Antes de un año la población neuquina será anegada por el lago artificial que producirá la construcción de la gran represa patagónica. SIETE DÍAS investigó la curiosa situación de Picún Leufú, un pueblo que deberá ser fundado por tercera vez mientras sus 600 habitantes aguardan que tanto Hidronor como el gobierno provincial cumplan con sus promesas de proveer a los futuros emigrantes con casas y tierras propias.
La construcción de la represa de El Chocón, en Neuquén, provocará un singular happening con algo de cataclismo: se calcula que cuando las obras estén terminadas, todo un pueblo —Picún Leufú— quedará anegado a causa de la creciente del lago artificial más grande de la república. Al mismo tiempo, y mientras el diluvio —como un castigo impersonal y casi involuntario— sea producido por la mano del hombre, otro Picún Leufú renacerá a pocos kilómetros de su actual asiento. No es una prueba de magia: los ingenieros que proyectaron la represa ya previeron que el pueblo de 600 habitantes sería destruido. Cuando las aguas lo invadan, dará la imagen de una pequeña Venecia arrasada, donde apenas los techos de las casas y las copas de los árboles sobresaldrán. Entonces, una nueva población albergará a los actuales ciudadanos de Picún Leufú; ahí, sin embargo, no acaban las sorpresas. Esta será la tercera fundación de un poblado centenario, cuya historia se remonta a la Conquista del Desierto y que, lentamente, se convirtió en una posta ineludible del paso hacia Chile; hoy es cabecera de departamento, no tiene luz, agua ni gas y el trasplante puede ser, al fin de cuentas, un cambio saludable.
Picún Leufú ofrece esa misma sensación, de haberse detenido en el tiempo hace 50 años, que singulariza a tantas otras localidades patagónicas. En su edificio más nuevo funcionan el Correo y la Municipalidad; tiene, además, un hospital con apenas 8 camas, una capilla y un club donde se halla el único televisor de la zona, que funciona gracias al grupo electrógeno montado por los vecinos. La producción principal de Picún Leufú es la alfalfa, además de numerosa variedad de legumbres que sus habitantes luego venden en cuatro plazas: Neuquén, Zapala, Cutral Co y Piedra del Águila.
En numerosas oportunidades el gobernador Felipe Sapag alertó acerca del alto índice de mortalidad infantil que aflige a la provincia sureña; sin embargo, Picún Leufú se encuentra en la región menos afectada por las enfermedades y la desnutrición, al menos puede ostentar el índice más bajo de mortandad de niños. Para Gerardo Jalil Diby (40), médico del hospital local y también intendente, la «misión es preventiva, ya que no tenemos capacidad para hacer nada más que cirugía menor, aunque nos dedicamos especialmente a prevenir y preservar la salud de la niñez». En rigor no hay un solo menor de edad que sufra desnutrición. Claro que esto se debe a la acción de una médica de la zona, Beatriz Ferrari, quien desde hace años, con el pretexto de ofrecer leche a los niños, los hace concurrir diariamente al hospital y allí los somete a un control rigurosísimo donde hasta el menor granito en la cara es objeto de cuidadosas curaciones.
SIETE METROS BAJO DEL AGUA
Se calcula que, después del aluvión artificial, el torrente de agua puede ascender hasta los siete metros, lo cual dejará sumergida a la torre del molino de la estancia Cabo Alarcón, una especie de museo viviente de la conquista patagónica. Hubo épocas, a fines de siglo pasado, en que hasta 20 carretas quedaban estacionadas en esas tierras, mientras las sometían a reparaciones varias antes de continuar viaje hacia Chile cruzando la cordillera. Ese gigantesco taller mecánico era no sólo una herrería sino que también poseía un muelle, ya que en esas épocas, que hoy parecen mitológicas, el río Limay era navegable. A la sombra de esa estancia se formó la villa, que vivió, así, su primera fundación; a principios de 1920 se trasladó de sitio hasta su actual emplazamiento, a diez kilómetros del lugar primitivo. En esa zona de precordillera suelen ir a descansar diversas personalidades y hasta varios ex presidentes: por ahí pasaron Pedro Aramburu y también Arturo Frondizi, y todos fueron huéspedes de la familia Fernández Sotera, donde el nombre de Nicanor es casi una obligación irrevocable con la que cargan todos los primogénitos. Después del próximo diluvio departamental, el bosque que rodea a la casona centenaria desaparecerá, y se estima que eso puede ocurrir —si Hidronor y sus equipos así lo quieren— antes de un año. Muchas piezas de carácter histórico ya se encuentran a buen recaudo en el museo provincial de la ciudad de Neuquén y otras serán trasladadas en los próximos meses.
Para fabricar el nuevo Picún Leufú, un demiurgo ejerce el liderazgo del proyecto: es el ingeniero Horacio Forni (29, hijo) que, con el coordinador Pedro Larrañaga, buscan la forma de dotar de luz, teléfono, gas y especialmente agua a la localidad, que está a 4 kilómetros de la vertiente más cercana. Para el presidente del Club Cultural, Julio Venancio (42) «la gente no está triste: al contrario. En el pueblo nuevo cada uno será dueño de su casa, ya que actualmente todos somos intrusos». Es que la tierra es propiedad de la sucesión Mercado, según explica el presidente Venancio. «Jamás hemos podido obtener los títulos ni comprar las tierras», concluye. Ahora el gobierno provincial ha comprado las 1.050 hectáreas para levantar el nuevo Picún Leufú. El riego para las mismas es la mayor preocupación y se espera de Hidronor —que hasta ahora, y según los vecinos, se ha mantenido sorda a los reclamos— que ayude en el proyecto a la provincia. Igualmente los picunleufuneños afirman que la construcción de edificios, públicos debería correr por cuenta de esa poderosa empresa; para ella, el Copade (Consejo de Planificación del Neuquén) ha preparado los proyectos para que la concreción del nuevo pueblo sea una realidad.
Mientras esperan que la mudanza se realice —con la eficiencia indispensable— y en tanto descuentan que Hidronor no los dejará librados a su suerte, los vecinos suelen concurrir a la casa de don Santiago Estigarraga (70), un juez de paz que desde hace 25 años vive en la zona. «Mi padre vino aquí en 1904, navegando en el vapor Valentina a lo largo del Limay —memora Estigarraga— y bajó en Cabo Alarcón: aquí se quedó.» El patricio de Picún Leufú aparenta no más de 50 años y su anecdotario es interminable: sus ojos se cubren de suave neblina cuando recuerda su épico viaje en galera, por el 1920, de retorno de un ciclo de estudios cumplido en el Uruguay. «Había una por semana, hacíamos posta en El Chocón y seguíamos hasta Piedra del Águila. Aquí en este pueblo de Picún Leufú me casé —murmura como en un sueño— y levantamos la chacra que pronto va a quedarse bajo el agua. Jamás pude obtener un título de propiedad.»
Las mejoras introducidas por Estigarraga y los demás vecinos serán inundadas y sólo las promesas del gobierno provincial y de Hidronor impiden que el desaliento invada a los habitantes de la región. Si bien el traslado cuesta alrededor de mil millones de pesos viejos, los neuquinos que habitan en la zona se hallan dispuestos a participar de esta gigantesca mudanza. Además pretenden reconstruir, al borde de la ruta pavimentada, una réplica de la antigua posta de Cabo Alarcón, con herrería y todo. Claro que ahora será acompañada por una estación de servicio para que el turismo, de paso hacia y desde Chile o Bariloche, se convierta en segura fuente de divisas y también de comunicación con el resto del país y el continente.
Revista Siete Días Ilustrados
Agosto 1971
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Agradecimiento: http://www.magicasruinas.com.ar
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