La entabló un poderoso vecino de Chos Malal que reveló el manejo territorial de Juan Ignacio Alsina quien, además, intentó el traslado de la capital a Las Lajas, donde estaban sus tierras.
Mientras muchos hombres de bien cerraban el primer gran capítulo fronterizo con Chile (liderados por Francisco P. Moreno), otros funcionarios de rango tenían mezquinos objetivos a cumplir: sus intereses personales. Es más, querían acrecentarlos desde la función pública.
En esos días de 1903 el presidente Julio Argentino Roca guardaba cama ligeramente indispuesto, tras festejos del Año Nuevo, agasajos carnívoros o el más gourmet de su ayudante Gramajo (el del revuelto). Arrancó el año con la mirada fija en la Patagonia con buenos motivos. Envió a su ministro del Interior -el riojano Joaquín V. González, hábil también para la pluma y la oratoria- a las poblaciones costeras de Chubut y a la colonia galesa. También aguardaba el informe del capitán de fragata Thwaites (descendiente de un oficial británico de las Invasiones Inglesas y pariente del Perito Moreno) sobre la navegavilidad de los ríos Limay y Negro. Hubo inesperados motivos menos gratos, como las secuelas de la evasión de presos de la Isla de los Estados. El propio árbitro inglés, el coronel Sir Thomas Holdich, quería llegar a esa isla, aunque ese viaje con el perito Moreno tenía el propósito de colocar los hitos a fijar por el flamante laudo de noviembre. Roca estaba todavía en cama cuando recibió el telegrama desde Chos Malal con las denuncias gravísimas del vecino Salvador C. Trotta contra las autoridades del Neuquén. Para entonces ejercía el quinto gobernador titular, el ingeniero residente en Las Lajas Juan Ignacio Alsina, primer civil después de 4 gobernadores militares, si se exceptúan tres interinatos de civiles (el doctor Ventura Pondal, el juez Felipe A. Currán -días apenas- y el abogado Claudio Andino). Alsina quería llevar la capital de Chos Malal a Las Lajas, donde tenía tierras. El mayor crítico de ese plan resultaría el ex gobernador Olascoaga. La prensa, por su parte, vería en la intención de Alsina un claro objetivo de intereses personales. Terminaría renunciado en julio de 1903 pero el primer hito de su caída merece evocarse.
El denunciante Trotta salió del telégrafo y se puso en marcha hacia la Confluencia para tomar el tren a Constitución (Buenos Aires). Pasaron casi tres semanas hasta que los porteños se enteraron de las denuncias de Trotta. Mientras tanto Roca ya había recibido «in voce» los informes del ministro González y del marino Thwaites. La carpeta con los telegramas sobre los evadidos de la cárcel de la Isla de los Estados se engrosó con las sucesivas capturas.
Tribuna para denuncias
Pero el caso contra el gobernador de Neuquén recién comenzaba. Salvador C. Trotta fue entrevistado el lunes 26 de enero de aquél 1903 por el vespertino porteño Tribuna. Su relato apenas «llegado del Neuquén nos dio detalles del estado de aquél territorio, sobre todo de los últimos sucesos que ocuparon la atención de los diarios de la capital». Salvador Trotta habló con serenidad, pero estaba indignado. «Primer punto (enumeró): el proceder de la policía con las personas que no le son afectas a la gobernación». Afirmó que el «nuevo gobierno tiene un extraño criterio para organizar los servicios de seguridad». Reveló que se cesantearon viejos policías y se trajeron otros, cambiándose los empleados argentinos por chilenos, y se llegó a nombrar a procesados y que en un caso «estaba aún con la condena pendiente y que para escapar al castigo había huido de Chile hacia nuestro territorio». Sostenía que constituyéndose así la policía «se encuentra fácil explicación a los atropellos y abusos», desconsoladores ejemplos dados por la prensa. En un segundo punto el denunciante Trotta advertía que «asaltan en el propio pueblo arriando por las calles de Chos Malal» Así le sacaron vacas a Andrés Basave, Andrés Alvarez, Esobedo, Dachary y otros.
Para hablar del atentado contra él mismo, Trotta dejó de numerar el ordenado paso de su denuncia. No se podía estar con gran serenidad para señalar que le habían tiroteado su casa. La policía se resistió o puso todo tipo de trabas para tomarle la denuncia por el atropello. Alterado por evocar la gravedad de la actuación policial, Trotta desordenó la secuencia de su relato pero pudo señalar que se le tomaron declaraciones en su casa, acto que fue interrumpido y acaloradamente discutido hasta las 2 de la madrugada. Se lo citó para declarar al día siguiente. Fue cuando de denunciante paso a preso. «El jefe de policía quería un calabozo para mí». Hubo un altercado y terció el director de la cárcel que «me habilitó una habitación». Alguien le advirtió: «cuídese de Lara».
¿Quién era Lara? Según los registros de archivos, diarios de la época y evocaciones históricas, era el asesino de la familia Mantero de Sañicó y sobre el que pesaba por ese crimen una sentencia de muerte. Sus nombres de pila eran Juan Bautista, se fugaría de la cárcel de Chos Malal de manera sospechosa, y sería capturado 20 días después por el comisario Horacio F. Sautú.
Una fuga sospechosa
¿Cuándo se escapó Lara? Lo refiere Trotta al periodista de Tribuna de Buenos Aires. «El mismo día que salí en libertad». Se supo que Lara se marchó a las Minas. «Por allí tengo un campo -aclaró el denunciante- y días antes había dicho que tenía que ir«, aunque era peligroso porque Lara ahora andaba suelto por fuga. «Un día mandé ensillar mi caballo y fui. Hay doce leguas desde Chos Malal (se refiere a su campo en las Minas) y quién sabe qué circunstancia, nada prevista, nada calculada, me hizo detener en el camino en la casa de un amigo. Allí pasé la noche. Figúrese mi asombro –señaló, coloquial, a quien lo entrevistaba- cuando a la mañana siguiente nos llegó la noticia de que mi casa en las Minas había sido asaltada y muerto dos dependientes y el ingeniero Corridon P. Hall, yerno del coronel Olascoaga». Enseguida aclaró que hubo comentarios que le adjudicaban cierto parecido físico con el asesinado ingeniero Hall (lo que sugería que la intención fue matar al propio Trotta). «Ahora vea la pesquisa», propuso al relatar que no se daba con los autores. La policía galopaba por los caminos y por los campos inútilmente. Los criminales no aparecían: «…ni rastros, ni rumores, y el crimen se hundía cada vez más en el misterio. Hice algo entonces: ofrecí 500 pesos si me traían datos o presos… Asómbrese. Fue traído Lara… Lara, el mismo Lara que había fugado de la cárcel el mismo día de mi libertad y se había marchado a las Minas. ¿Rara coincidencia, verdad?», se preguntó Trotta.
El reo lucía unos calcetines que de toda la región sólo se hallaban en el establecimiento de Trotta, una evidencia más entre muchas otras. Era un asunto difícil. Denunció también en el reportaje el juego de influencias directas que afectó el asunto. «Ya ve Ud.: el juez ha pedido que lo cambien y yo estoy aquí poniendo 318 leguas de por medio… y ahí tiene Ud. al trust de bandidos de que he hablado». El Tribuna cerró la nota asegurando que Trotta no podía volver «sin peligro inminente de su vida y a donde tiene capital invertido por más de 100 mil pesos». Tres días después el gobernador Alsina estaba en Buenos Aires cuando los diarios anunciaron que gestionaba llevar la capital del Neuquén a Las Lajas, donde estaban sus campos.
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Publicado en el Diario Río Negro, el 5 de Enero del 2003. Artículo escrito por Francisco Juárez
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