El hijo del viejo Lonco, de no más de veinte años, me miraba con curiosidad mientras ataba su caballo al poste de un almacén en Los Miches. Creo que esperaba ansioso mi respuesta. La pregunta me sorprendió, no la esperaba. No estaba en la lista de preguntas que consideraba probables que me hicieran.
Yo iba con mi moto adentrándome en pueblos y parajes, atravesando arroyos y siguiendo huellas, arrimándome a las cornisas de las montañas, durmiendo donde pudiera encontrar refugio antes de que me atrapara la noche en lugares desconocidos, o con suerte, en la casa de algún puestero amable si lo hubiera.
Hacía días que había llegado a la comunidad mapuche Antiñir Pilquiñán, y le había pedido permiso al nuevo lonco para que me dejara compartir un tiempo con ellos.
No me consideraba un turista. Mi viaje creía era distinto. Además, pensaba, a ningún turista se le ocurre ir sin un guía, solo, sin un rumbo definido, decidiendo a dónde ir de improviso, tratando que apareciesen dificultades, confiando en toda gente nueva que va conociendo.
¿Por qué estaba allí?. Me es difícil explicar los motivos. Tal vez tenía miedo que no me entendiesen, o tal vez yo los subestimaba creyéndolo. Iba a aprender, ¿qué cosa?, no lo sé. Estaba buscando algo, ¿qué cosa?, no lo sé. Solo creía tener la certeza que algo iba a descubrir, algo que me iba a fortalecer y que permanecería en mí el resto de mi vida.
¿Por qué me hizo esa pregunta?. Hace días que venía compartiendo cosas. Es verdad, no me preguntaban mucho. Al principio sabía que la gran duda que tenían era saber cuál era el interés que me motivaba a estar en ese lugar, donde a excepción de ellos que lo aman, nadie quisiera estar viviendo. Me preguntaban si me enviaban del gobierno. Muchos sospechaban eso. Dejé en claro que no era así, y aún algunos siguieron dudando. ¿Porqué alguien querría estar con ellos?. Si no soy alguien del gobierno, y tampoco soy un político que les viene a pedir el voto, ¿qué es lo que hacía allí?.
Nadie va a verlos y mucho menos pidiendo quedarse con ellos. Cada tanto, y muy raramente, alguien pasa, recorre rápido y se va casi enseguida desilusionado tal vez de no ver a los mapuche viviendo en tolderías, o montando a caballo con una lanza colgando a un lado. No quieren compartir nada, solo satisfacer su curiosidad. No piden permiso al lonco para ingresar a la comunidad, y recorren hasta donde les permite el vehículo la escarpada ladera, sin bajarse ni detenerse.
La gente de la comunidad, tiene en general un conocimiento muy pequeño de la geografía de la zona que los circunda. Muy pocos conocen un poco más allá de los pueblos cercanos que los rodean. Venir de la ciudad de Neuquén, es decir un lugar muy lejano. Desconocen la idea de viajar a algún lado por gusto. Si uno viaja, debe ser por algo “de interés”, por ejemplo para visitar a un familiar que lo necesite, por motivos de trabajo, por ir a hacer alguna gestión para la comunidad o un integrante de la familia…
Cuando le respondí con sincera convicción que yo no era un turista el dibujo de la desilusión se apropió de su rostro.
Estuvimos un tiempo en silencio.
Pensé que estaba respondida la pregunta y pronto la olvidé.
Al rato volvió a la carga y con cara aún mas inquisidora volvió a preguntar con firmeza: ¿Usted está acá porque quiere, o sea, nadie lo obliga, le gusta, no es verdad?, Sí -le respondí -, y… ¿usted paga de su bolsillo todo el viaje, no es así..?, Sí, – volví a responder- , ¿… y no está trabajando?, – No, por supuesto que no…- contesté una vez mas… Entonces – afirmó resuelto- ¡usted es un turista!.
El desconcertado ahora era yo, ya que me di cuenta que tenía razón. Por más que pusiera empeño en negar la palabra turista, la lógica que me proponía conducía inexorablemente a la definición de lo que es un turista. Mi negación no ocultaba lo que era.
Gracias a su insistencia lo pude advertir y terminé admitiendo, muy a mi pesar :
– Sí, en realidad tienes razón, no lo había pensado así, y ahora que lo dices, creo que soy un turista.-
-¡Qué suerte! – me respondió muy contento- es la primera vez que veo uno…
Rodrigo Tarruella
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