Bandolerismo rural en Neuquén
“…Que habiendo pasado por el negocio… vio el caballo amarrado y que como necesitaba trasladarse a Minas en busca de trabajo… lo desató y se lo llevó, pensaba devolverlo, en realidad lo había tomado prestado…”
Se debe observar en primer lugar, la existencia de un tipo de bandidismo vinculado con la necesidad de subsistir. Nos referimos a los casos en que el hurto está vinculado al consumo o uso inmediato de lo robado.
En este sentido, es interesante destacar, que el carneo de animales constituía una práctica habitual en la región. La existencia de campos sin delimitaciones precisas, la dispersión de los ocupantes y la práctica de la trashumancia, actuaban como factores que posibilitaban el deambular de animales, favoreciendo esta práctica, que por lo general era destinada al consumo. Quienes cometen estos delitos, cuentan con el apoyo familiar o se unen formando asociaciones ocasionales que culminan con el reparto de lo robado. Este producto, era entonces compartido con amigos o parientes cuya complicidad ofrecía el espacio necesario para matar a los animales y ocultar sus restos. La cantidad de animales hurtados con este propósito, suele ser de poca importancia, no excede los tres. Porque este tipo de práctica es propia de escenarios sociales donde lo que contaba para estos sujetos era la supervivencia. Además de la provisión de alimento, el animal carneado servía para la obtención del cuero que luego se utilizaba en la confección de aperos y elementos de uso personal. La precariedad en las condiciones de vida y la amplia movilidad de una población que no ha logrado asentarse definitivamente, son razones suficientes para comprender estos comportamientos, que eran prácticas corrientes en los grupos sin relaciones laborales estables, pero consideradas delictivas para el nuevo orden legal.
Aquellos que por su actividad se desplazan de una localidad a otra, como las tropas de carro, llevando todo tipo de mercancías, son un ejemplo por demás elocuente, de comportamientos como el mencionado. Muchas veces durante la cobertura de los varios cientos de kilómetros, los troperos se procuraban el alimento diario a través del hurto de animales menores que según sus dichos hallaban sueltos por la zona.
Estos casos deben diferenciarse de los delitos cometidos por aquellos individuos que hacen del robo su modo de vida, recorrían el Territorio sin residencia fija, definidos por sus vecinos como “Azotes del lugar o entregadores”. Para estos sujetos, el objetivo era la comercialización de lo robado.
“…Comentó los malos antecedentes de este sujeto que no se le conoce trabajo y que junto con el bandolero chileno Miguel Rubilar traían animales de Chile y de aquí se llevaban los que eran entregados por Cuevas…”
Fue habitual, que personas asentadas en la región albergaran en sus casas a parientes o conocidos sin ocupación definida que los ayudaban en las tareas rurales, pero que parte del año residían en Chile.
El mayor porcentaje de delitos, era cometido por un perfil de individuos que oscilan entre los 20 y 30 años, solteros, en la mayoría de los casos indocumentados y por lo general sin instrucción, por este motivo, las declaraciones debían ser leídas y firmadas por testigos. Esta realidad, posibilitaba muchos abusos ya sea porque quienes leían las declaraciones en complicidad con las autoridades del lugar, no lo hacían de forma completa o porque se aprovechaba la falta de instrucción del acusado para agregar párrafos que los inculpaban. Por lo general este accionar no se descubría sino cuando la causa pasaba por apelación a otros fueros.
A la hora de indagar sobre la ocupación de estos sujetos, hallamos que la gama de trabajos declarada abarca un espectro excesivamente amplio y sumamente indefinido: crianceros, jornaleros, agricultores, ganaderos, hacendados, peones, medieros, puesteros, etc. A lo largo del expediente, incluso la ocupación que se declara suele cambiar de una indagatoria a otra. Esta vaguedad, no hace más que reflejar relaciones laborales poco estables, propiciadas en parte por las actividades estacionales que se realizan en la zona.
Sin embargo, no es solamente en el nivel ocupacional donde se presenta esta dificultad, sucede algo similar cuando se indaga acerca de la nacionalidad de los acusados. Quienes realizan la instrucción, consideraban el ser indígena como una categoría en sí misma (no serían ni argentinos ni chilenos).
En los delitos cuya prioridad era el consumo inmediato, predominaba la actuación individual. Hemos logrado identificar la existencia de pequeñas bandas en los casos de hurto cuyo destino era la comercialización. Conformaban grupos de no menos de cuatro individuos, en estos casos, suelen tener un referente para quien roban o a quien responden; hurtan animales o lo que la oportunidad ofrezca.
En este punto, es necesario hacer una aclaración, que se relaciona con el destino de lo robado, ya que varía en relación con las conexiones de los componentes de estas bandas. Un dato interesante a considerar, es que parte de estos sujetos suelen tener trabajo en el momento en que participan de los delitos. Trabajan como puesteros, crianceros o medieros, sirviéndose de su posición, utilizan el producto de lo robado como ingresos extra y permanecen dentro del Territorio hasta ser denunciados. En algunos casos se han encontrado los animales robados contraseñalados en sus majadas, como sucedió con el puestero indígena Pablo Marihuan.
“…les sigue el rastro y los encuentra en Bota Cura (sic) …y que encuentra algunos contraseñalados con la señal del tal Riquelme…”
Por lo general, cuando los miembros tienen conexiones con el país vecino, el producto de los robos traspasaba la frontera utilizando los caminos de los arreos. La cordillera de los Andes, oficiaba a su vez como un espacio óptimo para la negociación o como una adecuada vía de escape en el caso de enfrentar una partida policial. En este sentido, el área analizada tiene rasgos similares a la frontera interior chilena, que analiza Jorge Pinto Rodríguez:
“La denominada zona de frontera en Chile… fue una región particularmente apta para el florecimiento del bandolerismo. No me refiero a la violencia propiamente tal, sino a ese tipo de delito tan singular, vinculado al robo de ganado, el salteo y el crimen cometido por bandas”.
En estos casos, la cantidad a comercializar era muy variable, pero en todos los expedientes relevados, excede los diez animales.
Es muy complejo establecer en una sociedad como la analizada, patrones estables en las conductas delictivas. A pesar de su escasa sofisticación, estos delitos implican una planificación y organización para que la empresa llegue a buen término. La realización de un proyecto elaborado, como es el hurto de una tropilla de yeguarizos o un arreo de vacunos, para luego ser trasladados y comercializados en alguna plaza chilena, significaba cubrir una serie de recaudos. Estos no eran menores: la identificación del futuro botín, la conformación del grupo, la obtención de guías, su adulteración o la contramarcación del ganado, el definir una ruta segura que permitiera superar los controles policiales fronterizos y por último la obtención de un buen resultado económico, eran todos problemas a resolver.
Debemos destacar, que la compra-venta de animales se realizaba por medio de guías expedidas por los juzgados de Paz del lugar. Esta situación era posible cuando la mencionada oficina existía. Los juzgados, junto a las comisarías, se conformaron como instituciones visibles del poder central, o administración del Estado. La falta de personal apropiado y la escasa representatividad de las Instituciones en el interior del Territorio, llevó a que las tareas propias del Estado fueran cumplidas por otros agentes sociales como los comerciantes, por ejemplo, que tal como lo demuestran las fuentes, solían abonar sueldos policiales e incluso expedir las guías. En una sociedad con escasos controles no resultaba dificultoso adulterarlas y evadir la ley.
La oportunidad de comprar productos robados se presentaba para todos, especialmente para quienes tenían dinero en efectivo. La llegada del ferrocarril a Zapala en 1913 permitió agilizar los embarques de ganado con destino a Bahía Blanca, pero se transformó en una buena ocasión para que algunos acopiadores de cueros y lanas o compradores de ganado de esa localidad, adquirieran los productos a precios más que convenientes sin cuestionar su origen. Estas operaciones fueron de gran envergadura y participaban de ellas tanto comerciantes locales como agentes renombrados de Bahía Blanca.
Si el bandolerismo rural se destacaba por los delitos a la propiedad, ello no significa que estén fuera de sus prácticas los cometidos contra las personas. Las lesiones y su derivación más trágica, los homicidios, en general tenían un motivo: el hacerse de un botín. Asaltos y robos eran cometidos a comerciantes en sus puestos o comercios, o a quienes se dedican al transporte itinerante. También los hacendados o pequeños propietarios de ganado que recientemente habían realizado alguna transacción fueron víctimas de estas situaciones.
La muerte devenía ya sea por la resistencia frente a algún miembro de la banda demasiado tensionado y con el gatillo flojo, o simplemente como un golpe lleno de alevosía. Estos últimos tenían la intención de ser actos preventivos, cuyo propósito era anticiparse a una posible resistencia o para evitar la identificación de los componentes de la banda.
Los bandoleros que se dedicaban a cometer este tipo de acciones, muestran un grado de profesionalidad y deben considerarse dentro de la organización de proyectos aunque difieren de los casos expuestos con anterioridad. El robo de ganado, quedaba de lado frente a la posibilidad del botín consistente en dinero, oro, armas y municiones, ropas, mercancías de fácil traslado, algún caballo, etc. Las representaciones construidas por los actores del mundo rural parecerían confirmar esta imagen:
“…que por la forma de hablar, cree son de nacionalidad chilena, ambos tipos vulgares y cree son profesionales del oficio ….”.
“…o sea gente que huye de la vecina República, donde son perseguidos por sus enormes delitos”
Podríamos mencionar algunos casos, protagonizados por bandas cuyo accionar tiene su origen en la venganza, (por acciones cometidas hacia algún familiar en el presente o en el pasado) o simplemente como un acto primitivo que culmina en hechos de sangre, pero estos casos no se presentan como significativos en este período.
Dentro de esta última caracterización, se circunscribe un episodio que tiene por protagonista a la banda capitaneada por Juan Valderrama que cometió varios asaltos durante el mes de julio de 1909 en el departamento de Minas. El accionar de estos sujetos culmina con el asesinato a mansalva de dos comerciantes, lesiones a otro y con dos policías también muertos luego de una intensa persecución. El primero de los asaltos recae sobre los hermanos Herreros en Guanacos, quienes: “…no son bien vistos por sus actitudes anarquistas con los pobres y con los de plata”
Otro episodio, donde la xenofobia y una suerte de venganza contenida se manifiestan claramente, fue el ocurrido en Caleufú, donde una banda de siete individuos (entre chilenos, indígenas y argentinos, todos menores de treinta años) asaltan durante la madrugada del 1 de marzo de 1901 la casa de comercio de los Nanteame. El matrimonio anciano y su yerno son muertos con garrotes, cuchillos y dagas mientras dormían. Luego de cometido el crimen, sus autores se llevaron efectivo, cheques y mercaderías. Según testigos tres de los homicidas fueron apresados: algunos de estos habían sido peones de la casa y tenían elevadas deudas con los gringos.
Similar a lo sucedido en otras regiones, algunos de estos grupos son utilizados por el poder regional en sus eternos conflictos. En una escala menor podemos mencionar, que en ocasiones algún personaje importante de la región solía alentar la comisión de estos delitos como mecanismo para eliminar reales o posibles competencias.
El modo de operar de este tipo de bandas es similar al anterior. En principio se identifica la víctima. Si es un comerciante o un simple propietario de ganado se trata de averiguar si ha realizado una reciente transacción. En estos casos, algún miembro de la banda en colaboración con vecinos, se hace pasar por comprador de hacienda. Esto permite el reconocimiento del lugar que puede llevar varios días o simplemente realizarse durante el día previo al asalto. El siguiente paso era la comisión del delito, para finalmente huir con lo robado. Repartido el botín, si se está próximo a la frontera se pasa a territorio chileno. Cuando la persecución de las partidas policiales llegaba a Chile, la banda se desarmaba y durante la ruta de huida se les pide a quienes los ven que no mencionen su paso.
Un párrafo aparte merece este tipo de conductas en el mundo indígena. Sus prácticas muchas veces revelaban la pervivencia de una cultura material propia, como el consumo de carne de animales yeguarizos, pero otras veces mostraban la imperiosa necesidad de acceder a algún tipo de alimentación para sobrellevar la precariedad de su vida. Es por esto, que vemos siempre comprometido en estas formas delictivas a la totalidad del grupo familiar. Pero no siempre fue la efectiva comisión de un delito el que los lleva a la cárcel, sino como mencionáramos su simple condición de indígena los torna sospechosos. No hay duda que según la actitud asumida por los damnificados (independientemente de su condición de chilenos o argentinos) y de las autoridades policiales y judiciales esta actuación prolonga lo acontecido en la Campaña contra el indígena.
Podemos observar lo señalado en la siguiente pieza discursiva, que sin ser original nos confirma que pasadas casi tres décadas de la victoria de Roca sobre el mundo indígena, continúa tocando la misma sinfonía:
“que la aplicación de la ley en lejanos territorios, donde no existe una división material de las respectivas propiedades, donde aún habitan restos de tribus indígenas, que si están sometidas, solo conservan el barniz civilizador impuesto por la fuerza de las armas y las correcciones disciplinarias de la conquista militar y que no han perdido sus residuos atávicos de rapiña, que se despiertan a la primera exigencia de una necesidad material o al primer impulso de una venganza”
Consideramos que las elevadas condenas a las que son sometidos muchos indígenas encontrados culpables, forma parte de este universo de prejuicios y de la presente vigencia del discurso civilizatorio.
Continúa
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fuente:
El Bandolerismo rural en la última frontera: Neuquén 1890-1920
Susana Debattista – Carla Gabriela Bertello – Gabriel Rafart
ESTUDIOS SOCIALES. Revista Universitaria Semestral – Año VIII, N 14, Santa Fe, Argentina, 1er semestre de 1998, págs. 129-147
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