Luis de la Cruz y Goyeneche realizó en 1806 un viaje de reconocimiento comisionado por las autoridades de Chile y del Virreinato del Río de la Plata. A principios del siglo XIX se propiciaba la búsqueda de un camino más directo entre Buenos Aires y el centro-sur de Chile, con la finalidad de mejorar la actividad comercial, atravesando territorios desconocidos y habitados por los indios. El recorrido lo hizo atravesando el territorio de la actual provincia del Neuquén a la que ingresó por el paso Pichachén, también conocido como boquete de Antuco, y siguió el curso del río Reñileuvú por su margen sur hasta su desembocadura en el río Neuquén. Luego se dirigió hacia el sur, recorriendo Treuco, pasando por el cerro Caicayén y por Truquicó para llegar a la unión de los ríos Curi Leuvú y Neuquén. Siguió viaje hacia Auquinco y desde allí atravesó la vega de Tril, con rumbo norte hasta Coboleuvú (río Colorado). A lo largo del camino describió diferentes litologías (estudio de las rocas) y en varias localidades hizo referencia a diversos tipos de moluscos petrificados, así como también a troncos y restos fósiles de grandes vertebrados. Estas precisas observaciones son los primeros registros geológicos y paleontológicos del Neuquén, en épocas del aún Virreinato del Río de La Plata.
Hacia fines del siglo XYIII las comunicaciones entre Santiago y Buenos Aires por vía marítima presentaban dificultades dada la proliferación de ataques a las naves españolas que intentaban cruzar por el estrecho de Magallanes. Estas naves eran en forma frecuente víctimas de la acción de piratas y corsarios ingleses que abundaban en esas regiones australes. Años atrás, como paliativo para hacer más seguro el camino principal entre esas localidades, Don Ambrosio O’Higgins, padre del libertador Bernardo O’Higgins, y quien fuera gobernador de la Capitanía General de Chile (1788-1796) y virrey del Perú (1796-1801), había construido una serie de refugios en 1765, hoy conocidos como las “casuchas del Virrey”. O’Higgins había obtenido una bula especial del Rey Carlos III para la construcción y financiación de los refugios desde Punta de Vacas en la Argentina (Mendoza), que permitían remontar el río Las Cuevas, cruzar la Cordillera Nevada por el paso de La Cumbre y descender por el río Juncal en Chile hasta Los Andes. Sin embargo, este paso presentaba serias dificultades por la altura y lo escarpado del cruce a lo que se le sumaban las condiciones climáticas, que hacía casi imposible las comunicaciones en ciertas épocas del año.
Los habitantes de Concepción en el sur de Chile venían bregando por un paso de menor altura que les permitiera comunicarse con Buenos Aires. Los más memoriosos recordaban que hacía casi doscientos años, la progresista ciudad de Villarica se comunicaba mediante carreta por un paso bajo con las pampas del otro lado de los Andes, antes que la ciudad fuera destruida por los indios a principios del siglo XVII. La inquietud de los habitantes de Concepción fue canalizada nuevamente por Don Ambrosio O’Higgins, quien gestionó la Real Cédula del Rey Carlos IV de 1793, que propiciaba la búsqueda de un camino más directo entre Buenos Aires y el centro-sur de Chile, con la finalidad de mejorar la actividad comercial, atravesando territorios desconocidos y habitados por los indios, con la intención de integrarlos a los designios de la corona. Las disposiciones de Carlos IV establecían que «Por Real Cédula despachada en San Lorenzo el 5 de octubre de 1793 se dignó V. M. prevenir a la Presidencia de Chile que tratase seriamente de realizar las comunicaciones del Reyno de Chile con este de Buenos Ayres por los Payses que ocupan los Yndios Ynfieles hacia la parte Austral de las Poblaciones Españolas…».
Bajo el auspicio de esta cédula se organizaron diversas expediciones con estos fines. La primera de ellas es la de Don José Santiago de Cerro Zamudio en 1803, quien alega haber “descubierto camino más fácil, más breve, y más llano” para unir el Reyno de Chile con Buenos Aires, pero al no ser compensado económicamente por las autoridades, no han quedado registros de su paso. La segunda en importancia es la de Don Justo de Molina Vasconcelos, cuyo viaje de 1804 tuvo gran trascendencia. La tercera es la expedición de Luis de la Cruz y Goyeneche en 1806. Esta última, es quizás uno de los viajes más estudiados y trascendentes de los que se hicieron en esa época.
La expedición partió del Fuerte de Ballenar el 7 de abril de 1806. Luis de la Cruz fue acompañado por Justo de Molina Vasconcelos quien ya conocía el recorrido, un agrimensor que fue realizando las mediciones durante el cruce de la cordillera, tenientes de milicias, dragones, un intérprete y peones que manejaban 27 animales cargueros. A diferencia de los anteriores, en este viaje tomaron contacto con los caciques principales del otro lado de la cordillera y participaron numerosos indios amigos en todo su recorrido, lo que le garantizó llegar sin mayores problemas. Ingresó al Neuquén el 10 de abril por el paso Pichachén, también conocido como boquete de Antuco, y siguió el curso del río Reñileuvú por su margen sur. Fue avanzando lentamente haciendo mediciones y parando en Moncol, Rumi Mallín, Buta Cura (Piedra Grande) y Tocoman (hoy día Trocomán). Luego se dirigió hacia el sur, recorriendo Treuco (actualmente El Cholar), pasando por el cerro Caycayén y por Truquicó para llegar a Curileubu (actualmente Chos Malal), en la unión de los ríos Curi Leuvú y Neuquén. Vadeó el río donde se ubica el actual puente que era el paso obligado del río Neuquén. A lo largo de este camino pasó por la laguna Auquinco, el Chihuido de Tril y entró finalmente a las pampas. Sin embargo, después de una larga travesía de 1.200 km y de tres meses de duración debió detener su viaje el 5 de julio en el Fuerte de Melincué ubicado al sur de Santa Fe, sin poder llegar a Buenos Aires. Allí tomó conocimiento que la ciudad de Buenos Aires había sido invadida por los ingleses al mando del coronel William Carr Beresford y que las autoridades virreinales habían capitulado ante los ingleses el 27 de junio, escapando ese mismo día el Virrey Sobremonte hacia Córdoba.
El no poder establecer contacto con las autoridades españolas, en cierta forma produjo el fracaso económico de la expedición, volviendo los indios sin las eventuales recompensas ofrecidas por Luis de la Cruz. Si bien se trasladó a Córdoba, para entrevistarse con el Virrey Sobremonte, éste no disponía ya de los caudales públicos. Las autoridades del Cabildo de Buenos Aires le habían solicitado al virrey que el tesoro le fuera entregado a Beresford. El tesoro pocos meses después se exponía en las calles de Londres, sin saber en ese momento que Buenos Aires ya había sido reconquistada por los criollos.
Luis de la Cruz finalmente se trasladó a Buenos Aires llegando el 16 de agosto, en medio de los disturbios de la reconquista que culminarían el 20 de agosto con la rendición de Beresford y la capitulación de los ingleses. Allí hizo entrega del diario con el nuevo derrotero del camino recorrido a las autoridades del Cabildo. Sin embargo, el Cabildo en ese momento decidió no hacer pública esta información, por temor a que cayese en manos de los enemigos ante una eventual nueva invasión.
Luis de la Cruz ante la falta de recursos volvió directamente vía Mendoza a Chile llegando a Concepción el 7 de julio de 1807. Su diario de viaje ha sido muy importante por diversos motivos. En primer lugar, por describir una nueva ruta a Chile de baja altura, la que de acuerdo a sus descripciones permitía el cruce de la cordillera en carreta simultáneamente en dos direcciones. Segundo, por la descripción geográfica y su relato con los diferentes caciques huiliches, pehuenches y ranqueles con quienes se había entrevistado, que fueron un importante testimonio social de la época y de los dominios locales que ejercían los indios en ese momento histórico, en forma previa al 25 de mayo de 1810. Y tercero, porque Luis de la Cruz hace precisas observaciones sobre la litología de las unidades atravesadas, su contenido fosilífero y su ubicación geográfica.
¿Quién fue Luis de la Cruz y Goyeneche?
Luis Bartolomé de la Cruz y Goyeneche nació en Concepción el 25 de agosto de 1768. Era hijo de Pablo Doroteo de la Cruz y Quintana y de Antonia de Goyeneche y Lope de Lara. Su padre había nacido en Villa de Tabernas, España, era militar de profesión y había llegado a Chile en 1740. Ocupó el cargo de Gobernador Real de Valdivia entre 1762 y 1763 y fue Jefe de la plaza de Yumbel en 1772 bajo el mando del Comandante de Caballería de la Frontera Don Ambrosio O’Higgins.
Luis era miembro de una numerosa familia integrada, además, por otros nueve hermanos. Se casó con María Josefa Prieto y Espinoza, con quien tuvo seis hijos, el mayor de los cuales, José María de la Cruz Prieto, llevaría adelante una importante carrera política y militar.
Fue Alcalde Provincial de Concepción, puesto que desempeñaba en 1806 cuando realizó su histórico viaje de Concepción a Buenos Aires. Posteriormente fue vocal de la Primera Junta de Gobierno de Concepción en 1811 y acompañó a los patriotas en casi todas sus campañas hasta 1814, cuando no pudo escapar a Mendoza y cayó prisionero de los realistas. Fue confinado a las Casas Matas de Lima y después desterrado a la isla Juan Fernández. A su regreso, en 1817, fue nombrado gobernador y comandante de armas de Talca. Y más tarde fue gobernador militar y político de Valparaíso. En 1821 fue enviado a Perú para secundar a José de San Martín en la organización de la escuadra, con el grado de director general de Marina. El gobierno del Perú lo ascendió a general de división y a gran mariscal siendo nombrado finalmente benemérito de la orden del sol.
Fue electo también diputado por Concepción y luego nombrado ministro de Guerra y Marina. En 1828 se le nombró inspector general del ejército del sur y según algunos autores lo sorprendió la muerte en Rancagua, el 9 de octubre de 1828.
El recorrido neuquino
Del extenso recorrido del viaje, son de interés en este trabajo las primeras trece “jornadas” en las que de la Cruz divide su viaje que comprenden desde la salida del Fuerte de Ballenar hasta la llegada a Cobuleubu (río Colorado) y en especial varios tramos donde registra diversos hallazgos y observaciones geológicas.
La primera referencia que realiza Luis de la Cruz se debe a la mención de Justo Molina de la presencia de “piedras en forma de balas de todos calibre” en las proximidades de Treuco (El Cholar). De la Cruz fue a examinarlas y agrega que “aunque las hay parecidas, no con perfección” y que “Es cosa común en muchos lugares de estas cordilleras…”. En las inmediaciones de Treuco a lo largo del camino que conduce a Truquico, apenas se cruza el río El Cholar, hay extensos afloramientos de la Formación Vaca Muerta. En sus niveles basales hay numerosos nódulos calcáreos de diferentes tamaños que podrían semejarse fácilmente a balas de cañón.
El segundo tramo comprende el cruce de la Precordillera neuquina desde Treuco (El Cholar) a Truquico. Después de seguir rumbo al este pasan al sur del Cerro Caycaden (Caycayén), al que interpreta como un volcán, para bajar por un estero pastoso hacia el este, hoy día conocido como Arroyo Rahueco. Hoy se sabe que las rocas volcánicas del Cerro Caycayén son de edad cenozoica (era geológica que se inició hace unos 66 millones de años). Allí menciona “por cuatro cuadras un atravieso de piedras de yeso, cuya veta traspasa a todos los cerros del sudeste y sur”, que coincide con los afloramientos del Yeso Principal correspondientes a la Formación Auquilco. Siguiendo el curso del Arroyo Rahueco describe “también se encuentra una mina de tierra, y piedras cardenillos, y entre los indios se pondera de muy rico este cerro “. El término cardenillo hace referencia a una capa de óxido de color verde que se forma sobre la mineralización de cobre. En Rahueco existen afloramientos de la Formación Tordillo, que son portadores de una mineralización de cobre y uranio alojada en esta unidad. En la actualidad hay varios emprendimientos mineros que intentan desarrollar la mineralización de cobre comprendidos en el proyecto Caycayén en esta localidad.
Río abajo a seis cuadras del anterior encuentran “una mina de piedras de caracoles, y otras con tallas de estrellas; cosa digna de atención, y de unas y otras tomé algunas”. La observación del mapa geológico nos permite identificar en esa posición a los afloramientos de la Formación Vaca Muerta, portadora de abundantes amonites (subclase de moluscos extintos en simultáneo con los dinosaurios). Es interesante la cita de Luis de la Cruz de “tallas de estrellas” término que a veces refiere la presencia de estrellas de calcita. Siguiendo por la misma quebrada, más adelante encontró “varios terrenos de árboles petrificados; aun estando en su misma situación: pero de una piedra como pómez, sin perder las vetas y con cavidades de la primera sustancia” que corresponden a los afloramientos de la Formación Mulichinco de edad valanginiana temprana (entre 139 y 132 millones de años aproximadamente). Si bien en los trabajos de campo no se encontraron restos de troncos en esta localidad, es común en esta unidad la presencia de restos de troncos silicificados. Dejan el Arroyo Rahueco cuando éste se dirige al norte, y llegan a la localidad de Truquico donde pernoctan. Al día siguiente cruzando este estero se dirigen al norte donde “a las doce cuadras, poco más, para el norte de este sitio, hay una cueva, cuyo centro es de sal maciza, y se llama el lugar de la Salinas de Treuquico”. Esta localidad corresponde a afloramientos de la Formación Huitrín, que aloja abundantes niveles de evaporitas (rocas sedimentarias que se forman por cristalización de sales disueltas en lagos y mares de la costa). A estas salinas hizo referencia Manuel Olascoaga (primer gobernador del territorio) quien afirmaba que “frente al fuerte de “Chos Malal”…a cinco o seis cuadras del paso del río… se halla esta galería o gruta, donde se entra a caballo”. Esta ha sido una importante mina de sal común de notable pureza que se explotó desde la época colonial hasta mediados del siglo XX.
El tercero tramo abarca desde Curileubu (Chos Malal) hasta el Chihuido de Tril. Después de atravesar el río Neuquén y llegar a Curileubu (Chos Malal), en las juntas de este río con el Curi Leuvú, realizan una serie de reconocimientos durante varios días. Desde las juntas del Curi Leuvú con el Neuquén descienden por la margen norte del río en dirección a Tilqui (Tilhué) unas tres leguas. Antes de llegar a esta localidad, posiblemente por el encajonamiento del río, ascienden a la sierra hacia el norte con mucha dificultad. En este lugar encuentran “chorros (sic), tracas y caracoles petrificados, que de cada especie tomé una pieza. También un pedazo de cadera, al parecer de ballena petrificada”. Esta localidad no se puede precisar exactamente debido a las vueltas y contravueltas que hicieron al no poder arribar a Tilhué. De este punto volvieron a subir por el estero Tilhue hasta llegar a la laguna Auquinco a pernoctar. Los moluscos fósiles mencionados, corresponden a diferentes tipos de moluscos, posiblemente amonites, que son frecuentes en el Miembro Pilmatué de la Formación Agrio, que afloran ampliamente en las proximidades de la antigua mina Tilhué, a lo largo de la ribera norte del río Neuquén. La cadera a la que hace referencia es muy probable que perteneciera a un plesiosaurio, reptil marino que ha sido encontrado también en otras localidades del Neuquén.
El crepúsculo de ese largo día les permitió apreciar “una hermosa llanura, con una laguna, cuya ribera albeaba, y circundada de una falda tan blanca como la nieve, por el nor-este, este y sudeste… me persuadí que eran salinas, pues no tenía razón para creer fuese nieve”. Al día siguiente pudo constatar que las lomas que veía eran de yeso, que la laguna era salada y su playa salina. Estas descripciones corresponden a los depósitos evaporíticos de la Formación Auquilco de edad jurásica tardía (entre 152 y 166 millones de años), ampliamente representados en este sector.
Al día siguiente partiendo desde la laguna Auquinco hacia la vega de Tril donde se alojan, reconoce la presencia de “cal de piedra, mucha arenilla blanca, y alguna negra, piedras cristalinas,… y mariscos petrificados” a lo largo del camino. Estos fósiles corresponden a los abundantes moluscos reconocidos en el Miembro Pilmatué de la Fomación Agrio a estas latitudes. Luego identifica con precisión “la cordillera repetida de Puni-Maguida, por esta parte está cubierta de escoria: en sus faldas se divisan lomas enteras de yeso, hasta cerca de esta vega”. Está describiendo la Yesera del Tromen, cerro que también se conoce como Pun Mahuida, cuyas lavas cuaternarias cubren parcialmente el anticlinal de la yesera.
Finaliza esta descripción de la región mencionando “hacia el norte un cerrillo puntiagudo como volcán”, conocido actualmente como el Chihuido de Tril. Además describe “distantes al oriente tierras color bermellón” que corresponden a las areniscas rojas de la Formación Rayoso y el Grupo Neuquén.
Comentarios finales
Se destacan en las descripciones de Luis de la Cruz un vocabulario bastante acabado para describir los tipos de rocas o minerales y su curiosidad para caracterizar los diferentes tipos de “mariscospetrificados”, no comunes en los viajeros de esa época. Se debe tener en cuenta que no era un naturalista y que no tenía estudios avanzados en la materia.
Las precisas observaciones efectuadas en su cruce de la cordillera corresponden a los primeros registros geológicos y paleontológicos del Neuquén, lo que modifica algunas afirmaciones previas en la literatura geológica de la cuenca Neuquina y remonta por muchos años hallazgos fosilíferos de esta región de lo que hoy es la Argentina, en aquellas épocas aún parte del Virreinato del Río de La Plata. Si se tiene en cuenta que las primeras descripciones de amonites y pelecípodos fósiles del Neuquén eran las presentadas en 1890 por Edouard Langlois, procedentes de la misma región de Tilhué en la ribera norte del río Neuquén, cobran aún más valor las descripciones de Luis de la Cruz.
La lectura de las fuentes documentales, cotejada con detallados trabajos de campo, ha permitido reconstruir con bastante fidelidad la trayectoria del viaje de Luis de la Cruz, poniendo en valor sus precisas descripciones. Esto cobra aún más relevancia por las críticas recibidas por Luis de la Cruz por Jaime Llavallol y Julián del Molino Torres en 1806, en su calidad de comisionados de caminos y navegación del Consulado de Buenos Aires tuvieron a su cargo la evaluación del diario del recorrido. Esto provocó que no se valorara en su justa medida las precisas observaciones realizadas durante el viaje. Sin embargo este artículo pretende rescatar, por lo menos en el tramo analizado, la precisión geográfica, las justas evaluaciones de las litologías halladas a su paso, junto con la identificación novedosa de invertebrados fósiles marinos, huesos y troncos petrificados.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído y adaptado de: REVISTA DEL MUSEO DE LA PLATA 2016, Volumen 1, Número Especial: 17-26 “La Historia de la Geología en el Bicentenario de la Argentina” – Los primeros registros geológicos y paleontológicos del Neuquén: La expedición de Luis de la Cruz y Goyeneche en 1806, de Beatriz Aguirre Urreta y Víctor A. Ramos
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