En 1891, la tranquila vida pueblerina de Chos Malal, de menos de 2000 habitantes, se vio alterada por la aparición en las noches de “una fantasma” dando qué hablar en todos los corrillos y reuniones. Se tejían toda clase de suposiciones: “es un alma en pena”; es “la chascona”; ¡es un vivo!. Durante mucho tiempo era la comidilla diaria del vecindario, motivo de las predicaciones del cura en la iglesia y recomendaciones para “las niñas y las jovencitas”, ya que “la fantasma pilucha” solía aparecer bastante flojita de ropas. Hasta la policía le tenía miedo.
Olascoaga se cansó de las habladurías y resolvió cortar por lo sano emitiendo una ordenanza donde se obligaba a todo policía a hacer uso de las armas ante la sospecha de estar frente a “la fantasma”, con la amenaza de que “quien así no lo haga, se le dará de baja inmediatamente”. Para incentivar la cacería y dar algún aliciente extra, se ofrecía un premio de 20 $ para el que lo capturara o, previendo que fuera un chistoso, para aquel que diera señas ciertas del “enfantasmado”. Quizá porque la plata era poca o porque el chiste no daba para más, o “la fantasma” se tomó en serio el certero balazo que le esperaba, lo cierto es que “la fantasma pilucha de Chos Malal “ desapareció no bien se conoció la ordenanza de Olascoaga.
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Extraído de: “Malal Meulen – La querencia del Viento” – de Isidro Belver
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