El temor al bandido – parte 1 – La evasión de presos de la cárcel de Neuquén, desde la cordillera

El día 25 de Mayo de 1916 llegó un mensaje urgente a «La Zulema» (estancia de la familia Zingoni) del Comisario de Junín de los Andes, diciendo que se informen, y lo hagan llegar a la Comisaría de «Las Coloradas» lo más pronto posible.

El mensaje decía que se habían evadido todos los presos de la cárcel de Neuquén, cometiendo toda clase de desmanes, asalto al Banco y a las casas de negocio; que habían maniatado al Gobernador, al Juez Letrado y al jefe de Policía, y los habían metido en una máquina del Ferrocarril, largándola rieles abajo, sin conductor; que se habían apoderado de un tren, llegando a Zapala, a donde habían cometido toda clase de asaltos y desmanes; se habían apoderado de caballos en las estancias de los señores Trannack y seguían hacia el sur.

Con la premura del caso se envió a Arturo, en el Ford T, con el mensaje a «Las Coloradas». Pero en la Comisaría se encontraba únicamente el subcomisario Lunati y un vigilante, ya que el Comisario Aranguren y el resto del personal se habían ido a «Lapa» a festejar el 25 de Mayo, donde en una casa de comercio se realizaban carreras.

El Subcomisario ordenó de inmediato al vigilante que ensillara un caballo y se fuera a «Lapa», distante 30 kilómetros.

De regreso a «La Zulema», lo acompañaron a Arturo Kruuse, Pascual Lanfré y el mecánico Sheffel. Traía 8 balas de que disponía la Comisaría, ya que en «La Zulema» había un Remington que carecía de ellas. De paso por «Cortaderas», se agregó Ravetto con un Winchester.

Don Luis Zingoni había dispuesto llevar los libros de contabilidad al cementerio, situado en lo alto de un cerro dominado por una alta barda, el cual está cerrado por un cerco de pircas. Y todos los que estaban en la casa, se irían a algún lugar, quedando en la casa únicamente Marcelo Bagli y Arturo Kruuse, para que, si llegaban los evadidos, los atendieran, o dejarlos que se llevaran las mercaderías que quisieran.

Se encontraban allí alojados de paso, un señor de Las Malvinas y dos ingenieros, uno que apellidaba Molinari y el otro tenía un apellido francés.

Entre los tres citados, le comunicaron a Don Luis que se podía organizar una defensa contra un número muy superior que llegara de afuera.

Así fue que apilaron fardos de lana y de cueros contra cada puerta y ventana que daban al exterior; y a cada lado de las puertas practicaron agujeros a través de la pared de 45 cm de espesor, los que del lado exterior tenían solo un par de centímetros de diámetro y por la parte interior unos 25 cmts. Frente a cada agujero, se colocaría un hombre con un arma de fuego.

Bandolerismo en neuquén

Yo no había cumplido aún los dos años de edad -me faltaban 17 días-, y recuerdo perfectamente que fuimos llevados por el tío Arturo Kruuse en el Ford T a un puesto de «La Blanca», escondido fuera de la ruta atrás de unos cerros, en compañía de mamá, mi hermana mayor Libia y mi hermana menor Coca de menos del año, y también fueron llevados la señora de Don Femando: Doña Emma e hijos, que vivían en «La Blanca», sobre la ruta, muy cerca del puesto, que estaba a cargo de Luengo. Nosotras, recuerdo, estábamos ubicadas en el centro del rancho, frente a la puerta, y la familia de Don Femando contra la pared, y tuvimos que dormir arriba de unos cueros. Estos viajes se realizaron en la madrugada del día 26.

En la casa de negocio de «La Zulema», contra la cornisa del techo que daba frente al camino, se colocaron bolsas llenas de arena, donde debían parapetarse 4 o 5 hombres armados, no bien hubiera temor del arribo de los evadidos.

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Cuando empezaba a oscurecer, apareció la silueta de un automóvil sobre la loma del horizonte. Entonces subió Arturo con otras tres personas al techo, armados con Winchester. El automóvil resultó ser el Mercedes de la Gobernación, único auto disponible en Zapala en esa oportunidad.

Todos allí opinaron que, si los evadidos se habían provisto de caballos en Zapala, también se habrían podido apoderar del automóvil, y algunos vendrían adelantándose.

Cuando se aproximaron a la casa y vieron gente armada sobre el techo, se paró sobre el estribo del auto el Comisario Maffei, de Zapala, agitando un pañuelo blanco con la mano levantada. Le acompañaban cinco personas bien armadas, que decían que venían a defender a los pobladores del sur. Al citado Comisario se le había puesto en la mollera, que esa misma noche los evadidos llegarían a «La Zulema».

A 300 m. de la casa, estaba acampada la tropa de mulas, que en esa ocasión eran las de Catan Lil y la de Sañi Co, con un personal de más de 200 hombres.

El Comisario le ordenó a Kruuse y a Bagli comunicarle a Ibáñez, capataz de la tropa, que se retirara a la casa con toda la gente, porque esa noche, en el tiroteo que se produciría cuando llegaran los evadidos, los carreros quedarían entre dos fuegos. Ibáñez respondió que le dijeran al Comisario que cuando terminaran de churrasquear, se irían para las casas, como lo había ordenado.

Cuando llegaron con la respuesta, los choferes de los Mercedes, recibieron la orden de retirar los autos de donde estaban estacionados, pues quedarían con las gomas averiadas como consecuencia del tiroteo. Los choferes eran Morales, del de Zingoni y Cía., con Ondetti de ayudante; y el de la Gobernación lo manejaba Francisco Pollero, que tenía como acompañante a Chindo Álvarez, hermano del Dr. Gregorio Alvarez.

A un kilómetro de la casa vivía Hermosilla, un empleado de la firma y su familia, a quien se le había entregado un revólver para que efectuara 5 disparos en cuanto se diera cuenta que se aproximaban los evadidos. De centinela de turno, fuera de la casa, estaba el mecánico Sheffel.

Kruuse y Morales se disponían a poner en marcha los motores de los autos, para retirarlos. El primero, a punto de darle manija al Mercedes de Zingoni y Cía. (no existía arranque eléctrico entonces), y Morales, por hacer funcionar un farol a carburo del otro Mercedes, cuando en el interín se oyeron los 5 disparos que efectuó Hermosilla. El centinela Sheffel y Chindo Álvarez corrieron de inmediato a dar aviso a los que estaban dentro de la casa, en el momento que el Comisario estaba repartiendo armas y municiones.

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¡Allí comenzó el pánico!, pues de los 4 que debían subir al techo lo hicieron casi todos, uno detrás del otro, hasta Sheffel, que dijo que él no podía subir escaleras.

Quedó abajo en el comedor, con ventanas al patio interior, Don Luis; detrás de la puerta del pasillo que sale de la cocina hacia el patio, se ubicó un vecino llamado Salvador Lisi, armado con dos hachas, una de mango largo de hachar leña y otra de mano, a las que había afilado como para afeitarse con ellas.

La única entrada habilitada a la casa era la de la cocina, y de allí por la puerta que custodiaba Lisi, se salía a un pasillo que daba al patio central. Lisi exclamaba, mostrando el hacha grande: «Si me quitano cuesta, cuesta no me la quitano», refiriéndose al hacha chica que tenía a su lado.

El señor malvinero, con una pistola Mauser, Alejo Capitán (padre del brigadier), armado con una horquilla de levantar pasto, estaba en el patio, al extremo del pasillo, y José, el hermano mayor de Marcelo Bagli, se ubicó en el galpón de frutos, frente a la ventana que daba al patio, que tenía una teja hecha con zunchos de barriles. En tanto, Pascual Lanfré con José Ariás, se apostaron detrás del mostrador del negocio, frente a la ventana qué daba al exterior. Todo se desarrollaba al oscuro, en una noche que lo era por completo.

Morales, el chofer del Comisario, era corto de vista, pero a pesar de la oscuridad intensa, pasó dos alambrados, un canal y un arroyito, yéndose a esconder debajo de una cama de la vivienda de José Arias, personal de Catan Lil.

Julio Arriagada no quiso entrar: dijo que se cubriría mejor detrás de los automóviles; Don Bautista Ubice, habilitado de Zingoni y Cía. en «La Verde», se quedó desarmado afuera. Por no dejarlo sólo a éste, Arturo Kruuse se quedó con él y se corrieron hasta frente a la ventana que daba al despacho de pasajes, donde se hallaban Lanfiré y Arias.

Se oía un tropel de caballos que se acercaban a la casa. Kruuse lo instó a Ubice a entrar, pero éste dijo: «¡¿Qué me van a hacer a mí los evadidos?!» … y no entraron. En tanto, se produjo un barullo tremendo sobre el techo del negocio, donde habían subido los asustados.

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Estaban Arturo y Bautista a 3 metros de la citada ventana, cuando el Comisario puesto de pie sobre el techo, gritó: «¡Alto, si no contestan, hacemos fuego!». Ibáñez contestó: «¡No tiren, somos nosotros, los carreros!»

A causa del ruido que producían sobre las chapas del techo los que se habían encaramado al mismo, el Comisario no oyó la respuesta del capataz, e inmediatamente empezaron los disparos de unas 15 bocas de fuego, pero con un ángulo de 45 grados, dirigida a la ventana donde se encontraban los ya nombrados. Les tiraron 2 o 3 tiros de revólver, que pasaron por lo menos a medio metro sobre sus cabezas.

En ese momento llegó al lado de Kruuse un peón de Bautista, que gritaba: «¡Le están tirando a los carreros!» Parece que nadie oía, con el ruido infernal de los tiros. Entonces, los tres comenzaron a gritar tan fuerte como podían hacerlo: «¡No tiren, que son los carreros!» Pero nadie los escuchaba. Fueron bajando la dirección del tiro, cuando llega corriendo Ibáñez y le dice a Arturo: «Usted que sabe por dónde se puede entrar a la casa, vaya a decirles lo que pasa». Arturo corre a la cocina; de allí quiere pasar al pasillo, sin recordar que detrás de la puerta estaba Lisi con sus hachas. No alcanzó a abrirla, porque se la sujetaba el precitado. «¡Salvador, le están tirando a los carreros, soy Arturo!» Le oyó Don Luis desde el comedor, y le ordenó a Salvador Lisi que le abriera, y corriendo entró Arturo, pese a la oscuridad, y cuando estaba por salir al patio, ve la silueta de Alejo Capitán a punto de atacarlo con una horquilla; ahí sintió cómo se le ponían los pelos de punta… le gritó lo que pasaba, y salió al patio gritando: «¡No tiren… son los carreros!» De inmediato alguien le apuntó desde el techo, en el preciso momento que uno de los ingenieros asomaba la cabeza subiendo por las escaleras. El que apuntaba dirigió el arma hacia el ingeniero, que se salvó de no ser baleado porque al mismo tiempo se le escapó un tiro a Chindo Álvarez, que estaba solo a diez metros del grupo principal, sobre el techo; entonces, el del techo cambia bruscamente la puntería hacia Chindo, quien grita: «¡Se me escapó un tiro!» Al mismo tiempo José Bagli, a quien todos apodaban Pepino, y era el contador de la firma, oyó el primer aviso de Kruuse, y salió corriendo al patio a gritar lo mismo. Sobre el techo había un Winchester que daba vueltas sobre el aire, sin disparar; era Ravetto… Entra al patio Ondetti, un peón de la tropa, y Arturo Kruuse le pregunta: «¿Qué le pasó a Bautista?». – «iRecibió un balazo!…» Fue la víctima del pánico. ¡Nunca se había visto gente tan asustada como en esa noche trágica!

Don Bautista Ubice se fue en sangre esa noche. Los que estaban asustados sobre el techo, cuando bajaron de allí, sostenían tercamente que desde abajo les habían tirado.

Al día siguiente, Kruuse subió al techo para observar los impactos de los tiros, que uno de los más asustados decía les habían hecho, empecinado en convencer a los que estuvieron abajo, y encontró que había impactos en las bolsas de arena que se habían colocado llenas al borde del techo, pues después que suspendieron el fuego, que lo hacían hacia abajo, resultó que los mismos fueron rebotes de granos de arena que esparció un tiro del empecinado que no hizo asomar la punta del caño del Winchester sobre las bolsas… ¡Hasta tal extremo era el susto que tenían!

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Con los carreros, se habían unido 22 hombres a caballo, que venían de «La Zulema Vieja», a donde habían estado festejando el 25 de Mayo. Ese era el tropel que se oyó en la noche.

Pero los evadidos de la cárcel no aparecieron por allí. Respecto a esto, tendría para un libro, me dijo Arturo Kruuse, a quien le solicité la narración de los hechos, ya que le tocó actuar la noche trágica en Catan Lil durante el pánico que sufrieron unos cuantos esa noche.

Muchos de los presos, obligados a la fuga por los cabecillas, se entregaban en la primera casa que encontraban con la puerta abierta en el mismo Neuquén, entregando el arma de que habían sido provistos.

Quisieron apoderarse de un tren, para venir a Zapala, pero no dieron con el maquinista, que se había escondido. En Plottier mataron a uno de los hermanos Plottier, y allí, parece, se hicieron de caballos, con los que varios cabecillas siguieron con rumbo a la cordillera. En Nogueira, de noche, se apersonaron al dueño de casa, Don Pedro Pacheco, y requirieron de él caballos de refresco. Este era un grupo de 5 o 6 hombres, según oí de boca del señor Pacheco. Llegaron a la costa del río Collon Cura, entonces crecido como pocas veces se lo había visto: allí se apersonaron a Roque Bello, inquiriéndole les indicara el mejor lugar para vadear el río. Don Roque les dijo que creía imposible poder vadearlo por la creciente que traía, pero les indicó un lugar donde se formaba una isla, por correr el río en dos brazos. Parece que por allí se largaron. Posteriormente se supo que el que capitaneaba este grupo era Martín Bresler, y que fue el único que se salvó al cruzar el Collon Cura, huyendo a Chile.

Martín Bresler había actuado en la guerra de los bóers contra los ingleses en el sur de África, y tenía una puntería notable con su arma, por lo que la misma policía se sentía disminuida ante su probable presencia. Fue injustamente condenado a prisión, sin la participación del juez, debido a la acusación de un vecino de su campo, que lo denunció por el presunto robo de un vacuno.


Fragmento de Sucedió en Catan Lil, 1897-1922 – de Celia Zingoni, Editorial Dunken


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