Como cualquiera puede imaginarse, en los primeros años del Territorio las carencias para lograr brindar una adecuada atención médico-sanitaria a la población, eran verdaderamente notables. Por un lado la falta de profesionales que quisieran aventurarse en esos desolados territorios que paulatinamente se iban incorporando a la Nación, por otro, la ausencia total de edificios en los que pudiera atenderse y ofrecerse a los enfermos un aceptable tratamiento de sus males. Ni pensar tampoco en una farmacia o botica a la cual pudiera recurrirse para la obtención de medicamentos. Como si esto fuera poco, también gravitaba en el problema las dificultades que se presentaban por la particular geografía del Neuquén y por los muy rudimentarios caminos que, especialmente en época invernal, dejaban aislados por mucho tiempo a los pobladores quienes debían superar cualquier contingencia como mejor pudieran.
Si bien son muchos los casos que pueden ser tenidos como testimonio o reflejo de los problemas que la Gobernación debía superar para acudir en auxilio de sus habitantes, pues en principio solo se disponía de un solo facultativo -médico de la Gobernación-, creemos que basta traer al presente alguno de ellos para tener una cabal idea de cómo se vivía o cómo había que hacer para sobrevivir en esos eriales patagónicos.
El caso que se mencionará a continuación, se trata de un enfermo establecido en Ñorquín (encargado de la Comisaría), a quien debió asistir el Médico de la Gobernación, el recordado Dr. Julio Pelagatti. Pero para poder tener una apreciación en forma precisa, he optado por desarrollar el mismo en forma secuencial, tal como se fueron recibiendo las sucesivas comunicaciones que cronológicamente se consignan:
- Día 04/05/1905 – Desde Ñorquín, por medio del telégrafo, se hace conocer que el Comisario Alejandro Benavidez se halla muy enfermo requiriéndose con urgencia la asistencia médica.
- Día 06/05/1905 – La Jefatura de Policía informa al Gobernador que el Médico de la Gobernación, Dr. Julio Pelagatti, había partido hacia Ñorquín acompañado por el Agente Leonor Pérez.
- Día 07/05/1905 – El oficial encargado de la Comisaría de Ñorquín, envió un mensaje diciendo que el Dr. Pelagatti le había informado que se necesitarían meses para arribar a Ñorquín; en consecuencia, en lugar de medicamentos, sugería la conveniencia de llevar al Comisario Benavidez, en estado gravísimo, hasta Neuquén para encontrarse con el médico.
- Día 08/05/1905 – El Dr. Pelagatti, desde Arroyito, envía un telegrama informando que era imposible continuar viaje dada la intransitabilidad de los caminos como consecuencia de la torrencial lluvia registrada en la zona. Que el tiempo continuaba desfavorable y que en tales condiciones no podría llegar ni siquiera a Plaza Huincul. No obstante, requería que se hicieran las comunicaciones del caso a la firma Ibáñez y Cía. para que le provean los medios necesarios para proseguir el itinerario.
- Día 12/05/1905 – El Médico de la Gobernación informa haber llegado a Las Lajas la noche anterior, y que ese mismo día continuaba viaje a Ñorquín.
- Día 14/05/1905 – El Dr. Pelagatti envía un mensaje diciendo que llegó a Ñorquín encontrando al Comisario Benavidez en estado grave, pero que estaba en condiciones de viajar a Neuquén. En el lugar no había medio alguno para tratar su afección.
- Día 20/05/1905 – El facultativo da cuenta de su partida hacia Neuquén trasladando al Comisario Benavidez.
- Día 31/05/1905 – La Jefatura de Policía informa a la Gobernación el arribo del médico y el enfermo. En esa misma jornada, el Comisario Alejandro Benavidez, eleva una nota solicitando se le acuerde licencia para viajar inmediatamente a Buenos Aires para someterse a tratamiento médico, dada la gravedad de la enfermedad que lo aquejaba. Por su parte, el Dr. Julio Pelagatti, dictamina informando que es conveniente la derivación del enfermo, dado que el mismo necesita de un tratamiento especializado que en la zona no se puede realizar. Diagnóstico: “afección vegical”.
- No obstante a que luego de un tiempo el Comisario Benavidez regresó al Territorio, aparentemente curado, retomando sus funciones en Ñorquín, es elocuente que, tomando en cuenta las demoras en los desplazamientos que se daban por las distintas dificultades a superar, los casos de mayor gravedad simplemente quedaban en manos de la Divina Providencia; la gente moría sin diagnóstico cierto y con la sola asistencia de sus familiares, vecinos o alguno que otro curandero o “Machi” a los que se le pedían sus buenos oficios que, por qué negarlo, a veces resultaban exitosos.
Otro ejemplo a citar es lo ocurrido en el año 1906 con un agente de la Comisaría Capital que, estando solo en la oficina de guardia, sufrió un ataque de epilepsia cayéndose a un fogón con el que se calefaccionaba el recinto. Durante el tiempo que duró su crisis, su estado de absoluta inconciencia no le permitió reaccionar a tiempo por lo que parte de uno de sus brazos prácticamente se carbonizó. Al cabo de unos minutos, cuando comenzó a recuperarse y debido a sus gritos desesperados, pudo ser auxiliado por algunos compañeros que descansaban en la cuadra, siendo traladado inmediatamente al domicilio del Dr. Julio Pelagatti para su atención. El facultativo comprobó la magnitud de la lesión que presentaba el policía, determinando que no se podía hacer absolutamente nada. Qué para evitar consecuencias mayores como una inminente gangrena, era imperioso proceder a la amputación del miembro afectado, pero que en Neuquén no había posibilidades de hacer semejante operación, razón por la cual consideraba conveniente su urgente derivación a Bahía Banca. Al día siguiente, el agente afectado, acompañado por el legendario Sargento Ricardo Guzmán, viajó en Ferrocarril hasta Bahía Blanca quedando internado en el Hospital municipal de esa ciudad. No he hallado más referencias sobre este caso como para conocer cuál fue el epílogo de ese horrible y lamentable accidente o conocer el destino final de este desgraciado empleado policial, si salvó su brazo, si se le amputó, secuelas, etc. Con solo tener en cuenta el hecho de no haber podido recibir aquí una atención adecuada mediante desinfección, antibióticos, calmantes, etc., a lo que se debe sumar el tiempo que demoraba el ferrocarril para recorrer la distancia entre Neuquén y Bahía Blanca, dejo a la imaginación del lector lo que resta de ese suceso.
Debe tenerse en cuenta que en esos tiempos el único lugar más cercano para atender casos de cierta complejidad era la ciudad de Bahía Blanca. Debió aguardarse hasta el día 25 de febrero de 1925, fecha de inauguración del monumental Hospital Nacional de Allen (Río Negro), por entonces considerado el establecimiento hospitalario más importante de la Patagonia, para que los habitantes de la región pudieran disponer de una atención de buen nivel para el tratamiento de sus dolencias.
Si se tuviera realmente en cuenta el importantísimo servicio que ese afamado nosocomio, a través de sus profesionales y enfermeros brindó a toda la comunidad del norte Patagónico, salvando vidas y aliviando males físicos, hoy su ruinoso y abandonado edificio debería ser un hermoso museo para conocimiento de las actuales generaciones y reflejo de una época de sacrificio y solidaridad.
Otro de los tantos casos que pueden citarse y que ponen de manifiesto, como lo he señalado, no solo las insuficiencias de índole asistencial que existían en el territorio, sino también las resoluciones que con criterio y audacia debían adoptar en el terreno los mismos policías intervinientes en un procedimiento al no disponer de un profesional para brindar la atención que requería un herido, es el que se sintetiza a continuación:
En este hecho de tragicómicas características ocurrido en el año 1941, tuvo una vital intervención el Subcomisario Eriberto Belarmino Mena, a la sazón encargado de la Comisaría de Andacollo, quien debió concurrir a un paraje bastante distante donde se había registrado un hecho de lesiones producto de un clásico duelo criollo a cuchillo. Al arribar se encontró con que ambos contendientes estaban “cortados” pero uno de ellos de mayor gravedad, pues presentaba un amplio y profundo corte horizontal en su vientre con muchas vísceras en el exterior. De continuar en ese estado, por la imposibilidad de recibir atención médica y las dificultades propias del camino a transitar (a caballo) para llegar al más próximo centro poblado, indefectiblemente el lesionado habría tenido una muerte agónica y dolorosa.
Ante este crítico cuadro y sin otra alternativa, el Subcomisario Mena tomó una acertada decisión: efectuar allí mismo y sin pérdida de tiempo la sutura de la impresionante herida e intentar salvar la vida del infortunado criancero. Para ello pidió una aguja para coser, un poco de hilo y a continuación, transformado en un improvisado galeno, dio comienzo a la intervención en medio de los incontenibles gritos del “paciente” que debía ser inmovilizado con la ayuda de policías y familiares, y al mismo tiempo aprovechar el efecto de la anestesia que se hacía evidente en el lesionado producto de la ingesta etílica.
Con paciencia y empeño Mena culminó su tarea y, ahora con los intestinos en su lugar, el recién intervenido emprendió el tortuoso y sinuoso trayecto que distaba hasta Andacollo donde fue objeto de una mejor atención que le posibilitó luego ser derivado a otro centro asistencial de mayor complejidad. De esta forma la oportuna decisión del funcionario policial hizo posible que sobrellevara la difícil situación que se le presentó, a la vez de salvar al lugareño de una muerte segura y al victimario de una condena mucho más severa.
Este curioso e insólito caso llegó a mis oídos a través de comentarios de dos viejos policías del Norte neuquino, retirados ya, y también por el relato preciso que me hiciera el mismo Comisario Inspector Mena, ya muy entrado en años, durante una de las amenas conversaciones que mantuve con él en las que rememoraba incidencias durante su paso por su querida policía territorial.
El correr de los años, si bien trajo mejoras en las comunicaciones ampliando las posibilidades de recibir una asistencia oportuna y efectiva por parte de los facultativos que de a poco se fueron estableciendo en las principales localidades, hasta no hace muchos años aún quedaban algunos destinos policiales en los que esa clase de atenciones distaba de ser la ideal. Tomo como ejemplo el caso del Comisario Diego Turner, encargado de la Subcomisaría de “Auca Mahuída”, fallecido en el local policial en agosto de 1953. Alrededor del mediodía se descompuso imprevistamente en la dependencia, no pudiendo recibir atención médica pues el facultativo más próximo residía en la localidad de Centenario, además, el único vehículo existente y perteneciente a la compañía de explotación minera tampoco estaba, por lo que a los desesperados empleados policiales solamente les quedó la opción de pedir auxilio a Neuquén a través de la red de radiocomunicaciones. A últimas horas de la tarde, para cuando arribó una comisión de la Jefatura de Policía, luego de trasponer más de cien kilómetros de camino primitivo y dificultoso, el Comisario Turner ya había dejado de existir.
Otras complicaciones se daban en ocasión de registrarse casos de sarampión e influenza (hubieron fallecimientos en que se diagnosticó el deceso como consecuencia de esas enfermedades). Estos brotes dieron lugar a campañas de vacunación masiva por parte de “comisiones vacunadoras” que eran enviadas desde Buenos Aires a requerimiento del Gobernador.
La palabra “influenza” es un vocablo latino heredado de los antiguos romanos que suponían que la enfermedad era provocada por la influencia de las estrellas.
La gripe fue descripta por primera vez por Hipócrates en el año 412 A.C., y la primera pandemia identificada de influenza se produjo en 1580, según contó el profesor adjunto de la Cátedra de Infectología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Horacio López.
Un capítulo especial corresponde a la problemática que se daba en el Territorio cuando se registraban casos de lesiones, accidentes u homicidios en los que necesariamente se debían instruir actuaciones sumariales. De medicina legal o forense por aquí todavía no se hablaba y, si bien ya existía como la disciplina que tiene que ver con la aplicación de los conocimientos médicos a los problemas judiciales, en estos desolados parajes resultaba impracticable por no decir que era una utopía. La ausencia de facultativos que pudieran describir con precisión una herida e indicar al Juez interviniente, en base a la ciencia y a su buen criterio, su producción, medio empleado, tiempo de curación, data de la muerte, etc., obligaba a los instructores policiales y aún al mismo magistrado, a recurrir a personas que ni siquiera podían ser consideradas medianamente como idóneos; simplemente eran testigos o vecinos que se los convocaba para examinar al herido u occiso y que manifestaran su impresión al respecto.
Extraído del libro: Guardianes del Orden, Primera recopilación de datos y antecedentes históricos de la policía de Neuquén 1879-2000, Tomo 3, de Tomas Heger Wagner
¿Te gusta la historia neuquina, tenés algo que contar o compartir y querés colaborar con + Neuquén? Haz Click Aquí
También podés ayudarnos compartiendo este artículo en las redes sociales