Bajo un manto de nieve. Un relato de Zainuco.

Con paso ligero. Abel Chanetón se dirigió a su diario. La palabra del comisario no había logrado despejar sus dudas. El horizonte se cubría de brumas. Si Staub había posibilitado un traslado impecable, sin ningún tipo de irregularidad, ¿por qué a Blanco le fue imposible cumplir del mismo modo?.
Colocó su abrigo en el perchero y blandiendo su libreta de anotaciones se acercó a su impresor, José Edelman, para comentarle sobre lo que creía se estaba convirtiendo en un invalorable hallazgo.
—José, ¡no me vas a creer!
—¿De dónde venís tan agitado?
—Estuve con Staub y tengo su declaración, que vamos a publicar mañana en página central.
—¿Qué es lo que no te voy a creer?
—Ahora te cuento —con simpático movimiento se aproximó al brasero y se sirvió una taza de café que dejó sobre la mesita vecina mientras pasaba al baño—. Decime una cosa, José. Si vos estuvieras al mando de una tropa numerosa, más o menos veinte hombres, y tuvieras la misión de trasladar a un grupo de no más de diez delincuentes de Aluminé a Neuquén, ¿crees que sería factible que te sorprendiera un motín?