El último gran cacique en resistencia contra el ejército argentino fue Valentín Sayweke (“Dueño de los lanares”, en mapuzugun). Respetado y temido por sus enemigos, gobernaba un vasto territorio poblado por alrededor de treinta mil habitantes en la actual provincia de Neuquén. Se calcula que tenía bajo su mando unos ocho mil guerreros.
Sayweke era mestizo, de madre tehuelche y padre mapuche, el cacique boroano Chokori, un bravo guerrero que combatió el avance del general Juan Manuel de Rosas en su expedición del año 1833. Chokori resultó muerto en combate el año 1834 tras enfrentarse a las tropas del coronel Francisco Sosa.
Nacido alrededor de 1818, Sayweke fue el líder mapuche que inició las relaciones del llamado País de las Manzanas, en las cercanías del lago Nahuel Huapí, con el Gobierno argentino. Esto incluyó una polémica alianza de “neutralidad” con las autoridades militares en la etapa inicial de la mal llamada Conquista del Desierto, de las cuales recibía el pago de suculentas “raciones” de animales.
Al igual que las alianzas de Catriel, Coliqueo o Melinao con Buenos Aires, las de Sayweke eran relaciones políticas, económicas y sociales propias del entramado fronterizo.
Sayweke no era cualquier jefe mapuche. Era uno poderoso, que gobernaba un territorio célebre visitado por numerosos cronistas. Este limitaba al norte con el río Malleo, en las cercanías de la actual ciudad de Junín de los Andes, y al sur con el lago Nahuel Huapi en Bariloche. Era un territorio muy rico para la crianza de ganado y apto para invernadas y veranadas. De allí también eran los caciques Inakayal y Foyel.
Al menos hasta 1879, Sayweke mantuvo fuertes lazos con el Gobierno argentino y el general Roca. Era reconocido como autoridad por Buenos Aires y Francisco P. Moreno lo consideraba su “amigo”. A diferencia de las tribus más al norte, guerreras y dedicadas al malón, los habitantes del País de las Manzanas se caracterizaron siempre por ser ganaderos y agricultores en sus fértiles tierras.
No había muchas razones para tomar las armas. Vivían en una zona de abundancia. Y la guerra tampoco había tocado sus puertas. Tal vez por ello dedicó mucho de su tiempo libre a recibir visitantes.
En 1870 Sayweke recibió al marino y explorador inglés George Musters, quien estuvo varios días de paso por sus tolderías con una comitiva tehuelche y cuenta que fue muy bien agasajado. Así lo describe el inglés en el libro Vida entre los patagones (1873).
“La autoridad de Choeque [así lo llama en su crónica] se extiende al norte hasta Mendoza sobre centenares de indios que residen en tolderías fijas. A una orden suya dejan sus toldos, sus mujeres y sus hijos y acuden, montados y listos para cualquier servicio, a su cuartel general. Su riqueza es considerable. El gran Choeque era un hombre de aspecto inteligente, como de treinta y cinco años de edad, bien vestido con poncho de tela azul, sombrero y botas de cuero, recorrió a caballo nuestra línea, estrechando la mano a todo el mundo y haciendo una que otra observación. Cuando llegó a mí, me sentí un poco avergonzado de mi traje, una simple manta no en muy buen estado de conservación. Este cacique tenía plena conciencia de su alta posición y de su poder; su cara redonda y jovial, cuya tez, más oscura que la de sus súbditos había heredado de su madre tehuelche, mostraba una astucia disimulada y su risa frecuente era algo burlona. En verdad era evidente que se consideraba y no sin razón, superior a todos los caciques, aunque estos no estaban sujetos a él.”
Pero Munster no solo comparte con Sayweke en aquella visita. También logra charlar con el lonko Foyel, quien le explica al inglés la razones de por qué – a diferencia de los caciques de más al norte- ellos en el país de las Manzanas habían preferido la paz antes que la guerra. Las palabras de Foyel están bañadas de sentido común
“Dios nos ha dado estos llanos y colinas para vivir en ellos. Nos ha dado el guanaco para que con su piel formemos nuestros toldos y para que con la del cachorro hagamos mantas con que vestimos. Nos ha dado también al avestruz para que nos alimentemos. Nuestro contacto con los cristianos en los últimos años nos ha aficionado a la yerba, al azúcar, a la galleta, a la harina y a otras regalías que antes no conocíamos, pero que nos han sido ya casi necesarias. Si hacemos la guerra a los españoles [argentinos] no tendremos mercado para nuestras pieles, ponchos, plumas, etc., de modo que en nuestro propio interés está mantener con ellos buenas relaciones, aparte de que aquí hay lugar de sobra para todos”.
El año 1872 Sayweke recibió otra visita en sus tolderías. Se trató del sargento mayor Mariano Bejarano, enviado por el Gobierno a “tomar todos los datos posibles sobre el número de indios que haya en esa parte y trayecto que siguiere, calidad de los campos, clase y situación de las aguadas, etc., y todo cuanto pudiere interesar al conocimiento de esas regiones”.
Bejarano partió de Carmen de Patagones el 20 de junio de 1872, llegando el 30 de julio a la toldería del señor de las manzanas en Caleufú. Visitó varias tolderías y participó de una cacería de avestruces que, a pesar del frío y de la nieve, organizó en su honor el cacique. Mientras aún estaba en la zona, cuenta, arribó un emisario desde Osorno. Lo enviaba el ejército chileno y portaba dos banderas de regalo para Sayweke, con la intención de atraerlo y aprovechar su influencia en temas limítrofes aún no resueltos.
Recordemos que por entonces ambas repúblicas proyectaban sus fronteras sobre el territorio mapuche aún no conquistado.
Pero Sayweke—cuenta el sargento Bejarano—devolvió ambas banderas chilenas asegurando al emisario que él era “argentino”. Más allá de la interpretación “patriótica” que dio el militar al notable gesto del cacique, es probable se haya tratado de una simple cortesía de su parte. La diplomacia y sus protocolos.
Una de las últimas visitas que recibió y de las más significativas y emblemáticas fue la de Francisco P. Moreno, quien buscaba llegar desde el Atlántico al lago Nahuel Huapi y desde allí cruzar auspiciado por el Gobierno y la Sociedad Científica Argentina, que, necesariamente, requería la autorización de Sayweke, ya que este controlaba los pasos cordilleranos.
Moreno tenía apenas veintitrés años. De su primer viaje y entrevista con Sayweke en 1875 anotaría en su diario de viaje:
“Shaihueque es un indio de raza pampa y araucana, bastante inteligente y digno de mandar en jefe las indiadas, es el jefe principal de la Patagonia y manda las siete naciones que viven en esos parajes”.
Moreno no lograría su objetivo de llegar a Chile. Solo fue autorizado a explorar el lago Nahuel Huapi, debiendo volverse a Buenos Aires tras ganarse la desconfianza de los lugartenientes del cacique. Volvería en 1878. Le iría peor. Su insistencia en explorar los pasos fronterizos lo llevó a ser tomado prisionero por Sayweke. Y más tarde condenado a muerte.
Moreno lograría huir apoyado por un joven mapuche tras cruzar en balsa caudalosos ríos, atravesar bosques y merodear peligrosos acantilados, llegando finalmente a Carmen de Patagones. Su historia es la que cuenta la película Fuga de la Patagonia, de los jóvenes directores Francisco D’Eufemia y Javier Zevallos.
Estrenada con gran éxito en la Argentina en 2017, es uno de los primeros westerns basados en la historia mapuche.
Al momento de la detención y posterior escape de Francisco P. Moreno la Conquista del Desierto no se limitaba al territorio mapuche del norte del río Neuquén; ya había llegado a los límites de los dominios de Sayweke. La desconfianza era total, especialmente en los “viajeros científicos”. Se temía que su objetivo fuera espiar los territorios, los contingentes de guerreros y sus relaciones más allá de la cordillera. Eran sospechas que probaron ser muy acertadas.
La detención por parte de Conrado Villegas de algunos miembros del territorio de Sayweke en Carmen de Patagones fue la prueba definitiva. Manuel Namuncurá, el célebre heredero de Calfucurá y pariente político, se lo había advertido en varios de sus intercambios de cartas: la guerra, tarde o temprano, llegaría también a sus toldos.
Un acontecimiento registrado por el propio Moreno da cuenta de la determinación de Sayweke de defender la tierra de sus ancestros. En la época en que los batallones argentinos comenzaron a merodear el País de las Manzanas, temiendo una incursión militar, Sayweke envió al Gobierno la siguiente nota de advertencia:
“Si el ejército que manda el coronel Villegas quiere la guerra, mis tropas la aceptarán resueltas a defender con heroísmo el suelo y las tumbas de nuestros padres”.
Moreno fue testigo directo de todo aquello. Se hallaba entonces prisionero en la toldería del jefe mapuche. Allí recoge el testimonio del cacique Chakayal, suegro de Sayweke, quien le expone de la siguiente forma el derecho de su tribu al territorio.
“Dios nos ha hecho nacer en los campos y estos son nuestros. Los blancos nacieron del otro lado del Agua Grande y vinieron después a estos, que no eran de ellos a robarnos los animales y a buscar la plata de las montañas. Esto dijeron nuestros padres y nos recomendaron que nunca olvidáramos que los ladrones son los cristianos y no sus hijos. En vez de pedir permiso para vivir en los campos, nos echan. Nosotros nos defendemos. Si es cierto que nos dan raciones, estas solo son en pago muy reducido de lo mucho que nos van quitando. Nosotros somos dueños y ellos son intrusos […]. Es cierto que prometimos no robar y ser amigos, pero con la condición de ser hermanos. Los huesos de nuestros amigos, de nuestros caciques asesinados por los huincas blanquean en el camino a Choele-Choel y piden venganza. No los enterramos porque debemos siempre tenerlos presentes para no olvidar.”
En 1881, el mismo año de la fundación del fuerte de Temuco en Gulumapu, el general Conrado Villegas lanzo la campaña militar al Nahuel Huapi con el objetivo de batir definitivamente a los guerreros de Sayweke. El Ejército movilizó a 1.700 hombres en tres brigadas:
La primera brigada, al mando del teniente coronel Rufino Ortega, realizó una breve campaña en la que enfrentó a Tacuman, hijo del cacique Sayvveke. Llegó al Nahuel Huapi el 3 de abril de 1881, dejando a su paso 23 mapuche muertos. La segunda brigada, a cargo del coronel Lorenzo Vintter, en la búsqueda de Sayweke sorprendió cerca del Collon-Curá al cacique Molfinqueo, tomando 48 prisioneros y dejando 17 mapuche muertos.
La tercera brigada, al mando del coronel Liborio Bernal, en su camino hacia el Nahuel Huapi capturó a 140 mapuche y abatió a 45 guerreros. Sin embargo, los principales caciques seguían libres.
El 10 de abril de 1881 las tres columnas festejaron marcialmente su reunión a la vista del lago Nahuel Huapi. Un par de meses después, informaba el general Conrado Villegas:
“Hemos recorrido un territorio inmenso hasta entonces cubierto por el negro velo de la ignorancia que de ellos teníamos, hemos desalojado a los salvajes de sus guaridas, y estas, que hasta entonces eran un misterio para nosotros, hoy podrán ser recorridas en cualquier momento por nuestras fuerzas”.
En 1882, la campaña de Villegas había expandido la frontera a todo el Neuquén, territorio defendido —a partir de ese momento— por quince nuevos fortines y fuertes: 364 mapuche más habían sido muertos y más de 1.700 fueron tomados prisioneros. El 5 de mayo de 1883 el general Villegas informaba:
“En el territorio comprendido entre los ríos Neuquén, Limay, Cordillera de los Andes y Lago Nahuel Huapi; no ha quedado un solo indio, todos han sido arrojados a occidente […]. Al sur del río Limay queda del salvaje los restos de la tribu del Cacique Sayhueque, huyendo, pobre, miserable y sin prestigio.”
Pero Sayweke lejos estaba de estar solo huyendo. Durante cinco años enfrentó a todos los jefes militares que enviaron las autoridades tras sus pasos. Consciente de su desventaja en soldados y armamento, sus tácticas fueron las mismas del toqui Lautaro contra los españoles: la guerra de guerrillas, esto es, golpear al enemigo y desaparecer.
Esto lo cuenta el coronel Rufino Ortega Medina, jefe de una de las brigadas militares enviadas contra el lonko en uno de los numerosos reportes a sus superiores.
“Aunque siempre escaso de víveres, posee el secreto de extenderse para subsistir. Enseñado por la experiencia diaria del combate, pone en práctica, sin saberlo, en sus excursiones, un principio elemental de la guerra de guerrillas: dañar al enemigo sin dar combate decisivo, desempeñar misiones en que la astucia y la maña, apoyadas por las armas, obtendrán mejores resultados que la fuerza abierta, procedimiento de guerra campal. Formado en tan dura práctica, hostigado y perseguido incesantemente, no es de extrañar que estas partidas en manos de caudillos astutos, audaces, ingeniosos, causen daños y que prolonguen tanto tiempo, y que presenten dificultades incomprensibles para su reducido número, para la conclusión de esta guerra”.
Estanislao Zeballos, entusiasta defensor de la invasión, no duda en elogiar el valor de Sayweke y sus tropas rebeldes.
“A los trescientos años los araucanos continúan en armas con virilidad asombrosa, diezmados, cubiertos sus campos de innumerables cadáveres, cautivas por millares sus familias, incendiados mil veces sus aduares y abrumados por todos los recursos que el arte de la guerra ha desplegado prodigiosamente en los tiempos modernos, a los cuales oponen sus pechos indomables, las lanzas primitivas y las piedras mismas de los Andes”.
El 1 de enero de 1885, diezmado y enfermo, Sayweke se rindió en Junín de los Andes “junto a 700 indios de lanza y 2.500 de chusma” ante el general Lorenzo Wintter. Este informa la noticia al jefe del Estado Mayor del Ejército, general de división Joaquín Viejobueno, a través de la siguiente carta fechada el 20 de febrero de 1885.
“Me es altamente satisfactorio y cábeme el honor de manifestar al Superior Gobierno, y al país por intermedio de V.S. que ha desaparecido para siempre en el sud de la República toda limitación fronteriza contra el salvaje. Sayhueque, cacique eminentemente prestigioso por su poder entre todas las tribus que tenían su asiento entre el río Collon-Curá, afluente del Limay al norte, y el río Deseado al sud, acaba de efectuar su presentación voluntaria, y con él también los caciques de orden inferior Inacayal, Huenchuinecul, Chiquicahn, Qual, Salvutia, Prayel, Nahuel, Pichi-Curruhuinca, Cumilao y otros, incluso el obstinado y rebelde Foyel, cuya tribu fue últimamente derrotada en las orillas del Genua”.
Tras rendirse Sayweke debió sortear a pie, mientras era escoltado por soldados a caballo, los más de 1.200 kilómetros que separaban sus tierras del puerto de Carmen de Patagones. Esta marcha bien podría ser la versión mapuche del Sendero de las Lágrimas (en inglés, Trail of Tears), nombre que recuerda el traslado forzado de las tribus Choctaw en 1831 y Cherokee en 1838 al oeste de los Estados Unidos,
Tras arribar al puerto atlántico de Carmen de Patagones, el último jefe de la resistencia en Puelmapu fue trasladado en vapor a la ciudad de Buenos Aires junto a familiares y sus principales lugartenientes. Allí permaneció en el cuartel militar de Retiro, devastado por la derrota y exigiendo inútilmente que el Gobierno le respetara su investidura. Allí también sería fotografiado.
En la capital se entrevistó con Francisco P. Moreno, con el ministro de Guerra, con el arzobispo de Buenos Aires y también con el presidente Julio Argentino Roca. Pedía tierras para su gente. Un lugar para vivir en paz, un lugar para terminar sus días con dignidad.
Su triste partida desde Buenos Aires la relatan los cronistas Curapil Curruhuinca y Luis Roux, autores del libro Sayhueque: el último cacique. Señor del Neuquén y la Patagonia (1986), tal vez la más completa biografía del jefe mapuche:
“Ahí quedan en Buenos Aires, Pigre, La Plata y Martín García sus capitanejos, los jefes que le respondían. Presos. Los están dispersando. Muchísimos más están caminando hacia Tucumán. Debe mantener la calma pero una honda angustia lo embarga. Mira y se desespera. Quizás hubiese sido mejor morir bajo los fusiles. El hacinamiento e insalubridad en el Retiro, las enfermedades y los tratos rudos, son lamentables y dolorosos. Ve a algunos de sus muchos hermanos de sangre y afectos, a sus compañeros, como Foyel e Inakayal. Han respetado su máxima jerarquía pero no la de sus caciques. Y los contempla enjaulados, tirados, inconsolables.”
A su regreso al sur lo llevaron a Chichinales, cerca de la actual Villa Regina, donde estaba parte de su gente. Este era un destino transitorio, a la espera de las tierras prometidas por el Gobierno, pero pasaron así más de diez años. Allí, en 1892, lo visita el padre salesiano Pedro Bonacina:
“Fuimos también a los toldos de Sayhueque. ¡El cacique! ¡El gran rey del tiempo! ¡El príncipe del desierto!… Tenía unos cien flecheros y hombres armados de boleadoras. Un numeroso cortejo de mujeres y niños lo seguía. Pero ya se advertía que su estrella iba declinando. Sin embargo, algo conservaba de su altivez y poderío de rey de las pampas.”
En 1897 Sayweke recibió doce leguas de tierra en Tecka, provincia de Chubut, en una zona desolada y árida sin posibilidades de bienestar, como lamenta al comprobarlo Francisco P. Moreno, quien lo visita en sus toldos. Allí asistía a oficios religiosos con su familia, pero nunca se bautizó para no dejar la poligamia. “Me lo impiden mis cuatro mujeres”, decía sonriente.
El último jefe guerrero de Puelmapu falleció el 8 de septiembre de 1903 en su toldería de La Piedra de Sotel, a orillas del río Genoa en el Chubut. Lo asistió en sus últimos momentos el salesiano Lino Carbajal, quien telegrafió las novedades al presidente Roca.
“Señor presidente de la República. Habiendo asistido a la muerte del famoso cacique Valentín Sayhueque tengo el sentimiento de comunicarle su fallecimiento como cristiano, pues se le dio sepultura y se le mandó colocar una cruz de hierro. Con él desaparece el último vestigio de aquel imperio salvaje que el valeroso ejército a órdenes de vuestra excelencia, conquistó para la civilización. Tengo el agrado de saludar atentamente a vuestra excelencia.”
La noticia rápidamente llegó también a los periódicos. La exclusiva la tuvo el matutino La Prensa, siendo publicada el 19 de septiembre con el título “Chubut. Muerte de un famoso cacique”.
“Llegó el padre Lino Carbajal que regresa de una excursión de 400 leguas y quien asistió en su agonía el 8 del corriente al famoso cacique Valentín Sayhueque, que ha fallecido. Era hijo del cacique Chocorí; murió de un ataque al corazón mientras se celebraba un huencunruca; tenía 85 años de edad y era ahijado del patriota Valentín Alsina. Dejó tres viudas y varios hijos. El mayor de ellos, Truquel, parece que tomara a su cargo del cacicazgo.”
Pedro Cayuqueo
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído del libro: Historia Secreta Mapuche – de Pedro Cayuqueo – Catalonia editora. Capítulo: Saihueque – El último guerrero de Puelmapu
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Hola me parece una falta de respeto que pongan “indio ” e “indiadas” cuando eso es una referencia de gente que vive en medio oriente como en la india, acá sería aborígenes, indígenas o pueblos originarios que feo e indignación
Valga la aclaración que respetamos las denominaciones del texto original escrito por Pedro Cayuqueo, como citamos al final del artículo, de quien no se puede decir que le falte el respeto a su propio pueblo, todo lo contrario. Saludos.