En menos de un año, dos gravísimos accidentes en dos minas distintas, situadas bastante próximas una de otra y pertenecientes a la misma empresa (CIMITA), terminaron con la vida de 13 mineros, y graves consecuencias para los que se salvaron. Ocurrieron en Taquimilán, cercana a Chos Malal en los inviernos de 1943 y 1944
El de la Mina “Santa Marta” de la Compañía Industrial y Minera Taquimilán (CIMITA en el vocabulario obrero) ocurrió no muy lejos de la mina “La Esperanza”, durante los días ocho y diez de junio de 1943. El día ocho se produjo la primera explosión. La deflagración en la boca de la mina provocó la muerte inmediata de dos trabajadores y dejó un saldo de varios lesionados. A los dos días, antes de que las labores de apuntalamiento de las galerías se hubieran finalizado, una nueva voladura en el pozo 25 fue aún mucho más grave: cinco muertos, dos desaparecidos y otros tantos heridos.
Casi un año después, el viernes 2 de junio de 1944, diez minutos antes de las veinte horas, todo el interior de mina “La Esperanza” fue sacudido por una tremenda explosión. El turno completo se encontraba trabajando desde las quince horas. Eran veintidós obreros y un capataz. Seis perdieron la vida. Cada uno de los restantes integrantes de la cuadrilla sufrió algún tipo de lesión. Muchos de ellos tardaran varios meses en reponerse definitivamente de sus heridas. El médico de la empresa minera, no tuvo necesidad de realizar autopsia alguna sobre los seis cadáveres de los infortunados mineros. Los efectos de la devastadora explosión estaban a la vista.
Quemaduras de tercer grado diseminadas en todo el cuerpo, intensos traumatismos, fracturas de cráneo y otras lesiones graves provocaron la muerte de Eduardo del Carmen Campillay, Avelino Cayul Quinchao, Samuel del Carmen Yañez Alarcón, Pedro Segundo Ibañez, Solano Jaque Retamal y Previsto Olave Arias.
Alejandro Fuentealba, testigo de aquella fatídica jornada laboral, expuso en el sumario iniciado: “mientras se encontraba perforando el avance de la Galería denominada 5-2, en compañía de su camarada Marcelino Quintana, fueron sorprendidos por una fuerte detonación, que provenía del lado del “Chiflón”; en tal oportunidad fueron arrojados a un pozo próximo del lugar donde trabajaban; teniendo la impresión de que hubiera sido empujados por un gran viento caliente”. Fue rescatado desvanecido. Juan Segundo Olave manifestó: “mientras acompañaba unas vagonetas cargadas con Carbón con rumbo a la superficie sintió al llegar a ella, un fuerte estampido y una masa de aire caliente y fuego lo impulsó hacia adelante tirándolo como a unos quince metros quedando medio atontado del golpe “.
El estruendo sorprendió a los hombres del campamento situado a dos kilómetros de la mina. Cuando concurrieron al lugar se encontraron con un panorama desolador. Juan Schwarz al llegar observó que todo se “encontraba en pleno desorden y que la atmósfera estaba llena de humo y polvo de carbón, no obstante, penetró y recorrió más o menos ochenta metros por el Chiflón donde encontró un obrero, a quién no reconoció y presume, se hallaba sin vida…” Juan Mayer se trasladó prontamente al lugar y dijo “…. que en efecto se había producido una explosión, deducción hecha, por cuanto había humo y madera destruida y una vagoneta volcada, como así también una gran confusión.”
Los seis muertos fueron sepultados en Chos Malal. Cada uno de ellos dejaba deudos. Era el caso de Samuel del Carmen Yáñez Alarcón quien estaba en concubinato con Alba Rosa Campos desde hacía año y medio, y como resultado de esa unión, el 25 de diciembre de 1943 había nacido Juan Carlos Yáñez. Aquellos que habían estado alojados en las habitaciones para solteros del campamento dejaron muy poco: camisas de trabajo, matras de labor, calzoncillos largos, toallas, alpargatas, una máquina de afeitar, bombachas, un diccionario “Brevis”, libreta de enrolamiento, certificados de nacimiento expedido por alguna oficina chilena, plata nacional, una libreta de ahorro del Banco Nación Sucursal Zapala, etc. Esos objetos no decían mucho de la densidad de sus vidas. Sin embargo, el oficial a cargo de la investigación informó de otro hallazgo que poco importaba para la pesquisa, pero sí dejó pistas para acercarse a la sensibilidad imperante en ese mundo del trabajo. Entre las pertenencias de los trabajadores se halló “un recibo de contribución de la colecta para los damnificados del terremoto de San Juan por valor de cuatro pesos moneda nacional ochenta centavos y otro recibo por valor de cincuenta centavos “.
Conducta solidaría frente los efectos devastadores del violento terremoto que el quince de enero de ese año había destruido la ciudad de San Juan. Los mineros de Taquimilán se habían sumado a un país conmovido por tamaña tragedia y habían hecho su aporte a la campaña para recaudar fondos promovida por la Secretaría de Previsión y Trabajo a cargo de su titular, el Coronel Perón.
La inspección llevada a cabo tres días después del accidente en La Esperanza dejaba constancia que el mismo podría haberse evitado. El informe era muy categórico a la hora de identificar responsabilidades y definir cómo se hubiera podido evitar este accidente:
- No empleando explosivos en las labores mineras.
- De utilizarse explosivos deberían haber sido manipulados por personal especializado y muy experto, rodeando la operación de las máximas precauciones posibles, cosa que no ha sucedido en esta oportunidad….
- El personal que trabaja a destajo debe ser vigilado por capataces a sueldo de la empresa, con lo que se evitaría que por el afán de obtener mayor beneficio se pasen por alto las medidas más elementales de prudencia.
- En ningún momento debe dejarse la mina ni confiar cualquier operación de importancia a personal sin la necesaria preparación técnica como ha sucedido en este caso.
¿Quiénes eran los responsables de la tragedia?
El 17 de Octubre de 1944, el Juzgado Letrado definió la situación procesal de tres trabajadores: “Hay suficientes méritos para sindicarlos prima facie incursos en la responsabilidad de orden penal, por múltiple homicidio y lesiones leves por imprudencia…”. Inmediatamente fueron conducidos a prisión en Neuquén. Los tres mineros acusados no eran argentinos. Juan Strobel había nacido en Wurttemberg, Alemania, el 31 de mayo de 1906. Su planilla prontuarial informa que era: rubio, casado, técnico minero con instrucción secundaria, estatura 1.81 cm, de aspecto social bueno. Los otros acusados eran chilenos: Hugo Pineda, de 1.64 cm de altura, aspecto social regular, cutis blanco; José Godoy: 1.66 cm de estatura, también de aspecto social regular, cutis trigueño. El trío gozaba de buena consideración entre el plantel de trabajadores de la mina. Ninguno parecía ser afecto a la bebida. Eran buenos trabajadores. Sin embargo, nada impidió que la acusación recayera sobre ellos.
La investigación rozó a otro trabajador de origen chileno, Manuel Rojas Santander. Trabajaba como perforista y como tal fue habilitado por la Compañía Salitrera Anglo Chilena. Junto con Hugo Pineda tenían a su cargo los explosivos que habían provocado el siniestro. Inicialmente la pesquisa lo consideró sospechoso para luego desechar su procesamiento.
A Pineda y a Godoy se les pidió treinta mil pesos a cada uno y a Strobel cincuenta mil, a efectos de garantizar la pena pecuniaria y responsabilidades civiles. El único que tenía medios y designó abogado particular fue Juan Strobel. Apelaron ante la Cámara Federal de Bahía Blanca, que en fallo del 30 de noviembre de 1944, consideró que no había motivo para fundamentar auto de procesamiento contra los trabajadores.
Aparte de la acusación que pesaba sobre ellos bajo la carátula de homicidio o lesiones por imprudencia que los hizo permanecer recluidos por largos meses, estos trabajadores sufrieron heridas de diversa consideración, sin contar además la pérdida de sus compañeros de trabajo.
Las empresas solían adjudicar la responsabilidad de los accidentes a la imprudencia de los trabajadores. Otro recurso empresario era sindicar como culpables a mineros fallecidos. La salida patronal era efectiva. El obrero muerto, al no poder dar testimonio alguno en su propia defensa, dejaba sus posibles argumentos literalmente sepultados junto a sus compañeros. Había muchos intereses en juego. Las finanzas de las empresas era uno de ellos. Eludir el pago de indemnizaciones o la voluntad por esconder la ausencia de contratos con las empresas aseguradoras a favor de los trabajadores oficiaba de seguro motivo, tanto como el temor a perder las licencias para la explotación de los yacimientos y sobre todo la responsabilidad penal que podía caberles por los siniestros causantes de tantas muertes y heridos.
Claro ejemplo de estas “prácticas” para evadir responsabilidades de pago se dio en el caso de la primera explosión en la mina Santa Marta, donde después de los hechos, la Compañía de Seguros Levi Hnos., “en su carácter de subrogadora de la firma patronal”, no efectuó el depósito de la indemnización por los desaparecidos Manuel de Jesús Espinoza y Welian Stefanovich “en razón de que no han aparecido evidencias que confirmen el fallecimiento de los obreros, como sería el cadáver de los mismos”.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído del libro: Historias secretas del delito y la ley – Peligrosos y desamparados en la norpatagonia. Compiladores: Susana Debattista – Marcela Debener – Diego Fernando Suárez
Capítulo: Me matan cuando trabajo, de trabajador homicida a héroe del trabajo – La muerte en las Minas, de Gabriel Rafart
El capitulo ha sido adaptado y resumido para una mejor lectura.
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