La evasión preparada en medio del hacinamiento de la cárcel de la nueva capital -un vulnerable tinglado de zinc galvanizado-, salvaje y cruenta, debía estallar a los dos años y dos meses de la fundación capitalina bendecida por el empavesado discurso del ministro del Interior Joaquín V. González. Es la historia de una gran planificación y mayor fracaso.
La idea de una gran fuga ya bailoteaba en los sueños de los procesados y convictos que -entre no pocas penurias y mortificaciones- habían peregrinado celosamente custodiados por cuarenta soldados del 2 de infantería (otras noticias contabilizaron 20 soldados y varios oficiales). En total, la marcha demandó 13 jornadas desde Chos Malal a la Neuquén recién fundada, como parte de la mudanza involucrada con el traslado capitalino de 1904.
Fue el capítulo más tardío y menos luciente de la fundación de Neuquén y un traslado boicoteado por los comerciantes de Chos Malal que se negaron a vender alimentos a la autoridad carcelaria para que, sin provisiones, el viaje fracasara. Tal éxodo sumó otras carencias: por ejemplo, el precario equipo de transporte.
En esos robustos argumentos abrevó la campaña de críticas encabezadas por La Prensa. Su crónica de la partida de los 41 presos -4 de ellos engrillados- en el mediodía del 4 de octubre de 1904 -digna alguna vez de narrarse- fue titulada por el aludido matutino con ninguna piedad: “Traslación inhumana de presos – Sesenta y siete leguas a pié”.
El convoy arribó por el camino de Añelo al kilómetro 1190 del ferrocarril Sud, y desde allí el grupo de bandidos, cuatreros y criminales alivió el corto tramo final: lo hicieron a bordo de un tren. Faltaba la escena final: avistar el miserable encierro de zinc o nuevo hogar, verdadero horno en el verano por venir, y posible foco de enfermedades.
El “cerebro” Benavídez
Los dos primeros intentos de fuga desde semejante encierro no llegaron a concretarse, y si bien el resultado de una nueva sedición y fuga lapidó aquello de que “la tercera es la vencida”, su planificación constituyó una trama merecedora de inscribirse entre los puntales de la novela negra.
El personaje principal e ideólogo de plan fue el bandolero chileno Benavídez, quien cruzó la cordillera dejando en su país un denso prontuario y graves causas pendientes. Por sus fechorías en el Neuquén fue capturado cuando lo “tomaron preso los señores Gómez de Ñorquín hace dos años” (versión de La Prensa) incautándosele un revólver y un cuchillo.
Para colmo de males de Benavídez, se instauró un pedido chileno de extradición, exhorto para el cual el bandido consiguió defensor: José Bruguera, juez de paz suplente de Neuquén.
En el mismo asunto actuó como fiscal “ad doc”, Abel Chaneton. Simultáneamente una amistad carcelaria de Benavídez, el también bandolero Darío Zabala, había conseguido la libertad y se había instalado en una casa de la nueva capital demostrando su voluntad de insertarse mansamente entre la población.
El plan lo armó Benavídez lentamente. Necesitaba cómplices, apoyo interno y externo, sobre todo porque Neuquén no era Chos Malal y los cerros y la cordillera con sus escondrijos, quedaba lejana (cuando fugó de la antigua capital el asesino Lara, pasó mucho tiempo en una cueva en las narices de los policías de Chos Malal).
En la Confluencia se necesitarían caballos, armas y dinero. Y si bien la cárcel carecía de muro exterior, esa facilidad no impediría que los evadidos quedaran expuestos. ¿Dónde esconder los caballos? ¿Dónde conseguir el dinero? El éxito debía basarse en la rapidez de la operación, con pocas armas adentro, abrir o violar dos candados de puertas internas, mucho apoyo exterior y una buena coordinación. Para lograrlo había que confiar sólo en unos pocos reclusos y tener buena comunicación con los cómplices de las cercanías.
Benavídez, víctima las mortificaciones que le destinaba el celador Arturo Pérez, reclutó un pequeño clan de fuga. Sus secuaces serían el presidiario Juan Bautista Coco, condenado por tiempo indeterminado; Manuel Medina, autor de un homicidio alevoso, y Cristóbal Molina, criminal condenado a 12 años de prisión.
De resultar exitosa la fuga, Benavídez pensaba vengarse de los Gómez, asesinarlos, y para eso debía cabalgar hasta Ñorquín. Es decir, necesitaba buenos caballos El operativo también demandaba armas disponibles en las cercanías (la policía no era un problema, pero sí los hombres del 3° de caballería al mando del teniente Velázquez). Además, urgía un crédito de cómplices externos a devolver con dinero fresco e inmediato, y, desde adentro, sólo llaves para los candados y un cuchillo. Tenía decidido degollar al celador Pérez y a un guardia, y quizás, que le ingresaran poco de dinero para un único soborno interno.
Como correo usaría a su defensor Bruguera, a uno -o más- componentes de la cuadrilla de presidiarios “veniales” (leves) que a diario salían a realizar trabajos urbanos, y también la buena disposición de ciertas muchachas que visitaban la cárcel; el destinatario principal: el bandido Zabala, pivote del operativo.
Vigilia bandolera
Al momento de la fuga -fijada para el lunes 18 de diciembre de 1905, casualmente un día antes del elegido por los “bandidos yanquis” para asaltar al Banco Nación de Villa Mercedes, San Luis-, una buena tropilla aguardaría escondida en el cementerio, a 200 metros de la cárcel. Otro aporte: una partida de carabinas Winchester de las que, finalmente, una decena entraron por un boquete de la cordillera. Para el dinero, no había otra salida que asaltar la precaria sucursal lugareña del Banco Nación y, básicamente, levantar un plano de esa casa bancaria.
Al parecer, el ya liberado Zabala se sometía hace tiempo a las audacias de Benavídez por quien es posible que sintiera un inevitable temor reverencial. Pero ¿le resultaría realmente confiable? Por lo pronto ambos usaban un “argot” propio, ideal para el caso de que interceptaran las breves cartas que enviaba Benavídez a su hombre puertas afuera. Si Zabala leía “Margarita”, sabía que equivalía a Winchester, que “boca negra” era revólver y “tabla cien” quería decir caballos.
Urdido el plan, el bandido Zabala comenzó a recibir mensajes diarios por medio de la cuadrilla de presos que salían hacia obrajes en el poblado.
El primer trabajo de Zabala fue levantar el plano de la casa donde funcionaba el Banco Nación, edificio casualmente en arreglos. El bandolero logró que el gerente S. Hernández lo tomara como peón albañil, pero no sería una tarea fácil, ya que si bien no tenía custodia policial, estaba a 250 metros de la comisaría.
La sedición podía contar con ciertas ventajas, puesto que algunos destacamentos de región habían sido levantados o por lo menos se había ordenado reducir sus planteles. Por otro lado, y contrariamente a lo que hubiera sucedido en Chos Malal, en la Confluencia y por ferrocarril, en pocas horas se podría desembarcar en los andenes de la estación Neuquén, a una legión de represores armados, como sucedió en la fuga concretada en 1916.
Manos a la obra
El plan de fuga del bandolero Benavídez con sus cómplices del presidio -y apoyo externo- mantuvo su fecha: el lunes 18 de diciembre de 1905. Al cabecilla le llegaban mensajes que respondía a través de la cuadrilla de presos menos peligrosos sacados para trabajos urbanos. El principal cómplice externo, Darío Zabala, bandido y ex presidiario en libertad, consiguió la tropilla que aguardaría en el cementerio con él a la cabeza. Compró en Linares y Cía. dos llaves para los candados que Benavídez necesitaba liberar para la fuga. El juez de paz suplente José Bruguera, su defensor en una causa de extradición de la que Abel Chaneton fue fiscal “ad hoc”, consiguió las pertenencias confiscadas a Benavídez -un cuchillo y un revólver- y se las entregó a Zabala. Así Bruguera pasó a ser un cómplice que además traficaba mensajes.
Zabala consiguió la “changa” como peón albañil en el Banco Nación, sucursal a asaltar tras la fuga. Levantó un plano perfecto con la ubicación de la caja de hierro y datos importantes: a 250 metros distaba la comisaria y lindaban con el banco el hogar del jefe de policía, el juzgado de paz, la casa del juez y la del secretario letrado.
Fracaso en la noche
El plano lo escondió Cipriana Gatica. Tres puñales, varios revólveres, un Winchester y 200 tiros de Remington, los ocultaron otras cómplices: Sinforosa Robles, Teresa Hillot y Gregoria Moraga. El único que sospechó fue algo el husmeador comisario Taylor.
Benavídez repasó los pasos del 18: abrir los candados, degollar a su odiado celador Arturo Pérez, fugarse con sus cómplices, asaltar al banco y, finalmente, galopar sin respiro con la tropilla para cumplir otra venganza: asesinar a los Gómez de Ñorquín, causantes de sus últimas penurias. Le ingresaron alentadores envíos de Zabala: el recuperado cuchillo, un zuncho, las llaves y este mensaje: “Te mando 50 pesos. Todo listo, soy buen amigo. Hago economías”.
El plan fracasó la noche del 12 al 13 de diciembre de 1905, cinco días antes de lo previsto. Al parecer fue interceptado un mensaje vía Zabala destinado al defensor. “Bruguera -rogaba- prométeme ayudarme hasta último momento” y que “En cuanto a Chaneton, lo arreglaré yo”. Esos textos, reproducidos por La Prensa, decían que “el señor Chaneton ha intervenido en la causa de extradición como fiscal ad hoc”. ¿Cómo arreglaría Benavídez el incógnito asunto Chaneton? ¿Es que Chaneton ya corría peligro de vida una docena de años antes del episodio que lo abatiera en 1917?
Darío Zabala, pivote del cabecilla -también chileno como todos los cómplices a excepción del Bruguera-, fue apresado y confesó todo. En cambio, Benavídez sentenció: “Es inútil. No les diré nada. Mátenme si quieren”. Se le confiscó un cuchillo, un zuncho de barril, dos llaves, una cadena de oro, un billete de 50 pesos cortado en 24 partes y la carta del reciente envío de Zabala. Los presidiarios cómplices, Medina, Roco y Molina negaron el plan de fuga.
“Del sumario que instruye la policía sobre el conato de evasión de presos de que di cuenta, se desprenden gravísimos cargos contra el juez de paz suplente de la capital señor José Bruguera, defensor del bandolero Benavídez …”, publicó La Prensa del 15 de diciembre, que reclamó una cárcel segura y esposas y grilletes para los condenados.
El jefe de policía J. Rodríguez Spuch halló enterradas en casa de Zabala, cartas valiosas para el sumario. El sabueso Taylor descubrió el depósito de armas.
La tropilla policial
El suceso carcelario tuvo varias secuelas: sumarios, recargos de condena y el encausamiento de Bruguera. El gobernador Bouquet Roldán fue autorizado a comprar 40 caballos y el ministro del Interior extendió la medida en beneficio de las mal equipadas policías territoriales. El gerente de la sucursal, S. Hernández, elevó la nota del 15 de diciembre al “Presidente del Banco de la N. Argentina” R. Santamarina. Explicó que la fuga tronchada “en la madrugada del 13 del corriente” tuvo por objetivo asaltar al banco. Agregó que la cárcel tenía 80 penados y su custodia 35 conscriptos. Era el tercer intento de fuga y “han sido tomados presos siete individuos…” además de las armas, municiones “y un plano de la casa donde está instalado el Banco”. Señalaba que la sucursal “no tiene seguridad de ninguna clase como lo ha visto el Sr. inspector Rosés”.
Tanto le habían pedido los gobernadores al ministerio del Interior la instalación de un Banco, que la nota del gerente del Neuquén fue pasada al ministro de Hacienda José A. Terry. Este ofició a Interior y de allí se pidió un informe al gobernador Bouquet Roldán (expediente 7570, legajo 35, de 1905, Sala X del Archivo Gral. de la Nación).
La caligrafía de la contestación de Bouquet Roldán (firmaba también E. Talero) pertenece a Emilio Rodríguez Iturbide, como lo fueron todas las notas de gobierno en dos de los tres mandatos de Eduardo Elordi). Está fechada el 9 de enero de 1906 y descalifica argumentos del gerente del banco, ya que, la sublevación preparada “por varios criminales alentados por la absoluta inseguridad de los galpones de zinc galvanizado en que se alojan, mientras el Superior Gobierno ordena la construcción de una Cárcel que responda a las necesidades del Territorio… no ha tenido por principal objeto el ataque al Banco como dicho empleado afirma”. Alentaba el reemplazo de aquella cárcel para 60 presidiarios pero que alojaba 96, número que “el corriente mes de feria aumentará notablemente…y la probabilidad de que los fuertes calores reinantes desarrollen, por razón del hacinamiento, alguna epidemia que sería fatal”.
El caso Villa Mercedes
Bouquet Roldán admitía que el plan incluía “atacar el Banco y algunas casas de negocio” para proveerse de dinero, ropas y más armas. Aclaraba que la sucursal estaba en una “casa común construida para habitación de familia de material cocido y una cerca del mismo material con verja al frente que da a la calle”. Para Bouquet Roldán bastaba con un sereno por las noches, “que respondiese de por sí y eficazmente a un caso remoto e improbable”. Para una custodia, el gobernador exageraba para desestimar los reclamos del gerente bancario: 4 o 6 hombres y relevos cada 24 horas. Es decir, una cantidad de policías “con que una comisaría tiene que atender todo un Departamento del Territorio”. Pedía prioridad para la cárcel, dotándola por lo menos de “una muralla de circunvalación” y ampliar sus instalaciones.
Pero 21 días antes de esta nota elevada por el gobernador, había sido asaltada la sucursal del Banco Nación de Villa Mercedes (el 19 de diciembre, es decir, un día después del planeado para el asalto en Neuquén). Después de Navidad -el 27-, el presidente del banco, R. Santamarina, debió requerir al ministro del Interior (expediente 153 del año 1906) “se establezca una vigilancia permanente en las sucursales que este Banco tiene establecidas en los Territorios Nacionales”, detallándole las carencias y “el completo desamparo” en que se hallaban, aludiendo al suceso “que ha tenido lugar recientemente en la Sucursal Mercedes (San Luis) y otros hechos análogos”. El 12 de enero el ministerio despachó una circular a los gobernadores de los 4 territorios patagónicos y a los de La Pampa, Chaco, Formosa y Misiones La única respuesta hallada en archivos y que cumplió el pedido del ministro, está fechada en Rawson el 3 de marzo de 1906, en el expediente 1652, legajo 8, del ministerio respectivo. La firmó Julio B. Lezana, aquél gobernador del Chubut que en una gira por “las cordilleras” bailó con Etta Place, la audaz integrante de la banda que asaltó la sucursal de Villa Mercedes.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Publicado en el Diario Río Negro, en dos artículos, “Fracaso de la primera fuga de bandidos y criminales” y “Cómo abortó la fuga de presos y asalto al banco”, los días 19 y 26 de Octubre del 2003. Artículo escrito por Francisco Juárez.
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