Durante la década del ’30, el Territorio Nacional del Neuquén, habitado en su mayoría por inmigrantes, y con el Partido Socialista triunfante en la capital neuquina hasta 1935, será objeto de políticas de nacionalización ligadas a la constitución de nuevas identidades colectivas.
De tal manera, la “cuestión nacional” o el “interés nacional” se erigieron en fines supremos. Lo diferente era un factor de incertidumbre, que debía eliminarse. El concepto de “Nación” debía convertirse en la instancia estructurada para homogeneizar a la sociedad.
La llegada de Carlos H. Rodríguez a la gobernación del Territorio del Neuquén en 1932 instituiría el desarrollo del nacionalismo como una gestión sistemática del gobierno. Se justificaría como una “medida para asegurar el patrimonio nacional en las líneas de frontera y en los pueblos próximos a ellas”.
A poco de su llegada envió al comisario jefe, Conrado Pauleti, 160 opúsculos titulados “Organizaciones del comunismo en la República Argentina” y “Refutaciones al comunismo” para ser distribuidos entre el personal de las comisarías del interior. En la nota de elevación se recomendaba brindarle atención por el “carácter nacionalista” que revestía. Al mismo tiempo, obligaba a “todos los habitantes del país a comprometerse de su contenido desde el momento que el hacerlo es difundir una obra de profilaxis a la que debe adherirse todo aquel que conserve un sentimiento de patriotismo o de agradecimiento a nuestra tierra”. El repudio al comunismo se presentaba como medida necesaria para restaurar un orden amenazado. Por lo tanto, estigmatizar a los responsables era designar culpables y la rectificación -el nacionalismo- se presentaba como una solución que pretendía incluir tanto a nativos como a inmigrantes.
De acuerdo con esta línea, enseguida remitió una circular a todos los comisarios inspectores y comisarios locales del territorio del Neuquén, con el objeto de vigilar la conducta moral, la seguridad y la tranquilidad del territorio. A los funcionarios policiales de mayor rango, se les exigía la elaboración periódica, debiendo elevar directamente al gobernador, datos sobre las personas que podían “despertar sospechas” por sus actividades de espionaje, por su prédica subversiva o propaganda “ideológica disolvente”. Fundamentalmente había que fijar la atención en la conducta de los empleados y funcionarios públicos, en la moral de las Escuelas, en las actividades de las Comisiones de Fomento, de los Concejos Municipales, de los Jueces de Paz. Desde la Gobernación, se preveía completar un cuaderno con la información recibida. En él, se destinaría una hoja para cada uno de los funcionarios.
En la misma circular, Carlos H. Rodríguez establecía el “desarrollo del nacionalismo” como tarea complementaria a la tarea de control. Sobre la base de este plan, se preveía: “levantar y exaltar el sentimiento patrio, festejando los acontecimientos de la Historia con el brillo que merecen (…) propulsando conferencias patrióticas y (…) esto es extender y afirmar el amor a la patria, el respeto a la Bandera y a los símbolos que la representan”.
De la misma forma, como otra medida para afianzar y desarrollar el nacionalismo, Carlos H. Rodríguez propuso difundir en el Territorio el conocimiento de los hechos históricos vinculados con la fundación y progreso de los pueblos cabeceras de departamento, destacando las figuras de mayor relieve, levantando monumentos recordatorios de próceres o colocando placas de modo que pudieran servir de ilustración para las nuevas generaciones. Se responsabilizaba a los comisarios de cada localidad por la formación de una comisión, que bajo su presidencia elevaría a la gobernación la fecha de fundación del pueblo y una reseña histórica de la localidad. Se estas maneras se iban construyendo relatos del pasado, que se incorporaban. El tradicionalismo se instituía como un mito de la restauración o del retomo de la identidad.
Para cumplir con su objetivo, consiguió de la Dirección General de Arsenales de Guerra, la donación de un busto del General Manuel Belgrano para Las Lajas, uno del General San Marín para San Marín de los Andes y otro igual para Junín de los Andes.
Paralelamente, impulsó la construcción de monolitos en los lugares donde habían tenido su asiento las primeras guarniciones de tropas vinculadas con la conquista del desierto, que se concebía como una “campaña civilizadora”. En una circular dirigida a todas las Comisiones de Fomento, se alentaba esta acción como condición necesaria para el reconocimiento público del Ejército Nacional Expedicionario. Uno de los primeros monolitos fue erigido cerca de la confluencia del río Limay con el Neuquén, en el lugar donde había cruzado a nado el comandante Fotheringham en el año 1879. Amojonado los lugares y fijadas sus referencias históricas, agregaban un tono territorial al pasado nacional que debía celebrarse. El efecto de legitimación del pasado constituía un requisito fundamental para lo que se presentaba como la continuidad de la empresa civilizadora iniciada en 1879.
Por otra parte, en cumplimiento de lo solicitado por el Consejo Nacional de Educación, se les requería a los directores de las escuelas primarías la incorporación de la enseñanza de la historia del Neuquén en los programas “desde un punto de vista nacionalista”, a los efectos de desarrollar el “amor al suelo nativo y el desarrollo afectivo del sentimiento argentino en el niño”. De esta manera la escuela debía hacer de los alumnos ciudadanos neuquinos y patriotas, inculcando los ideales que habían guiado a los conquistadores, exaltando sus virtudes y evitando toda información que se apartara de esos propósitos. La vinculación entre la dimensión simbólica local y nacional, harían del nacionalismo una configuración histórica particular: un nacionalismo neuquino.
El scoutismo se presentaba como la “parte más avanzada de la educación del ciudadano en la sociedad”. Es decir, como un espacio de formación ciudadana, como una verdadera empresa para “curar los males originados por tendencias morbosas, que amenazan echar por tierra todo el edificio social, moral, político y religioso, construido por el esfuerzo civilizador”. Se trataba de la militarización de la infancia.
En consideración al scoutismo como medio de formación del niño y del joven “sobre bases sociales de un alto valor”, Carlos H. Rodríguez formó una comisión en cada cabecera de departamento importante encargada de organizar compañías o secciones de Boy Scouts. De éstas, la primera fue la de Las Lajas.
Otra institución que buscó ser colocada como centro del proyecto nacionalista fue el Ejército Argentino. Fue investido de la facultad de custodiar y mantener la unidad nacional tanto en el aspecto político como en el cultural. Su espíritu era considerado opuesto a las tentativas disgregadoras que se veía en los partidos políticos, en las disputas electorales y en particular en las ideas socialistas.
Entre las autoridades territorianas se compartía la creencia de que en los cuarteles del Ejército, el orden, la disciplina, “la higiene moral y espiritual” convertirían a los conscriptos en ciudadanos probos y laboriosos y que en sus escuelas se les abriría el camino de posibilidades superiores y en sus ejercicios se fortalecerían sus nervios y temple.
Por lo tanto, ante lo que se consideraba como un momento en el que acontecimientos peligrosos (avance del comunismo, de la corrupción y de la inmoralidad) hacían que la humanidad perdiera el “instinto de orientación”, el Ejército Argentino se presentaba como la esperanza y la salvaguardia de las tradiciones y de los grandes destinos de la Patria.
Por ello, fue una preocupación -tanto del gobernador Carlos H. Rodríguez como de Enrique Pilotto- crear jefes de Registro Civil móviles. Debían trasladarse periódicamente a determinados lugares para facilitar las inscripciones de los nacimientos, matrimonios, etc., pues permitiría “librar una activa tarea para reprimir y prevenir este estado anormal de cosas que afectan a nuestra cultura, nuestra moral y el respeto a las Leyes de la Nación”. La principal preocupación de esta medida residía en evitar omitir el enrolamiento.
También debía señalarse que, en este contexto de expansión del nacionalismo, la articulación de la comunicación y de la información fue un problema que preocupó tanto al gobernador Carlos H. Rodríguez como a su continuador, el coronel Enrique R Pilotto. De ello sobrevinieron las gestiones tendientes a la instalación de líneas telefónicas que unieran distintas comisarías, el montaje de estaciones radiotelegráficas en las localidades que carecían de aquel medio y la incorporación a la repartición de dos aeroplanos Curtís cedidos por el Ministerio de Guerra, para los cuales se construyó un hangar financiado principalmente por Yacimientos Petrolíferos Fiscales, Standard Oil y Astra.
En general. Carlos H Rodríguez -principalmente- y Enrique Pilotto después, se propusieron una homogeneización ideológica de la población del Neuquén y el desarrollo de mecanismos de control siguiendo criterios de un nacionalismo sostenido sobre la base de la defensa de una tradición. Esa tradición se enraizaba en un pasado que legitimaba una identidad de comunidad y alentaba a que toda voz que se alzara en contra de la máxima defendida Dios-Patria-Hogar fuera entendida como una afrenta a la patria y a la Nación. Para este proyecto, gobernar era disciplinar.
Los actos cívicos militares, el ritual simbólico.
La necesidad de generar ideales comunes tendientes a desarrollar una perspectiva espiritualista de la nación y a instalar una visión particular del orden y de las acciones sociales, llevaron a Carlos H. Rodríguez y Enrique Pilotto a la exigencia de implementar estrategias muy parecidas a los ritos; es decir, prácticas colectivas en cuya realización se hiciera explícito el significado de la Nación, la Patria y la identidad nacional.
Se exhortaba a los presidentes de las Comisiones de Fomento, a los comisarios, a los “vecinos más destacados” y a los directores de escuelas, que cooperaran para dar el “mayor brillo y lucimiento señalando así la importancia del fausto acontecimiento histórico” del 25 de mayo y del 9 de julio y para afirmar “cada vez más el sentimiento nacionalista en el pueblo”. Además, para ello se indicaba que debían embanderarse todas las casas y dar conferencias explicando el significado de la fecha.
Siendo un propósito del gobierno de Carlos H. Rodríguez atraer a los indígenas “inculcándoles sentimientos de confianza hacia las autoridades, difundiendo en ellos el amor a la Patria”, recomendaba a los comisarios y sub-comisarios que exhortaran a los caciques a enarbolar la bandera nacional y reunidos al pie de ella, formularan “un voto de amor patrio”.
Los actos contenían una fuerte carga educativa implícita. De esta manera, interpelaban a los ciudadanos y/o habitantes asignándoles un lugar. Por ejemplo, teniendo en cuenta el caso de la ciudad de Neuquén, generalmente el programa de los festejos incluía una serie de intervenciones que reforzaban posiciones y funciones sociales diferenciadoras: la señora del gobernador, la Cooperadora Escolar Conrado Villegas y la Municipalidad repartían ropa, calzado y víveres a un “innumerable pobrerío”. Asimismo, la comisión de festejos remitía a la cárcel pública cigarrillos, yerba y azúcar para ser repartido entre los presos.
El programa también incluía bailes, habitualmente organizados en el Club Independiente o en el Hotel Confluencia, que se convertían en reuniones sociales a las que, según la prensa, concurrían lo más “granado de nuestras familias”.
Como broche final, el cine servía de escenario para la velada artística que acostumbraba a organizar la Cooperadora Conrado Villegas. La Biblioteca Alberdi ofrecía sus instalaciones para la realización de conferencias alusivas a la fecha de homenaje en las que participaban esas “familias distinguidas”.
Esta especie de participación selecta y de intervención paternalista y caritativa, introducía elementos simbólicos para institucionalizar la segmentación de la sociedad civil. Su reconocimiento era el modo de dar forma e imagen al compromiso de lealtad, servicio y renunciamiento que la Patria exigía. Los textos y los comportamientos normados tendían a formar una conducta cívica montada sobre ese proyecto. Así, el patriotismo, en el escenario público, adoptaba un carácter dogmático.
En 1935, en oportunidad de un acto del 25 de mayo, el gobernador del Territorio, Enrique Pilotto, oficializaba la función de los actos al decir:
“Los pueblos viven más por su sentimiento que por sus ideas. No les quitéis pues, sus héroes y sus leyendas porque corréis el peligro de envenenar su espíritu… por eso, es indispensable que cada año se renueven estas ceremonias ante el altar de la Patria y que el recuerdo de los héroes -fundadores de la nacionalidad argentina -retemple los corazones de nuestros hijos”
Es decir, cada acto se convertía en una refundación o renacimiento del sentimiento de deber hacia la patria.
En cuanto a la disposición de las acciones desplegadas -siguiendo con el caso de la ciudad de Neuquén- invitados por el Presidente del Concejo Municipal y a propuesta de la Gobernación del Territorio, se constituía una comisión de “Vecinos” que tenía a su cargo la organización de los festejos patrios. Esta comisión reunía especialmente, a comerciantes y profesionales, además de las autoridades convocantes.
El presidente honorario de la comisión era el gobernador, el presidente era el jefe de policía o el director de la cárcel; secretario, un director de escuela, tesorero, vocales y sub-comisión de pollas, vecinos en general, pero preferentemente, como se dijo, comerciantes y profesionales. De esta manera se manifestaba la presencia del estado en toda la extensión del espacio social de decisiones de la organización.
El programa de festejos, además de la concentración y desfile de las escuelas, de los Boy Scouts, de la policía y del ejército incluía los festejos populares. Es decir, existía un momento en el que el espacio público incluía a todos, igualaba, pero luego se disponía de festejos diferenciadores. Por un lado, estaban las veladas para la “gente decente”, por otro lado, el acto para todos los habitantes de la ciudad (el acto cívico- militar) y por último, el momento para los “otros” (¿los no decentes?).
El momento compartido, que investía la intención de la construcción de una identidad común o colectiva, estaba signado por los discursos de quienes eran representados como inobjetables y dignos agentes mandatarios y voceros de la Patria, el gobernador, el presidente del Concejo Municipal y un representante de los maestros. Cabe señalar que al momento del establecimiento de la Sexta División del Ejército en Neuquén Capital a finales de la década del ’30, el maestro quedó sustituido por un representante del Distrito Militar. Esto pone en evidencia un desplazamiento en el imaginario social por el que la institución escuela ya no era percibida como la única y la principal fuente de defensa de la Patria. El ejército compartiría u ocuparía un lugar de privilegio.
A través de estos discursos se significaban y modelaban los recuerdos del pasado, se proyectaban hacia el presente los temores y hacia el futuro, las esperanzas. Los discursos hablaban de la historia y a través de ellos, se entreveía una imagen de sociedad a la que se aspiraba y junto a ello, un proyecto de nación que se imaginaba.
El acto cívico-militar, que podríamos denominar protocolar, además de su función pedagógica, servía para sellar la distribución de los papeles y las posiciones sociales. Por ejemplo: las autoridades y “vecinos destacados” se ubicaban en el palco, es decir “arriba” y entre ellos y el “pueblo” – receptor del discurso y espectador- se hallaban las escuelas, los boy scouts, la policía (tropas de Infantería y Caballería) o el ejército, pensadas, probablemente, como instituciones mediadoras. Este momento implicaba una representación de la sociedad, un orden según el cual cada elemento tenía su lugar y su razón de ser. Los actos debían unir e igualaban en el deber de rendir culto, homenaje y conmemoración a la Patria y a los forjadores de ella.
El acto protocolar culminaba con el acostumbrado Tedeum, cántico que usaba y usa la iglesia para dar gracias a Dios por algún beneficio. A él asistían las autoridades gubernativas, judiciales y militares y numerosas familias “prestigiosas”. Con ello se certificaba la alianza y pacto en torno al objetivo de defensa de la Patria. Generalmente la prensa se hacía eco de los discursos del presbítero, reproduciéndolos en su totalidad en las primeras páginas y con apreciaciones tales como “brillante discurso patriótico”.
Además del acto cultural para la “gente decente” y del protocolar para todos, estaba el acto popular. Este estaba destinado a la “gente corriente” y el principal propósito era el esparcimiento. Entre las actividades programadas estaban las carreras de bicicleta, de sortija y pallas. Estas propuestas también contenían la intención de recuperar la tradición, pero se trataba de una costumbre gauchesca que se limitaba a ser ofrecida a los sectores populares, probablemente, considerados no aptos para participar de los otros actos culturales. Se trataba de una ocasión que servía para celebrar colectivamente, pero trazando las diferencias. No obstante, finalizando la década, esta práctica fue reemplazada por exhibiciones militares a las que los asistentes participaban como espectadores debido a la militarización de la vida social.
El Tiro Federal solía organizar torneos de tiro en el que participaban equipos de dos tiradores de las reparticiones nacionales e instituciones civiles radicadas en Neuquén. En esa oportunidad, las municiones eran gratis; probablemente para promover la participación. Su asistencia en los actos y el éxito de la convocatoria marcaban una propensión del imaginario social tendiente a la militarización de la sociedad.
Por otra parte, hacia 1940, el ejército no sólo desplazó a los civiles y autoridades de la presidencia de las comisiones de festejo, sino que impuso su presencia y su temática en los actos que hemos dado en llamar “culturales” y “populares”. Estos últimos dejaron de ser un momento de participación directa de esparcimiento, para convertirse en un espacio de espectadores de las “hazañas” o exhibiciones militares, expresión a través de la cual se ejercía poder simbólico. Las propuestas en las que se hacían exhibiciones quedaban reservadas para los oficiales; en aquellas en donde era posible lo grotesco y burlesco por parte del público, participaban los conscriptos.
En síntesis, la creencia diseñada de una Nación amenazada debido al avance del socialismo, colocó a los actos cívico-militares celebratorios de las “fechas patrias” en una posición de privilegio en la agenda pública. Tuvieron como objeto desde lo simbólico, legitimar un sistema de pensamiento cuyo sostén fue la idea de Nación.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído de: De Territorio Nacional a Territorio Nacionalista. Neuquén en la década del ´30, de Norma Beatriz García.
El texto ha sido adaptado y en partes resumido.
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