III
El teniente estaba seguro de que quedaban cabos sueltos y que el “incendio” apenas si comenzaba a ser refrigerado. Intuía que había otros implicados en esta movida contra la soberanía, porque en definitiva se estaba poniendo en juego eso. Tenía que completar la operación y las comunicaciones no podían quedar en manos del enemigo. Ese era un punto estratégico. Pero a la vez había que reforzar la defensa de la ciudad y en ese sentido la angustia de Paterson aumentaba en la medida que no tenía noticias de Senillosa. ¿El traidor de Etcheluz habría vencido a sus fuerzas? ¿Seguiría implacable hacia Neuquén? ¿Cómo defender la capital? El Teniente Paterson actúa entonces con celeridad, revisa sus manuales de la Escuela de Guerra, repasa sus órdenes, mira su mapa, apoya su cabeza en el escritorio, piensa en Etcheluz pero está cansado… se duerme, aunque la guerra no reconoce agotamientos, obstinadamente abusa de ellos…
“Los cadáveres yacen en el campo humeante… un soldado -que no se alcanza a reconocer- desarma a los muertos y le revisa sus bolsillos. Los hombres montan sus caballos y el batallón arranca al grito de ¡VIVA LA PATRIA!! la bandera tricolor envuelve la figura de Etcheluz, se oye un disparo, Ardenghi cae herido…”
Paterson se despierta sofocado, suda, tiembla; Ardenghi trata de calmarlo. Paterson se alegra de verlo vivo. Revisan el mapa, discuten. Finalmente -en los primeros minutos del jueves once- el teniente ordena a dos soldados y a un chofer de la gobernación que se pongan a las órdenes del Dr Ardenghi. Él podría defender las puertas de la ciudad.
Inmediatamente, a la una del 11 de setiembre, cuando ya hace frío y la noche es muy oscura, el sargento y los soldados irrumpen en la casa del Jefe del Distrito de Correos y Telégrafos, Idelfonso García, donde también estaba durmiendo el Inspector Otto Haneck. Semidesnudos -y violentamente- fueron sacados de sus casas en una maniobra que el Teniente controlaba a una prudente distancia de 15 metros. Pero repentinamente aparece un auto como a cuatro cuadras del lugar y el Teniente reacciona intempestivamente:
– Son ellos!!! ¡Nos quieren atacar y rescatar a su gente!!! Pongan esos cabrones en el medio de la calle. ¡Rápido, rápido!! Apenas baje uno de ese auto, ustedes cuatro fusilan a estos traidores…
– ¡¿Cómo teniente?!
– ¡¡¡Lo que escuchó Sargento!!! ¡¿No me diga que se está cagando?! ¡¡Ustedes cuatro!! ¡¡¡Se ponen atrás del Sargento, si no dispara le tiran Uds. a él!!! ¡¡¿Ta’ claro?!!
Haneck y García esperaban casi desnudos su hora final, no alcanzaban a reaccionar ante la vertiginosidad de lo que estaba sucediendo, pero la pesadilla afortunadamente no terminó en asesinato. El auto dobló, seguramente en búsqueda de un lugar donde la noche sea más propicia, quizá para el amor más que para la guerra. Haneck y García salvaron milagrosamente sus vidas, pero serían conducidos a un camión que esperaba a una cuadra del lugar.
El camión arranca y se dirige hacia la gobernación donde el teniente irrumpe violentamente en la oficina del Censo….
– Arriba señores!! Se me ponen en fila y van corriendo derechito al camión ¿‘ta? ¡Vamo, vamo, vamo…!!! ¡Corran traidores!!! ¡Sin bajar los brazos!! ¿Qué creían, que la cosa sería gratis?! ¡La van a pagar caro cabrones!! ¡Corré te digo…!!! (Un culatazo va a parar a la espalda de un agente).
– Soldado!! ¡Los lleva directo a la cárcel!! ¿Comprendió?
Mientras todo esto pasaba en el casco urbano de la ciudad, en sus puertas Ardenghi y sus acompañantes armados con carabinas despertaron y convocaron – cerca de la una de la mañana- a algunos chacareros de Colonia Valentina, periferia de la ciudad:
– ¡Don Teodomiro! ¡Don Teodomiro!
– ¡Doctor!!! ¡A esta hora! ¿Qué pasa?!
-Los chilenos!! ¡Se nos vienen los chilenos!! ¡Es necesario la ayuda de la población para defender la patria! ¡Nos invaden!!
El gallego Teodomiro Martínez -sin dudarlo y muy generoso- despierta a su hijo, se arman con dos escopetas y se ponen al mando del doctor Ardenghi quien -cual jefe de una Brancaleone patagónica- ubica estratégicamente sus fuerzas a unos cuatrocientos metros del puente cercano a la comisaría de Colonia Valentina, tres a cada lado de la carretera, con la orden de abrir fuego al auto que no se detenga.
Cerca de las 2.30 de la mañana, el otro chofer que había llevado soldados a Senillosa, retornaba a la capital cantando sus tangos a viva voz, pero su “Zorro Gris” fue violentamente interrumpido por disparos de arma que impactaban en la cubierta de su auto. Desesperado pisa el acelerador y logra escapar.
Uno de los parapetados había reconocido el auto, pero no el doctor Ardenghi, de manera que el fuego “patriótico” cayó sobre quien venía también de “servir a la Nación”. Ardenghi no se arrepintió de su equivocación y siguió esperando a Etcheluz hasta las seis de la mañana, hora en que retornó y fue a descansar a su casa.
Por la mañana, cuando la ciudad comenzaba a tomar su ritmo, el contador del Banco que iba a trabajar se encontró con Paterson, que en pleno centro de la ciudad había arrestado a todos los empleados y a todos los que transitaban en ese momento por la calle, menos a Ardenghi. acusados de sublevación y de falta de lealtad a la patria.
El Juez Carreño se había levantado tarde, pero ya a las 9,30 de la mañana estaba buscando a Paterson Toledo y pudo encontrarlo frente al edificio del Correo. Cuando Carreño baja del auto, el teniente desenfunda su Malinger y apunta al Juez:
– ¡Alto!! ¡Levante las manos, traidor!! ¿Creía que podía darle cocaína a mi señora sin que me diera cuenta?!! ¡Traidor!! Creyó que no podría… que no podría….
El teniente comenzó a bajar su arma y su tono, las rodillas comenzaron a quebrarse, con la cabeza y sus manos en el suelo comenzó a sollozar. El Juez se le acercó y cuando quiso levantarlo…
– ¡Salga traidor!!!, no me toque…!
El teniente no podía reponerse, comenzó a quebrarse aún más…
– Discúlpeme Sr Juez, por favor…perdóneme…Mire, es que no puedo más…estoy solo y la Patria está en peligro…y aquí…y aquí… ¡Sí!… ¡Aquí son todos unos traidores!! Los voy a matar a todos carajo!!! ¡Eso es lo que se merecen!! ¡Balas! ¡Detengan a esa mujer!!! ¡Deténganla!!! ¡Está detenida por traidora y vendernos a los chilenos!!! ¡Traidora!!
Luisa Serrano no pudo colocar su carta en el correo. Quizá si hubiera tomado por otra calle hubiese evitado su “traición”. Paterson, más repuesto, ordena ir rápidamente y con diez soldados a reducir a quienes trabajaban en la estación de ferrocarril. Allí lo llevó Carreño, ya seguro de estar ante un problema más médico que bélico.
Durante dos horas -previos disparos directos a algunos obreros de esa estación y que impactaran en los galpones- los obreros del ferrocarril estuvieron con las manos levantadas, las piernas abiertas y contra la pared, hasta que la intervención del Juez posibilitó la liberación. No obstante, Paterson Toledo -investido con el espíritu sanmartiniano que acompaña a todo hombre de armas- no podía admitir que entraran nuevas personas a la capital, de manera que el tren que venía de Contralmirante Cordero fue detenido a balazos por soldados -11.30hs- a quienes costó convencer de que los maquinistas debían volver a subir para apagar las calderas, lo que hicieron cuando la presión de la locomotora estaba a punto de estallar.
De la misma forma, apuntando y parapetándose, el teniente detuvo a un grupo de personas que transitaban en la intersección de las calles Olascoaga y Sarmiento. Para entonces el Juez Carreño, junto con el director de la cárcel, pensaba en cómo reducir a este Teniente. Por el momento solo obedecían órdenes y lo llevaban a los lugares que él deseaba. El gran peligro era que el intento de reducirlo fuese un remedio peor: ¿Si fracasaba? ¿Si eso alertaba a los soldados y salían en defensa del Teniente? Era muy delicada la situación, había más de cuatrocientas personas detenidas por soldados muy cansados, con una gran presión sobre ellos, con falta de sueño y alimento, y con un ánimo exaltado por los múltiples juramentos de lealtad, fidelidad y obediencia que el Teniente había organizado. El peligro mayor era que esa tropa disparara contra la indefensa población civil.
IV
Luego de que el teniente detuviera a los encargados de la Central Telefónica, siempre por traición a la Patria, y de que destrozara la central para que no se pudieran recibir ni enviar mensajes, el Juez Carreño persuadió al Teniente de que debía descansar en la oficina Radiotelefónica y que él vería la forma de que sus instrucciones se cumplieran.
El Teniente accedió, previo darle las instrucciones al Juez de cómo debía proseguir -sobre todo en la emboscada sobre la calle San Martín-, y se dispuso a descansar. El Juez entonces llamó a la mujer del Teniente para tranquilizarlo aún más y poder hacerle una revisación médica. El doctor Francisco Frega de la Asistencia Pública de Neuquén y el Dr. Molteni de Cipolletti fueron los encargados de analizar el estado del Teniente Paterson. El certificado del Dr. Frega decía explícitamente que:
“…en el día de la fecha he examinado al Señor Teniente Julio Paterson Toledo, comprobando que sus facultades mentales están alteradas, con franco estado delirante: delirio de reivindicación y grandeza, siendo por esta causa completamente irresponsable de sus actos. Neuquén 11 de setiembre de 1930”.
El informe de Molteni, relataba:
“…noto en el enfermo un estado de excitación que se traduce en una fluidez de expresiones y rapidez en la concepción de ideas muy significativas. Comienza por expresar que su tarea de estos días es ardua, se halla colocado frente a una situación muy grave. Existen muchos enemigos que son muy astutos y se ocultan bajo una apariencia de tranquilidad y de quehaceres honestos para engañar a las autoridades; pero que no han logrado engañarlo a él. Por ello ha debido encerrar en la cárcel a muchos de esos sujetos, entre ellos a individualizado a cinco generales del Estado Mayor Chileno, y que existen muchos complicados en el complot… Sabe con certeza que en la población se ha pretendido envenenar la carne y el agua, por cuya razón aconseja no se haga uso de ellas, el lleva varios días sin probarlos… Señala que ésta es una situación mundial, que no es solo aquí que en todo el mundo están ocurriendo cosas muy misteriosas, todo el mundo lo oculta”
Molteni terminó su informe en forma muy parecida a la de Frega, agregando el surmenage como causal de una “psicosis sistematizada esencial progresiva”, cuyo principal responsable es -como no podía ser de otra forma, por entonces- la herencia, y el detonante para activar este problema podría haber sido la enorme presión a que se vio sometido, desde el seis de setiembre, como también problemas del relacionamiento social en general.
En esta situación el Juez debía moverse rápidamente y sin errores, porque estaba en juego la vida de muchas personas. Decidió renovar el pedido de que el ejército enviara a alguien de mayor jerarquía para que se hiciera cargo de la fuerza y del teniente, pero a la vez debía liberar a los presos, para lo cual dudaba de la obediencia de la tropa.
Cuando el Dr. Carreño recibió el telegrama del Ministerio del Interior aprobando lo actuado, se decidió -en una audaz jugada- a hacer comparecer a cada integrante de la tropa ante su presencia y la del Teniente Paterson. Esa fue la única forma en que el Juez pudo hacer evidente para los soldados el grado de alteración y delirio de su superior, para que éstos quebraran su juramento de obediencia.
El Teniente Paterson quedó encerrado en la oficina del Telégrafo- Llevaba ya varios días sin dormir y el cansancio empeoraba su situación. Lo asistía en forma directa del Dr. Frega, quedó prohibida la portación de armas en el lugar y la guardia estaba solo compuesta por civiles.
En ese momento el Juez debió recorrer -junto con el Director de la Cárcel y otros oficiales de Policía- todos los lugares donde las personas habían sido detenidas. En más de un lugar debieron recurrir a la fuerza porque las tropas no se resignaban a cambiar de jefe y comenzar a recibir orden de un Juez civil.
Así fueron liberadas cuarenta personas detenidas en las calles Sarmiento y Olascoaga; cuarenta en el Ferrocarril del Sud; setenta en el Hotel Confluencia; cincuenta en el local de Correos; quince en las inmediaciones del Distrito Militar; treinta en el local de la Comisaría; etc. De inmediato también se restablecieron las comunicaciones y se permitió la marcha de los trenes.
Carreño, una vez solucionados los problemas de comunicación telefónica, se dispuso a ponerse en contacto con el infierno tan temido: Don Martín Etcheluz.
– Don Etcheluz, lo llamo para decirle que me he hecho cargo de las fuerzas del Territorio Nacional del Neuquén. Según tengo entendido -por lo que me ha comentado el Teniente Paterson Toledo y el encargado de la Gobernación- que Usted está al mando de un grupo de gente armada que tiene la pretensión de avanzar sobre la capital, y tomar la gobernación… Mire…, le pido que se abstenga de tal operación, porque será reprimido duramente y además…
– Sr. Juez, escuche por favor…. Yo no lo conozco a Ud. ni Ud. a mí, pero le puedo asegurar -créame- ¡que esa locura nunca pasó por mi cabeza! Ya se lo había mandado a decir al Sr Delfino… ¿Qué es lo que está pasando allá?. ¡¿Se han vuelto locos?!
– Bueno…es muy largo de explicar pero… puede ser…. En este momento el Capitán Romanella viene de Las Lajas con cincuenta hombres…
– Mire, no sé haga problemas… No se lo que pasa allí, pero de todas maneras lo felicito por la actitud que ha tenido como ciudadano, y estoy a sus órdenes para lo que necesite… Es más, facilitaré las cosas al Capitán Romanella para que pueda embarcarse sin problemas. ¿Le parece?
Al día siguiente, dicho Capitán llegó a Neuquén a las cinco de la mañana, constató la situación crítica del teniente y se hizo cargo de la Gobernación liberando inmediatamente -por decreto- a los detenidos que estaban en la cárcel.
La ciudad recobró casi de inmediato su vida normal, aunque por bastante tiempo los parroquianos tuvieron un gran tema para sus conversaciones. El humor fue llenando el lugar del amargo recuerdo y del temor. Más aún, todo aquel que llegaba a enojarse en forma muy visible y escandalosa se le espetaba: “Pará un poquito Paterson…!”, pero pronto el hecho comenzó a caer en el olvido.
Los policías volvieron a sus puestos, el Gobernador a su cargo, Etcheluz siguió tranquilo en Zapala -de donde nunca se había movido-, los soldados a su cuartel, y el viento volvió a concentrar los malestares. Los únicos que no volvieron a sus cargos, aunque por distintas razones, fueron el Juez Francisco Carreño que al año siguiente fue trasladado para cumplir la misma función en el Territorio Nacional del Chubut, y el Teniente Paterson Toledo esperó por algún tiempo más el ataque de la “conspiración chileno – radical”, pero era ya difícil evitarlo desde el Hospital Militar de la Capital Federal. Buenos Aires no era obviamente Neuquén, pero la ciudad se le debió presentar pequeña ante la enormidad de su frustración cuando al año siguiente volvió a su porteña casa. Porque del Hospital Militar fue trasladado al Hospicio de Mercedes y luego al Instituto Charcot de Martínez, de donde fue retirado por sus familiares, sin que se hubiese recuperado del todo. La historia argentina daría sorpresas más adelante. Los golpes y las aventuras militares irían creciendo en sus pretensiones y en su locura, pero los hospicios y las cárceles también serían temporarios y ya no habría forma de llevar esos episodios al humor, y el olvido ya no sería tan fácil.
Juan Quintar
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fuente:
– Historias de sangre, locura y amor: Neuquén (1900-1950)– María Beatriz Gentile, Gabriel Rafart, Ernesto Lázaro Bohoslavsky (compiladores).
Capítulo: Locas conspiraciones. El golpe del treinta en Neuquén, de Juan Quintar.
– Ilustración: Roberto “Bud” Cáceres
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