Vida laboral – Un día de trabajo
Podríamos clasificar al personal que trabajaba en la mina como aquél que lo hacía en superficie, vale decir: administrativos, albañiles, maquinistas, carpinteros, chóferes, entre otros; y aquél que realizaba tareas en el interior de la veta, el minero. La actividad de oficinas comenzaba a las siete y cuarenta y cinco horas con el toque de la sirena, llamado “pito” por los trabajadores, que anticipaba la jornada laboral. A las ocho nuevamente se oía con el objeto de indicar su comienzo. A las doce terminaban las cuatro horas correspondientes al turno de la mañana, siempre acompañado por el toque de la sirena. El turno tarde era de quince a diecinueve horas. La única excepción a los horarios administrativos era la de los empleados de transporte, de la usina y la caldera que cumplían turnos rotativos como los mineros: de seis a catorce, de catorce a veintidós y de veintidós a seis horas.
Al iniciarse cada turno, en la lamparería el minero retiraba su lámpara de seguridad, la cual tenía un número de identificación para cada trabajador, quien la controlaba para asegurar su buen funcionamiento. Las primeras funcionaban con carburo, después aparecieron las que utilizaban nafta, con tubo de vidrio “Pirex”, que poseían una malla de alambre tejida, a la que denominaban “pato”. La presencia del gas explosivo metano, que al combinarse con el aire forma el temible gas grisú, hace indispensable el uso de este elemento.
En este mismo lugar, se contaba con baños y duchas, al iniciar el trabajo y finalizada la jornada, los mineros podían bañarse y quitarse de esta manera la asfaltita que cubría su rostro, manos, cabellos.
La indumentaria de trabajo estaba compuesta por un casco que tenía una linterna alimentada por una batería, un mameluco, botas de goma, zapatos con punteras y guantes, que debían ser suministrados por la empresa. Sin embargo sabemos que era común que los trabajadores ingresaran con su vestimenta cotidiana: bombacha de campo y alpargatas. El uso completo del equipo aparentemente habría estado reservado a la acumulación de agua en las labores por la filtración normal de las napas, la que se incrementaba a causa de las lluvias. Después de la explosión, aumentaron las medidas de seguridad, como uso habitual de botas y de mascarilla.
Después, desde la lamparería, se dirigían al depósito de materiales donde retiraban todas las herramientas necesarias para las labores: palas, picadores, cuñas, hachas. Luego el capataz encabezaba la fila de trece hombres que ingresaba a las galerías de la mina, cerciorándose de que no hubiera piedras sueltas de manera de prevenir cualquier accidente en el frente de explotación. Sin embargo, esta medida de seguridad no siempre era respetada. Sobre el tema refiere José Lillo que cuando estaban muy apurados por bajar lo hacían por una chimenea, que poseía aproximadamente tres metros de profundidad. Se ayudaban mediante mampostas de madera que había en los laterales de la chimenea y un compañero colocaba una vagoneta para que cayeran. En ocasiones, enganchados a una de ellas, apuraban su llegada al frente donde estaban trabajando.
Los hombres eran distribuidos por las diferentes galerías de la mina de acuerdo con las instrucciones dadas por el capataz general: continuar con las tareas que había dejado pendiente el turno anterior; cargar escombros; enmaderar; extraer y sacar material; realizar el mantenimiento de cañerías, bombas, sistemas de ventilación, entre otras.
En cuanto a la organización, el trabajo en la veta era de ciclo continuo ya que la cuadrilla realizaba todas las etapas de la producción. La primera consistía en la perforación, voladura y ventilación; la segunda era la etapa de extracción y la tercera de fortificación y tareas mecánicas. Cabe que aclaremos que para la ejecución de estas acciones, por cuestiones de seguridad, las voladuras se realizaban media hora antes de completar el turno, habiéndose retirado ya todo el personal. En consecuencia, cuando ingresaba el siguiente turno debía realizarse la ventilación, extracción y fortificación de los laboreos. Si bien algunas actividades específicas, como la del perforista, requerían un mayor conocimiento y habilidad, en general los mineros sabían y debían poder realizar cualquiera de los trabajos auxiliares, como en el caso de los guincheros, vagoneteros, entre otros.
Este último aspecto está relacionado con lo que ya mencionamos sobre la falta de experiencia del obrero reclutado por la empresa y las etapas de su carrera. En estas tareas no se buscaba la especialización, sino todo lo contrario, Juan Amigo lo recuerda así:
“Picar carbón, sacar carbón y picar o vagonetear o cualquier cosa de esas… O ser guinchero, todo eso, o ayudante de perforista. Así que teníamos varios trabajos, porque un día nos echaban en una parte y otro día en otra.”
El objetivo general de la cuadrilla consistía en sacar la mayor cantidad de vagonetas cargadas de asfaltita, ya que esto formaba parte de la “competencia” que existía entre los diversos turnos. Además, José Mercado agrega que cuando era sobrepasada la cantidad mínima de mineral que cada equipo de trabajo debía extraer, el excedente quedaba como reserva para completar lo requerido para el siguiente:
“Por día de eso no… Nosotros, los encargados de turno, teníamos que levantar noventa vagones por turno. Cada turno. Cada uno era de quinientos kilos. Había que tratar de sacarla. Había veces que quedaba carbón y lo sacábamos todo, para que no quedara nada. Entonces ahí había reserva. Uno tenía para completar esa reserva. Eso era lo que pedía la empresa.”
El sistema de arranque del carbón era manual a base de palancas, cuñas y picos. Pero en el caso de que se presentara resistente debía utilizarse explosivo. Para ello, con el martillo neumático, cuyo peso oscilaba entre 9 y 10 kg, se realizaban los barrenos (perforación en la roca). El aire comprimido para su funcionamiento provenía de compresores que encontraban en el exterior de la mina, en la sección calderas, a través de mangueras de goma de alta presión. El número de barrenos dependía de las dimensiones del frente donde se realizaba la voladura. El cachorreo solía hacerse sobre estéril, o sea sobre la piedra, aunque a veces se realizaban tiros sobre el mineral, cuando la producción lo hacía imprescindible (El cachorreo consistía en colocar el explosivo, el fulminante y el cable que contactaba los barrenos entre sí y el retacado se efectuaba con arena. El cable tenía una longitud considerable de manera tal que si se encendía con fósforos, el capataz tuviera el tiempo suficiente como para retirarse del lugar. Tiempo después, las voladuras se efectuaron mediante un explosor eléctrico). Luego el capataz, que era el único autorizado para efectuar esta tarea, buscaba el explosivo en el depósito de materiales. Se usaban cartuchos de gelinita al 62%, con mecha lenta. Para picar la asfaltita y demoler la piedra dinamitada, se utilizaban picas de dos puntas sumamente afiladas.
El mineral era recogido mediante palas y depositado en vagonetas, que tenían una capacidad de media tonelada, las que se desplazaban por rieles de hierro y traviesas de lapacho. El movimiento de estos contenedores era realizado por un guinchero y dos desenganchadores, que los empujaban manualmente hasta el silo, donde volcaban la carga.
El silo podría almacenar una cantidad suficiente como para cargar dos camiones de cinco toneladas cada uno, para lo cual se demoraba alrededor de cinco minutos por vehículo. Cuando la asfaltita que se extraía superaba la capacidad del silo, se depositaba el material en la playa y en ese caso se cargaba mediante palas.
Salían de San Eduardo diariamente entre diez, doce y hasta quince transportes cargados, de los veintitrés con que contó en su época de esplendor. En alguna oportunidad en que incrementó el nivel de producción, se apeló a la contratación de empresas privadas de transporte. También esto ocurrió en el último período para reemplazar el uso de los vehículos que habían cumplido largamente su vida útil.
Una vez cargado, el camión pasaba por la báscula de la Oficina de Transporte, en la que se pesaba y controlaba la cantidad de asfaltita que salía. Los serenos confeccionaban el remito en el que constaba ese dato y el horario de partida de cada vehículo. Una copia del remito, el chofer debía presentarla en su destino, Zapala. Tardaban entre once y doce horas cuando el recorrido que hacían era San Eduardo-Chos Malal- Zapala. Después de la construcción de la balsa Huitrín, sólo se requerían entre seis y siete horas. Nos parece oportuno destacar que las empresas a cargo de San Eduardo abrieron los primeros caminos y gestionaron la construcción de esa balsa, con la intención de reducir las distancias entre el yacimiento y la punta de rieles. En Zapala, una cuadrilla se ocupaba de cargar con pala la asfaltita en el vagón. De allí se la transportaba a Buenos Aires.
Quienes puedan aportar fotografía antigua de San Eduardo, por favor comunicarse por mensaje.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído de: San Eduardo, volver en la memoria. De Carlos Aníbal Lator – Cecilia Inés Arias – Marta Cristina Cabrera – María Cristina Barañamo – María Teresa Alarcón. Centro de Estudios Regionales Chos Malal. Editorial EDUCO.
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