El trágico destino de Corydon P. Hall
El carácter imprevisible del accionar delictivo, favorecido por las vastas e incomunicadas zonas del Territorio que agilizaban sus desplazamientos, limitaba el accionar de la policía local reduciendo prácticamente a cero la posibilidad de una tarea preventiva. Solo estaba presta a que el delito se produjese para luego actuar y siempre con recursos escasos. Ante ello, los mineros no dudaban en armarse.
Recordemos que en su viaje, el padre Carbajal, al intentar visitar la mina Julia, fue recibido por gente armada con carabinas y obligado ante la ausencia de sus propietarios, a seguir viaje. Esto ocurría en 1903.
El oro obligaba a estos recaudos; así lo entendió en su momento el Gobernador Olascoaga, cuando en ocasión de los primeros cateos de Hall, en 1890, en la zona de la cordillera del viento, debió pedir expresamente al Ministro del Interior de entonces, general Julio Argentino Roca, un contingente de hombres armados para dar seguridad al trabajo de los ingenieros
“a causa de la inseguridad que en esa época había en las cordilleras, donde merodeaban y asesinaban varias partidas de bandoleros y desertores armados, pasados de Chile.”
Si bien la imposición de la «ley del winchester» con el objeto de frenar los robos y asesinatos fue parte de las condiciones de posibilidad de la explotación minera en todas aquellos regiones del globo donde se manifestó una presencia importante de oro, en el Territorio del Neuquén la situación no alcanzó para constituir al distrito en una nueva California. Aun así, no pudo evitar que el brillo de su oro despertara los instintos más viles.
Corydon P. Hall, seguramente, no sabría que su visita a Chos Malal no iba a ser de la relativa brevedad que le insinuaba el carácter temporario de su misión. El pedido de Olascoaga para que explorara en El Mayal, alargaría su estadía y los arroyos cargados de oro de Milla Michicó iban a torcer definitivamente destino, convirtiendo su estancia en los lavaderos en un viaje sin retorno: tras doce años de trabajo fue cruelmente asesinado, en el momento que planeaba su retiro.
El abandono de la actividad aurífera por parte de la Compañía Minas de oro de Milla Michicó -de la que era su administrador-, se producirá hacia 1897 momento en que Hall se retira momentáneamente, tras extender un poder sobre sus propiedades particulares (tal como La Eurecka, mina que había solicitado en 1895), al vecino de Chos Malal, Darío Contreras.
Hacia 1899, Hall está nuevamente en la zona y al parecer activando sus pertenencias, pues se lo acusa por esa fecha, de extraer madera de los bosques de «Las Lagunas» sin el correspondiente permiso. Sabemos que el destino de esta madera en manos de un concesionario legal era la construcción o equipamiento de alguna vivienda para el trabajo en las minas, el enmaderamiento de socavones, la construcción de canaletas para el lavado de arenas, etc.
Pero con todo, a comienzos del nuevo siglo, el ingeniero norteamericano estará pensando seriamente en poner fin a su actividad minera. Las razones se justificaban por una concurrencia de factores entre los que no estaban ausentes un cierto cansancio físico -hacia 1901 Hall rondaba los 70 años-, junto a un balance económicamente positivo de sus casi diez años de trabajo que le indicaban que era oportuno retirarse.
Por otra parte, la inseguridad a que estaba expuesto el trabajo en los arroyos donde el minero se convertía en fácil presa de bandoleros y criminales, no alentaba nuevas campañas.
No era ajena a este estado de ánimo finalmente, la baja rentabilidad que entonces mostraba la actividad aurífera en los lavaderos. Extraer el oro demandaba más esfuerzo por el hecho de que se iban agotando los aluviones conocidos y era necesario emprender nuevos cateos.
En este contexto, el norteamericano Hall -y junto con el otros colegas- llevas cabo tratativas probablemente entre 1899 y 1900 con capitalistas chilenos, con la finalidad de arrendar sus pertenencias. El coronel Olascoaga refiere el hecho en 1901 de la siguiente manera:
“El modus vívendi en que han tenido que caer los propietarios de placeres auríferos para no perderlo todo, es bien triste y precario por no decir desesperado e irritante.
Mr. Hall, que administra aquello por sí y por cuenta de la sociedad fundadora, y a la vez muchos otros dueños de pertenencias, acaban por aceptar propuestas de arrendamientos de los lavaderos a diferentes empresarios chilenos, que por lo visto, son ellos los que tienen en nuestra tierra los medios de lucrar. Por supuesto, la remuneración del arriendo puede decirse obligado, se ha reducido para los alucinados descubridores y dueños, a una proporción propiamente homeopática”
Es probable entonces que la presencia de Corydon hacia 1899, tuviera que ver con los últimos preparativos para dejar en manos de tercero, la explotación de sus pertenencias, y planear más tranquilamente su retiro del escenario del oro. Pero este paso no se cumplió, fue asesinado antes.
Hall había quedado integrado a la familia de Olascoaga, al casarse con Belinda, una de las hijas del coronel, a quien conoció en 1890 cuando su arribo a Chos Malal. Sobre Belinda es poco lo que sabemos. En el retrato que le hará su padre, nos la presenta como una hermosa mujer de ojos penetrantes.
Un documento oficial señala que estuvo a cargo de la venta de «los sellos» de la gobernación hasta 1891, es decir en época en que Olascoaga era el gobernador del Territorio. Cuando éste culmina su mandato, Belinda renunciará al cargo y se marchará a Mendoza, junto con su familia.
Sobre su matrimonio no tenemos mayor información. Sabemos que Hall era viudo al momento de conocerla y que de la unión no se conocieron hijos vivos.
Lo cierto es que Corydon P. Hall no solo será yerno de Olascoaga, sino la persona de confianza, residente en el Territorio, a la que será posible acudir en la última instancia, y de la que se supone que goza de un prestigio intacto. Esto se pondrá de relieve en una carta que el coronel enviará a su hijo -a la sazón jefe de policía del Territorio- en 1891, luego de la finalización de su función de gobernador.
Olascoaga terminaba su gobierno con algunos episodios que hablaban a las claras de los enemigos que supo cosechar a su paso por el Territorio. En la mencionada carta, le expresaba todo el malestar que le provocaban los cargos e imputaciones de que eran objeto tanto él como su hijo, consecuencia de aquellos episodios. Condensando su amargura se preguntaba:
¿Por qué clases de responsabilidades querían sumariarte allí? ¿Sólo porque eras hijo mío?
En esa carta, Olascoaga instará más de una vez a su hijo a que en caso que decida ausentarse de Chos Malal, en virtud de los ataques referidos, acuda a Hall para la salvaguarda de sus bienes:
“Debes dejar encargado y dueño de todo a Mr. Hall que creo será más respetado que nosotros…
Te vuelvo a recomendar lo que más arriba te digo. Si lo crees conveniente ya sea porque quieras venir del todo o por mayor seguridad de los intereses, que todo eso quede en poder de Mr. Hall, Puedes arreglarlo como te parezca, ya sea como vendido, como encargado o hipotecado, etc.. etc. “
Milla Michicó, 27 de octubre de 1902
La vivienda donde se alojaba Corydon P. Hall, estaba instalada a orillas del Milla Michicó. La casa constaba de tres habitaciones contiguas, más una cocina que se hallaba separada a pocos metros del cuerpo principal. En la habitación central – junto a otra que funcionaba al mismo tiempo como depósito y dormitorio- funcionaba una «sucursal» de la importante casa de comercio de Salvador Trotta, de Chos Malal, atendida por dos empleados dependientes de la firma, Angel Zeta y Rafael Noriega.
En el mencionado plan de retiro, Hall -suponemos- habría arrendado temporariamente una de las habitaciones al comerciante de Chos Malal, propietario del inmueble.
Podemos dejar volar nuestra imaginación y pensar que ese día, en una rutina que probablemente insinuaba las últimas recorridas previstas a los lavaderos, el ingeniero Hall llegó a la casa luego de una jornada más de trabajo.
El día comenzaba a expirar haciendo más audible el silencio del paraje conforme la noche se anunciaba con sus indefinidos tintes.
Los dependientes Zeta y Noriega despachaban los últimos clientes al tiempo que percibían la llegada del ingeniero.
Conversarían un rato -no más allá del tiempo que la costumbre había asignado a esa fugaz sociabilidad nocturna mientras recogía algunas provisiones para la cena- y tras despedirse de los hombres, Hall se retiraría a su habitación.
Uno de los empleados tomaba al rato la misma determinación, mientras el compañero se demoraba en el boliche ultimando anotaciones y previsiones para el día siguiente.
No había absolutamente ninguna razón para que algunos de estos hombres, con sus cuerpos cansados a la espera de un descanso reparador, sintieran la necesidad de interrumpir la perfecta lógica cotidiana por la que sus vidas se ordenaban día a día pensado que esta vez el oro que se venía acumulando gradualmente producto de las pequeñas y continuas transacciones con los lavadores, obligara a un cuidado especial.
¿A título de qué conjeturar que esa noche, precisamente la del lunes 27 de octubre de 1902, no sería igual a la anterior? Cuanto mucho, la noche se encargaría de exagerar un tanto el clima de soledad y aislamiento -y acaso de peligro-, que el paraje en sí mismo imponía, pero fuera de ello (algo que era asumido por estos hombres como una condición inevitable y no necesariamente desagradable de la vida en la cordillera), no había motivo adicional de preocupación. Solo restaba esperar que el naciente día, con el esplendor del paisaje y la gravidez de su silencio -diferente al de la noche, inerte y sin vida-, impusiera una nueva jornada de trabajo.
No sabemos exactamente cuántas personas actuaron, ni cómo exactamente se desencadenaron los hechos esa noche. Solo sabemos de la violencia e irracionalidad que acompañó a cada uno de los gestos y acciones de los homicidas, por la descripción que de la escena del crimen, hicieron los que acudieron prontamente al lugar del hecho.
Es posible que Hall fuera sorprendido recostado en su cama, pues hallaron el cadáver en su habitación en mangas de camisa y sin botines, los pies sobre la cama como si hubiera sido arrastrado fuera de ella, su cabeza apoyada sobre un baúl, y sobre su cuerpo una mesa con las patas hacia arriba.
Los asesinos descargaron sobre el cuerpo de Hall toda su brutalidad: lo ataron de pies y manos y se cree que también lo azotaron, tras lo cual le cortaron parte de la lengua, para luego degollarlo.
Los dependientes fueron muertos con parecida saña, uno fue encontrado en su habitación con el cráneo deshecho, muerto a palos; el otro, fue degollado en el local del comercio contiguo.
La idea que predominaba en algunos vecinos de Chos Malal, allegados a las víctimas, era que el móvil del asesinato había tenido como objetivo el robo del oro allí existente. En ese momento había en la casa 11 kg. y medio de oro en polvo. Por otra parte, se sabía que el boliche de Trotta recibía de los mineros del lugar, cantidades importantes del preciado metal.
Respecto de estas muertes, no hemos podido hasta el momento, reunir más evidencia que la expuesta. La alusión que el ex-gobernador Olascoaga hace al respecto, hasta donde hemos podido averiguar, solo se limita a descalificar el horrible episodio y a mencionar que los asesinos jamás fueron descubiertos.
Lino Carbajal contará que el funesto episodio le es referido a fines de 1903 por Ascencio Sotero, vecino y comerciante español de Chos Malal, a la sazón empleado habilitado de la misma sucursal que la firma Trotta tenía en Milla Michicó, y en la que tuvieron lugar los hechos.
El dato nuevo que Carbajal brindará -sobre un episodio que hasta el momento ignoraba culpables-, como fruto de su charla con Sotero y con la gente del paraje, será la creencia de que el asesinato de Corydon Hall habría obedecido a «instigaciones de personas interesadas en la desaparición de tal hombre».
El paso del tiempo enriquecía las hipótesis. En 1902, como señalamos, se afirmaba que el motivo había sido, sin más, el robo del oro, provocado por conocidos o bien gente que no pensaba ir muy lejos. Los indicios que llevaban a esto, partían del hecho que al no dejar testigos vivos, los asesinos se aseguraban no ser reconocidos por los pobladores. En segundo término, el hecho de que las pertenencias de Hall, entre ellas el reloj y el anillo, no hayan sido sustraídas por los asesinos, daba pie para inferir que no tenían intención de alejarse del lugar, puesto que les habría resultado altamente comprometedor llevar consigo esos objetos.
Considerando esta atendible interpretación -sumada a la presunción de que el que actuó fue un grupo, toda vez que tuvieron que reducir y dar muerte a las tres víctimas, al parecer simultáneamente en diferentes sitios, según lo muestra la evidencia disponible-, cabría alimentarla con la sospecha de que, dada la importancia de la persona de Hall, en su asesinato habría aparte de los autores materiales otros involucrados, los cuales actuaron movidos por otras intenciones.
¿Estaría en el camino correcto la afirmación de Carbajal respecto a la existencia de instigadores interesados en aquella desaparición? Si este fuera el caso, la información disponible hasta el momento, no nos permite hacer ninguna corroboración al respecto.
Hall no estaba involucrado en la actividad política, como para poder pensar en la presencia de enemigos de esta clase. En todo caso, su suegro, pero se trataba de episodios que se remontaban a 1890 y ningún indicio habilita para abrir un interrogante en esta dirección.
En fin, más allá de todas las especulaciones que puedan hacerse sobre el caso, no cabe duda que el brutal asesinato de Hall y los dos empleados de Trotta fue un hecho que conmovió a la comunidad de Chos Malal, movilizándola a participar en la búsqueda de los culpables:
“Las autoridades han puesto especial tino a fin de poder aprehender a los culpables, y no solo las autoridades sino que todos hemos prestado nuestra cooperación con ese mismo objeto, y solo se ha logrado sospechar de algunos individuos los cuales están presos.”
La respuesta policial fue la inmediata detención de una treintena de sospechosos, con el aditamento de algunos indicios importantes, que se creía podían desembocar en una buena pesquisa.
En este sentido, se hacía mención al accionar de la policía local, que al seguirla dirección de unos rastros de sangre, dio con un rancho cercano al lugar del hecho, en donde rescataron el testimonio de un menor que allí vivía. El niño aseguraba que la noche del crimen, un hombre herido había llegado a su casa para ser atendido a fin de poder continuar viaje. Al parecer, el menor habría reconocido «como propia de su padre, una de las tabaqueras encontradas en la casa de Trotta…»
No obstante, nada se avanzó, y ante el olvido en el que el tiempo iba sumergiendo el caso, más se afirmaba la opinión de los pobladores del lugar, respecto de que los involucrados serían personas conocidas y que seguirían viviendo en Milla Michicó. A este respecto, es ilustrativo el testimonio de 1904, de Adolfo D’achary, vecino por entonces de Milla Michicó -había vivido primeramente en Chos Malal- y conocido poblador de Andacollo con posterioridad.
En una causa judicial -ajena a este asunto-, en la que éste se ve involucrado, el juez letrado Patricio Pardo ordena su detención. D’achary es avisado extraoficialmente de ello, por lo que se anticipa con un escrito al mencionado juez, sobre las consecuencias que el cumplimiento de aquella medida provocaría sobre su persona:
“Mi detención en estos momentos es mi ruina pues mis intereses consistentes en una casa de comercio con un capital de 10.000 pesos, de la que soy socio industrial no es mía, y ella quedará a merced de los primeros que quieran hacerme daño porque con la ida de la capital no tenemos garantía ninguna en nuestros intereses, y especialmente donde yo me encuentro radicado y rodeado por los principales cómplices del horrible crimen de Milla Michicó. V.S. lo sabe, porque bajo fianza se encuentran en libertad.”
D’achary no hacia más que afirmar lo que ya había recogido el padre Carbajal en torno a la existencia de instigadores.
Los tres hombres asesinados esa noche, fueron trasladados a Chos Malal donde serían velados e inhumados. Respecto del ingeniero norteamericano, algunas personas allegadas a su familia -su esposa estaba en Buenos Aires-, se encargaron de hacer los arreglos del caso y cuidar algunos detalles:
“Alrededor de la sepultura haremos una pequeña pared de piedras Hemos mandado hacer una cruz grande que están terminando dentro de cuatro días”
Uno de los amigos de la familia, señalaba apesadumbrado «el triste fin que vino a tener el pobre míster Hall, lejos de su familia y en un paraje tan abandonado»
Igual suerte les cupo a los dos dependientes asesinados, ambos de nacionalidad española. Uno de ellos, Rafael Noriega, tenía un hermano en Buenos Aires quien, enterado del hecho, reclamó justicia al tiempo que solicitaba mayor información sobre los bienes que habría dejado el difunto.
Del otro dependiente, Angel Zeta, se afirmaba que antes de llegar a Neuquén, había estado en una situación económica muy respetable en Salta, en sociedad con el gobernador de esa provincia y que un cambio de suerte lo habría llevado a la humilde condición de empleado de almacén en tal lejano paraje.
El caso, por los demás, fue cayendo lentamente en el más profundo de los silencios. En 1908, Olascoaga recordaba con pesar la desaparición de su yerno sin poder callar el hecho de que seguían «gozando hasta la hora presente, de completa impunidad sus asesinos, tanto por la parte de Chile, como por la de nuestras autoridades».
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído del libro: Oro en la cordillera del viento, (minería aurífera y sociabilidad, en los parajes cordilleranos del norte nequino, 1890 – 1920) Primera parte, de Hugo Alberto Bustamante
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