El Fuerte IV división (antecesor de la futura capital del Neuquén, Chos Malal) no se encontraba al momento de este episodio lo suficientemente bien protegido, dada su importancia. Era un punto central desde el cual se abastecían otras guarniciones menores, fortines y otros campamentos. Parte de su tropa era además destinada a conducir a los prisioneros capturados, que en grandes cantidades se enviaban a Mendoza. Era un fuerte de suma importancia estratégica en las comunicaciones, que además se hallaba situado en el camino de las retiradas de las tribus pampeanas que venían escapando en largas jornadas a la táctica envolvente que proponía el ejército nacional con sus cinco divisiones dentro de la llamada «campaña del desierto», buscando refugio en la cordillera.
El cacique Huayquillán, enterado por sus espías de la reducida guarnición que custodiaba el fuerte, decide atacarlo. Contaba con la colaboración del cacique Zuñiga, de los hermanos del cacique Udalman y de varios capitanejos que respondían a Purran. Esta unión de caciques y capitanejos tenía como objetivo probablemente rescatar del fuerte a los numerosos prisioneros de todas esas parcialidades, que sumaban varios centenares.
La mañana del 6 de septiembre de 1879, al concluir el toque de diana del fuerte, unos 500 integrantes de las distintas tribus decidieron atacar, creyendo que la guarnición estaba ocupada por menor cantidad de soldados. Si bien lograron sorprender, los atacantes fueron rechazados por dos partidas del Séptimo de Caballería de Línea al mando del segundo jefe del cuerpo, el sargento mayor Juan Terrés, que fortuitamente había llegado poco tiempo antes con sus efectivos sin ser notado. Los atacantes no se dieron cuenta de este arribo, pues de haberlo sabido tal vez no hubieran decidido ejecutar una acción que los ponía en situación de desventaja.
Las tropas del fuerte, luego de reponer y disponerse para la defensa, tomaron la iniciativa comenzando la persecución, dispersando y dividiendo en grupos a las fuerzas de Huayquillan y sus aliados, que tuvieron que replegarse hacia el río Neuquén para tratar de cruzarlo y ponerse a salvo. La persecución duró hasta 3 leguas y media aguas arriba del río Neuquén, cuando las últimas fuerzas aliadas de las tribus lograron hacer pie en la orilla de enfrente del río. En el intento de cruzar para ponerse a resguardo, muchos murieron ahogados.
El saldo final de muertos en combate fue de 6 militares y aproximadamente 50 integrantes de las tribus (parte oficial del ejército), entre ellos, los hermanos del cacique Udalman.
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Fuente: Juan Mario Raone – “Fortines del desierto – Mojones de civilización – Tomo II“
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