Desde la más remota antigüedad, toda migración y subsiguiente asentamiento humano fueron el resultado de una búsqueda para mejorar las condiciones de vida avanzando hacia lo desconocido, las más de las veces en andas de un inquieto espíritu de aventura y con la esperanza de acceder a nuevas fuentes de riqueza.
En ese sentido, San Martín de los Andes no fue una excepción: los pioneros aportaron su fuerza de trabajo, a veces con mano de obra calificada, otras con conocimientos técnicos y habilidades prácticas, y siempre con enormes deseos de trabajar para hacer del lugar elegido un verdadero hogar familiar donde descansar al término de la jornada, anhelando una comunidad progresista cada vez con mejor calidad de vida.
Las formas culturales de los nuevos pobladores, con distintos hábitos de vida cotidiana en relación a lo pobladores preexistente, los lleva entre otras actividades, al aprovechamiento de industrias no desarrolladas antes por los grupos indígenas, tal el caso de las Industrias Maderera y Harinera o primariamente utilizadas por éstos, como la elaboración de Chicha de manzanas.
Las necesidades de vivienda los convertirá en verdaderos pioneros industriales en la Patagonia, si tenemos en cuenta que los anteriores habitantes de la región, dueños de otros hábitos culturales, se defendieron de las inclemencias climáticas, bien refugiándose en los pocos abrigos naturales que les ofrecía el inhóspito hábitat, bien armando sus toldos con palos y cueros, con el agregado que sus hábitos, eminentemente nómadas o trashumantes, tornaban prácticamente inexistentes las necesidades de mesas, sillas, camas, alacenas, y armarios permanentes, mobiliario infaltable en los modos de vida europeos, para cuya construcción entonces fue imprescindible la madera.
Es por ello que podemos afirmar sin lugar a equivocarnos, que la industria Maderera nació casi de inmediato tras la ocupación por el ejército del espacio patagónico y más aún con los asentamientos que surgieron conjuntamente con los integrantes de las tribus sometidas, los migrantes primero y los inmigrantes poco después.
Los industriales madereros de la región del Lácar fueron visionarios que vislumbraron un progreso acorde con sus expectativas y vivencias personales, trasvasadas luego a sus descendientes que, en sucesivas generaciones pudieron ir disfrutando cada vez con más plenitud, lo que sus mayores solo alcanzaron parcialmente.
Es así que hoy, repasando ese pasado mediato, encontramos que, con la iniciación del siglo XX, se asentó la primera familia: fue en 1895 cuando el galo Luis Lerin, nacido en 1860 en Marmandes, localidad del Sur de Francia próxima a los Pirineos, llega al puerto de Bs. Aires, vive unos años en esa ciudad, se traslada al Norte del país (Chaco) y recién en 1903, llamado por su amigo Santiago Bosson, quien había arribado con el Ejército, se instala con aserradero propio en el recién nacido pueblo de San Martín de los Andes.
Lerin es quien provee, en 1922, la madera de la primitiva Capilla, hoy transformada en el Teatro San José. Para esa fecha Santiago Bosson también era un industrial de la madera.
En 1905, un holandés, Isbrand Van Dorsser, llega a nuestra región con sus deseos de progreso, instalándose con su prolífica familia primero en lo que se conoce como pampa de Nonthue (1906) y luego en Hua-Hum, dando el impulso inicial a la industria propiamente dicha «al pie del bosque».
Un nuevo inmigrante, Domingo Ragusi, italiano de la ciudad de Milazzo, Provincia de Messina, en Sicilia, Italia, se instala en la zona de la Vega Maipú en 1903. Es en ella que se produce un hecho llamativo analizado tiempo después, y es que poniendo a prueba el ingenio heredado, dos hijos del fundador de la “Trinacria” (nombre del establecimiento agrícola- ganadero), Américo y Renato, de escasos 17 y 14 años de edad, construyen en forma precaria una sierra circular con el fondo de un recipiente de combustible, evitando así la tediosa y pesada tarea del uso de tronzadoras en la obtención de la leña de uso diario. Fue la necesidad abundante del clásico combustible, lo que obligó a Américo y Renato a iniciar, aproximadamente en 1918 lo que posteriormente sería la firma industrial «Ragusi Hnos SRL», instalada en el paraje Ruca Ñire (1931).
Transcurren los últimos años de la década del 30 y principios de la del 40, cuando un español, Antonio Peleteiro y su primo Alfonso Álvarez, instalan un aserradero en San Martín de los Andes; antes de ello, se dedicó Antonio al transporte de madera.
En 1942 llega al país, junto con su padre, un belga de 22 años, Santiago Francisco Stordiau, quién tiempo después, en 1943, se arraiga en la zona con la intención de confeccionar duelas (tablas, generalmente convexas para toneles) para exportarlas a España. Stordiau instalando sus primeras máquinas, levanta así un complejo industrial.
Es también en 1942, cuando un nativo de la Provincia del Neuquén, Alfonso N. Creide, gana una licitación de madera realizada por Parques Nacionales, para lo cual debió alquilar un aserradero en la zona de Hua-Hum (Paraje Rancho Quemado). En 1946 por compra a la Sucesión de Luis Tossi, Creide se incorpora a la industria maderera en forma definitiva.
Una década más tarde, otro industrial que previamente había incursionado en el turismo y luego en la comercialización de madera aserrada, se asociará formando una entidad que perdurara en el tiempo integrada por distintas sociedades; se trata de la que reúne a José Orazi, argentino, con Benjamín Losso, italiano. En 1952/53, instala un aserradero en la Vega Maipú, que luego, en 1955, se transforma en “Maderera Nonthue”; (en sus comienzos los socios fueron Orazi-Losso y David Marre, italiano este último, que permanece muy poco tiempo en la sociedad, ya que más tarde se dedicará exclusivamente a la construcción y a su propio establecimiento hotelero). En sucesivas etapas se incorporan a la actividad maderera, Ismael Sánchez, Oscar Sturzenegger, y Aldo Zmud, todos ellos argentinos, adquiriendo la firma sucesivamente distintas denominaciones, tales, como «Sol», «Solsur» y «Solsur SA,», con la incorporación de mayores capitales.
Es de esa misma época la instalación del aserradero de Luis Croceri, argentino, de familia bodeguera del Valle de Río Negro, quien se asociará a «Solsur», pero con la denominación «Forestal Curruhuinca S.C.A», de la que se separará más tarde. Industria que fuera adquirida por Julio Vidal y Benjamín Losso.
De 1950 en adelante se instalan varios aserraderos pertenecientes a José y Ramón Asmar, Homero Campos, Parrilli Hnos., Bertoldi Hnos., los hermanos Obeid (Yamil, Feyes y Faríd). Estos últimos constituyen la sociedad “Lolog S.R.L” junto con Carlos Bresler, por compra a Van der Walt y estos anteriormente a Bradbury Mac Donald.
En 1955 ven la luz también otras sociedades: la constituida por Gastón Lerín y los hermanos Sapag-Shamley (Elias-Nayib y Resto); Justo Varea se une a su yerno Saúl Ángel Zanollo y estos a Carlos Cenia, Fernando Ceballos y Bruno Cechetto; en tanto que Hugo Berra, Eloy Carrasco y Carlos Pérez operarán en forma individual.
Todos estos establecimientos se abastecían de bosques fiscales provinciales, con permisos de extracción en las zonas de Chapelco Chico, Chapelco Grande y Lolog; otros, de bosques fiscales nacionales en jurisdicción del Parque Nacional Lanín, cuencas del Lácar, Queñi y del Lago Escondido; bajo las normas legales existentes, exigidas por la ley nacional de Bosques, mediante la ejecución del inventario y plan de manejo respectivos.
Existieron aserraderos instalados en propiedades privadas dentro de la jurisdicción del Parque National Lanín, tales como Quechuquina y Lago Hermoso, elaborando productos madereros.
En 1971, los madereros que se abastecían de los bosques bajo jurisdicción de Parques Nacionales, en cuencas distintas a las mencionadas, como la del Quillen, Paimún, Lolog; vieron unificadas las superficies que tenían cada uno de ellos en forma individual, agrupándoselos en una única, en el paraje Pichi Hua-Hum.
El aprovechamiento fue realizado por las firmas “Ragusi Hnos”, “Alvarez y Peleteiro”, “Santiago F. Stordiau”, “Alfonso Creide”, “Solsur S A”, “Forestal Curruhuinca S.C A.”, “Suc. Torcuata Modarelli” y “Lolog SR.L.”; pero actuando bajo la denominación conjunta de «Maderera Lácar».
El resto de los permisionarios continuaron momentáneamente en las zonas que primitivamente les habían sido adjudicadas, situación que perduró hasta cuando por aplicación de los principios enumerados en lo que se llamó «Acta de San Martín de los Andes» (compromiso firmado entre Parques Nacionales, la Provincia del Neuquén y los madereros), se otorga a la “Corporación de Industriales Madereros del Neuquén Sociedad Anónima Comercial, Industrial y Forestal – COMANESA” para su aprovechamiento, previo estudio dasocrático (natural, legal y forestal, con el objeto de maximizar la producción y renta), un anticipo de 450ha. sobre un total de 1.000, ubicadas entre los parajes de Pucará y Chachín. A dicha sociedad, aportaron capital todos los aserraderos instalados en ese entonces, a los efectos de industrializar en conjunto el cupo de 6.000 m3 asignados por el organismo estatal nacional.
Haciendo una pequeña e imaginativa vivencia, podemos ver en medio del bosque, quizá alto en la montaña, entre los 650 y los 1.100 metros sobre el nivel del mar, a un grupo humano iniciando alegremente la tarea diaria, conjuntamente con las yuntas de bueyes, que se dedicarán a extraer los rollizos preparados por los que abatieron previamente el árbol, individualizando y señalado con una marca especial, por el Organismo Fiscalizador de la zona.
El volteo se efectuó, en sus inicios con hacha, luego reemplazada por motosierras. Desramada la planta y apilada la leña al pie del mismo árbol, se procedía a atar los rollizos con poderosas cadenas, azuzando los bueyes, en el intento de arrastrarlos por un trecho, hasta llegar a la playa de acopio.
Es en este claro en medio del bosque donde se arman los cargaderos para los camiones, de tracción simple al principio y reemplazados luego por los de doble tracción, que con trochas más anchas serán las encargadas de acarrear los rollizos en cantidades acordes con sus diámetro y capacidad de carga hasta el aserradero, si es que éste se encuentra emplazado en el bosque, o caso contrario, hasta la playa de armado de balsas.
Estas últimas, generalmente se encontraban en pequeñas ensenadas protegidas de los vientos dominantes; donde personal muy especializado en el manejo de los bueyes, ayudados por un bote a remo (cuando el bueyero y animales, metidos en el agua, no podían operar por la profundidad existente) colocaban y engrapaban, paralelos a la costa, uno por uno los rollizos, con un único cable de acero, que servía luego para arrastrarlos con alguna embarcación.
Todos los años, durante el proceso de «saca» de los rollizos, existió una cuadrilla cuya única tarea consistió en el mantenimiento de los caminos o en la apertura de aquellos de «arrastre», quedando como última tarea, antes de las nevadas, la confección y repaso de las alcantarillas y ductos para el agua de escurrimiento, a fin de evitar la erosión hídrica.
Fue muy importante la función que desarrollaron las Empresas madereras en la zona donde actuaron. Fueron las responsables da abrir caminos en plena montana para poder sacar la madera a industrializar; dejaron muelles en lugares donde no existían antes; construyeron escuelas afirmando principios de soberanía además de brindar, mediante el concurso del Estado, la educación que merecían y debía darse a los niños del lugar. Fueron sus operarios los primeros en arribar a los focos de incendio que ocasionalmente se detectaban (no olvidemos que defendían con ello su propia fuente de trabajo); en los arrastres que se hacían para sacar los rollizos mediante el uso de yuntas de bueyes, actuaron como verdaderos preparadores del terreno, prácticamente como si fueran arando con los rollizos, para que en el momento oportuno la simiente de los árboles semilleros llegaran en mayor proporción y seguridad al pie de los mismos, ayudando así a la propagación de las especies dominantes de cada lugar. Les cabe, por ello, legítimamente el calificativo de PIONEROS en el bosque.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído y adaptado de: Libro del Centenario de San Martín de los Andes. Fotos: gentileza del Archivo Histórico Provincial
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