Faltando pocas horas para que concluyera el año 1914, un grave desastre natural se produjo en la cordillera de Los Andes y asoló en su totalidad al valle del río Colorado. El desastre, conocido como Crezca Grande, causó la muerte de alrededor de doscientas personas, heridos, lesionados, familias desechas, pueblos arrasados y severos daños sociales y económicos. La catástrofe fue causada por la rotura del dique natural ubicado sobre la laguna «Carri Lauquen» (36°30’41″S- 70°09’23″W), situada sobre el río Barrancas. Fue en este rio donde se iniciaron los acontecimientos que culminaron en la tragedia de 1914, que provocó el desastre de toda la cuenca del río Colorado, al cual le aporta sus aguas.
El río Barrancas drena una superficie de alrededor de 3.400 km2. Se origina en dos lagunas glaciarias, Fea y Negra, ambas muy próximas a la frontera con Chile. De dichas lagunas surgen los arroyos emisarios que conforman el alto Barrancas, límite entre Mendoza y Neuquén, que luego colecta las aguas de deshielo de la sierra Cochicó, del cordón de Mary, de Mayán y del glaciar Domuyo, ubicado éste en las laderas del volcán homónimo. En su breve recorrido de 150 km., el río Barrancas desciende tortuosamente desde una altura de 2.186 m. (laguna Negra) hasta una altura de 835 m. (Buta Ranquil), actuando como agente altamente erosivo.
Fue precisamente esta última característica la que, en un momento geológico indeterminado, provocó el derrumbe de laderas sobre el cauce del río Barrancas, creando así un dique natural de notable magnitud, el cual embalsó las aguas que fluían al mismo. De acuerdo a mediciones posteriores, el lago que se formó medía 21 km. de longitud por cuatro o cinco kilómetros de ancho de ancho. Se lo denominaba «Carri Lauquen» (laguna Verde) por la coloración de sus aguas. Una vez que se llenó el cuenco, las aguas vertieron sobre el muro y se convirtieron en un caudal permanente del río. Pero en el invierno de 1914 la situación se alteró drásticamente.
En efecto, las intensas nevadas que se registraron en aquel duro invierno acumularon espesos mantos de nieve en las montañas próximas. El brusco deshielo provocado por las altas temperaturas de primavera y verano, ocasionó el descenso de grandes volúmenes de agua que incrementaron violentamente los caudales de arroyos, riachos, y también, de «Carri Lauquen». La notable presión del embalsamiento provocó la ruptura del muro, en el que se abrió una garganta de 250 m de largo por 100 m de alto. Por allí se volcaron al valle 2.000 millones de m3 de agua, sedimentos y rocas; el nivel del lago descendió entre 80 y 90 m y su extensión se redujo a 6 km de largo por 1 ó 2 de ancho. Todo este proceso se operó en pocas horas. Tuvo lugar en la noche del 29 de diciembre de 1914, dando lugar así a la Crezca Grande.
Los testimonios de la época
Como ya se expresara, una vez que la avalancha superó la resistencia del dique se inició un recorrido apocalíptico que arrasó el valle hasta culminar en el Océano. De acuerdo al informe elaborado por un observador destacado por la empresa del Ferrocarril del Sud, el ingeniero Blencowe, el desborde inicial se produjo a las 16 horas del 29 de diciembre. Ese mismo día, aproximadamente a las 22 horas, el pico de la creciente pasó por Barrancas para llegar a la Colonia 25 de Mayo a las 14 horas del día 30. Es muy clara la expresión de un lugareño narrando el suceso: «Era de noche, se escuchó un zumbido fuerte y ¡pum! Se salió el tapón…un mundo de agua era, un mundo que tapó todo…» (Diario Río Negro, 2005)
Aquí conviene detenerse para plantearse una pregunta: ¿no hubo ningún indicio que permitiera prever tremendo desastre? No hay una respuesta certera para dicho interrogante. De acuerdo a notas periodísticas, la presencia de nieve en volúmenes excepcionales preocupaba a la gente que se hallaba aguas abajo del muro. Según se manifiesta en el citado artículo, había una persona encargada de controlar la altura de la laguna pero «… se había ido de tragos a Mendoza, volvió unos días después, vio lo que había pasado y de ahí se escapó para Chile. Nunca se volvió a saber de ese hombre…»
Un ingeniero inglés había comentado este fenómeno (el derrumbe de laderas de dos cerros sobre el lago) ante el gobernador del Neuquén; pero no se le dio la importancia debida. Hasta que una familia, cuidando unas vacas a los pies del embalse, en un momento se dio cuenta de que el agua se filtraba por varios boquetes. Esto sucedía en la segunda quincena de diciembre. Pocos días después volcaba de golpe la inmensa masa líquida, transformándose de la noche a la mañana en una laguna vacía. Esta familia avisó a dos sacerdotes de Chos Malal del suceso y éstos a su vez comunicaron telegráficamente a otro miembro del clero ubicado en Pedro Luro (Provincia de Buenos Aires, a orillas del Colorado) quien lo derivó al jefe de estación y así se pudo informar a pobladores del valle medio e inferior sobre el riesgo que corrían. De este modo estos pobladores pudieron ponerse a salvo sobre las bardas.
La primera consecuencia registrada por el paso del alud fue el cegamiento de las desembocaduras de algunos arroyos, hecho debido a la deposición de los abundantes detritos que arrastraba la corriente. Al mismo tiempo, dadas la poca anchura del valle y la importante pendiente que se registra hasta la confluencia con el río Grande, el torbellino se llevó los pequeños depósitos aluviales que había en las orillas y ensanchó el cauce hasta las paredes de rocas, incorporando este material al volumen arrastrado.
Las primeras zonas arrasadas por el torrente coincidieron con los límites de Mendoza y Neuquén. La furia del agua se llevó dos comisarías locales y varios hogares, además de los cultivos que los moradores habían hecho en pequeña escala. De todo esto no quedaron ni rastros. Donde había campos fértiles, desapareció todo. En ambos lados del río había caminos, los cuales quedaron inutilizados. En el paso de Las Bardas las estancias fueron arrasadas. El incipiente pueblo de Barrancas corrió igual suerte y debió ser relocalizado.
Según relata el periódico Río Negro del 9 de enero de 1915, en la jurisdicción neuquina hubo muchas víctimas. El primero en dar aviso al destacamento policial de Huitracó fue un poblador que habitaba en Desfiladero Bayo y que perdió toda su familia en el desastre. Narraba que «…el agua llegó…de día ya y precedida la corriente de una nube compacta que suponen de tierra, no obstante el día sereno, y de un aterrador viento que hizo disparar horrorizados a los vecinos, encaminándose a las bardas, distante mil metros aproximadamente de la costa donde estos pobladores tienen sus viviendas.»
El paraje «Rincón de los Sauces» concentraba un centenar de personas y se localizaba unos «siete u ocho kilómetros río abajo del actual Rincón de los Sauces. Se calcula que en esta zona perdieron la vida de diez a quince personas incluyendo grandes y chicos…» (Diario Río Negro, 1992)
En este primer tramo fue donde más intensidad alcanzó el fenómeno, situándose los mayores daños en los recodos del valle aguas arriba del meridiano 10 y en el sector norte de la Colonia 25 de Mayo en el entonces territorio nacional de La Pampa. A medida que avanzaba hacia la desembocadura, el aluvión fue perdiendo lentamente el impulso inicial, aunque ello no significó menguas a su capacidad destructora.
Otros testimonios que describen el suceso en el primer tramo son igualmente patéticos. Según el comisario de policía de Chos Malal (Neuquén), al pasar inspección en la margen rionegrina, no se encontró ningún sobreviviente en los puestos, como tampoco en la estancia La Margarita y sus alrededores. De ella solo quedaron algunos álamos y unas pocas ruinas de los edificios: «El vecindario del paraje conocido como ‘Peñas Blancas‘, ha sido igualmente arrasado. De sus moradores no hay la menor noticia; seguramente han sido llevado por el torrente aguas abajo y se encontrarán más tarde en algún sitio sobre raigones, restos de viviendas y árboles desgajados, imposibles de reconocer.» (Semanario La Nueva Era, enero de 1915). En Costa del Colorado (Catriel) se repetía el informe: muerte de gran parte de los pobladores y del ganado, viviendas arrasadas. «Los corresponsales aseguraban que ‘desapareció la Colonia Catriel…‘».
El 30 de diciembre, a la caída de la tarde, se vio aparecer a lo lejos una enorme polvareda, con ciertos reflejos metálicos, que avanzaba apresuradamente, creyéndose al principio que se trataba de alguna tormenta de tierra; pero aunque ya se hallaba muy próxima la catástrofe, dio tiempo a que algunos pobladores se pusieran a salvo, disparando a caballo o a pie hacia la barda que se encuentra más o menos a tres leguas de la costa del río Colorado. Pronto llegó la enorme masa de agua que sepultó o arrastró todo cuanto encontró a su paso: personas, casas, animales, alambrados, cultivos, etc., convirtiendo a la colonia, en pocas horas, en un verdadero desierto. (Del relato de sobrevivientes de Colonia 25 de Mayo al Inspector de Tierras Fiscales, en 1919).
La existencia de diversos testimonios, sumamente precisos para el seguimiento de la inundación, hace que me remita a ellos por tratarse de la descripción directa del hecho:
“En esa época era aquella una región de porvenir inmejorable, florecientes colonias prosperaban en forma intensa; se esperaba una línea del ferrocarril, se transportaban los elementos necesarios para instalar un molino harinero para satisfacer las necesidades de la zona, pues la producción aumentaba y la población se multiplicaba. Había chacras bien alambradas, regadío por canales y acequias de cemento; una perfecta organización que prometía un progreso ascendente. El 30 de diciembre de 1914 cundió entre la población de las colonias, la terrible noticia de una fantástica inundación; la falta de medios rápidos de comunicación motivó que la catástrofe tomara de sorpresa a todos los habitantes y que fueran muy pocos aquellos que logramos salvar milagrosamente de la muerte. Mi esposo, mi hijo y un hijastro perecieron en la terrible inundación, que en aquel lugar elevó la correntada a diez metros de altura: mi sirvienta y yo, asidas a escombros que arrastraba el agua en peligrosos torbellinos, fuimos a encallar en el recodo de una barda, y allí permanecimos, creo que cinco días, pues desfallecidas, hambrientas y semidesnudas fuimos auxiliadas por comisiones organizadas por el juez de paz de La Copelina, Más del 60% de la población de la Colonia perdió la vida y los sobrevivientes quedamos en la más completa miseria, el agua se llevó todos nuestros efectos personales, casas, animales, etc.” (Relato de la viuda del comisario de policía Antonio Díaz).
El paso de la creciente por la zona de 25 de Mayo y su secuela de destrucción motivó una rápida acción para tratar de rescatar a los sobrevivientes por parte del poco personal que había disponible. En el informe que luego se remite al gobernador de La Pampa, el citado juez manifiesta:
“Una vez en la colonia encontré como treinta personas a la intemperie y semidesnudas, como se habían salvado, disparando algunas a caballo y otras de a pie, porque habían tenido aviso. En tales circunstancias organicé un campamento, mandé en busca de carne para alimentar a los salvados y de algunos vecinos para que me secundaran… se salvó a once personas que ya perecían de hambre y que se asilaban arriba de un gran médano con el agua al pescuezo y agarrados de unas plantas de jarilla. El salvataje de estos se hizo con gran peligro, haciendo entrar a nado al río a quince personas a caballo, se sacaron algunos enancados y otros por detrás. Había cuatro mujeres, cuatro hombres y tres niños. El mismo día se hizo otra entrada y se encontraron diez personas de las cuales se sacaron tres porque los otros no estaban en condiciones de moverlos, por lo que se les envió carne asada. El día 4 se sacó en una basa de palos a tres criollos que ya no tenían que comer por habérseles concluido la carne de un perro que los siguió y se salvó con ellos en un médano.»
Así, poco a poco, se fueron rescatando sobrevivientes dispersos entre las pequeñas islas que emergían. En un sitio llamado Médano Colorado se localizaron a 44 personas, todas provenientes de 25 de Mayo, en buen estado por haber hallado caballos y vacas para su consumo.
El informe prosigue:
“Del personal de policía, el único cadáver que encontré fue el del agente nuevo que mandaron de ésa. Los salvados a caballo y en balsa son sesenta y cinco. Tengo para racionar ciento cuarenta y cinco personas. Llegué hasta donde calculé que estaba la comisaría; la casa se la llevó el agua, como así también la gran casa de negocio de Vicente Ezquerra, a éste y un sobrino. Hay cincuenta y ocho desaparecidos, de los cuales se encontraron algunos cadáveres. La avalancha de agua en lo de Fermín Ezquerra, se calcula en siete metros. En la colonia, donde el valle es más ancho, en cinco metros, y en la población de Barrancas, donde se llevó todo, se dice que marcó diecisiete metros de altura».
Las consecuencias del paso de la avalancha fueron funestas. Según informaciones de distintas fuentes, entre Carri-Lauquen y Meridiano 10 (Neuquén) las personas que fallecieron fueron sesenta y cinco, en tanto que entre Peñas Blancas y 25 de Mayo, perecieron ciento diez personas. La capacidad productiva quedó totalmente desarticulada y así quedó expresado por un informe de los inspectores de Tierras Fiscales que visitaron el área en 1919:
“…en la Colonia se formaron médanos y el terreno completamente desparejo es hoy causa de su inaptitud en la mayoría de los lotes para la agricultura. Actualmente los lotes… están casi totalmente ocupados por grandes médanos formados por depósitos del río. Los pozos de agua han sido cubiertos por arena. No ha quedado ningún edificio público.”
Aguas abajo de 25 de Mayo, el valle del río se estrecha, imposibilitando, en gran medida, la radicación de grandes grupos humanos. Así es que, el tránsito de la creciente por el valle medio no causó tantas desgracias o daños como lo había hecho en el superior. Sin embargo, es de hacer notar que en «La Japonesa» (Río Negro) fueron arrasados la oficina de correos y el negocio allí existente. La inundación alcanzó una anchura de tres leguas y el torrente arrancó, aguas abajo, a las balsas del río, entre ellas las que conectaban con Chichínales.
En Pichi Mahuida (La Pampa) la localización en la barda de los edificios públicos y viviendas impidió la acción del agua. En cambio, sobre la margen rionegrina, la avalancha cubrió totalmente las vías del Ferrocarril del Sud llegando a una altura de tres metros y medio sobre los rieles, dejando un gran manto de arena.
Narra el sacerdote Bonacina que, luego de dar misa en Pichi Mahuida, notó que el río se tornaba negro mientras flotaban basuras, la espuma remolineaba, los pájaros asustados levantaban vuelo y los animales disparaban hacia las tierras altas. Intentando salvar madres con sus hijos en brazos, fue arrastrado por la corriente y logró flotar abrazado a dos troncos de sauce hasta que llegó a un montículo donde emergió y encontró un caballo con el cual pudo salir de la situación crítica.
Otro testimonio es el de un arriero que llevaba una majada de 200 chivas hacia la estación. Habiendo hecho un alto en el camino,»…el trueno de las aguas lo despertó para salvarse milagrosamente aunque abandonó el arreo y apareció semi-desnudo en la estación… » En Juan de Garay, otra pequeña estación ferroviaria, el nivel ascendió a más de tres metros sobre las vías. En el tramo de Fortín Uno a Fortín Mercedes se repitió el suceso, obligando a conectar los aparatos telegráficos directamente a los cables aéreos, puesto que los postes habían quedado casi sumergidos en su totalidad.
Prosiguiendo el derrotero, la creciente llegó al valle inferior, asentamiento de las poblaciones de La Adela, Buena Parada y Río Colorado. En la primera población, localizada en la costa pampeana, no causó muchos daños por estar recostada contra la barda y por ser pocos los pobladores: ello les dio el tiempo preciso como para ponerse a salvo, cosa que hicieron yéndose a Gaviotas (FCS). Junto con ellos se salvaron ochenta rionegrinos que habían quedado aislados en islotes próximos a la costa.
Pero en la margen opuesta, o sea en Río Colorado, las cosas no fueron tan sencillas, sino que revistieron características dramáticas. Allí el ancho del río llegó, según testimonios de testigos, a casi dos leguas (10 kilómetros). El aluvión hizo saltar violentamente el nivel de las aguas, las cuales comenzaron rápidamente a cubrir la zona. Así consta en el siguiente relato:
“Estamos todavía bajo la penosa impresión de la dura mañana del 3 de este mes, cuando el desbordamiento del Colorado con su estrépito espantoso, nos puso frente a las angustias de este desastre, nunca visto entre nosotros…A eso de las siete de la mañana de ese día nefasto, los vecinos sentimos algo así como un rumor de un lejano cañoneo o un volcán agitado, sordo, feroz, amenazante. El rumor se hizo más fuerte, indicando la aproximación de la fuerza que lo producía. La alarma comenzó entonces a cundir y el presentimiento de un desastre, nos hizo temblar pensando en la vida de los niños y de los enfermos. De pronto el río saltó hacia arriba, empezando su desbordamiento terrible. Fue saliendo de madre por sus flancos e invadiendo campo y población como una rápida segadora. La tierra comenzó a desaparecer bajo la capa líquida y las calles a llenarse de agua. Ya no estábamos metidos en el agua hasta las rodillas sino que en las viviendas las gentes que habían ganado altura pensando que aquello pasaría tuvo que abandonarlas y lanzarse al agua decididamente, llevándose los niños que habían sido colocados sobre las mesas. Cuando acordamos los muebles empezaban a flotar y las casas de madera, descuajadas por los impulsos de la correntada se tumbaron sin poder resistir sus violencias y furiosas sacudidas del viento…”
Este testimonio es complementado por el siguiente pasaje de Otero quien, refiriéndose al vecino Gervasio Alonso, consigna:
“Cuando se produjo la catastrófica inundación del río a fin de año el 31 de diciembre de 1914 y que se prolongó unos treinta días, fue el único vecino propietario que permaneció en su casa, pues el resto de la población se refugió en los techos de los vagones del Ferrocarril del Sur. Las calles eran ríos y el traslado de los auxiliados se llevó a cabo en un bote manejado por el panadero local.»
Los primeros auxilios fueron encaminados por el ferrocarril, que despachó un tren especial para atender a la población que se había reunido en las dos estaciones más sacudidas por el fenómeno: Buena Parada y Río Colorado. Es destacable hacer notar que, a partir de aquel aviso que se enviara desde Chos Malal, la noticia de la creciente llegó a la población del tramo inferior del río con cierta anticipación, aunque la mayoría de los pobladores no creyó que fuera cierta. Por fortuna, las autoridades del FCS consideraron que la información era veraz. A fin de ganar tiempo y prefiriendo errar del lado seguro, dispusieron lo necesario para correr un tren de auxilio de veinte vagones cubiertos y dos abiertos que salieron de Bahía Blanca el mismo día a las 2 p.m. y al pasar por Buena Parada, que era una pequeña villa de unos 200 habitantes situada a unos tres kilómetros de la estación Río Colorado cerca del puente que atraviesa el río, se detuvo obligando a la gente a subir a los vagones.
La policía se vio obligada en muchos casos a usar de la fuerza porque los antiguos pobladores ridiculizaban la idea de que el río Colorado pudiera desbordarse pues no se recordaba que jamás ese río hubiera crecido al punto de constituir un peligro. Sin embargo, lograron hacer ascender a los vagones a todos los vecinos con parte de sus efectos y proseguieron hacia la parte más alta del terreno de la Estación Río Colorado, donde se dejaron los vagones. Eran las 9p.m.
Luego de ayudar a estas familias intentaron avanzar vías arriba, pero, al sobrepasar la segunda estación, el agua anegó las vías, se introdujo dentro de los vagones y obligó a los ocupantes a asilarse en una altura rodeada de aguas. Allí, en una carpa improvisada con frazadas, estuvieron aislados durante cinco días, alimentándose de una majada que circunstancialmente había quedado en ese lugar. Posteriormente pudieron extraer dos botes que había en el tren y regresar por el río. A todo esto, más de cien kilómetros de vía cedieron a causa del socavamiento de los terraplenes, aislando totalmente a las poblaciones del oeste.
Cabe hacer notar que la creciente registró su pico máximo durante los días 6 y 8 de enero, iniciando su descenso a partir del día 9, permitiendo a partir de allí la movilización necesaria para ayudar a los damnificados.
La zona comprendida ente Fortín Viejo y Buena Parada, fue particularmente muy castigada. Sus grandes establecimientos rurales (sus cimientos) quedaron en su mayoría destruidos bajo las aguas y en los de Luro y Pradere los habitantes de los mismos debieron escapar después de una lucha de varios días para contener la avalancha, en vista de la inutilidad de sus esfuerzos. En el partido de Villarino se lamentaron también grandes perjuicios materiales en sus colonias que recién comenzaban a dar sus mejores frutos y estaban en pleno florecimiento. La comunicación ferroviaria entre Patagones y Bahía Blanca quedó interrumpida. Los últimos terraplenes de la vía cercanos al río, empezaron a ceder, haciéndose peligrosa la circulación de trenes. Por esta causa, la gerencia de la sección Bahía Blanca resolvió suspender el servicio hasta tanto poder hacer correr los trenes sin riesgo.
Mientras, ya en inmediaciones de la desembocadura en el Mar Argentino, la acción postrera de la inundación consistió en la ruptura de los albardones del delta, a la altura del riacho Azul; luego entró al mar y se desvaneció en la inmensidad. La Crezca Grande había finalizado.
Todo aquello que el hombre había construido a la vera del río fue afectado, tal como se explicitara. Luego del tremendo impacto, llegó la hora de la reconstrucción. Fue necesario auxiliar a los sobrevivientes, reedificar pueblos, rehacer caminos, vías férreas y canales, volver a poner en producción chacras y campos. Todo estaba por rehacerse.
Las dificultades de comunicación de la época fueron una seria limitante para dar una respuesta inmediata a la grave situación. Los gobernadores de los tres territorios nacionales afectados trataron de recolectar la información disponible – que era escasa y que no siempre provenía de fuentes seguras- para reclamar ayuda al Estado nacional.
Hay que tener presente que la información se trasladaba vía telégrafo. En el caso de La Pampa, los datos que se transmitieron indicaban erróneamente que se había desbordado la laguna de Urre Lauquen (sector terminal de la cuenca del río Salado en territorio pampeano), situada cerca del actual parque nacional Lihué Calel.
El arrasamiento de las líneas, sumado a los anegamientos y derrumbes de vías férreas, hizo que muchos datos fueran obtenidos por medio de los periódicos y sus corresponsales a quienes les cupo una tarea relevante. Lo mismo cabe decir de las autoridades locales, policiales, ferroviarias, etc., quienes buscaron responder ante la emergencia de inmediato y con los medios a su alcance. Fuese abrigando y alimentando a los sobrevivientes, rescatando a quienes se hallaban en las islas, en árboles y montuosidades, sepultando a las víctimas, llevando a zonas seguras a pobladores desplazados, lucharon denodadamente para paliar la situación.
Desde la esfera nacional llegaron algunos aportes en efectivo, investigadores para conocer la génesis y el desarrollo del desastre, apoyo a la reconstrucción de líneas férreas y telegráficas. Sin embargo, estos aportes no cubrieron todas las necesidades de los miles de damnificados. Queda como anécdota que a tierra pampeana llegaron carpas seis meses después de la inundación.
Los tiempos de recuperación fueron disímiles ya que hubo áreas donde las acciones fueron inmediatas y en un corto tiempo se recompuso la situación. Tal fue el caso del valle inferior del río. Pero en otras áreas pasaron décadas para que pudiera hablarse de recomposición. Fue el caso de la colonias 25 de Mayo en La Pampa y Catriel en Río Negro. En la cuenca superior (Neuquén), la población de Barrancas fue reubicada en un nuevo sitio.
A todo esto, la triste experiencia vivida dejó su impronta grabada en la historia regional, conformando un hito cultural cuya pervivencia se mantiene incólume, recordando permanentemente a aquellos que ofrendaron sus vidas en las aguas embravecidas del Colí Leuvú. Poetas, escritores, historiadores y periodistas recuperan sistemáticamente el drama que asoló al valle del Colorado. Como enseñanza, quedó la necesidad de conocer permanentemente el comportamiento del río en general y de sus nacientes en particular para evitar que alguna vez pueda ocurrir un suceso semejante. Al respecto, es de destacar que existe un seguimiento continuo, tanto por parte de las provincias vinculadas como del COIRCO, sobre el estado de las lagunas glaciarias Negra y Fea en la provincia del Neuquén, cuyas características geológicas las hacen semejantes a Carri Lauquen. Además, la instalación de estaciones meteorológicas que envían datos en tiempo real desde la alta cuenca, sumado a visitas y controles periódicos, junto a planes de evacuación, contribuyen a fortalecer el control sistemático y constante que llevan adelante en previsión de cualquier tipo de eventualidad que pudiera presentarse, aportando la tranquilidad necesaria a todas las comunidades ubicadas aguas abajo.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído del libro: La región del Colorado – Historia, cultura y paisaje en la frontera. Marcelo Sili – Andrés Kozel – Roberto Bustos Cara (2015). Algunos párrafos han sido adaptados o resumidos
Bibliografía e imágenes adicionales:
- El aluvión del río Colorado de 1914: Primera contribución geológica de Groeber desde su llegada a la Argentina, de Víctor Ramos.
- Una historia olvidada, de Toti Bernardello
¿Te gusta la historia neuquina? ¿Tenés algo que contar o compartir y querés colaborar con Más Neuquén? Entonces hacé Click Aquí
También podés ayudarnos compartiendo este artículo en las redes sociales.