques combinados en el Malalhue y a las balas de los soldados de Aldao en Los Aucas, erraban por los peñascos de la cordillera, cada día disminuidos en su número. En busca de guanacos o ganados alzados, de los 800 que hemos visto en Los Jumes, quedan menos de 500 en las cercanías de Buta Mallín. Allí están Anteñir y Hermosilla con los pincheirinos”.
“Tendidos o cazando en feliz apatía vivían los de Anteñir, cuando algunos cazadores les vienen a avisar que en la sierra de Malalhue han visto indios armados que se dirigen a Buta Mallín. Ante tal noticia los que estaban tan indiferentes, corren a sus caballadas, ensillan y se prepara un numeroso grupo para salir en descubierta hacia la dirección que indican los cazadores. Pronto ven acercarse a 8 indios que vienen desarmados. Estos al ver la avanzada de Anteñir, echan pie a tierra para dar a comprender que vienen en son de paz. Se acerca Llancamilla, aquel hermano de Ñencún, que estaba viviendo en lo de Anteñir y los reconoce; eran los indios tránsfugas de la tribu del finado Ñeicún.
Los indios, humillados y sumisos, se presentan a Anteñir y le refieren sus penas, el estado miserable en que se encuentran y, por fin, le piden que los acoja en sus tolderías, prometiendo obedecerle y aumentar su poderío”.
“Anteñir recibe gustoso el mensaje y accede a protegerlos; más finge un temor que no tiene. Dice a los chasques que ya no está en guerra, que muertos Antical y Chocorí ya cree vengada la sangre de Ñeicún, pero los considerará como enemigos si se presentan armados. Por consiguiente impone una condición para recibirlos: Que le manden sus lanzas”.
“Llancamilla con unos mocetones son los comisionados para desarmarlos. Desempeña con escrupulosa exactitud su comisión. Ni una sola lanza deja a los que antes habían sido sus compañeros. No bien había bajado el sol cuando los fugitivos sin armas y mal montados ven venir a Hermosilla con sus pincheirinos y gran número de indios que, sin darles tiempo para tratar siquiera de huir, los cargan de tal manera, que una matanza más horrible que la de Los Jumes, da cuenta de ellos”.
“Un mes después, los cóndores aún revoloteaban sobre el campo de la cobarde hazaña. Había sido la obra del blanco más canalla que hubiera pisado la tierra mendocina: El inicuo Hermosilla, amigo sin embargo de Videla Castillo y de otras autoridades”.
Termina Arcos: “…Hasta ahora este sitio guarda el nombre de Quebrada de los Buitres. Y es el único recuerdo que queda de las antes poderosas tolderías de Goico y de Ñeicún. Con esta matanza habían sido exterminados también los pehuenches de Mendoza. Sólo quedaron las tribus del Neuquén. Ya las veremos actuar unidas a los Pincheira.”
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Publicado en la revista Neuquenia nº 3 de 1969. Artículo escrito por Gregorio Álvarez. Título original: “Los Pehuenches del Neuquén y los Pincheira. Acciones en Cadena.”
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