Hacia 1780 Don Ambrosio O’Higgins, padre del Libertador de Chile, Bernardo O’Higgins, era el encargado de mantener la paz con los indígenas de la frontera de Arauco con base en la fortaleza de Chillán. Para mantener calmados a los belicosos araucanos, establece un fuerte en Antuco para controlar el paso por Pichachén. Conocedor de la mentalidad indígena, sus industrias, comercio y las relaciones con los españoles, eleva al gobierno de Santiago una propuesta dirigida al Rey de España, para que éste apruebe sus acciones con el fin de mantener a raya a las tribus belicosas del sur. A una de sus iniciativas, le asigna fundamental importancia: “Prohibir en el Reyno el uso del poncho”. Y daba sus fundadas razones: Los tejidos indígenas pehuenches eran famosos por su calidad y objeto principal del trueque, fueran alimentos o armas, sobre todo, hacia y desde las pampas bonaerenses, otorgándole este comercio una muy buena entrada económica.
Este comercio ya es destacado en 1758 por el misionero Espiñeira, aclarándole a los indios que “no veníamos a buscar ponchos, tierras, corderos o haciendas, sino por sus almas”. Más terrenal y estratégico, Don Ambrosio argumentaba que si se prohibía su uso y comercialización, “se los condenaba al hambre y se entregarían al dominio español”, y de paso, “dejarían de tener perjuicio económico la industria de tejedurías reales de la Colonia”. Además había un motivo práctico, visual, ya que si los indios no usaban ponchos, no podían ocultar su condición, puesto que “los andrajos que usaran a cambio, los pondrían en evidencia inmediatamente”. Y aún, un motivo de seguridad, ya que al no haber nadie con poncho, “no tendrían dónde ocultar las armas que llevaran”. Sin esperar aprobación real a su propuesta comenzó a aplicarlo en todos los parlamentos y reuniones que hacía con los principales caciques chilenos y con los caciques y capitanejos del otro lado de Pichachén. Todos los que se acercaran a parlamentar, comprar e incluso en las iglesias, indios y cristianos, debían “sacarse el poncho, para que todos conocieran su situación”. La iniciativa de Don Ambrosio, tuvo poca duración, sobre todo porque los obligaba a andar casi desnudos “mostrando sus vergüenzas”, pero quedó el dicho: “Traer algo escondido bajo el poncho”.
En el Norte Neuquino, hasta hace muy poco se podía ver a cualquier paisano respetuoso sacarse el poncho antes de entrar a cualquier edificio público (iglesia, municipio, juzgado, policía, comercios o casa particular), dejándolo doblado en la puerta, junto a las maletas y espuelas, hasta que terminara su trámite. ¿Sería recuerdo de aquellas prohibiciones de Don Ambrosio y su “guerra del poncho”?.
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Extraído de Malal Meulen – La querencia del Viento – de Isidro Belver – Se lo puede descargar desde AQUÍ.
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