Miguel Andrés Camino (1877-1944) vivió algunos años en San Martín de los Andes y dejó una impronta que se traduce en la recordación de su nombre en calles del pueblo, en la capital provincial, en Córdoba y Buenos Aires.
Corresponsal del diario La Nación en Europa, columnista de El País de España y colaborador de la revista Fantasio (se ignora si la francesa o la española; hablaba los dos idiomas), también escribió en Caras y Caretas, Nativa, Tradición y El trovador de la pampa.
Camino Frecuentó la peña del Café Tortoni, fue amigo de Florencio Sánchez, Fortunato Lacámera, Ricardo Jaimes Freyre y Alfonsina Storni, según testimonio de sus contemporáneos.
Fue autor de obras de teatro y poemas que -musicalizados por Carlos López Buchardo, Pascual De Rogatis, Juan de Dios Filiberto, Osvaldo Pugliese, Manuel Gómez Carrillo y Agustín Irusta, entre otros, se convirtieron en canciones que cantaron Gardel, Zitarrosa, Marcelo Berbel, Mercedes Sosa, María E. Walsh, León Gieco, etc.
Como traductor, transcribió del francés obras de Emile Zola, Max Maurey y Pierre Weber y del inglés “El club de los suicidas” de Robert Louis Stevenson.
Publicó dos poemarios: “Chacayaleras” en 1921, reeditado en 1924 y “Chaquiras” dos años más tarde. La prestigiosa Editorial Losada produjo una selección de poesías del primer título y nuevos poemas en 1939.
Para niños de colegios primarios
Durante los años de permanencia en Buenos Aires, Camino estuvo ligado estrechamente al mundo periodístico, teatral, literario y de las artes plásticas.
Las dedicatorias de sus poemas a escritores y artistas más las pinturas que le dedicaron a él, confirman su vínculo con esos círculos culturales.
Seguramente esas relaciones posibilitaron que una adaptación que hizo de la “Marcha del Inca” (Himno al sol) de Manuel J. Benavente, integre la lista de “Cantos escolares” aprobados por el Consejo Nacional de Educación de Argentina en 1934. La partitura está en la colección de la Biblioteca Nacional del Perú, en Lima y es objeto de colección en librerías europeas.
De igual modo, “Optimismo” un libro de lectura para tercer grado publicado en 1933 por la editorial Independencia, de la ciudad de Buenos Aires, incluye el poema de su autoría titulado “Florcita del aire”.
Los textos de la época
María Gabriela Bianchetti que analizó los libros que circulaban (ver su trabajo en Revista de Literaturas Modernas N° 42, 2012) señala: “A través de los informes del Ministerio de Educación, de los digestos, de las revistas pedagógicas y de los prólogos de los libros de lectura podemos identificar cuál era la finalidad que se perseguía con su publicación […] proporcionar lectura instructiva, pero sobre todo moralizadora, en forma muy interesante”.
Los libros escolares debían ser un compendio de textos que sirviera para formar al “argentino del mañana”, verdaderas lecciones de urbanidad, de higiene, reglas de comportamiento hacia los mayores, etc. La base era siempre moralizante. Se buscaba inculcar el amor al trabajo y al estudio, condenar el ocio, idealizar el progreso y respetar la autoridad.
En 1940, recopilado por Encarna Catalá, Editorial Claridad publicó el libro “Versos para niños”, que incluye un poema de Camino. Es “Una selección de composiciones de poetas clásicos y modernos destinada a los alumnos de escuelas y colegios para que sirva de texto en las horas de lectura libre”, según anuncia en las primeras páginas. Allí está la poesía “¡Siémbralo, hijo mío!” que se inscribe en los parámetros que indicaban las autoridades, señalados en los párrafos anteriores. Ignoramos si su autor conocía esas sugerencias, pero la intención de aleccionar anida en los versos que lo componen.
Vale subrayar la influencia que tuvieron sus poemas en niños y jóvenes de esos años; por ejemplo, Atahualpa Yupanqui (1908-1992) en un reportaje realizado por Blanca Rébori para sus “Retratos sonoros” respondió sobre sus lecturas:
“¿Qué alimento teníamos? Amado Nervo ¿Qué tal? Guido y Spano. Nos venía toda la literatura popular española, el Siglo de Oro español (…) ¿Qué hay? No hay Boca y River, hay otra cosa, hay un estado que ni se pisa el suelo. En aquel tiempo no pisábamos el suelo. Estaban nuestros poetas; se llamaban Luis Negrete, Juan Burgui, se llamaba Guillermo Saraví en Entre Ríos, se llamaba Joaquín Castellanos en Salta, Jaimes Freyre en Tucumán, Miguel Camino en La Pampa, en Neuquén y en Buenos Aires; Joaquín V. González con sus montañas ¿qué tal? Fausto Burgos. Nosotros éramos muchachos y esta gente nos daba un alimento hermoso”.
Sanmartinense y neuquino por elección
“Chaquiras” y “Chacayaleras”, si bien se publicaron en Buenos Aires, son de indiscutible arraigo cordillerano.
El título del primero alude a las cuentas de vidrio utilizadas por las comunidades originarias obtenidas por intercambio con los españoles; el segundo, al chacay, un arbusto que crece desde el noroeste de Neuquén hasta Tierra del Fuego.
Las ilustraciones interiores de la edición de 1921 de “Chacayaleras” tiene dibujos de Ángel Agrelo que representan el volcán Lanín, el lago Lácar, las araucarias de la zona de Pehuenia, entre otros temas neuquinos. También hay un sector de la vega San Martín con el cerro Torta (estribación del cordón Chapelco) en el fondo. Allí, en el actual loteo Sepúlveda, vivió Camino. El libro contiene una reproducción en color del mismo sitio. Se trata de una página de papel especial adherida a otra de cartón gris con una cubierta de papel transparente con la inscripción: “Chapelco” óleo de Paolillo propiedad del dr Amaya. Se refiere al pintor italiano Luigi Paolillo y a su amigo el dr. Lorenzo Amaya (autor de poesía y prosa en “Cantos del atardecer”).
Además, se anuncia en las primeras páginas: De esta obra se han impreso sobre papel glacé cinco ejemplares numerados y firmados por el autor.
Esa edición financiada por el escritor sobresale en detalles gráficos que lo vinculan a la tierra que inspiró su contenido.
La edición de “Chacayaleras” de Losada, bajo el título “El paisaje, el hombre y su canción” tiene en la de tapa la ilustración de una matra, un cultrún, una trutruca y florcitas; la más alta es el dibujo de una flor de chacay.
Por otra parte, el ex libris de Camino, (la etiqueta o sello personal del autor o del propietario del libro diseñado a pedido del mismo) consiste en una imagen central de un rostro nativo rodeado de una guarda con una vasija y la palabra “Chapelco”.
En síntesis, sus libros son ediciones porteñas impregnadas de rasgos neuquinos.
En palabras propias
En el poema titulado “Escudo”, Camino elogia los servicios que el buey prestó a los pobladores y -en años que Neuquén era Territorio Nacional sin símbolos que representaran la región- propone:
Mas no cerraré mis ojos
sin que me esfuerce por ver
en un escudo’e mi tierra:
-bien quisiera el de Neuquén-
un sol en el horizonte,
y entre gajos de maitén,
una pampita de trébol
y, en ella, echadito un buey.
En los versos del poema “Nostalgia” también trasunta, desde el título, la añoranza por el lugar que los motivó, cuando dice:
Amanecer de la Vega
¡Que me place recordar!
La vida andará por ella
florecida de chacays.
Aún perdura en mis oídos
su risita de cristal.
Fernán Félix de Amador, ligado familiar y afectivamente a la región, en su historia titulada “San Martín de los Andes” comenta:
“Yo tuve el gusto de conocerle personalmente pocos años antes de morir. Cuando supo donde vivía, el encuentro se hizo cordial, como si fuéramos viejos amigos. En el dilecto recuerdo que guardaba por este pueblo me impresionó hondamente”.
Resumiendo, pese a que no fueron muchos los años de residencia en Neuquén, cada nuevo detalle que se conoce de su trayectoria, revela el entrañable amor por el terruño que inspiró sus libros.
Ana María de Mena (*) anamariademena@gmail.com