El día 23 de mayo del año 1916, el jefe de la estación Neuquén me trasmitió por el telégrafo del Ferro Carril Sud un mensaje del gobernador del territorio, informándome de que todos los presos de la cárcel de Neuquén, unos 160 en total, se habían sublevado, dando muerte a los guardianes que estaban en servicio, apoderándose de las armas y saliendo por el pueblo, cuyo vecindario estaba sumido en el terror, pues la escasa policía no podía hacer frente a los fugitivos. Agregaba el despacho que se había pedido al Ministerio el envío lo más pronto posible de tropas de línea para devolver la tranquilidad a la población y perseguir a los evadidos.
Las fuerzas más próximas a Neuquén, en aquel entonces, eran las navales de Puerto Belgrano, a quienes el señor gobernador me pedía que le hiciera llegar la noticia de la evasión, lo que hice de inmediato, mandándole también un tren formado por coches vacíos para conducir doscientos marineros armados a Neuquén, de modo que cuando el jefe de la Base Naval recibiera la correspondiente orden del Ministerio respectivo, todo estuviera preparado para la pronta salida del contingente designado.
Con el objeto de obtener algunas provisiones extras y formar el convoy con los coches que ordenara el Ministerio, el tren pasó a Bahía Blanca. Al llegar, el oficial al mando de la tropa reprochó duramente al jefe de la estación el que el tren estuviera formado por coches de segunda clase. Por casualidad yo me encontraba en la plataforma y escuché las airadas protestas, completamente fuera de lugar e impropias de la cultura de los oficiales. Al reconocerme el citado jefe, se dirigió a mí, y en tono violento me dijo que si no agregaba un dormitorio y un coche restaurante, no seguiría con la tropa.
Ya he dicho que el tren vino a Bahía Blanca para ser formado de acuerdo con las instrucciones posteriores del señor ministro, en las que no entraban ni dormitorio ni restaurante. Le contesté al oficial, que el convoy estaba compuesto tal como ordenaba el Ministerio, y que no podíamos alterar esa formación. La cuestión de que él siguiera o no a destino era de su particular incumbencia, retirándome después de reiterar al jefe de la estación que no variara la disposición dada por el Ministerio.
El oficial acudió al poco rato a mi despacho, preguntándome si me sería posible ayudarle para que la tropa pudiera comer en el camino. Le contesté que posiblemente podía ayudarle en tal sentido, siempre que él, por su parte, depusiera su altanera actitud, que consideraba de todo punto improcedente.
Se disculpó en su nerviosidad, repitiendo su pedido de ayuda. Le propuse el preparar todo lo necesario para que la tropa pudiera comer algo caliente como a las nueve de la noche, a lo cual me contestó que de poder conseguirlo, quedaría muy agradecido, agregando que llevaba bastante dinero para abonar todos los gastos que pudieran efectuarse en el trayecto.
Hablé por teléfono al jefe de la estación Río Colorado para que se comunicara con los panaderos y carniceros del pueblo y se procediera a asar unos quince corderos. El jefe se proveyó de pan, queso, dulce, vino y cerveza para unos 160 hombres. Cuando el tren con las tropas llegó, a Río Colorado a las 9,15 de la noche, todo estaba listo, pudiendo alimentarse abundantemente los marineros, y reiniciando el viaje una hora después, muy satisfechos.
En la estación Neuquén, la tropa se formó en tres columnas en la plataforma y un oficial ordenó que aquel que supiera montar a caballo diera un paso al frente. Con gran sorpresa, solo tres marineros se adelantaron, resultando difícil el aceptar que solamente tres hombres, de los 150 —marinos o no—, supieran andar a caballo. Más bien es de suponer que no les atraía la misión prevista de tener que perseguir, quizás hasta la Cordillera de los Andes, en el mes de mayo, a los presos que habían escapado de su encierro.
En vista de tan inesperado resultado, el gobernador señor Elordi y él inspector de Policía, señor Staub, formaron grupos armados con toda la policía del Neuquén y algunos vecinos que espontáneamente ofrecieron sus servicios para ir en seguimiento de los evadidos, que tenían ya a su favor- 24 horas de marcha. Los marineros quedaron para protección del pueblo de Neuquén y la vigilancia de la cárcel, mientras durara la ausencia de la policía y guardiacárceles.
De los grupos formados por los fugitivos-, uno marchó en dirección a los lagos por el camino existente, otro siguió el curso del río Limay y el tercero se encaminó directamente hacia la Cordillera. Muchos de los evadidos se habían quedado en los alrededores de Neuquén para esperar la oportunidad de regresar, por propia voluntad, a la cárcel, una vez que sus demás compañeros se hubieran alejado. A muchos de ellos les faltaba poco tiempo para terminar sus condenas y no les convenía huir. El grupo que se dirigió a la cordillera fue perseguido por el inspector de policía y tuvo un final algo trágico.
La evasión de Neuquén y sus consecuencias sangrientas tuvieron gran resonancia en el país y el director general de Territorios Nacionales inició la investigación del caso, pero varios vecinos de Neuquén enviaron comunicaciones al señor presidente de la República y al señor ministro del Interior, pidiendo que se separara a dicho funcionario de la investigación. El 24 de enero de 1917, el ministro Gómez dispuso la instrucción de un nuevo sumario, con el propósito de aclarar la actitud asumida por las autoridades del Territorio en los sangrientos sucesos de Sainuco, en la Cordillera, lugar por donde los evadidos pensaban penetrar en Chile, y en donde fueron alcanzados por las fuerzas mandadas en su persecución. También debía aclararse el reciente suceso que había causado la muerte de los periodistas señores Abel Chanetón y Carlos Palacios, dejando establecida la actuación que en ambos hechos pudiera caberle a las autoridades.
Se designó con carácter de instructor y con jerarquía accidental extraordinaria, al doctor Alejandro M. Usain e igualmente al comisario señor Juan A. Boero y al subcomisario señor Julio R. Alzogaray, de la policía de la capital federal, para que, actuando como secretarios, practicaran las diligencias pertinentes de la investigación. Pude contribuir por mi parte a que el ministro Gómez y sus acompañantes hicieran un cómodo viaje a Neuquén y tuvieran una estada confortable durante su permanencia.
El doctor Usain elevó el correspondiente informe sobre los sucesos, y en los capítulos 13 y 14, relativos a la acción de Sainuco, establecía:
“Conviene rememorar, en brevísima síntesis, el episodio de la evasión de presos para tener presente que en la jornada no solo se derramó la sangre de los penados sino también la de modestísimos empleados y meritorios vecinos. Sobre la denodada actitud de los guardias de cárceles muertos en cumplimiento de su deber, se ha hecho el silencio y apenas ha tenido duración el comentario respecto del asesinato del laborioso vecino Don Adolfo Plottier, traidoramente asesinado por puro espíritu de perversidad. Es indiscutible que durante un cierto espacio de tiempo esta capital estuvo bajo la impresión de un justificado terror, no solo por la impresión de los tiroteos que partían del lado de la cárcel sino también por las descargas que los sublevados hicieron dentro del pueblo y a consecuencia de las cuales siete vecinos quedaron heridos, afortunadamente de poca gravedad. En esta emergencia la actitud del señor Gobernador Elordi aparece como plausible. Es él el que desde el primer momento, con exposición de su propia vida, organiza y dirige el plan de captura de los evadidos, despachando varias comisiones.
Pero del conjunto de las diversas expediciones salidas en su persecución, destácase la que dirigió el señor Adalberto Staub, Comisario Inspector entonces y actualmente jefe de Policía de esta Gobernación. La expedición de la referencia partió el 23 de mayo de Zapala siguiendo el rastro que los evadidos, en número de cuarenta más o menos dejaban en su fuga a través del interior del territorio y en su propósito de cruzar la frontera para llegar a Chile. La actuación de esta comisión, hasta su llegada al valle de Sainuco, no puede ser más digna de encomio. En pleno mes de mayo, con nevazones continuas, sin otros descansos que los puramente imprescindibles para reparar las gastadas fuerzas, con dificultades de toda índole, escasos de víveres, han recorrido cerca de 110 leguas por la montaña siguiendo un rastro apenas perceptible. Desgraciadamente, en el momento último el brillo de la jornada quedó empañado.
He de criticar, en párrafos sucesivos, la actitud de esta comisión en los sucesos de Sainuco. Pero es de justicia dejar constancia de los méritos que por sus servicios sus componentes adquirieron hasta el momento de desarrollarse la desgraciada fase final, motivo precisamente de esta investigación.
En Sainuco ocurren dos hechos perfectamente separables o si se quiere, un solo hecho en dos fases sucesivas, divisibles y completamente distintas. La primera faz es la que se refiere al combate que los policías libran contra diez y siete evadidos que se han hecho fuertes en el rancho de Fíx y que suficientemente armados, contestan al tiroteo con la esperanza de no perder la libertad recobrada. El combate se prolonga con igual encarnizamiento por una y otra parte hasta el momento en que, muerto por una bala el cabecilla de los evadidos, resuelven estos rendirse incondicionalmente. Salen fuera del rancho donde se habían parapetado, y en señal de sumisión se arrojan al suelo, de bruces, con los brazos extendidos hacia adelante. Hasta aquí nada hay que observar a la policía; pero a partir de ese instante es que comienzan las inculpaciones. Sabido es que producida la rendición los diez y seis presos capturados fueron divididos en dos grupos formado cada uno de ellos por ocho individuos. Casi en seguida el primero de los grupos se puso en marcha con destino de Zapala. Pocos momentos después los ocho que quedaban en Sainuco aparecen muertos. La acusación exteriorizada a raíz de esta segunda faz formula dos cargos: 1º, la división de los presos en dos grupos respondió a un propósito de especial selección; y 2º, los ocho presos muertos fueron fusilados o asesinados con alevosía, premeditación y ensañamiento.”
Como un mes antes de verificarse la evasión, las autoridades de la cárcel habían sido informadas de lo que se preparaba, y aunque no les fue posible individualizar a los organizadores, el plan fue desbaratado. Posteriormente llegaron al establecimiento 47 presos de la cárcel de Toay, y ello produjo una seria confusión y debilitamiento de la vigilancia, lo que aprovecharon los detenidos para realizar el levantamiento.
Pocos días después de la escapatoria, me encontraba en Neuquén, donde era secreto a voces que la misma había sido planeada y organizada por el joven Bresler, hijo del coronel Bresler, el luchador en la guerra del Transvaal del año 1900, amigo, y hasta creo que pariente, del mariscal Smutts.
El citado coronel Bresler, junto con su familia, se radicó en la Argentina, adquiriendo tierras en la precordillera. Tuve ocasión de conocerle y se trataba de un hombre de gran honradez y excelentes cualidades, siendo apreciado como un buen vecino en el territorio del Neuquén. Su hijo cayó preso, hallándose detenido en la cárcel de Neuquén, a disposición de la justicia, durante muchos meses, acusado de abigeato.
El coronel Bresler y su hijo estaban completamente indignados por la detención prolongada, que a su juicio comportaba una grosera injusticia. Se comentaba que el joven Bresler arreaba una tropa de unos cien animales vacunos de su pertenencia, y en el camino se cruzó con otro arreo, y los animales de ambas tropas se mezclaron. Como la hacienda era de la misma clase, a poca diferencia, para evitar una lenta y difícil operación de separada por las distintas marcas, los dos troperos convinieron en apartar la cantidad que correspondía: a cada arreo y una vez hecho de común acuerdo, continuaron su viaje.
Al pasar por una comisaría, la policía detuvo la marcha de la tropa para comprobar las marcas con las guías que llevaba Bresler, y al encontrar algunos animales con distinta marca, le propusieron que, dadas sus explicaciones, todo se arreglaría con el pago de una coima de diez pesos. Bresler se negó a prestarse a la imposición, y él y los animales fueron detenidos, levantándose un sumario en el cual se hacía figurar que las haciendas cuya marca no constaba en los documentos eran fruto del robo. El señor juez a quien correspondía intervenir demoró varios meses en estudiar y resolver el asunto, y mientras tanto Bresler quedó encerrado en la cárcel como un vulgar cuatrero. Viéndose víctima de la injusticia o de la desidia, Bresler se cansó de su encierro y planeó la evasión. Cuando huía de la policía que le daba alcance, se salvó gracias a su condición de hábil nadador. Lanzándose a un rápido río, logró vadearlo, poniéndose a cubierto de sus perseguidores, e internándose en territorio chileno. Se embarcó en Valparaíso para los Estados Unidos, alistándose en el ejército, para luego, formando parte de las tropas americanas y participar en la primera guerra europea.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído de: Mi vida de ferroviario inglés (1887-1948), de Arturo H. Coleman. Capítulo XXXVI, Evasión de presos en la cárcel de Neuquén.
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