Con mi compadre Lucio, compañero incansable de aventuras, solíamos recorrer a caballo la zona del río Aluminé desde la zona del Pilo Lil hasta la confluencia del río Malleo. Era nuestro placer andar por las orillas, tratar de tentar alguna trucha que se quisiera suicidar y decida tomar nuestros señuelos. A mediados del mes de marzo del año 1981 el compadre me invitó a que lo acompañara a él y a su sobrino Ramón a campear unos caballos que se le habían disparado de las casas. Dos de ellos los había negociado hacía unos dos años por unos matrones a una gente del Pilo Lil. Bien es sabido que a los caballos nunca se les olvida el pago donde fueron criados y cuando tienen la menor oportunidad de escaparse, rumbean para la querencia. Uno era un tobiano y la otra una yegua baya con un potrillo. Rumbeamos río arriba bordeando la costa hasta llegar a un lugar donde el río dibuja un recodo pronunciado y el viento se hace sentir bastante. Este lugar está totalmente cubierto de piedras muy grandes de granito; las mismas están muy erosionadas y redondeadas. Los caballos van transitando en una huella medio borrada entre medio de estas moles y retamos. Mientras cabalgábamos me llamó la atención que sobre la cara plana de una piedra, que estaba medio cubierta por unas ramas, había como una especie de dibujo grabado (Petroglifo).
Esta piedra atrajo mi atención y pegando un silbido a mis dos compañeros que iban más adelante detuve el tranco y me bajé del caballo. Plasmada sobre la roca unas guardas y dibujos simbólicos grabados se podían apreciar.
Lucio, sin llamarle la atención mi descubrimiento, me dijo: –está lleno de estas piedras con dibujitos por aquí, compadre-. Comenzamos a caminar más por la orilla del río y por la ladera del cerro y pudimos ver una cantidad de piedras grandes grabadas con figuras como guardas y líneas paralelas, círculos y figuras antropomorfas (figuras que representan a seres humanos), zoomorfas (figuras que representan a animales) y fitomorfas (figuras que representan vegetales).
Fascinado por el descubrimiento, le pregunté al respecto y le pedí que me contara quién pensaba él que hubiera hecho esos dibujos a lo que respondió: -según mi abuelo me dijo que esto lo habían hecho los antiguos hace muchos años. Pero lo que sí me pudo informar, es sobre los distintos símbolos que estaban dibujados en la piedra. Esto es una serpiente, esto de acá es el símbolo del avestruz y así sucesivamente– me decía. –El sol, estos son los animales que aparecieron después de que se inundó la tierra y alimentaron a los paisanos que se refugiaron en un chenque en la cima de la barda; este es el cerro que nos está mirando, se llama “Cerro el Gato”-. Pude contar aproximadamente unas seis o siete piedras sobre el río y unas dos piedras grabadas en el faldeo con figuras de algo parecido a un pez y similares a una pluma o rama de helecho.
-Aquí arribita detrás de aquel cerro hay un chenque y se ve que los antiguos estuvieron viviendo en ese lugar por que se puede ver algunas picaduras de flechas, cacharros y en un entierro cerca encontré esta hebilla que tengo en el cinto-. Traté de tirarle un poco la lengua y me contó. -Era una tardecita y cerca de la cueva pude ver una luz, como una lengua de fuego pero no quemaba, de color azul que salía del suelo, atrás de los neneos. Me bajé del caballo y me arrimé despacio, es muy importante llegar con mucho respeto al lugar porque los espíritus (Weda ke-wekufü: espíritu maligno que cuida y habita en el lugar), se meten dentro de la persona y lo vuelven loco, ellos cuidan el lugar. La única forma de arrimarse es pedirle permiso y regar el entierro con agua ardiente o ginebra y después de un rato los Wekufü se apaciguan, deja de brillar la luz entonces uno puede comenzar a buscar cosas en el lugar pero con mucho cuidado. Mucha gente se volvió loca por entrar derecho y no pedir permiso y se terminan desbarrancando en los cerros o tirándose en el río y ahogándose. Me contó que en ese entierro pudo encontrar unos pasadores de plata como la hebilla y algunos cacharros con puntas de flecha.
Sabiendo de lo importante que era para Lucio el respeto por las cosas sagradas y los lugares donde se podrían encontrar restos arqueológicos, le sugerí si él estaba dispuesto a mostrarme el lugar, solamente para mirar y no tocar nada, dejando todo como estaba. Él, sabiendo también sobre mi actitud de respeto que siempre había demostrado, accedió a llevarme. El “ahisito” de Lucio como el de la mayoría de los paisanos de la zona se transformó en media hora de caballo subiendo una ladera bastante empinada; antes de llegar al filo atrás de un morro de piedra medio escondida estaba la cueva. La boca del chenque era relativamente chica, no tenía más de un metro.
La cueva estaba sobre una pared de roca volcánica, media tapada con unos arbustos. Dejamos los caballos y nos fuimos caminando despacio. Me invadía una sensación de curiosidad y emoción por la situación que estábamos viviendo. El compadre con el rebenque corrió para un costado las ramas del arbusto que tapaban la cueva y se paró en la boca de la misma con una postura como pidiendo permiso para entrar. Realizó una pequeña oración en lengua, nos quedamos en silencio sin movernos por un momento y luego ingresamos caminando muy despacio. Como veníamos un poco encandilados de afuera no podíamos ver mucho porque el interior de la cueva estaba medio oscuro, pero a medida que estábamos dentro nuestros ojos comenzaron a habituarse a la falta de luz y pudimos comenzar a ver un poco mejor, pude darme cuenta que la cueva interiormente era bastante amplia. En una de las paredes lisas pude apreciar una pintura de color rojo con algunos trazos de color amarillo y blanco, eran muy similares a las guardas que podemos observar en los ponchos o matrones, también figuras de animales o algo así.
Dentro había mucha cantidad de huesos de animales pequeños y roedores, algunos otros pienso eran de humanos porque pudimos distinguir dos fémures, cóccix, húmeros y algunas piedras con forma de raspadores o sobadores. También en un rincón encontramos una piedra mediana plana gastada y cerca otra que aparentemente se utilizaba para moler. En un desnivel del piso se podía observar algunas capas como de tizne o ceniza y una especie de carbón, encontramos algunos pedazos de cántaros: uno de ellos estaba partido en la parte de arriba y se podía apreciar que tenía un asa o manija. En la puerta de la cueva y del lado de afuera se podía ver infinidad de picaduras de flechas; algunas rotas, otras todavía no terminadas de elaborar, trozos muy pequeños de piedras de colores ocres, blancas, oscuras y la característica general de todas era la textura, similar al vidrio. Es muy probable que hayan sido trasportadas a ese lugar de muchos kilómetros a la redonda. Mi mente dio rienda suelta a la imaginación, y por un momento pude ver en el lugar a mujeres trabajando: sobando cueros, acarreando leña o realizando otras tareas, a niños jugando a los hombres trabajando con sus herramientas rudimentarias dando forma a las piedras y todo esto con una vista sublime del valle y del río.
El “¿Qué le parece si seguimos viaje compadre?”, me devolvió a la realidad. Luego de agradecerle por el gesto, montamos los pingos y continuamos viaje por la costa del río.
Antes de las siete de la tarde, pudimos divisar a lo lejos en un mallincito colgado sobre un faldeo al tobiano y la yegua con el potrillo. Ramón dijo: -Allá están, inchiñ taiñ cahuellu (nuestros caballos). Llegaron rápido a la querencia, era la población de Don Parra. Un joven de unos diecisiete años nos vino a recibir y nos comentó que él estaba cuidando las casas, porque los dueños hacía dos días habían ido para Junín. De igual forma nos invitó a que desensilláramos y nos acomodáramos en un galpón chico en el que guardaban algunos aperos, cueros y unos fardos de pelo de chivo, para que pasáramos la noche. Es muy importante destacar la solidaridad de la gente de campo y la cortesía con que reciben a los visitantes. En una enramada que estaba cerca de las casas hicimos un fuego dentro de una llanta vieja de hierro. Pusimos la pava tiznada a calentar para tomarnos unos amargos; al ratito llegó el muchacho con un plato con unas tortas fritas. Mientras condimentábamos y ensartamos un cuarto y costillar de cordero, para que se vaya chamuscando, el muchacho nos contó que en esa semana comenzaban a hacerle el segundo corte a la chacra de “alfa” (alfalfa). Y que le habían pedido los bueyes prestados a Don Ocare para acarrear el pasto en el carro y de paso sacar la leña seca que había dejado el río en la orilla y arrimarla para las casas antes que se venga la crecida.
Al otro día temprano ensillamos, agarramos los otros caballos y luego de ponerle los bozales agradecimos por la hospitalidad y partimos con los matungos de tiro.
En esa época del año el río deja al descubierto cantidad de troncos y ramas en las orillas. Cuando llegamos a una zona donde el río en su costa oriental tiene unas formaciones rocosas muy curiosas con agujeros, pudimos ver un cóndor parado muy cerca arriba de una roca gigante y sobre la playa de arena encontramos tres troncos secos de sauces grandes muy parejos que estaban cortados y se ve que había traído la correntada. Como estábamos con suficiente tiempo dije: -Qué le parece, cumpa, si los ponemos medios juntos y le atamos unas ramas arriba y probamos si flotan? En el lugar había unos pedazos de alambrados viejos que el río había dejado en la horqueta de un sauce y con unas maneas y correones, nos pusimos manos a la obra.
No solamente nos unía con Lucio una relación de amistad, sino también un espíritu de aventura que no es patrimonio solamente de los huincas. Él amaba la aventura y por su mente siempre se le ocurrían igual que a mí mil ideas disparatadas y muchas de ellas solíamos ponerlas en práctica. En ese momento se nos presentó la idea de armar una balsa con esos troncos, poniéndole arriba en forma cruzada unas ramas no tan finas y atarlas con unos alambres que encontramos en el lugar y largarnos río abajo. A modo de remos encontramos unas ramas de sauce bastante derechas que le dimos forma con nuestros cuchillos. Al cabo de una hora teníamos medianamente armada una balsa improvisada que flotaba bastante bien, porque los tres troncos grandes que utilizamos como base estaban secos. En medio de risas y cargadas mutuas nos ubicamos sobre la endeble embarcación y nos largamos río abajo, mientras Ramón con los caballos de tiro nos seguía por la orilla, esbozando una sonrisa socarrona.
Qué placer y qué alegría notar que nos deslizábamos río abajo empujados por la corriente que no era muy fuerte. Con nuestra embarcación, que tenía un aspecto muy cómico, Lucio iba sentado con una pierna dentro del agua en la parte de adelante y yo en la parte posterior usando la rama que hacía de remo en forma de timón.
Sin pretenderlo de ninguna manera tratábamos de emular a los balseros de Pilo Lil que durante algunos años cabalgaban estos ríos con balsas mucho más grandes y seguras que nuestra pequeña jangada, no por placer como lo hacíamos nosotros, sino como una forma de ganarse la vida en esos años muy duros. Qué distinto que se aprecia el paisaje desde adentro del agua… uno se siente parte del paisaje, escuchar el ruido del agua y el crujir de las maderas que trataban de acomodarse o desacomodarse cuando bajábamos por alguna correntada. En algunas oportunidades la corriente del agua nos empujaba sobre las orillas y con nuestros improvisados remos nos empujábamos hacia el medio del río para evitar quedar atorados entre las ramas y troncos de la orilla. Era curioso ver cómo las aves acuáticas no se asustaban con nuestra presencia y entre asombro y perplejidad cambiaban de rumbo al vemos, quizás se preguntaban qué clase de seres seríamos que estábamos irrumpiendo en su medio.
Avanzábamos en forma lenta donde el río se remansaba y mi compadre ni lerdo ni perezoso, sacó desde adentro de una maleta un tarrito con unos metros de tanza y en la punta tenía una chapita ondulada con un anzuelo al que ató un hilo rojo de su faja y haciendo algunos lances sobre las orillas logró capturar un par de percas gordas. A medida que avanzábamos, nuestra embarcación iba tomando velocidad y nos aproximábamos a un cañadón donde el río se angostaba y atravesaba una zona de grandes piedras sumergidas y esto originaba una turbulencia y oleaje donde nuestro vehículo flotante crujía y perdía la forma original no pareciendo una balsa sino más bien un gallinero flotante, donde tratábamos por todos los medios mantenernos arriba pese a que los troncos se estaban desatando. En un momento, en el que nos agarrábamos hasta con los dientes, no vimos que frente nuestro, a unos veinte metros, una piedra media grande asomaba y el agua pasaba sobre ella y por los costados. Con nuestros débiles remos tratamos por todos los medios de esquivarla, pero nuestra capacidad de maniobra era nula y sin más ni menos la embestimos casi de frente. Nuestra embarcación colapsó totalmente cuando uno de los troncos se desató por el impacto. Yo fui a parar al agua y al instante me agarré al tronco desatado, abrazándolo como el más preciado tesoro. Lucio, como dentro de un salvavidas de ramas, trataba de mantenerse a flote. Por suerte la correntada ya estaba finalizando y se transformaba en un remanso grande de arena no muy profundo. Ramón había sido testigo de todos los detalles de nuestra travesía acuática y estaba esperándonos a la orilla. Como el agua no estaba fría nadamos hasta la costa y luego de comentar los pormenores y reírnos un buen rato, sacamos los troncos, cinchando con los caballos, desarmamos lo que quedaba de nuestro trasatlántico y continuamos viaje.
A nuestra mente llegaron imágenes y las situaciones que habrán tenido que pasar esos curtidos criollos que surcaron las aguas de este río en esas épocas en donde una vez encima de esas balsas de rollizos y río abajo, no les quedaba otra que julepearla y llegar a destino con las menores perdidas posibles.
A medida que viajamos río abajo llegamos a la zona de Talhelun o Talelvún. En esta área desemboca, en la margen occidental del río Aluminé, un pequeño arroyo que durante la mayoría del año está casi seco y solamente durante los meses de invierno convergen en el mismo el agua que aportan algunos mallines. Entre la desembocadura de este arroyo y el río Malleo está ubicada la agrupación Paynefilu. Este pedazo de tierra fue cedido por el Gobierno Argentino a un grupo de familias mapuche a principios de siglo para que se pudieran radicar y asentar sus familias y animales. Esta población nativa está dividida en los siguientes parajes dentro de la misma comunidad: Costa del Malleo, Huilqui Menuco, Pampa del Malleo y Costa Confluencia.
Fragmento de Galopando con los peñi – Gnetuen Cahuel com ni Peñihuen, de Ángel Fontanazza
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fragmento extraído del libro Galopando con los peñi – Gnetuen Cahuel com ni Peñihuen, de Ángel Fontanazza, edición de autor. Capítulo: Balseando el Aluminé y recorriendo el valle desde Pilo Lil al Malleo.
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