En la seductora tierra del Norte Neuquino existe una bella localidad, pintoresca y pequeña, llamada “Varvarco”, que guarda muchas historias y esconde secretos. En su avenida principal se ubica el destacamento de la Policía Provincial, el cual en su frente tiene ubicado un monolito solitario que fue inaugurado el 29 de noviembre de 1980 en un acto que contó con la asistencia de autoridades, pobladores y personal policial de la zona. Se descubrió aquel día una placa de bronce recordatoria con motivo de haberse cumplido el centenario de la designación del Señor Benjamín Belmonte como “primera autoridad civil y Comisario de Campaña del Neuquén de la Colonia Malbarco”.
Al respecto y antes de hablar sobre Benjamín Belmonte, eje central del artículo, pondremos un contexto sobre la existencia de la mencionada colonia. Con el nombre genérico de “Colonia Malbarco” se conocía la zona del Alto Neuquén (actual departamento Minas) y comprendía por ende el río Varvarco, que antes de la llegada de las tropas expedicionarias de 1879 conformaba ya una próspera colonia de chilenos afincados en tierras que arrendaban a los “picunches”. Estos ocuparon entre otros lugares, los parajes Charra Ruca, Bella Vista, Huinganco y Los Roblecillos (La palabra “Malbarco” es corruptela de “Huarhuar”, onomatopeya del murmullo de las aguas sobre todo de las termas de esta región. La palabra “Co”: es Agua). En la cartografía oficial se le impuso el nombre de Varvarco, que no consulta el patronímico histórico de este topónimo. El primero en utilizarlo fue el Coronel Manuel José Olascoaga.
Allí había una población diseminada de unos 600 chilenos afincados permanentemente todo el año, que cruzaban habitualmente la cordillera, salvo en invierno. Otros venían para la época de verano trayendo su ganado a engordar en una especia de trashumancia, diseminados en los distintos valles que los lugareños señalaban con el genérico nombre de “Malbarco”, aunque el río Varvarco era solamente una parte de la colonia. El adentrarse los chilenos en los valles controlados por los “picunches” llevó a que las autoridades chilenas nombraran “delegados” de la misma nacionalidad en nuestra tierra, los que recibían instrucciones desde los poblados de Angol o Chillán.
Pero la zona norte antes de ser colonia chilena, ya abarcaba una rica historia cultural aborigen, su génesis no empezó con la colonia Malbarco, pero sí guardó relación estrecha con la misma una vez creada, es por ello que diversos autores fueron descifrando esa génesis en diferentes escritos, los que nos dan enfoques variados sobre estas circunstancias, en el libro titulado “Chos Malal entre el olvido y la pasión” (2006), se consigna:
“…para el siglo XVI el norte del territorio neuquino estaba habitado por los pehuenches que ocupaban la zona montañosa en ambas vertientes cordilleranas. Los primeros conquistadores españoles arribados a esta zona provenían de Chile con la finalidad de obtener mano de obra indígena esclava, la búsqueda de sal y la exploración de nuevos territorios para detectar la existencia de minas de oro y plata (…) el siglo XVIII se inicio con una etapa de armonía entre los grupos hispanos criollos y pehuenches. Estos últimos, en calidad de aliados y protegidos, establecieron alianzas con las autoridades coloniales, a los efectos de evitar los conflictos armados con los huiliches y el ataque de éstos a las poblaciones españolas instaladas en Chile. En Neuquén no existía presencia de funcionarios españoles ni población blanca estable, por lo que la región era un lugar de dominio indígena (…) como consecuencia de los primeros contactos en este mundo fronterizo, se produjeron transformaciones en las sociedades indígenas de Chile, Neuquén y La Pampa. Con la incorporación del caballo y el aprovechamiento de la fauna europea, especialmente vacas y ovejas, los grupos cazadores recolectores transformaron su organización económica, extendiendo estos cambios al ámbito social y político. El caballo fue el punto de inflexión, que permitió una movilidad más rápida para la circulación y comercialización del ganado (…) Las parcialidades indígenas conformaron unidades políticas con territorios bien diferenciados. En esta época el río Agrio actuaba como límite de dos naciones, la huiliche al sur y la pehuenche al norte. Las tolderías pehuenches del norte neuquino se encontraban a lo largo de los valles y cuencas de ríos. En el siglo XIX se asentaron casi permanentemente teniendo en cuenta el ciclo de veranada e invernada. El dominio de las rutas y los accesos para el cruce de la Cordillera de los Andes fue primordial fuente de poder que tuvieron los caciques pehuenches. Los pasos más frecuentes utilizados fueron Las Lagunas de Epulauquen y Pichachén, donde se comunicaban con Alico, Los Angeles, Tucapel y Chillán. Esos pasos eran vigilados por los pehuenches desde las alturas. Era tan asiduo el tráfico que habían sendas o huellas de herradura muy bien marcadas, se llamaban “rastrilladas” que unían la pampa húmeda con la cordillera (..) Para fines del siglo XVIII y principio del XIX se estimaba una población de 10.000 aborígenes a ambos lados de la cordillera. Los pehuenches conformaron un notable circuito de intercambio comercial que comprendió las poblaciones y guarniciones militares chilenas aledañas a la cordillera, la zona cuyana y las tribus pampeanas y patagónicas.”
“Los hacendados chilenos constituyeron el principal mercado consumidor y distribuidor del ganado pehuenche. Los comerciantes trasandinos abastecían al mercado interno y el resto de animales en pie y productos derivados como la carne salada, el sebo y el cuero, eran exportados a los centros mineros de Potosí, a través del puerto de Talcahuano. Además se atendía la demanda de otros centros coloniales, llegando incluso a España una parte de la producción. En estas transacciones se empleo el sistema del trueque (..). Los malones permitieron la apropiación del ganado de las estancias ubicadas en la frontera bonaerense (..) el comercio de la sal fue tan importante como el ganado y el tejido. Los yacimientos de Neuquén estaban en manos pehuenches en Pichi Neuquén, Huitrín, Chorriaca y la sal de gema de Truquico. La sal era un bien preciado en Chile. Los asentamientos coloniales en ese país debían proveerse de una importante cantidad, no solo para consumo humano sino también para la salazón de carne, que era exportada a los centros mineros de Potosí y España. Desde Chile partían muchas caravanas de mulares, previa autorización de caciques pehuenches. Las crónicas de la época, refiere que la sal chilena producía más malestar que las lanzas araucanas (..) Cada carga de sal representaba 115 kg. un registro de 1795 documenta que un grupo de 364 pehuenches llevó hacia Chile 839 animales de transporte y carga, 921 caballos, 65 mantas y 807 cargas de sal. A cambio obtuvieron 649 cargas de trigo y vino. En el caso de los cereales y trigo, la equivalencia era una bolsa de sal por una de trigo. Se encuentra documentado que para fines del siglo XVIII se habían comercializado 60.000 ponchos pehuenches, era posible obtener por cada uno de ellos entre 12 y 16 yeguas (..) no hay registros de los miles de cabezas de ganado ingresadas por los pehuenches, esto se debe quizás a que los comerciantes y hacendados chilenos estaban inhabilitados por las leyes de la época a comprar el ganado robado por los grupos pehuenches en la región pampeana. De manera que dejar estos datos por escrito era poco menos que imprudente (..)”
“Existieron importantes parlamentos entre las máximas autoridades coloniales y los principales caciques, estos contactos formales de intercambio cultural eran para evitar las rebeliones, mantener la paz y organizar los contactos. Se hacían mutuos regalos y presentes, se bebía y comía muy bien. Los pehuenches recibieron de regalos muchos kilos de chaquiras, eran muy apreciadas por las mujeres que las empleaban en los tapahué o tocados femeninos. También recibieron indumentaria europea que vistieron algunos caciques pehuenches, chupas, sombreros, bastones con puño de plata, paños, etc, eran muy afectos al uso de las mismas. Les permitía distinguirse entre ellos y destacarse, la misma era señal de poder, prestigio y riqueza (..) Por último las relaciones informales entre ambas sociedades estaban dadas por la presencia de “mercachifles”, lo que fue prohibido por autoridades chilenas en territorio indígena, ya que proveían de armas y bebidas alcohólicas a cambio de ganado. Recorrían los asentamientos con autorizaciones o salvoconductos previo iniciar la travesía ante el cacique principal, se utilizaba el trueque. Estas actividades ilícitas no fueron controladas por las autoridades fronterizas chilenas …”
Al respecto el historiador Félix San Martín, amplía diciendo:
“…El general Bulnes, antes de ser presidente de Chile (militar que en el año 1832 prácticamente exterminó a la banda guerrillera Los Pincheira en las Lg de Epulauquen), y el coronel del mismo apellido, jefe del regimiento de granaderos destacado durante años en la frontera de la Araucanía, arrendaron por medio de “capataces” habilitados extensos campos a los caciques picunches, a quienes les compraban las haciendas que los indios arrebataban de nuestras estancias. A más de los Bulnes, otros personajes trasandinos intervinieron en el tráfico comercial a que daban lugar los numerosos arreos fruto de aquellas depredaciones. Se trataba de un intercambio que tenía sus raíces siglos atrás, pues desde los albores de nuestra riqueza ganadera, en plena época colonial, Chile fue el tonel sin fondo al cual iban a parar los ganados argentinos robados por los indios. Al darnos cuenta de la magnitud de aquel comercio, los argentinos supusimos que las autoridades chilenas intervenían directamente en la vida de nuestras tribus araucanas, sirviendo de base a esa opinión, más que el examen imparcial de los hechos, la justa indignación ante el aparente apoyo de la barbarie del malón, traducida para nosotros en la muerte y cautiverio de miles de habitantes de nuestra campaña, en el incendio de poblaciones y campos, en la merma altísima del rodeo nacional. Era el caso de aquellos señores, de conciencia un tanto elástica, aprovechaban en beneficio propio el producto de los malones, comprándoles a los indios por uno lo que valía cincuenta. Es natural que este comercio impusiera la necesidad de tener representantes a este lado de la cordillera, en el mercado mismo de las pardas transacciones (delegados y capataces). De ahí la presencia de chilenos de algún volumen social entre las tribus del norte del territorio, pero sin ninguna autoridad sobre ellas. Es posible que estos agentes particulares estimularan el robo de ganados, proporcionando armas y consejos a los indios, como que a mayor movimiento correspondían mayores ganancias. Alguna vez hasta ellos mismos tomaron parte personal en las “invasiones” para ganarles la mano a sus émulos, anticipándoseles en la compra de los arreos. Los indios los toleraban y llegaron a vincularse con más de uno de ellos, porque estaban en su propio interés mantener las tales relaciones con aquellos cristianos, sus únicos clientes para el saldo de sus robos… ”
La zona también fue escenario de la misión jesuítica del Padre Bernardo Havestadt (1752), quedando registros escritos de la misma y la anécdota de Havestadt de la dificultad que debió enfrentar al enfermarse los caballos y mulas de su expedición por la ingesta del huecú, un pasto tóxico que denominó “yerba maligna” (en realidad era un tipo de coirón de la zona). Hubo otras, como la de Justo Molina y Vasconcellos (1804) y Luis de la Cruz (1806) que fueron expediciones civiles exploratorias con fines de utilización vial, y las dos travesías de Aldao (1788-1792) que fueron expediciones militares exploradoras. Como hemos visto la zona ya era conocida en la antigüedad por españoles, chilenos y otras parcialidades aborígenes trasandinas.
Gregorio Álvarez, escribió sobre el “Comercio de los Pehuenches del Neuquén con Chile”, y dijo:
“…Una vez que fue lograda la paz entre los indios chilenos y los españoles de Chile, lo que no poco se debió a la estrategia de Dn. Ambrosio O’Higgins (1772), se reactivó el comercio ya existente entre los pehuenches del Neuquén y las ciudades chilenas. Consistía principalmente en trueque de mercaderías. Los pehuenches llevaban vacas, caballos, pieles, sal de lilco (sal gema rosada o de piedra) procedente de Triuquico cerca de Chos Malal, piñones, tejidos y artesanías de cuero, traían de vuelta a sus pagos artículos de ferretería, chaquiras, añil para teñidos, telas y toda clase de comestibles y bebidas. Por vino y tabaco los indios pagaban cualquier precio. Por dos o tres argollas de hierro para amarrar el lazo a la cincha, pagaban dos caballos y una vaca gorda. Un objeto muy codiciado fue la sal gema rosada, llevada en bloques, era tan pura que era preferida a la sal sucia que se obtenía en Chile, cerca de la desembocadura del Maule. Los vecinos de Antuco supieron asegurarse el monopolio del comercio con los indígenas, pues consideraban como un secreto sus conocimientos de los Andes, a los que se agregaba la ventaja de mantener contacto con aquéllos y dominar su lengua. Anualmente tres o cuatro tropas de mulas salían de Chile y se internaban muy adentro, en determinados lugares en los que se reunían con los indios para suministrarles trigo, maíz y demás artículos mencionados, recibiendo en trueque sal y ganado en píe. …”
Ya adentrado el siglo XIX en Malbarco solo habían dos portentosos estancieros de importante capital estando uno de ellos ubicado cerca de la localidad de Varvarco el chileno Francisco Méndez de Urrejola con su onerosa hacienda y estancia (contaba con 80 hombres armados para defenderla), y el inglés Enrique Price en Las Lagunas de Epulauquen, no obstante ello habían otros hacendados de menor cuantía los cuáles arrendaban a los “picunches” tierras dentro de la colonia. Méndez Urrejola y Price a su vez subarrendaban a otros pobladores lo que generó que la población de chilenos fuera en aumento. Los suelos de los valles eran tan productivos (también actualmente) como lo evidenciaban los acopios de granos que se hacían anualmente. Todos se mantenían en mutua armonía. La mayor parte tomaba participación activa en las correrías de los aborígenes a las poblaciones de la por entonces “frontera” y de La Pampa, con el preciado botín que traían en animales, exportándose los ganados y granos a Chile retribuyéndole a los “picunches” artículos introducidos desde Chillán y otras plazas próximas a la cordillera.
Estas situaciones mencionadas ya estaban en conocimiento del Ministro de la Guerra de la Nación al 3 de Marzo de 1879, el Tte Gral del Ejército Argentino, Julio Argentino Roca responsable militar de la llamada “Campaña del Desierto”, para lo cual dio precisas instrucciones al jefe de la 4ta División, Coronel Napoleón Uriburu que decía:
“Debe respetar y dar toda clase de garantías de la vida y propiedades a los habitantes y pobladores que encuentre en esos parajes y que acaten y se sometan a la autoridad nacional, a cuyo efecto debe mandarles previo aviso al emprender la campaña. Se le recomienda sobre esto el más estricto cumplimiento…Debe llevar un diario prolijo de toda la campaña, para remitirlo al Ministro de Guerra, con el parte de la ocupación del Neuquén…Junto con los informes y partes de la expedición, remitirá los informes y diligencias de los estudios de ingenieros y personas científicas que lo acompañen”
Luego de esta extensa y necesaria sinopsis, podemos mencionar sobre el pionero y mártir policial Señor Benjamín Belmonte, que la Junta de Estudios Históricos de la Provincia del Neuquén reseñó en su momento lo siguiente:
“…Nació en la ciudad de Santiago del Estero en el año 1850, radicándose luego en Entre Ríos con su familia, donde cursó sus estudios…”
Cuando la 4ta División del Ejército Expedicionario Argentino comandado por el Coronel Napoleón Uriburu marchaba por el Norte de la provincia, habiendo ingresado a la misma por Barrancas el 2 de Mayo de 1879, siguió su marcha por escabroso terreno montañoso y luego de definir el 5 de Mayo el asiento del campamento central en Chos Malal por su ubicación estratégica (construyó el fortín 4ta División el Ingeniero militar Sargento Mayor Francisco Host), en los días posteriores se dio con la Colonia “Malbarco” donde se encontraba la población chilena civilizada dedicada a la ganadería. Allí ejercían su influencia los fuertes hacendados mencionados anteriormente.
El Coronel Uriburu consideró a “Malbarco”, por la calidad de sus campos para la agricultura y ganadería, como la mejor tierra conquistada. Hizo marchar a la misma al Tte Cnel Patricio Recabarren con 50 soldados de infantería, con la finalidad de situar un destacamento militar ligero el cuál se ubicó estratégicamente primero en los mallines de “Charra Ruca” y luego en “Huinganco”. Este militar comenzó a organizar a los “guardias nacionales” (organización militar muy antigua creada el 8 de Marzo de 1852 mediante decreto firmado por el Gobernador Vicente López y Planes y su primer organizador fue el Cnel Manuel Rojas. Con esa norma se sustituyeron las milicias rosistas y los primeros destinos fueron la protección de las fronteras. En el año 1857 se sancionó una ley que obligaba el enrolamiento y establecía severas sanciones a los infractores. Este es el antecedente más remoto de incorporación militar obligatoria en nuestro país. En 1865 se dictó la Ley Nacional Nro. 129 que estipuló condiciones de enrolamiento, con edades de 17 a 50 años. Fueron destinados a cuarteles o puestos de Campaña), repeliendo algunos ataques de los “picunches”, quedando registrado el “Combate de Malbarco” el 15 de Mayo de 1879, en el valle de las Lagunas de Epulauquen (donde se capturó al “cristiano” Ramón Sosa y murió posteriormente por las heridas de esa lucha, quien contaba con el antecedente de haber asesinado al Capitán Bru en Mendoza, para robarle su arma recortada, la que fue recuperada en el citado combate).
Cumplida la finalidad por parte del comandante Recabarren, se nombró “Comisario de Campaña” con autoridad absoluta al Señor Benjamín Belmonte, el 28 de Julio de 1879, quedando este servicio, con armas y guardias nacionales, investido de plena autoridad, para que administrara e impusiera las leyes del país. Obra en el parte de novedades de la 4ta División del Ejército de esa misma fecha, lo siguiente:
“Nombrose comisario de la Colonia de Mal Barco a don Benjamín Belmonte, a quien esta Comandancia, da en la fecha, instrucciones para el desempeño de su comisión (sic)”
Desde el fortín 4ta División se nombró el Capitán Miguel N. García como nuevo jefe del puesto militar de la colonia, mientras que el Comisario Belmonte ejercía la autoridad civil perfectamente desligada de la actividad castrense con 250 “guardias nacionales” a su cargo, los que engrosaron el número de la colonia.-
En un artículo escrito por el ingeniero militar Sargento Mayor Dn. Francisco Host (de la 4ta División) a la Sociedad Geográfica Argentina, sobre sus trabajos en la zona, detalla que a 5 km de la confluencia del río Varvarco con el río Neuquén, tenía la estancia Dn. Francisco Méndez de Urrejola. La estancia se llamaba “Látigo Verde” y en ella había 20.000 cabezas de ganado entre vacunos, yeguarizos, lanares y caprinos, “más de 100 trabajadores que cosechaban frijoles, papas, alberjas (sic), trigo, manzanas, etc., de superior calidad”. Agrego que el Comisario Nacional Benjamín Belmonte, estaba radicado en el paraje “Los Roblecillos”, situado cerca del A° Las Flores, situación geográfica 36°37’48” de latitud S., y 70°50’ longitud O. Desde ese punto hasta el fuerte 4ta División, había 158 km y 157 mts.
La colonia no tuvo problemas en sus comienzos, en el desarrollo de sus actividades, pero cuándo se alejaron las tropas del Ejército, comenzaron los peligros por los continuos ataques de la indiada, en complicidad con blancos o “cristianos”. En este sombrío panorama, Belmonte como pudo reorganizó la Guardia Nacional, con las pocas armas con que contaban y algunas que proveyó el ejercito. La densidad demográfica para cumplir con las leyes era vasta y su geografía era hostil.
El peligro fue cada vez mayor. Hubo malones hacia los establecimientos, que empezaron a organizar a su gente para repeler ataques y convocar al auxilio del Comisario recientemente designado. Mientras comenzaba el éxodo de la población chilena a lugares más seguros, Belmonte optó por quedarse, en ese escenario peligroso, sin más recursos que el valor, donde todo estaba por crearse, casi nada se escribía y la “traición” estaba a la vuelta de la esquina.
Juan Eduardo Medel – (juaneduardomedel77@gmail.com)
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Escrito por Juan Eduardo Medel para Más Neuquén
Fuentes:
- “Guardianes del Orden – 1era Recopilación de datos y antecedentes históricos de la Policía del Neuquén”, (1879-2000), de Tomas Heger Wagner
- “Fortines del Desierto” (1969) de Juan Mario Raone
- “Historia, Geografía y Toponimia” de Gregorio Álvarez
- “Chos Malal, entre el olvido y la pasión – Historia de la primera capital del Neuquén, desde sus orígenes hasta los años 70″ – de Carlos Aníbal Lator – Cecilia Inés arias – María del Carmen Gorrochategui – Daniel Esteban Manoukian
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