Una vez en la confluencia de los ríos “Grande Desaguadero” (Limay) y el “Diamante” o “Sanquel” (Neuquén), el 24 de enero de 1783, Basilio Villarino ordena dejar las embarcaciones media legua más arriba, por el río Desaguadero (Limay). Como se dijo anteriormente, creía que el Negro y el Limay eran un sólo curso fluvial. Decide recorrer el Neuquén (Diamante o Sanquel) en bote. Cuando Villarino estuvo en la división de uno y otro río, advirtió el diferente color de sus aguas que formaban una línea, sin mezclarse, por espacio de una milla, siendo la del río de Limay más cristalina, y la del Neuquén bastante turbia. Siguió el río arriba, que era bastante caudaloso, y a la legua de la confluencia halló un paso con rastros de ganado de 3 ó 4 días.
Estaba en otro punto estratégico de la expedición fluvial. “Único paso del Diamante”, llamando en su plano al vado “Paso de los Indios”, sitio citado y conservado en la cartografía por muchos años, lugar mencionado por Olascoaga y otros durante la campaña de Roca en 1879. Una marcada rastrillada al Este y Oeste del río Neuquén usada por los nativos, principalmente con arreos de ganado y situado hoy al sur de los puentes carretero y ferroviario que unen Neuquén con Cipolletti.
Villarino hace un especial relevamiento del lugar, escribiendo detalladamente lo que observaba. Dentro de lo precario de la expedición y de los elementos con que contaban, trataron de obtener la mayor cantidad de datos sobre los parajes que iban conociendo, que luego se constituirían en fuente importante de información para los futuros planes de los españoles. Durante todo el recorrido, incluyendo la salida del Carmen, Villarino hacía observaciones astronómicas, midiendo las distancias en millas. Esto le permitiría levantar planos de todo el trayecto.
Los españoles asentados en el Carmen eran visitados por nativos que tenían noticias de “las tierras de las manzanas”, sus habitantes, comercio, formas de vida, etc. Los lenguaraces eran los intérpretes, principalmente de la cosmovisión geográfica. Aquel Fuerte del Carmen a orillas del río Negro y a treinta kilómetros de la desembocadura en el Atlántico, era el centro de población más importante en la costa marítima al sur de Buenos Aires. Y el único que perduraría tras el abandono de otros más al sur. Durante la estadía en la Confluencia, Villarino tuvo intención de remontar el “Sanquel“ (Neuquén) “para emprender por el mi navegación, creído en que antes de 25 días entraría en la Punta de San Luis, o tal vez en Mendoza”, pero desistió por no estar crecido. Seguía creyendo mucho en la navegabilidad de estos ríos, entre ambos océanos. Escritos, mapas y trasmisiones orales deformadas habían creado tal convicción.
Luego de unos días de permanencia y tras reconocer que en “Paso de los Indios” “sería conveniente una guardia” -lo mismo que en Choele Choel- deciden continuar remontando el desaguadero o Negro, nuestro Limay de hoy. Los expedicionarios habían tenido varios contactos con nativos e incluso transportaron hasta esas cercanías al cacique Román -por estar enfermo- y a un muchacho que hacía de lenguaraz (“bien comprendí que no lo hacía por otra cosa que por observar nuestros movimientos”). Eran observados por tierra y seguidos. Algunos expedicionarios como Navarro, José Mariano y un tal Miguel Benites, desertaron. Al parecer sucumbieron al encanto de las nativas.
A partir de la Confluencia, Villarino intuyó que remontar el “Desaguadero” (o Limay) sería muy difícil, como así lo deja traslucir su escrito. Por ejemplo, en cierto lugar la corriente era tan impetuosa que no permitía el paso o no lo hallaban para continuar. Desandaban lo remontado y cuando encontraban un paso, lo era de poca agua y tenían que “abrir canal para las embarcaciones a fuerza de barra, pico y azada”
Ocurren otros hechos que, aunque menores, matizan el relato diario. Por ejemplo en “una rinconada de buena tierra a la parte del S…hallé tres perdices, y ni rastro de más caza”. Y el 3 de febrero de 1783, “señales de haber habido de un mes a esta parte cuatro toldos, pero se conoce que no estuvieron más de cuatro o seis días” atribuyendo esto a falta de caza. Dos días después, al acampar en suelo hoy neuquino, anota algo notable aunque conocido y verificado con prueba a la vista: “hallé rastros de los que van adelante a llevar el ganado a Valdivia; pero muchos rastros más viejos de haber conducido por allí crecidas porciones de ganado caballar y vacuno, y son tantos, que en mi juicio más es el ganado que estos indios extraen de Buenos Aires, que los que consume aquella provincia”. No se equivocaba el buen piloto real. Ahí el suelo le entregaba la prueba de malones en estas tierras y arreos al vecino territorio. Estaban por el “Pichi-picuntú Leubú” de Falkner. Villarino lo dibujaría en su plano como “R. Pequeño del Norte”.
Seguía admirando el paisaje: “barrancas que parecen grandes edificios desmoronados” o “dos que parecen perfectamente dos hornos de teja” u otra que “mirándola de lejos, como de una o dos leguas de distancia, parece un gigante de rodillas, de modo que hacen estas barrancas figuras muy extrañas”. A la derecha comenzaban a ver los picos más altos de la cordillera y que “parecían tener nieve en su cumbre” y a los pocos días el primer indicio de manzanos: una rama traída por el también expedicionario José Madariaga. Diría en el diario: “Reconocí bien la rama, y he visto la carga de manzanas que tenía por los pezones que estaban pegados a las ramas”. Marinos le traen una botella con agua del “Pichi-picuntú Leubú”, buena, muy fría y turbia. Intentan remontarlo, pero fracasan y vuelven al cauce principal que llama “Negro” (Limay). Mirando a la cordillera sobresale el “Cerro Imperial” (Lanín) según así lo cree. Un amanecer hace “arrancar y recoger manzanos para mandar con la chalupa “Champán” al establecimiento del río Negro, a fin de que sirvan de origen y fomento de esta fruta en aquel destino”. Se extasía con la vista cordillerana, “tan clara y tan cerca” y es tanta su fe y las ganas de llegar a Valdivia, que se atreve a anotar que de no haber tenido a cargo esa expedición “solito yo, y a pie como me hallo, me pondría en camino para ella. Hace una vista bellísima: sus cerros están cubiertos de nieve, y el arroyo Pichi-Picuntú tiene su origen en el cerro”. Romántico y aventurero.
El 14 de febrero de 1783 toma la decisión de descargar el “Champán” para devolverlo al Carmen, “por estar ya inservible para continuar por la mucha agua que hace”. A los pocos días despide al patrón del “Champán”, con los “pliegos de instrucción”. Una nave menos. En el mismo lugar entierran 6 barricas y 4 barriles de carne salada, 3 de grasa y 8 botijuelas de aceite, por no tener lugar en las chalupas y entre los sauces barril de brea “y un tercio de yerba”. Fuego y humo en la cordillera. También “hinchados de la plaga de jejenes”. El río estaba innavegable. Deben pasar una a una las chalupas. “La gente tiene que conducir sobre los hombros la carga de las chalupas, y a ellas poco menos” dice el detallado diario de Villarino. El río Limay se resiste, no se entrega así nomás. Chalupas embarrancadas, corrientes imposibles de vencer en algunos tramos, vajíos en otros donde fracasaban velas, remos, sirga y espías. Solamente amantes y aparejos permitían avanzar metro a metro “afirmándolos con estacas. ..metida la gente en el agua, y yo con ellos”. Y cuando encontraban algún “paso” bajo, era necesario abrir canal con picos, barras y azadas. Toda una proeza. Ya estaban en el “país o tierras de las manzanas”. En esa parte del Neuquén de hoy con tanta historia imponente. Así transcurrió más o menos todo el trayecto. Siguiendo encontraron más manzanos. Con los frutos de uno sólo “cargaron todos los marineros”. Se presentaron dos casos de escorbuto, pero “han venido bien las manzanas… por no haber embarcado dietas, medicinas, ni facultativo proporcionado a una expedición como ésta”. Se lamenta de la duración de los vientos que no había experimentado “en la costa patagónica ni en las Islas Malvinas”. Los marineros encuentran una yegua y la sacrifican: carne fresca para un día. Desde una elevación ve nuevamente el “Cerro de la Imperial” y tiene siete marineros enfermos, mientras prosigue la sacrificada navegación. Encuentran seis balsas y fogones hasta que llegan a la isla en la desembocadura del Collón Cura. Mientras sus subordinados lavan ropa y se afeitan hace un reconocimiento en bote para tomar la decisión de en cuál de los cursos de agua seguir.
La corriente es más que brava, pues “bastará decir que quince hombres de los más esforzados de esta expedición, no pudieron pasar el bote…y ha sido menester mandar más gente que le ayudase, y esto que todos estaban a pie firme tirando de la sirga, siendo así que es un juguete de sólo 8 codos de quilla y 2 cuartas, y 23 pies de manga, sin llevar otra carga que 160 brazas de cabo para la espía”. Llamó al tramo superior del Limay a partir de Collón Cura, río de la Encarnación.
Basilio Villarino se decide por el Collón Cura. Al sur, quedaba el Nahuel Huapi. La “Gran Laguna”, “el mar”, al que habían llegado antes otros españoles y nativos desde el otro lado de la cordillera. Siguen apareciendo manzanos y manzanas, hasta alguna -notable- “ya mordida por boca humana”. Sigue por el “río Huechum” y era su “intención seguir hasta la Laguna del Límite”. Al Catapuliche o su también “Deseada” y de allí enviar chasque a Valdivia para dar la noticia de la llegada y pedir ayuda. Siguen apareciendo fogones, cáscaras de piña, manzanas, yeguarizos y por fin “una cuadrilla de indios y chinas”, gente del cacique Basilio Chulilaquin. Les regalaron tabaco. Quería hablar con la lenguaraza María López para informarse de la distancia a la “laguna Huechum o Valdivia”. Se conocían, podían considerarse amigos. Se presentaban facilidades para cumplir el propósito expedicionario. Hubo mutuos obsequios: piñones, ovejas, manzanas por aguardiente, tabaco, bujerías, bizcocho, yerba. Todo esto había comenzado el 7 de abril de 1783, según el diario. Iban y venían los nativos trayendo novedades y aprovechando para el intercambio. Villarino intentaba lograr chasque a Valdivia para “ver si me auxilian con víveres y cabos, para proseguir el reconocimiento de todos estos ríos, principalmente el del Diamante (Neuquén) y el de la Encarnación (Alto Limay)… Dicen estos indios que poco ha estuvieron allí cristianos que vinieron con barcos chicos, pero que se les rompieron, y que se han vuelto”. Eran los jesuítas que habían levantado construcciones a orillas del Nahuel Huapi, llegados desde Chile. En cuanto al navegante en el Limay superior, podría tratarse de Seguismundo Güel por 1776. Como vemos, Villarino necesitaba víveres y cabos para explorar además, el Diamante (Neuquén) y el Encarnación (Alto Limay). El proyecto, le hubiera llevado mucho tiempo. Ninguno de los dos se concretó.
Allí se produce al gran contacto con nativos, similar al de la estadía en “Choelechechel”. Se entera, por ejemplo, que el desertor marinero Miguel Benites está sublevando algunas tribus en contra de los expedicionarios “sólo con el fin de casarse con la hija de Francisco” (cacique). Los nativos querían saber cuál era el real motivo de la expedición, qué se proponían, por eso no creían en la excusa de “a buscar manzanas”. Tenían la prueba de la fortificación en Choele Choel. Comprueban que los nativos no lejos de ese lugar cultivaban maíz, “trigo superior”, chícharos blancos, lentejas y habas y elaboraban “sidra o chicha”. Estaban cerca del río Catapuliche y de la laguna (lago) Huechu-huechen. El Lanín de hoy estaba convertido en aquel cercano “Cerro de la Imperial”. Llegaron por medio de los nativos amigos noticias de posible ataque de los “aucaces”. Hay aprontes bélicos de defensa. Se viven momentos de tensión: “Mandé toldar las embarcaciones, alistar las armas, cargándolas de nuevo; montar los pedreros y esmeriles y dormir toda la gente a bordo”.
Mientras se preparaban para la precaria defensa, con el cacique amigo Chulilaquin y sus hombres gritaron ¡Viva el Rey!, con bandera y cañonazo. “Aclamación y gritería de todos los indios y cristianos”. Pero el regreso se aproximaba. No podían avanzar por falta de calado y persistía la amenaza de los “aucaces”. Faltaban víveres. “Pero ya el pan da pocas treguas y si en el día de mañana no se proporciona chasque que vaya a Valdivia, tengo ya determinado el regreso al establecimiento del río Negro”. Era el 25 de abril de 1783. Cargaron más de ocho mil manzanas y Chulilaquin les obsequió una bolsa de ellas destinadas al Superintendente. Basilio Villarino –tal vez con experiencia de su tierra peninsular- alcanzó a hacer “un barril de sidra de diez frascos” y calculó en treinta mil las manzanas consumidas y embarcadas, lo que da una idea de la cantidad de plantas existentes. El 4 de mayo del mismo año se despide de Chulilaquin “que poco le faltó para llorar”. Mientras se arreglaba la chalupa “San Francisco”, que hacía agua, cargó más de “doscientos manzanos chicos, que puse con tierra en un cajón para llevar al establecimiento”. No desaprovechó la oportunidad. Por falta de manzanas no podían quejarse.
El regreso aguas abajo era, por supuesto, más rápido, pero no exento de algunos problemas. Llegados al lugar donde habían dejado algunos víveres, los desenterraron. Sin duda gran ayuda para el regreso. Viven un hecho para narrar: una tarde cerca del lugar que llama “Cabeza del Carnero” ven un toldo. Arriman la embarcación, pero los nativos huyen con alrededor de cien yeguarizos. Tres “chinas” lo hacen a pie abandonando el toldo, “era fácil el alcanzarlas, pero no quise que las siguiesen. Fui a ver el toldo, de donde me retiré inmediatamente, sin permitir que nadie tocase cosa alguna de cuanto en él había. Hice embarcar la gente y seguí mi viaje”. Esta acción hace pensar sobre como actuaban con los nativos.
De nuevo están en el “Diamante” (Neuquén), pero desiste de remontarlo porque “lo hallé más bajo que cuando fui para arriba…y reconocí que no me permitiría navegarle”. Allí se terminaba su periplo por el “País de las manzanas”, por “El Triángulo” después, por la hoy provincia del Neuquén en su límite natural, en parte, de los ríos Neuquén y Limay. Sus andanzas por el Collón Cura y afluentes, la cercanía del Lanín que llamó “Imperial”, muy cerca de las actuales Junín y San Martín de los Andes.
Descienden por el Negro y llegan a la fortaleza de Villarino en el Choelechel y hallan “la estacada, ranchos y trinchera” como los habían dejado. Están varios días que utilizan en “componer velas, toldos, remos y otras cosas”.
El 25 de mayo de 1783 anclaron “en el establecimiento del río Negro”, saludando “a la plaza con nueve cañonazos”. La expedición había durado más de siete meses. Una tremenda y casi imposible expedición fluvial por cuatro principales ríos norpatagónicos. Toda una gesta con hombres de mucho valor humano. Quedan para la historia del Neuquén algunos nombres expedicionarios además del de Basilio Villarino y Bermúdez como ser: José de los Santos, Antonio Villalba, Antonio de Sosa, Eusebio González, Nicolás Baltazar, Miguel Núñez, Ramón Sancho, José Oyola, José Navarro, Andrés y Domingo Goitía, Inocencio Morán, José Madariaga, Miguel Urruti, Ignacio Domínguez, Francisco Urristi, Bartolomé de la Peña, Ignacio Salazar, Fernando Mallo, Mario González, José Oyelas y otros anónimos acompañantes que devoró el tiempo…
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído de: Naves y navegantes en aguas neuquinas, de Hector Pérez Morando (1996). Algunos párrafos han sido adaptados para facilitar su lectura.
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