Talero, el gran poeta lírico del Neuquén, fue un soñador cuya vida azarosa tuvo ribetes de leyenda.
Nació en Bogotá, en 1869 (hay discrepancias con esta fecha, algunos dicen 1874). Aventajado estudiante, el término de su carrera de abogado lo sorprendió aún menor de edad, y su padre, el general Marco Antonio Talero, debió liberarlo de la patria potestad.
Muy joven aún, tuvo que salir de Colombia; su patria, que atravesaba en aquellos momentos vicisitudes políticas internas de suma gravedad. Su tío, que fue el general Rafael Núñez, presidente de aquella república a la que manejaba con mano de hierro y autor de la letra del Himno Nacional de Colombia, hacía un año que había dejado el poder. Pero estaba de acuerdo con su sucesor, que había ordenado el fusilamiento del sobrino que no compartía los caprichos dictatoriales y que combatía el régimen conservador clerical. Su madre, hermana de Rafael Nuñez, con heroico esfuerzo maternal consiguió la permuta de la pena capital por el destierro dentro de las veinticuatro horas.
Fue conducido en precarias condiciones, durante 1894, a Cartagena para allí ser entregado al primer barco que pasara con orden al Capitán de que transportara al “reo” sin ninguna consideración y fuera descargado o arrojado de la embarcación en el primer puerto de destino.
Es aquí donde comienzan las aventuras y peripecias de Talero, joven jurisconsulto, revolucionario y poeta convertido en un paria.
Su carácter, su vehemencia y su pluma, le sirvieron para fustigar desde el exilio, al despótico gobierno de su patria. Con su pluma y su profesión defendió su existencia.
Primero fue Maracaibo y luego Caracas; después Costa Rica (donde se entera de la muerte de su tío, y repudia su memoria con el poema Tirano); más adelante Bluefields en Nicaragua donde es designado administrador de Aduanas; siguió Santiago de Cuba, Nueva Orleáns y, finalmente New York. Probablemente, un viaje a Europa del que regresaría a Sudamérica, a Lima y en Septiembre de 1897 arriba a Valparaiso – Chile donde conoce a su novia y esposa Ruth Reed (hija del arquitecto Thomas Reed que elaboró los planos Capitolio Nacional de Colombia). Ese mismo año también llega a Buenos Aires desarrollando tareas periodísticas para los diarios “El Sol” y “La Nación”, y viaja como corresponsal a EE.UU., París y Río de Janeiro. En 1902 es nombrado Cónsul General de Ecuador en la Argentina, cargo al que renuncia al año siguiente. En Argentina, en la sesión del 4 de mayo de 1902, el “Círculo de la Prensa”, cuya comisión directiva era presidida por el prestigioso historiador, jurista y sociólogo Estanislao S. Zevallos (1854-1923), lo acepta como socio activo. El 18 de mayo de 1903 obtiene la naturalización argentina. La renuncia a su cargo consular Ecuatoriano, se debe al hecho de haber sido designado Secretario de la Gobernación del Territorio Nacional del Neuquén mediante decreto del 25 de Julio de 1903.
En el destierro convivió con ilustres hombres de la época: José Martí, periodista y abogado, apóstol de la independencia cubana; Rubén Darío, poeta y crítico nicaragüense; Enrique Gómez Carrillo, novelista y periodista guatemalteco; Antonio Plaza, poeta mexicano; Juan de Dios Restrepo, escritor colombiano, autor de Cuadros y costumbres populares; Jorge Isaac, el célebre literato colombiano, y otros muchos americanos revolucionarios, consagrados hoy por la historia y literatura de Latinoamérica, cuyos ideales se basaban en libertad, humanidad e igualdad. En Argentina, cultivó espontánea relación personal y literaria con escritores y poetas de la época, entre ellos el inolvidable Carlos Guido Spano.
En el punto donde es enviado al Territorio Nacional del Neuquén (a instancias del General Julio Argentino Roca y del Ministro del Interior, Dr. Joaquín Víctor González), el “desterrado” que llegó a la Argentina, “su segunda patria”, donde encontró amistad franca y leal, es donde comienza a dedicar su vida a la gobernación del Neuquén, empleando sus mejores esfuerzos.
Como Secretario de la Gobernación en el período de Bouquet Roldán, llegó a Neuquén, donde con el correr del tiempo se convirtió en una figura preponderante, desplegando una trascendental tarea pública primero en Chos Malal y luego, como estrecho colaborador del Gobernador Bouquet Roldán, en el asiento definitivo de la Capital en Neuquén.
Estando al frente de la Gobernación, por ausencia del Gobernador Bouquet Roldán, le correspondió asumir la responsabilidad de la operación del traslado de la nueva Capital.
Desde la lejana Chos Malal, con cuarenta carretas se transportó el archivo y los muebles, en medio de las inclemencias del crudo invierno, y una vez llegado el convoy a la nueva Capital, se instaló en carpas el despacho gubernativo. Tiempos heroicos aquellos, en los que Talero supo desempeñarse con eficacia, infundiendo confianza y optimismo. Instalada la nueva Capital, participó como figura de primer plano en la fundación de Neuquén; se consagró a sus progresos en forma destacada y compartió con Bouquet Roldán las responsabilidades del Gobierno neuquino.
En junio de 1906 fallece su padre en Colombia y ese mismo año Talero renuncia al cargo de Secretario de la Gobernación. En 1907, especialmente recomendado por el Dr. Bouquet Roldan, es designado para desempeñarse en el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de Buenos Aires. Allí se lo nombra Subdirector de la División de Justicia. Simultáneamente la “Junta de Literatos” de Buenos Aires le confiere su Secretaría. Poco después regresa a su añorado Neuquén y comienza con la construcción del casco de su “Fundo La Zagala”.
Por Decreto del Poder Ejecutivo fechado el 06/10/1914, siendo gobernador del Territorio Don Eduardo Elordi, fue designado Jefe de Policía del Territorio por renuncia de su antecesor, el señor Simón D. Galeano. Su gestión al frente de la repartición resultó sumamente beneficiosa. Su renuncia se produjo en Junio de 1916 tras registrarse los desgraciados sucesos acaecidos primero con la masiva fuga de presos de la cárcel pública y luego con el episodio que culminara con la muerte de varios de los fugados en el paraje “Zainuco”, lo que generó una cuestionable situación en el medio social que lo afectó de sobremanera, fundamentalmente por no haber obtenido respuesta a sus insistentes pedidos para que a nivel gubernamental se designara un instructor especial que llevara a cabo una investigación imparcial. Muy dolido por ello, su salud comenzó a deteriorarse debiendo abandonar Neuquén en 1917 para procurarse una adecuada atención en Buenos Aires.
Como poeta y escritor, enalteció al Neuquén y fue una figura literaria de caracterizados relieves.
Entre sus obras, como las más destacadas pueden mencionarse: Voz del Desierto, Ecos de ausencia, Cascadas y remansos, Troquel de fuego (poesías), Por la Cultura, Culto al árbol y su poema Febricitante, escrito poco antes de su muerte.
En los años que actuó en Neuquén, desempeñó puestos de jerarquía, poniendo de manifiesto su talento vigoroso y su cultura. Fue Inspector y Subsecretario de Justicia, Concejal y Vicepresidente Municipal del Neuquén, y Jefe de Policía después como ya se ha mencionado.
Alejado de la función pública, se afincó entre los medanales del Neuquén de ayer, escribiendo versos de sorprendentes honduras y de cautivante sonoridad.
En su acogedor refugio de “La Zagala”, pasó sus mejores días en compañía de Rut Reed, la esposa gentil y bien amada, que lo sobrevivió muchos años recordándolo amorosamente. Murió como había vivido: líricamente. Poco antes de apagarse su existencia, en la Capital Federal, el 22 de septiembre de 1920, escribió su postrera poesía: “Febricitante”, mientras la fiebre le quemaba las entrañas.
Al enterarse de su deceso, el escritor Angel Edelmán, que sentía por Talero gran devoción, escribió en una revista que apareció en Neuquén: “En la Capital Federal dejó de existir el gran poeta y literato que vivió tantos años entre nosotros, en su riente “La Zagala”, elucubrando sus mejores producciones.” “Su obra, como su vida, ha sido intensa y vigorosa.” “Como nadie, expresó en páginas admirables de hipérbole y originalidad, en Voz del Desierto, las sugestiones que la naturaleza bravía de este suelo, el del Territorio, inspirara a las almas “que dignas merecen sentir soledades.”
“Tallos para bordón de peregrinos”, “liras de armas agrícolas, suspiros y cantos de follajes, cielos sensibles en lechos de los lagos dormidos, astros que vuelan fecundizando el suelo mater, con sus besos tibios y sensuales…”
“Sobre estos médanos deshojó sus más bellas flores cerebrales. Y en eterna primavera florecerá en las arenas su recuerdo.”
Cuando se cumplió el 25º aniversario de la desaparición del gran poeta neuquino, el periódico “La Cordillera”, en su edición del 22 de septiembre de 1945, decía en sus columnas: “Espíritu de excepción que alentó los grandes ideales humanos, literato eminente, poeta de finísima sensibilidad cuya memoria es una honra para el Neuquén. Su plácido refugio en “La Zagala” fue como un claustro espiritual de donde irradió con cálidos acentos la belleza insuperable, entre nosotros, el prodigioso lirismo de su corazón de esteta. El astro de Talero refulgió glorioso en la constelación de las letras americanas y fue bajo el cielo del Neuquén que alcanzó con su pluma las más altas cumbres.
Posteriormente, al cumplirse e] cincuentenario de la fecha de la Ciudad del Neuquén, el 12 de septiembre de 1954, se le tributó a Eduardo Talero un homenaje, consistente en dar su nombre a una calle de la Ciudad Capital, donde se descubrió una placa recordatoria con la siguiente inscripción: “A Eduardo Talero, literato, poeta y escritor; Secretario de la Gobernación, en la fundación del Neuquén”.
El último poema de Eduardo Talero
En el postrer momento de su vida, mientras la fiebre lo consumía, observando como el milímetro argento del termómetro se elevaba sin piedad anunciando el arribo de su partida, se despidió con versos como lo hacen los poetas, y rogó paz, y rogó luz, en su estrofa final.
“Febricitante”
Si el termómetro sube
dos milímetros más,
se apagará esta vida
por siempre jamás…
Así les dijo el médico
después de examinar
mi pulso y del termómetro
la escala mercurial.
¡Oh, Señor! yo me dije,
¿conque mi vida está
tan sólo a dos milímetros
de la honda eternidad?
¡Oh, Señor! ¿Conque el áspid
que alargándose va
entre ese cristalito
me viene a emponzoñar?
¿De los miles de leguas
que he recorrido ya,
un milímetro sólo
me resta, nada más?
¿Conque ese áspid de argento
misterioso es capaz
de poner a mi vida
punto, punto final?
¿Lo que no consiguieron
ni balas, ni puñal,
ni besos, ni serpientes
ni cóleras del mar,
lo puede un hilo tenue
de sensible metal,
que se estira y contrae
por propia voluntad?
¿Quién eres? ¿Estilete
sutil de Satanás,
o gélido pistilo
de alguna flor letal?
¡No te muevas, no subas
ni un milímetro más!
¡Para, corazón mío,
la estocada fatal!
…………………………
¡Más no!… ya me ilumina
la fiebre el más allá.
¡Sube, hilito de argento,
un milímetro más!
Conviérteme el cerebro
en lámpara estelar
que a tu contacto fluya
como aurora boreal;
toma el corazón mío
en péndulo de paz
y elévalo a la luna
de dónde eres un haz,
elévalo a la luna
para siempre jamás…
¡Sube, hilito de argento,
un milímetro más!
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fuentes:
– Revista de la Junta de Estudios Históricos del Neuquén 2, Junio de 1973
– Revista por siempre Neuquén, Año 5, número 19 de Septiembre/Octubre del 2003, artículo escrito por Tomás Heger Wagner
– Periódico El Diario, de Colombia
Fotos del libro La Torre Talero, de Marta Ruth Talero
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