-¿Qué es una montaña?– preguntó Alejandro, ciego de nacimiento.
César le contestó:
-Como un cono grande, tan grande que vamos a tener que caminar una semana entre ascenso y descenso.
Cuando el siglo XX transitaba su último año, seis personas, cuatro de ellas no videntes, y dos con visión casi nula, se propusieron llegar a la cumbre del Lanín.
Volcán Lanín, Neuquén, Marzo de 1999
La naturaleza no discrimina, y quienes vivimos algún tiempo en ella, entendemos que lo más importante es lo que comparten todos nuestros sentidos en conjunto, y ninguno en particular.
Se puede apreciar el paisaje sin verlo, percibir el viento sin el tacto, sentir el amanecer en nuestros oídos, y así leer el lenguaje de todo lo que nos rodea.
Aquel que haya recorrido lugares naturales, sabrá lo insignificante que somos ante un volcán, lo vulnerable que nos hace la selva y lo frágil de la vida cuando nos adentramos en el mar.
Pero con las debilidades del cuerpo, se conoce la fuerza del espíritu, el mismo que nos enseña que Dios nos puso en el mundo para compartir, no para competir.
Este fue el mensaje con el que nos preparamos para llegar donde el más capacitado atleta no llega con una excelente aptitud física, para conseguir lo que miles de personas no pudieron por prestarle más atención a lo material del equipo que a sí mismos, y para demostrar lo que muchos andinistas no lograron con una vasta experiencia, por no entender lo que nosotros:
A la montaña no se va a demostrar la capacidad que algunos tienen, sino a superar la discapacidad que todos tenemos en mayor o menor medida.
Desde la cumbre no se ve más lejos, se ve más adentro, y se observa la voluntad, el alma, la inmensidad del mundo que dejamos a nuestros pies, más que el que tenemos a la distancia.
Cuanto más alto estemos, más insignificante será lo que puede llegarse a ver con los ojos.
Este fue el mensaje con el que nos preparamos para realizar La Primera Ascensión de Escaladores Ciegos y Amblíopes al Volcán Lanín, un cerro de 3776 metros de altura, enclavado en Cordillera de los Andes, marcando el limite natural entre Chile y Argentina en la provincia de Neuquén, y que a partir de esta experiencia, se convierte en un símbolo de solidaridad, demostrando que no hay barreras para el hombre, cuando con esfuerzo, perseverancia y voluntad se propone vencer.
En las barrancas de Laguna de los Padres, hicimos algunas prácticas para familiarizarnos con el equipo, y aprender algunas técnicas de escalada y rapel, pero lo más importante era que empezábamos a conocer el terreno con el que nos encontraríamos.
El entrenamiento constó de siete salidas, y se aprendía a saber hasta que punto resistiríamos el peso de la carga en una marcha forzada, y como nos manejaríamos en grupo.
Por diferentes razones, fueron quedando muchos voluntarios en el camino, pero todo estuvo planificado y preparado para el momento de la ascensión; las dificultades se superaron con esfuerzo, persistencia y la invalorable participación de los padres y algunos colaboradores que acompañaron en esta locura para muchos.
Las personas ciegas, tenían la confianza que se necesitaba para empezar a caminar y eso era lo más importante.
El día 2 de marzo salimos rumbo a Junín de los Andes.
Allí nos estaba esperando Vidal Pérez, uno de los baquianos más reconocidos del Lanín quien con sus 83 años nos dio la bienvenida.
Después, en la Municipalidad, se nos entregan algunos presentes que recibimos de manos del Intendente.
Sin perder tiempo tomamos el camino de ripio al paso Tromen, lugar donde armaríamos el Campamento base.
Estuvimos todo un día, conociendo el lugar y hermanándonos con la montaña, que nos esperó con buen clima.
Caminamos por el bosque, aprendiendo a conocer sus araucarias, sus arroyos, sus pájaros, su perfume, sus frutos.
En el campamento las tareas siempre fueron compartidas, y a la hora de cocinar, los todos ayudaban.
El día 5 de marzo por la mañana, cargamos las mochilas con alimentos suficientes para siete u ocho días, y comenzamos a caminar con la esperanza de llegar hasta la cumbre.
Esa cumbre que era para los demás, porque nosotros ya habíamos llegado con el intento, con la fe.
De la base y hasta el primer refugio, nos acompañaron: Fredy, el Guardaparque su perro y dos de sus ayudantes, llevándonos algunas provisiones.
El primer tramo, no presentó mayores peligros, pero no fue nada fácil.
Entramos al Camino de Mulas, y la pendiente se hizo más pronunciada.
El viento y la piedra suelta, dificultaron los pasos que siempre llevaron la marcha al ritmo del más lento.
Después de ocho horas, habíamos llegado al primer refugio, a los 2315 metros sobre el nivel del mar.
Allí pasamos la noche, alimentándonos y descansando para emprender la subida a la día siguiente.
A las 14.00hs. estábamos abandonando el lugar, dejando algunos alimentos para el descenso.
Por el borde de uno de los Glaciares, íbamos comentando el paisaje y haciendo ruidos con las palmas, para sentir el espacio que nos separaba las grietas de más de 20 metros de profundidad, mortales para quien se deslizara y cayera en ellas.
A mitad de camino al segundo refugio, la situación cambió rotundamente, cuando nos sorprendió una fuerte tormenta eléctrica.
Nos separamos de los bastones para no atraer los rayos que caían continuamente a nuestro alrededor, alivianamos peso para acelerar la marcha, llevando únicamente lo imprescindible y seguimos camino al ultimo refugio.
Después de cinco horas, los escaladores ciegos y amblíopes estaban a resguardo en el C.A.J.A..
Cuatro de los guías retornamos en busca de algunos abrigos que quedaron a mitad de la montaña.
Bajo la tormenta de nieve, costó mucho regresar, con la última luz del día.
En el refugio del Club Andino Junín de los Andes, de 3 metros de largo por 2 de ancho, vivimos durante tres días, las once personas que en total integrábamos el grupo, saliendo únicamente para las necesidades extremas, como transportar nieve que debíamos derretir para beber y cocinar.
Fernando Do, Fernando Gutiérrez, Alejandro Brunengo, Lelio Sánchez, Gastón Carpio y Jesús Igriega, eran los escaladores ciegos y amblíopes, más 5 guías.
A pesar de lo inhóspito del clima, Oscar como periodista, pasaba los detalles al Diario La nación de Bs. As, que cubriría las primeras páginas con nuestra expedición; al enterarse a través del mismo, el Gral. Balza, da la orden de enviar una patrulla para prestarnos colaboración, y después de comunicarse por radio El general de la VI brigada de montaña Mario Castagneto, y el Jefe del Grupo de artillería de montaña Tte. Coronel Chimento,se hacen presentes el Tte. David Fiorito, el Sarg.1ro. Carlos Guel, el Sarg. Ayudante Nelson Villanueva, el Sarg. Ayudante Elvio Taborda y el Sarg. Eulalio Moreyra.
El día 10 de marzo a las 5 de la mañana rompimos la marcha hacia la cumbre.
Fue el trayecto más difícil pero el más satisfactorio, caminábamos enterrándonos en la nieve, llevando hasta el límite nuestras fuerzas, pero la cumbre nos llamaba, tal vez para que hoy todos ustedes sepan que no existen barreras para el hombre que lucha por su superación.
A las 16 horas, 18 minutos exactamente. Sentimos distintas emociones, difíciles de explicar con palabras, y lo que muchos llamaron locura, era un sueño hecho realidad.
Hoy somos Caballeros de la montaña y Cóndores Dorados, mención de Aptitud Especial de Montaña, la máxima condecoración para las tropas del ejercito de montaña, las cuales podremos lucir por el resto de nuestras vidas, demostrando que una discapacidad no hace menos a ninguna persona, y que lo fundamental es tener el alma completa de sentidos que muchos no aprecian porque eligieron ser ciegos pudiendo ver.
César José Galán (cjgalan@gmail.com) – marzo de 1999
Director y guía de la Expedición Primera Ascensión de Escaladores Ciegos.
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Artículo y fotografías de César José Galán, aporte para Más Neuquén
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