Entre las variados atractivos para el paladar que ofrece la Patagonia, los chocolates son los favoritos de chicos y grandes, por la dulzura, por contrarrestar los efectos del frío, por la variedad de sabores, por la infinidad de combinaciones posibles. Los artesanales son, por la elaboración y las materias primas, los de mejor calidad y los más buscados.
En nuestra provincia, se vendían los que provenían de San Carlos de Bariloche… hasta que surgieron al pie de la cordillera los primeros chocolates artesanales neuquinos. Vale la pena conocer su historia, porque es una saga familiar de trabajo.
Pocos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, el matrimonio formado por José Zbiniew Fularski y Maya Ana Olszewska, oriundos de Polonia, llegaron a Buenos Aires. Fue en 1949 y traían a la pequeña Ana Maia de dos años.
Veinticuatro meses en la capital del país y un clima húmedo que no le sentaba bien a Maya Ana, fueron determinantes para que la pareja decidiera trasladarse a Quillén, entonces Territorio Nacional, después de leer un aviso en un diario en el que una persona solicitaba compañía de familia polaca que podía incluir hijos.
José “Tatus” Fularski y Maya Ana, Mamusia (mamita) para sus hijas, llegaron con entusiasmo a la estancia fundada por el abogado Lagos Mármol, él a trabajar como administrador; ella como acompañante mientras cuidaba la familia, que había crecido con el nacimiento de otra niña a la que apodaron Yiya.
Residieron en Quillén durante seis años, y de allí se trasladaron a Mamuil Malal para trabajar en el establecimiento de Bertil Graham, donde permanecieron hasta 1959.
Se mudaron entonces a San Martín de los Andes, donde se hicieron cargo de la Despensa Suiza durante un tiempo. Luego, Tatus, que tenía estudios europeos y suficiente experiencia, empezó a llevar la contabilidad de comercios prósperos sanmartinenses.
“Mi madre siempre fue una buscadora de oportunidades, no estaba quieta nunca; cosía, bordaba, tejía, cocinaba, hacía dulces, confeccionaba cajas de madera que pintaba, plantaba flores, cuidaba el jardín, hacía wicinanka”, dice su hija Ana Maia. Wicinanka se refiere al troquelado sobre el delgado papel “vía aérea” que, pegado sobre papel grueso y con hojas de varios colores superpuestas, forma coloridos diseños de flores y aves, artesanía típica polaca.
La mesa providencial
Mamusia que en su casa mantenía las tradiciones de su país, elaboraba chocolates como golosinas para la familia. Los amigos también eran agasajados con ellos y, a veces, le encargaban para alguna ocasión especial. Como ella solía estar atenta para hacer algo que significara sumar ingresos a la economía familiar, cuando se preparaba una feria en el pueblo, se le ocurrió preparar algunas variedades para ofrecer. Sobre el mantel de una mesa prolija, puso lo que había producido y esperó.
El salón del primer piso del edificio municipal estaba listo el 20 de junio de 1972 cuando el gobernador Felipe Sapag y el intendente Creide se aprestaban a cortar las cintas inaugurales, pero los organizadores habían olvidado llevar tijera. Desde su puesto, Mamusia levantó la mano ofreciendo la suya y así se cortaron las cintas para abrir la feria.
Durante la recorrida, Don Felipe Sapag se detuvo delante de la mesa de los chocolates y la felicitó por la idea, expresó que le pareció excelente, y le auguró éxito, un augurio que se cumplió.
Ese primer día en que los chocolates se presentaron públicamente, fue tomado como el inicio de la actividad, ya que las compras de los vecinos fueron en aumento.
Al principio Tatus dio poco crédito al tema, pero a medida que crecían las demandas del público por los chocolates y los alfajores que preparaba su esposa, fue confiando en el emprendimiento. La elaboración y venta era en la casa familiar de la calle Moreno, donde guiaban a los visitantes por el jardín, cuando se trataba de turistas. A él, dedicaba todo el tiempo que ella podía y había logrado tener flores todo el año.
Hasta ese momento los chocolates artesanales que se vendían en los lugares turísticos neuquinos eran de Benroth, procedentes de Bariloche y otros industrializados del mismo origen.
Ella viajó varias veces a Buenos Aires a capacitarse y su esposo empezó a acompañar la evolución del comercio con más fe. En 1981 el local de venta se instaló en la esquina de San Martín y Mariano Moreno. Allí llevó los diseños wicinanka de flores y aves a las paredes y se aplicaron a papeles y cajas de empaque.
Tatus y su esposa alternaban el trabajo con el disfrute de los nietos: Ramón, Faustina, Dana y Camilo, estos dos, hijos de Yiya.
Las primeras colaboradoras de la chocolatería fueron María y Lucía Pino. Después se sumaron Olga Mathieu, Brunilda González (Bochi) y, más adelante, Beatriz Pino. “Eran parte de la familia”; subraya Ana Maia.
Más dulzuras para regalar
Los frascos de dulces que entonces vendían llegaban de Bariloche y cuando cerró la firma que los elaboraba, Maya Ana emprendió la fabricación propia. Era 1988 y no había congelados, pero compraban la fruta fresca a productores locales. Allí Faustina y sus amigas, después de hacer los deberes escolares y lavarse las manitos, descarozaban las cerezas, etiquetaban los huevos de Pascua, los envolvían…
El pueblo crecía y la demanda de chocolates también. Había otras ofertas, pero no eran artesanales. La producción fue tan valorada que hubo oportunidades en que, durante la temporada de esquí después del cierre del cerro Chapelco, era tanto el público agolpado en el local que había dos talonarios de números simultáneos; el salón de ventas solía estar repleto hasta la medianoche.
La gente más heterogénea circuló por el comercio. Entre las personalidades conocidas que pasaron se recuerda a César Isella, Pancho Ibáñez, Alfredo Zitarrosa, Víctor Heredia y María Marta Serra Lima, por citar solo a unos pocos.
Cuando abrió sus puertas el Hotel Sol de los Andes, ofrecieron locales para instalar sucursales de los comercios del pueblo más concurridos por los turistas. Allí fue Faustina a atender el de la chocolatería.
Como Yiya había seguido la carrera de Medicina, su hermana Ana Maia fue quien, con el correr del tiempo, se hizo cargo de la chocolatería. En 2003 se sumó su sobrina Dana y junto a Faustina, hicieron realidad la incorporación de la tercera generación al negocio familiar, que sigue dando trabajo a varias familias.
En 2010 se inició la fabricación de helados artesanales y, al mismo tiempo, se hizo palpable la necesidad de innovar. Resolvieron abrir al público el espacio adyacente al local y vivienda que, oportunamente, pusieron en manos de Brígida Pacheco y Nina Adem, para el diseño
Fue el espíritu de Mamusia, que solía estar en su jardín mucho tiempo, la musa que orientó los pasos a seguir. Se eligió el rojo como color identitario y así se plantaron un notro y tulipanes de esa tonalidad. El rododendro, las lilas y el copo de nieve fueron trasladados del jardín original de la dama inspiradora.
Un año después, el artista plástico Darío Mastrosimone se acercó en verano a preguntar si era posible exponer sus obras al atardecer, teniendo en cuenta que circulaba mucha gente por la esquina de San Martín y Moreno. Gustó la idea y armaron rincones a la manera de salitas de estar, se iluminaron las obras de arte convenientemente y un pequeño recital de guitarra de Claudio Maldonado, completó la propuesta.
Concurrió mucha gente y ese fue un lugar de paseo cultural, que se repitió al año siguiente con la presencia de Georg y Emaús Miciu, Darío y una pareja que bailó tango. El éxito y los comentarios del público fueron alentadores y muchos sostienen que fue el hecho inspirador de la Noche de las Artes, que se inició al año siguiente y se repite anualmente. Desde aquel emprendimiento hogareño, pasó más de medio siglo en el que tres generaciones pusieron alma, corazón y vida para mantener la calidad de los primeros chocolates artesanales de la provincia. Son el orgullo de San Martín de los Andes y el espíritu de la inmigrante polaca emprendedora que le dio origen sigue presente.
Ana María de Mena (anamariademena@gmail.com)
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Artículo escrito por Ana María de Mena para Más Neuquén.