No quieren que yo te quiera,
me tienen impedimento
y no me dejan salir de la puerta
al aposento
“Lidia, chilena de 31 años, con dos de residencia en el país, denuncia estar segura que su hija ha huido del hogar seducida por Oscar Díaz Flores con el propósito de unirse al mismo. Que solicita de esta autoridad las gestiones correspondientes a efectos de que su hija sea reintegrada al hogar paterno en mérito de su minoridad de edad y aspirando a que pueda contraer posteriormente matrimonio con Díaz Flores en forma legal”. Archivo de la Justicia Letrada del Territorio Nacional, Secretaría en lo Criminal y Correccional, Expte 976, Año 1950.
Ese día, 7 de mayo de 1950, el chofer de taxi acumulaba horas de espera en el bar Plaza de Cipolletti como casi todos domingos. Sin tener demasiado que hacer, este italiano hacía veinticinco años había llegado al Alto Valle buscando algo parecido a una colonia próspera. Había cambiado pala y frutales por un auto que alquilaba para realizar viajes de corta y larga distancia. Pasadas las doce horas de la noche “se le apersonó un señor mas bien alto, morocho, vestido con perramus, como de cuarenta años y el que tenía algunos dientes de oro y se acompañaba de una muchacha de quince años, el que le informó que no había encontrado alojamiento en este pueblo, pidiéndole en consecuencia que los condujera hasta la capital de Neuquén”. Los trasladó en su automóvil hasta esa ciudad, dejándolos de acuerdo a indicaciones de dicho señor en la esquina del hotel Plaza. Por el trato que se daban era difícil no pensar que se trataba de marido y mujer, “pues se tuteaban y expresaban con cariño sin existir coerción o violencia alguna por parte del hombre”.
Luego de recorrer hoteles y fondas no encontraron donde alojarse. Llegaron hasta la casa de una gente muy humilde donde después de manifestar que no tenían lugar para dormir, se les permitió pasar la noche. Permanecieron allí hasta el día siguiente en que tomaron el colectivo por la tarde y llegaron a la localidad de Cutral Có, ubicada a más de cien kilómetros de la capital, alojándose en la casa de un conocido.
Uberlinda, nacida en Chile, de pequeña se trasladó junto a padres y hermanos a San Martín de los Andes, al Sur del Territorio del Neuquén. Desde hace unos meses vive en Fernández Oro, una localidad vecina a Neuquén, donde su padre ha encontrado trabajo como peón de un importante comerciante de la región. Es de tez blanca, rubia, se peina con trenzas, tiene ojos claros y es más bien bajita y algo gruesa, según su madre.
Uberlinda tiene catorce años, aunque se empeñe en parecer de veinte. Es la mayor de una cantidad de hermanos suficiente como para olvidarse el nombre de cada uno. Desde muy chica colabora en las tareas del hogar: cocina, plancha, lava, cuida de los más pequeños. Junto a su madre es la última en acostarse después de cocinar el pan que a la mañana siguiente servirá de único alimento para el desayuno del resto de la familia. El horno de barro está en el patio y esa noche, a diferencia de otras, Uberlinda decide planchar y dejar la cocción del pan a cargo de su madre. A ésta le da igual una que otra tarea; repasa los platos usados en la cena y se instala luego en el patio a controlar el horno. Han pasado veinte o treinta minutos, los suficientes para cambiarse, guardar sus pocas ropas y documentos en una gastada bolsa de viaje y salir corriendo pero silenciosamente de la casa. Afuera la espera Oscar Díaz Flores, a quien conoce desde hace unos tres meses, cuando ella vivía en San Martín.
En la oscuridad de la noche, la silueta de Flores se agranda. Igualmente es alto, delgado, moreno. Casi un príncipe moro, aunque el misterio que lo envuelve asusta tanto como el destello que su diente de oro refleja en una noche con semejante luna. No es un príncipe, pero tampoco es un cualquiera. Carpintero de profesión, ha ido a la escuela hasta sexto grado. Tiene 41 años y vive en la Argentina desde hace dos, justo desde que su esposa falleció allá, en Chile. Viudo, con hijos más o menos grandes, decidió cruzarse. Un amigo de Cutral Có -esa aldea que se ha llenado de gente desde que el petróleo se adueñó de su vida- le ha invitado a su casa; y la Argentina al decir de sus paisanos, no parece un mal lugar para tentar suerte. No puede llevar a sus hijos, ellos necesitan una mujer y él ya no la tiene. Una cuñada se hará cargo, y si las cosas salen bien tal vez regrese por ellos con una esposa para atenderlos.
La conoce desde hace poco, pero lo suficiente como para desear el estar con ella. Quizás sea demasiado niña, un compadre se lo ha advertido, pero él tiene con qué compensar la diferencia entre la juventud de ella y su madurez. Tiene una profesión que le permite vivir mejor que un simple peón o empleado rural. Puede darse ciertos gustos como viajar en taxi y alquilar de vez en cuando una pieza de hotel figurando ser alguien importante. Mantiene a sus hijos con el dinero que envía y además no tiene ningún pasado que ocultar. Su libreta de matrimonio y el acta de defunción de su señora esposa están siempre consigo, por si las fuerzas del orden andan molestando en alguna casa de “mala vida”. Viste elegantemente y está dispuesto a consumar esta relación bajo el matrimonio. ¿A qué más pueden aspirar esos padres para su hija? Cualquier día de estos la niña quedará embarazada de no se sabe quién y entonces deberá cargar con el crío la familia. ¿Cuántos podrán pedirla en matrimonio si casi no hay solteros por estos lados? Sin embargo, el padre ya ha sentenciado “prefiere verla muerta antes de entregarla a Díaz Flores”. La madre le ha dicho también que “su esposo le pegaría a su hija si él le habla de casarse”. No quedan demasiadas alternativas: me raptas o me fugo.
Díaz Flores se ha comprometido a casarse y eso es suficiente para marcharse. Sin embargo, Uberlinda sabe que al fugarse con un hombre ha tomado también la decisión de entregar su virginidad. Y la virginidad -su madre se ha cansado de repetírselo- es la única carta que tiene una mujer humilde para comprar un marido decente y trabajador. Pero estos cálculos son demasiado complejos para un sueño de catorce años, ella ha desarmado sus defensas frente a la seducción de un hombre como Flores. Ese vestir tan extraño y elegante, ese andar seguro y ese misterio que lo envuelve han dejado a Uberlinda tan conmovida como a los testigos que le han visto. Ella se ha jurado esa noche entrar a la mayoría edad, se ha puesto su mejor ropa, un traje celeste enterizo y un tapado rojo, y con sus trenzas amarillas parece sino una princesa, al menos una caperucita de cordillera.
De la casa de un conocido, en Cutral Có, la han sacado esa mañana. La policía le ha entregado a su padre y espera la decisión del juez acerca del inculpado, quien ha sido denunciado por estupro contra la menor Uberlinda. Al padre no le alcanzan las manos para matar a quien ha mancillado el honor de su hija y la moral de la familia. A pesar de los ruegos de su hija, ha tomado una decisión: “está dispuesto a sufrir como padre el daño moral, pero no a dar su consentimiento para el matrimonio”.
A Uberlinda nadie la escucha, se ha cansado de decir que tuvo sexo con Díaz Flores la noche de la fuga y las siguientes, que fue por su propio consentimiento espontáneo, que tuvo inconvenientes en el acto carnal las primera noches por el dolor ya que era su primera vez, que en ningún momento ha sido intimada ni amenazada por aquel para llegar al coito. Que la declarante está enamorada de Díaz y quiere contraer matrimonio con él, para salvar su honestidad porque reconoce que lo que ha hecho es una mancha para toda su vida y que tendrá que reprocharle cualquier otro que no sea el nombrado. A Díaz Flores tampoco lo escuchan. Ha prometido casarse, mas las rejas le han encerrado preventivamente y el perito médico se dedica a descubrir lo que nadie ha querido ocultar, es decir, que la adolescente ha perdido su virginidad.
Para probar lo que nadie duda, Uberlinda será cuidadosamente examinada y auscultada. Luego se describirá su intimidad con una serie de detalles en un informe que leerá más de un policía aburrido y morboso. El médico -ese gendarme de la justicia científica- confirma que ha practicado el coito; que se ha atacado la virginidad de la menor, data probable 10 a 12 días. Se observa desgarro del himen ya curado que no producirá ninguna consecuencia en la salud y en el trabajo; que la menor presenta estado psíquico normal.
El 18 de mayo de 1950, Oscar Díaz Flores es declarado culpable de estupro. Sin embargo, no posee bienes para indemnizar a la familia y además deberá pagar su deuda en la cárcel. Mientras tanto, la menor quedará en custodia del padre.
Tal vez un momento de ira empaña la reflexión serena, piensa el padre. Tal vez sería mejor que se casen y no quede soltera y manchada, piensa la madre. Tal vez haya un niñito en camino y la familia no esté muy dispuesta a criarlo. Fuera cual fuera la razón, a menos de un mes de sentenciarse a Flores, el progenitor abandona su testaruda posición y ese señor alto, delgado y con un diente de oro resulta ser una persona honesta y trabajadora, capaz de sostener un hogar y de hacer feliz a su hija.
La boda fue celebrada el 14 de junio de 1950. El 15 de junio Díaz Flores fue dejado definitivamente en libertad y el acta resolutiva dice: que a foja 46 se encuentra agregada la partida de casamiento celebrada entre el procesado y la menor Uberlinda O, que de esta forma se ha subsanado el daño moral ocasionado a la menor Uberlinda por parte del inculpado. Por ello se resuelve sobreseer definitivamente la presente causa a favor de Oscar Díaz Flores.
Los padres no se resignan a perder una hija casadera por una tontera de adolescente y los jueces y sus empleados deben probar una vez más que ellos están para vigilar y arbitrar sobre la moralidad de los ciudadanos.
Moraleja: Una virginidad perdida es siempre una razón más poderosa que una virgen enamorada.
María Beatriz Gentile
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fuente:
– Historias de sangre, locura y amor: Neuquén (1900-1950)– María Beatriz Gentile, Gabriel Rafart, Ernesto Lázaro Bohoslavsky (compiladores).
Fragmento del Capítulo: Los delitos por amor, de María Beatriz Gentile.
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