Extrajo una roca de 480 gramos. Una parte del tesoro la donó para el tratamiento de Eva Duarte.
Manuel golpeó el pico con fuerza y una protuberancia amarillenta con un amplio abanico de tonos ocres apareció contrastando el color de la tierra oscura y húmeda del gran socavón. Asombrado por aquellos destellos que le devolvía la roca, volvió a incrustar la herramienta en uno de los costados, hasta que finalmente el enorme y extraño terrón quedó al borde de desprenderse. Con las manos cansadas y lastimadas, lo extrajo con cuidado y se quedó contemplándolo, de rodillas sin poder creer lo que había encontrado: la pepa de oro jamás hallada.
Descendiente de inmigrantes españoles que llegaron a Neuquén a través de la cordillera, Manuel Jesús Gutiérrez había nacido el 25 de mayo de 1904 en El Cholar, un rincón remoto del norte neuquino.
Cuando era muy joven todavía, Manuel decidió buscar un futuro en algún lugar prometedor de riqueza y bonanza y decidió irse a Andacollo, el pueblo donde la palabra “oro” trascendía las fronteras y ya en ese entonces recibía a soñadores de diversos lugares del país y el mundo.
Junto a dos de sus hermanos, Manuel se radicó en Los Maitenes, a un puñado de kilómetros de la ciudad, donde fundó un almacén de ramos generales. En ese lugar conoció a Blanca Esther Baeza, una mujer mucho más joven que él con la que decidió casarse y formar una gran familia.
Amor: Blanca fue la mujer que contuvo y ayudó a Manuel a lo largo de su vida. Tuvieron 12 hijos.
A su compañera le confió que el gran sueño era poder darle a su familia una vida feliz, pero para eso debía dedicarse a la minería, actividad que poco conocía pero que estaba seguro que le traería riqueza y porvenir.Así fue como en la montaña, a fuerza de pico y pala y con la estoica ayuda de su mujer, Manuel comenzó a formar su propio emprendimiento minero. Fueron años de mucho sacrificio para lograr un par de gramos de oro por día que le permitieran sustentar el trabajo paralelo que hacía en su pequeño comercio.
Con el paso de los años, centenares de inmigrantes comenzaron a llegar a Andacollo en busca del mismo sueño y muchos se trasladaron a Los Maitenes para pedirle trabajo a Manuel, que con el tiempo ya había logrado los conocimientos necesarios y se había convertido en un gran organizador del trabajo.
Manuel los recibió con la única condición de que le dejaran diariamente un gramo de oro, más allá de las cantidades que lograran extraer de su mina. Y de a poco, aquel socavón que había iniciado de manera solitaria y precaria se transformó en un gran emprendimiento que se parecía más a una cooperativa que a una empresa. Blanca, en tanto, seguía colaborando con su marido en el trabajo pirquinero y comercial y ateniendo a una prole que se hacía cada vez más numerosa.
Las condiciones en las que trabajaban los mineros a principios del siglo pasado eran muy precarias. Todo se hacía a pico y pala.
Mi General
Manuel no sabía nada de política, más allá de las charlas que escuchaba entre los parroquianos, pero en 1945 quedó deslumbrado por la figura del general Juan Domingo Perón cuando ganó la presidencia por primera vez. A medida que transcurría el tiempo, el minero vio que en los pueblos habían comenzado grandes transformaciones sociales y que los más desprotegidos, como él y buena parte de los mineros, empezaban a vivir mejor. Los próximos años lo encontrarían hablando de política, de Perón, de las acciones necesarias para transformar el país, protagonizando apasionados debates con vecinos y compañeros de la mina, aunque sin descuidar su trabajo y mucho menos su familia, que a esa altura seguía creciendo de manera increíble.
A principios de 1952, a Andacollo ya habían llegado los rumores sobre la grave enfermedad que sufría Eva Duarte, esposa del Presidente. Manuel quedó conmovido por aquella noticia y angustiado por la impotencia de no poder hacer nada que ayudara al líder que tanto admiraba. Y ni hablar de Evita, la mujer que tantos pobres habían empezado a querer por aquellos discursos y acciones a favor de los que menos tenían.
Manuel es considerado un gran pionero y uno de los dirigentes que más influyeron en el crecimiento de Andacollo.
Uno de los tantos días en su rutina pirquinera, Manuel concurrió a la mina en busca de los tan preciados gramos de oro. Y después de remover una y otra vez la tierra, golpeó con el pico y de la pared húmeda apareció una enorme protuberancia amarillenta. Volvió a golpear con entusiasmo hasta que el pedazo de roca quedó casi desprendido. Manuel la tomó con sus manos y la observó una y otra vez. Era una gran pepa de oro, un trozo de metal gigante que nunca nadie había encontrado, el tesoro con el que todos los mineros soñaron alguna vez.
Sin cambiarse sus atuendos de trabajo, el joven minero llegó a Andacollo corriendo y agitado para mostrarle su descubrimiento a un comerciante amigo. El hombre quedó tan deslumbrado como Manuel cuando vio aquella pepa. Y más aún cuando vieron el peso que tenía: 480 gramos.
El minero accedió a la oferta de venta que le realizó a su amigo, pero con la condición de que se quedaría con una pequeña parte. Inmediatamente se fue hasta su hogar para contarle la buena noticia a Blanca y a sus hijos. Su vida estaba cambiando y daría un brusco giro.
Con el dinero que ganó con la pepa, Manuel le compró la casa al juez de paz de Andacollo y abrió un nuevo y más grande almacén de ramos generales. También entendió que al fin tenía algo para ayudar a Perón, por lo que en una encomienda y junto a una sentida carta, le envió al general 120 gramos de oro. “Para colaborar con el tratamiento de Evita”, fundamentaba el texto en uno de sus párrafos.
Conmovido por aquella donación, Perón envió inmediatamente una comitiva de gobierno a Andacollo para conocer quién era aquel admirador generoso, interiorizarse sobre la comunidad en la que vivía y -especialmente- saber del trabajo de los mineros. Meses después, un par de camiones de Bienestar Social de la Nación llegaron al pueblo desde Buenos Aires cargados con ropa de abrigo, botas de trabajo, colchones y herramientas nuevas para trabajar en la minería.
Manuel mantuvo su trabajo y su ascendente militancia política hasta 1955, año en el que fue derrocado Perón. Para su desgracia, él también sufrió la persecución del nuevo gobierno de manera directa. Acusado de haber desertado del servicio militar cuando era joven, el próspero minero fue encarcelado. Sus bienes fueron confiscados; su emprendimiento, intervenido. Blanca, con 11 hijos y embarazada de otro más, quedó sola durante los dos años que duró el injusto encierro de su marido.
Ya en libertad y con el peronismo proscripto, Manuel no se acobardó por lo sucedido y decidió seguir militando en política, esta vez en un partido nuevo que había aglutinado a todos sus compañeros peronistas y que se denominaba Movimiento Popular Neuquino.
En 1963, bajo el liderazgo de Felipe Sapag, Manuel llegó a la presidencia de la Comisión de Fomento de Andacollo. Finalmente podría llevar a la práctica todos sus ideales.
Durante su mandato se inauguró el hotel del Automóvil Club Argentino, toda una novedad para el pueblo. También se terminó el primer hospital, se rehizo la Escuela N° 28 que hasta ese entonces era un rancho, se creó la red de electricidad, se construyó un plan de viviendas de área de frontera y un puente que comunicó a varias localidades del norte.
Manuel Gutiérrez, el humilde minero que llegó a intendente y pobló el norte con 12 hijos, el tipo que encontró la pepa de oro jamás hallada y que conmovió a Juan Domingo Perón, murió en 1980 cuando tenía 77 años. Se despidió un 17 de octubre, tal vez por una casualidad del destino. O quizás, como muchos creen, fue una decisión personal, como una última manera de ratificar su lealtad.