De jueces, comisarios y homicidas
“Pobre italiano:
Recibí tu fúnebre aviso y deseando demostrarte que no les temo, anúnciote mi arribo a esa para dentro de pocos días. Desde ya te prevengo que me gustaría el lance, pero siempre que lo encabezaras vos. No creas, sin embargo, que me haga muchas ilusiones, pues así como te sé audaz, te sé amargo también.”
1930. Cuando el juez de Paz de Chos Malal, Emilio Pessino, recibió este anónimo, nunca pensó que esa advertencia fúnebre se haría realidad en tan poco tiempo. Después de compartir la cena de Nochebuena con amigos y con el escritor Enrique González Tuñón, quien ocasionalmente se encontraba en la localidad, Pessino invitó a los presentes a la tradicional Misa de Gallo. A pesar de que eran pocas cuadras, subieron a un auto y se dirigieron a la iglesia. Era una noche calurosa y oscura que, en pocos minutos, se iba a teñir de sangre.
Julio Visillac, indisimuladamente ebrio, enfundó en su cintura un revólver calibre 38 y partió de su domicilio, no bien se hicieron las doce de la noche. Llevaba el arma que tenía desde 1926 cuando lo nombraron Comisario y Encargado Inspector de la zona norte. Las municiones no eran de aquella época ni las había comprado él. Se las había regalado el ex policía Enrique Colombino quien, a su vez, las había adquirido en el negocio de Antonio Della Chá, en Tricao Malal. Visillac estaba fuera de sí. Hubiera sido inútil que en ese momento alguien intentara evitar ese trágico encuentro con Emilio Pessino. Tenía una idea fija: quería tomar represalias contra el Juez de Paz, a quien atribuía la responsabilidad de su reciente cesantía como policía, debido a los informes descalificadores que aquél había elevado a la superioridad.
Cuando Pessino salió de la iglesia tuvo un intercambio de palabras e insultos con Visillac, que estaba apoyado contra la pared de la Parroquia en actitud de abierto desafío. Enseguida se fueron a las manos y se produjo un forcejeo que finalizó con un disparo que hirió gravemente al Juez de Paz. La oportuna intervención del policía Adolfo Olate, apostado en el templo para brindar seguridad, permitió quitarle el revólver homicida al agresor y controlar la situación. El médico del pueblo lo asistió rápidamente y pidió el traslado inmediato a la localidad de Allen, debido a que el grave estado de salud de Pessino requería una intervención urgente. Sin embargo, el herido juez no pudo llegar a destino: murió durante el viaje debido a hemorragias internas producidas por bala.
El 15 de diciembre de 1931 la justicia letrada del Territorio Nacional del Neuquén dictó sentencia, condenando a Julio Visillac a diez años de prisión. La Cámara de Apelaciones reformó el dictamen e impuso al acusado a tres años de prisión, encuadrando la resolución en la figura de emoción violenta, con el atenuante de que la agresión de Visillac había sido provocada en estado de ebriedad. Se le concedió la libertad condicional en febrero de 1933
¿Quién es quién en esta historia?
Emilio Pessino había llegado a la zona atraído por el auge minero. Sin embargo, al poco tiempo se instaló en Tricao Malal y, aprovechando el intenso comercio con Chile, optó por dedicarse a la compra de hacienda para vender en el vecino país. A mediados de la década del veinte decidió radicarse con su familia en Chos Malal con la intención de instalar un hotel y completar la educación de sus hijos. Ejerció el cargo de concejal en 1926 y fue designado corresponsal de los diarios Neuquén, La Voz del Territorio y La Vanguardia. Su afiliación al socialismo le permitió tener aceitadas relaciones políticas con reconocidas personalidades de ese partido, como Alfredo Palacios, Nicolás Repetto y Enrique Dickmann.
En el momento de ser nombrado Juez de Paz, Pessino había consolidado su posición económica y logrado acumular una considerable cuota de poder. Además, sus dotes de caudillo le permitieron reclutar detrás de su figura a varios vecinos, que también habían formado parte del Concejo Municipal o ejercido el cargo de juez de Paz en determinadas ocasiones, como el maestro Adrián de la Torre, el comerciante Pedro Peri o el escribiente de Policía Guillermo Scasso, entre otros. Pero las vinculaciones de Emilio Pessino no se agotaron en el mundillo político de Chos Malal, también se proyectaron a la ciudad de Zapala. Allí se conectó con el comerciante Martín Etcheluz, con quien entabló una relación de parentesco. El diario La Voz del Territorio, que este último dirigía, después de la muerte de Pessino realizó una intensa campaña denunciando el asesinato, aportando pruebas y dando a conocer en distintas ediciones la trayectoria y el compromiso del extinto juez de Paz con la comunidad de Chos Malal.
El arribo de Pessino a Chos Malal había creado un clima de fuerte conflíctividad. Su carácter impulsivo y su activa participación en distintas comisiones, asambleas o reuniones municipales, no tardaron en enfrentarlo con algunos integrantes de la elite local, llevándolo en más de una oportunidad a intercambiar golpes de puño con Julio Della Chá, Andrés Etcheverry, Miguel Buchara y Enrique Colombino, quienes consideraban a Pessino un hombre “polémico y madrugador.”
Es oportuno remarcar que existía un problema personal entre Emilio Pessino y Andrés Etcheverry de mucho tiempo atrás. En 1913 Etcheverry había sido nombrado Vicecónsul de Chile en Chos Malal. Pessino, disconforme con esa designación, envió un telegrama al Cónsul General de Chile residente en Buenos Aires, informándole que el nombrado funcionario era una persona de malos antecedentes. Esa comunicación tuvo un rápido efecto, porque el 29 de julio de 1914, desde Santiago de Chile se destituyó a Etcheverry quien, indignado por esta medida, inició una causa judicial por calumnias e injurias contra el citado Pessino.
Una vez absuelto en esa causa, Emilio Pessino publicó en la imprenta La Vanguardia de Buenos Aires un pasquín titulado Epílogo de una Campaña, donde dio a conocer la acusación, las pruebas, la defensa y el fallo de dicho proceso. Entre las pruebas que presentó contra Etcheverry figuraba una denuncia por estafa, una nota de pobladores chilenos contrarios a su designación como Vicecónsul de Chile y las maniobras del candidato para instalar una casa de prostitutas en el paraje El Chingue, sin la autorización del juez de Paz de Andacollo.
Pero detrás de estos enfrentamientos se ocultaba otra cuestión más profunda: Pessino disputaba un espacio político ocupado, casi desde la fundación del pueblo, por un grupo que no estaba dispuesto a resignar su poder. Para corroborar esta afirmación basta con un ejemplo: en ocasión de constituirse la Municipalidad en 1918, los concejales salientes, Antonio Echegoy, Julio Della Chá y Enrique Colombino, se negaron con firmeza a entregar las llaves de la Comuna. Sólo una fuerte presión por parte del vecindario los obligó a ceder el lugar a los electos representantes.
La estrecha vinculación de Julio Visillac con este sector de “pioneros”, con el que Pessino tuvo posiciones irreconciliables, incorporó un nuevo ingrediente que ubicó al policía dentro de un entramado de rencillas personales que maduraron en el tiempo y lo empujaron a provocar el fatal desenlace.
Disparen contra Pessino
Para acceder al cargo de Juez de Paz, la ley 1.532 de Territorios Nacionales establecía como requisitos: ser argentino, saber leer y escribir, tener residencia en el lugar y servicio militar cumplido. Duraban dos años en su función, y en aquellas localidades que superaban los 1.000 habitantes eran elegidos a través del voto popular. Si no contaban con esa población mínima, la legislación disponía que debían ser designados por la autoridad superior; es decir, el Poder Ejecutivo Nacional, a propuesta del gobernador. Este fue el caso de Chos Malal, que había dejado de ser municipalidad en 1926, porque sólo contaba con 846 habitantes y no tenía la capacidad económica para costear los servicios locales. Por este motivo, cuando quedó vacante el Juzgado de Paz, el presidente provisional José F. Uriburu, que había accedido al poder tras el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en septiembre de 1930, nombró a Emilio Pessino en ese cargo. En oportunidad de ese acontecimiento se realizó un banquete, y un grupo de vecinos envió un telegrama al gobernador del territorio, coronel Ernesto Maestropiedra, manifestando su adhesión y beneplácito por tal designación:
“Suscriptos concurrentes demostración homenaje nuestro vecino Don Emilio Pessino festejando su nombramiento Juez de Paz. Felicitamos V.E. por tan acertada designación, su honorabilidad y competencia son garantía intereses generales vecindario. Acepte Señor Coronel nuestras más calurosas felicitaciones. Saludémosle respetuosamente. Firmado: Leónidas Zúñiga, C. Urejola. B. Luis Oliva, Eusebio Rivón, Pedro S. Peri, Manuel Ibañez, Enrique Dewey, Pedro Martinengo, Roque Salinas, Benjamín Stocchetti, A. E. De la Rosa, Domingo Maureira, Jesús Rivón, José Maineri, D. Della Chá, Carlos Schouabs, José Lerman, Julio Martín, Osvaldo Gerez, Doroteo Garrido, Manuel Ordóñez, E. Alfaro, Odilón Gerez, Silvestre Arín, M. Antonio Barahona, Gregorio Gómez.”
En la designación de los jueces de Paz, tanto si eran elegidos por sufragio o directamente desde el poder central, habitualmente intervenían las gestiones de funcionarios políticos o personalidades influyentes, que interponían sus “buenos oficios” para proponer algún candidato ante las autoridades nacionales o el gobernador de turno. Era común también que las propuestas se formalizaran a través de petitorios firmados por numerosos vecinos, apoyando a un determinado postulante o censurando al que consideraban perjudicial para la comunidad. Sin embargo, los firmantes de estos petitorios, en su mayoría hacendados, comerciantes, comisarios, policías, agricultores, siempre intentaron gravitar en la designación de un cargo que se relacionaba directamente con la defensa de sus propios intereses.
Cuando el nombramiento de Emilio Pessino como Juez de Paz fue inminente, Antonio Echegoy, Pedro de Vega, Bautista Bidegain, Juan Colombino y Andrés Etcheverry, entre otros, movilizaron todas las influencias que tuvieron a su alcance para evitar que se consumara esa designación. El 22 de diciembre de 1929 enviaron un telegrama a un importante comerciante de Zapala, Carlos Nayar, suplicándole su intervención en contra de las gestiones que impulsaban los partidarios de Pessino:
“Individuos irresponsables moral y materialmente incondicionales de Pessino gestionan nombramiento de éste para juez titular, rogárnosle encarecidamente interponga su valiosa influencia para evitar se efectúe tal nombramiento que sería un verdadero baldón para los honestos laboriosos vecinos de este pueblo. Saludárnosle con distinguida consideración.”
El 27 de diciembre de 1929 este mismo grupo de personas despachó un nuevo telegrama, donde además de insistir sobre los perjuicios que ocasionaría la designación de Pessino, proponía el nombramiento de Juan Colombino para ese cargo:
“Hoy vence período Titular juez de Paz ésta. Pessino sigue gestión su nombramiento, vecinos caracterizados solicitaron gobernador designación amigo y conocido vecino Juan Colombino. Le agradeceremos apoyo fin designación sea un hecho. Salvando así población caiga en manos sujeto pésimos antecedentes.”
Cabe mencionar que Colombino era un encarnizado enemigo de quien sería, pese a todo, Juez de Paz y posteriormente asesinado en el atrio de la iglesia. En el transcurso del juicio que se le siguió a Visillac, fue incluso sindicado por la esposa del occiso como uno de los instigadores del crimen.
Carecer de antecedentes judiciales en una sociedad tan conflictiva, donde el Código Rural incluso autorizaba a portar armas, era una condición difícil de cumplir por parte de aquellos que aspiraban a ocupar un cargo público. De todas maneras llama la atención que el carácter impulsivo y temperamental del designado Pessino, así como las denuncias en su contra por instigación, heridas en la vía pública y complicidad en hurto, hayan sido pasadas por alto cuando esa conducta distaba mucho del decoro y la reserva que la función imponía. El mismo Julio Visillac, al año siguiente de su ingreso a la Policía, había sido denunciado por violación y abuso de autoridad, sin que esos cargos derivaran al menos en una investigación sumaria.
Como vimos hasta aquí, los protagonistas de esta historia hacen política aunque no participen en elecciones nacionales. Luchan por el control de un cargo que juega un papel clave en la política local y en la distribución del poder político y económico. En última instancia, se enfrentan por obtener ese apetecible poder discrecional, en una época donde es muy borrosa la frontera entre lo público y lo privado.
Cargos públicos, negocios privados
No es casual que en esta trágica historia hayan participado un policía y un juez de Paz. Administrar justicia o ponerse el uniforme de Comisario significaba en estos años manejar una considerable cuota de poder. Tampoco es extraño que una elite de pioneros emparentados entre sí y que desempeñaban alternadamente esos cargos, no estuviera dispuesta a dejar en manos de sus opositores el manejo de un puesto que ponía a buen resguardo sus propiedades, comercios y ganados.
Ocupar el cargo de Juez de Paz otorgaba un poder omnímodo. En Chos Malal era la máxima y única autoridad judicial que residía en el pueblo, con facultades jurisdiccionales, hoy sólo reservadas a los juzgados ordinarios. Actuaba en todo lo referido a juegos de azar, vagancia, embriaguez, desorden, ostentación de armas, y hasta que no se creó el Registro Civil inscribía los nacimientos y certificaba las defunciones. Además, aplicaba las penas establecidas en el Código Rural en materia de marcas, señales, tránsito de animales, guías y división de tierras. Esta función le permitía, obviamente, hacer uso de cierto poder discrecional a la hora de intervenir en la aplicación de una sanción aduanera, en la introducción de mercadería desde Chile o en la extensión de una guía para vender animales. Como este último trámite se realizaba en las receptorías de rentas, era común que, al omitirse ese requisito con la complicidad de jueces y policías, los ganaderos vendieran su ganado en la veranada y luego denunciaran que se lo habían robado.
De esta amplitud de atribuciones, desarrolladas en un espacio donde predominaban las relaciones “cara a cara”, se derivaban numerosos conflictos y enfrentamientos, máxime si tenemos en cuenta que en ciertas ocasiones las autoridades eran juez y parte en esas desavenencias surgidas en el ámbito rural, donde también tenían propiedades. Por lo tanto, eran moneda corriente las denuncias por amenazas e injurias, parcialidad en la aplicación de infracciones al procedimiento aduanero, connivencia entre policías y jueces de Paz, etc.
Durante su gestión como magistrado, Emilio Pessino, por ejemplo, tuvo permanentes altercados con algunos hacendados que transgredían las normas contempladas en el Código Rural. También se enfrentó con el comisario de Andacollo, Florencio Pizarro, quien había aplicado sanciones a ganaderos cercanos al entorno de Pessino por el uso indebido de campos de veranadas.
Cabe destacar que en el transcurso del juicio seguido con motivo del asesinato del Juez de Paz de Chos Malal, el citado Pizarro fue sindicado, peritaje mediante, como uno de los autores del anónimo recibido por Pessino días antes de su muerte. Llama la atención que, a pesar de la contundencia del dictamen que comprometía seriamente al Comisario y al comerciante Esteban de Vega, el Juez Letrado no haya autorizado ninguna investigación tendiente a esclarecer la actitud poco clara de ambos pobladores. De haberse valorado este indicio con nuevas acciones judiciales, tal vez se hubiera podido demostrar la existencia del complot denunciado insistentemente por la familia de Pessino y sus amigos más allegados.
El día 22 de diciembre Julio Visillac había planeado viajar a Zapala para pasar el fin de año con su familia, situación que comentó a Florencio Pizarro y a Pedro de Vega, declarado opositor de Emilio Pessino. No obstante, ninguno de los propietarios de vehículos de alquiler disponible lo pudieron llevar. Uno de ellos porque tenía el asiento trasero reservado para el comisario Pizarro; otro, porque no tenía lugar en los autos de su empresa y, un tercero, debido a que tenía el vehículo en reparación.
Sin embargo, la noche del crimen Florencio Pizarro estaba durmiendo en la casa del comerciante Andrés Etcheverry. Este hecho es por lo menos misterioso porque, como vimos, el Comisario había confirmado un viaje para ausentarse de la zona. Y más sugestivo aun es que la reserva de su pasaje impidió a Visillac salir de Chos Malal, días antes de ocasionarle la muerte a Pessino. Sospechoso, ¿no?
Podemos concluir diciendo que el homicidio de Emilio Pessino no puede considerarse un asesinato común, sino un crimen que tuvo todas las características de un delito político. Se trataba de la puja de poder que enfrentaba a ganaderos y comerciantes por el control de los juzgados de Paz, institución crucial a la hora de dirimir conflictos económicos, en una sociedad donde el ejercicio de un cargo público, insistimos, casi siempre se mezclaba con los negocios privados.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído de: Chos Malal, entre el olvido y la pasión – Historia de la primera capital del Neuquén, desde sus orígenes hasta los años 70 – Carlos Aníbal Lator – Cecilia Inés arias – María del Carmen Gorrochategui – Daniel Esteban Manoukian
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