Los conflictos por la «nacionalización» de la Universidad de Neuquén (UN) fueron el disparador del definitivo surgimiento del movimiento estudiantil. Desde principios de 1970, el gobierno de Neuquén comenzó a afirmar a viva voz que no podía seguir financiando la UN pese a que, según informes periodísticos, el gasto por alumno de la institución provincial era seis veces menor al de cualquier universidad nacional. Los estudiantes denunciaban la gravedad de los problemas financieros y de infraestructura que perjudicaban el funcionamiento de la institución: faltaban carreras, algunos profesores estaban saturados de horas-cátedra y tenían bajos salarios, se necesitaban nuevos equipos, más bibliografía, más becas, etc. La UN tenía por entonces casi 900 alumnos, pero se proyectaba un rápido crecimiento de la matrícula.
El gobierno provincial realizó diversas gestiones para lograr su traspaso a la Nación. A fines de aquel año, el presidente de facto Roberto Levingston anunció una visita protocolar a Neuquén, cuyo principal fin era recorrer las obras de El Chocón. Esa era la oportunidad del oficialismo para implantar definitivamente el tema de la educación superior en la región.
La urgencia de la “nacionalización” fue comunicada a los alumnos por el rector Marcelo Zapiola durante varias asambleas. Si bien el Sur Argentino aseguró que en la primera, realizada el 3 de noviembre, asistieron representantes de los centros de Ingeniería, Agronomía, Humanidades y de las Escuelas Superiores, sólo mencionó con nombre y apellido a un integrante de AUN: Víctor Reynoso. Es muy poco probable que los dirigentes del CEFI y CEFA hayan participado de dicha reunión, ya que allí se propuso formar una comisión que se entrevistaría con el presidente Roberto Levingston. Es evidente que el gobierno neuquino diseñó una estrategia de presión sobre el gobierno nacional que precisaba de la movilización del alumnado. Es igual de evidente que los estudiantes radicalizados se plegaron a ese llamado porque vislumbraron la posibilidad de expandir y afianzar sus incipientes organizaciones. Ambos sectores, además, deseaban que la UN se convirtiera en UNCo. Unos, para descomprimir el presupuesto provincial y los otros, para integrarse al movimiento estudiantil que sacudía la vida política de todo el país.
Las acciones del alumnado radicalizado para lograr la «nacionalización» incluyeron movilizaciones, pintadas, campañas de información pública, tomas de las facultades, actos-relámpago, una huelga de hambre y dos acontecimientos que resonaron en los diarios nacionales: el «tren de la protesta» y el «Espaldazo». Todas ellas se desarrollaron durante el mes de noviembre y los primeros días de diciembre de 1970. Sólo la primera manifestación callejera, que agrupó a moderados y radicalizados, contó con el beneplácito de las autoridades universitarias. Todas las demás actividades fueron duramente condenadas.
Durante ese convulsionado mes de noviembre, surgió una nueva organización estudiantil: la Comisión Coordinadora de Centros de Estudiantes (CCCE). Su primera movilización convocó a unos 600 jóvenes que se reunieron en la escalinata de la sede central de la UN, en Belgrano y Salta, y marcharon unas 25 cuadras recorriendo la ciudad. En el monumento a San Martín escucharon a Luis Genga de la CCCE (futuro líder del gremio docente de Río Negro), a Juan Carlos Castillo del CEFI y a Fernando Porta, presidente del CEFA. Los discursos se refirieron al tema concreto que los agrupaba, pero lo incluyeron dentro del objetivo de «liberación nacional». A diferencia de recientes movilizaciones sindicales opositoras que habían terminado siendo reprimidas, en ésta la policía se dedicó a cortar el tránsito.
Los estudiantes de la UN acataron un paro nacional el 2 de noviembre y algunos concurrieron a la concentración de la CGT neuquina, en la que se hizo un minuto de silencio en homenaje a un joven asesinado durante en una manifestación en Salta. Los oradores criticaron duramente a Felipe Sapag, quien había sido designado gobernador por la “Revolución Argentina” durante el “Choconazo”. Aunque los gremialistas solicitaron una ordenada desconcentración, algunos jóvenes marcharon por las calles céntricas detonando petardos y cantando estribillos como «patria sí, colonia no» y «Ramas, Medina, el pueblo no se olvida». En el monumento a San Martín, la manifestación fue dispersada con una autobomba, que persiguió a los estudiantes por la diagonal España y luego hasta la intersección de las calles Alderete y Buenos Aires.
Diez días después, el 22 de noviembre, los alumnos de Challacó decidieron un cese total de actividades durante la «semana de lucha en pro de la nacionalización».
Al día siguiente, se sumaron sus compañeros de Ciencias Agrarias y una asamblea general realizada por la noche en el aula magna extendió la medida a las demás facultades y escuelas. Mientras cumplían el paro, los alumnos ofrecieron charlas al público y distribuyeron folletos a domicilio. En su primer comunicado, la Coordinadora denunció a las autoridades de la UN por persecución ideológica al haber expulsado a Ramón Jure, estudiante de Administración, uno de los fundadores del LEN de Neuquén capital y miembro del Sindicato de Obreros y Empleados Municipales, liderado entonces por Sara Garodnik. Casi inmediatamente, las autoridades replicaron que no comprendían las raíces del conflicto con el alumnado y lo criticaron por «haber excedido el límite de lo razonable» responsabilizando a «conocidos elementos activistas».
Pero lejos de amedrentarse, los estudiantes ocuparon durante la noche siguiente el edificio de Belgrano y Salta. Colgaron del edificio banderas y carteles y organizaron «grupos de custodia» para garantizar la integridad de los bienes de la institución. La medida se prolongó durante todo el 25 de noviembre. Ante la amenaza de un desalojo por la fuerza, los alumnos decidieron convertir la ocupación en «toma». Levantaron barricadas y leyeron sus demandas y proclamas por un altavoz a la nutrida cantidad de curiosos que se agolparon en las inmediaciones. También solicitaron por las radios alimentos y abrigos a la población. El rector Marcelo Zapiola presentó un recurso de amparo, pero el Juez Penal Dante Lizasoain postergó reiteradamente el plazo para desocupar el edificio hasta declararse incompetente.
Efectivos de la guardia de infantería y de la policía provincial rodearon el lugar intentando infructuosamente dispersar a los curiosos e impedir que estudiantes recibieran los pertrechos solicitados.
Paralelamente, en Casa de Gobierno -a muy pocas cuadras- se desarrollaba una reunión entre el rector, el jefe de policía y el ministro de gobierno.
Si bien la situación era tensa, no parece que el gobierno haya tenido reales intensiones de reprimir. Conscientes de ello, los estudiantes doblaron la apuesta y mediante un megáfono invitaron a los obreros y estudiantes secundarios agrupados en los alrededores de la universidad a sumarse a las barricadas. «No queremos cometer actos violentos, no somos amigos de la violencia (…) tuvimos que transformar esta ocupación en toma, hecho que no queríamos, ante la amenaza de la represión», explicaron por el altavoz. Sobre el mediodía, las fuerzas de seguridad quisieron desalojar la acera ubicada frente a la UN, pero sólo provocaron que algunos jóvenes se lanzaran corriendo en parejas hacia el interior de la barricada entre aplausos de los alumnos y del público. La escena se repitió un par de veces hasta que uno fue atrapado por un policía. El estudiante consiguió escapar cuando sus compañeros comenzaron a arrojar piedras contra los uniformados. La siesta transcurrió entre cánticos, entonaciones del himno, lecturas de comunicados y reiterados pedidos de desalojo voluntario por parte del Juez Civil Carlos Rosso.
En una asamblea realizada por la tarde, la coordinadora consideró cumplidos los objetivos, se habían dado a conocer los problemas de la universidad y se había demostrado la «fuerza y unión del estudiantado». Se aprobó, entonces, por mayoría, la desocupación del edificio, con la única condición del retiro de la policía y una promesa oficial sobre la imposibilidad de futuras represalias. Lo apretado de la votación, 86 votos a 69, demuestra la fuerza que ya por entonces tenían las posturas más radicalizadas. Aunque también confirma que no participó la totalidad del estudiantado, deja en evidencia que eran exageradas las afirmaciones del gobierno de Neuquén cuando aseguraba que la ocupación había sido llevada a cabo por un «minúsculo grupo de estudiantes que no representan el 10 por ciento».
Un día después de aquella primera «toma» del movimiento estudiantil del Comahue, el CEFI y el CEFA la repitieron por 24 horas en sus respectivas facultades. Con ello, querían poner de manifiesto que los hechos de Neuquén no habían sido realizados por grupos minoritarios. La técnica fue más o menos la misma: construyeron barricadas en los accesos a los predios, colgaron carteles de «facultad ocupada» y “acción, acción, nacionalización”, detuvieron vehículos para informar a la población y pidieron alimentos y abrigos.
También expresaron a los periodistas que bregaban por «una universidad nacional, abierta al pueblo: por una cultura libre» y les solicitaron que aclararan que ellos habían “tomado” las facultades, vale decir “que hemos pasado a ser su gobierno”. En la noche del 26 de noviembre, los alrededores de Challacó y Cinco Saltos fueron patrullados por policías provinciales, pero alrededor de las 22 hs. del día siguiente los jóvenes las desocuparon.
Durante el transcurso de las «tomas», el periódico «Sur Argentino» publicó varias notas en las que se condenaban dichas acciones, pero, a su vez, se resaltaba la urgente necesidad de la «nacionalización». Las críticas contra los dirigentes radicalizados repetían argumentos conocidos: que constituían una minoría de agitadores extremistas «sembradores permanentes del caos”. La significativa participación de buena parte del alumnado -del que se destacaba su origen no neuquino- era atribuida a los engaños y las hábiles maniobras de aquel «grupúsculo». Los artículos aseguraban que la mayoría de los jóvenes universitarios sólo pretendían el traspaso de la UN a la Nación. Instaban al estudiantado a “no dejarse convertir en protagonistas de nuevos acontecimientos -que ya están gestando los únicos derrotados- y que detrás de la fachada de justicia esconden conocidos fines disolventes”.
Según una editorial, la UN contaba con «un estudiantado excepcionalmente sano y serio» que, ante los silencios y demoras del poder central para resolver la nacionalización, había ganado la calle y apoyado las gestiones de autoridades y profesores. Su «lógica impaciencia» los había llevado a ocupar -no a tomar- esa casa de altos estudios para llamar la atención y no para cambiar «su estructura actual ni su sentido regional». La frase más llamativa de esa curiosa interpretación de la primera «toma» universitaria advertía que la no concreción de la nacionalización significaría «empujar al estudiantado (…) a que plantee las cosas en otros terrenos (ya sea por propia iniciativa o cayendo en provocaciones), y entonces sí el Estado deberá actuar pero no ya con soluciones bien vistas sino con represión que nada deja de constructivo”
Mientras este tipo de acusaciones y sus posteriores desmentidas se hacían moneda corriente en los diarios locales, un nuevo acontecimiento haría recrudecer todos los conflictos sociales que por entonces despabilaban a la sociedad neuquina. En la madrugada del 28 de noviembre -cinco horas después del levantamiento de las «tomas» de Challacó y Cinco Saltos, por orden del PEN fue detenido el estudiante Ramón Jure, a quien ya nos referimos.
Pocas horas después, también fueron arrestados los dirigentes sindicales Aurelio Fentini, de La Fraternidad, y Sara Garodnik, es decir, algunas de las principales figuras del gremialismo opositor al gobierno provincial y al nacional. Aurelio Fentini fue liberado al mediodía por las gestiones del obispo Jaime De Nevares y por presiones del sindicato del riel. Un funcionario de la «Revolución Argentina» aclaró poco después que las detenciones tenían un carácter preventivo por la próxima visita del presidente Roberto Levingston.
Al día siguiente, 29 de noviembre, con significativa presencia de estudiantes, una movilización de unas 250 personas, se congregó frente a la gobernación cantando «pan y trabajo, la dictadura abajo» y portando carteles, como uno en el que podía leerse: «Sapag = Pílalos». Había quienes criticaban a las autoridades neuquinas por «complicidad» con el gobierno nacional y otros pedían declarar «persona no grata al Presidente de la República en la provincia y a todos los miembros del poder público y judicial». Al grito de «libertad a los presos, menos represión, más educación», la columna se dirigió a la Alcaidía, que había sido rodeada por agentes con armas largas. Tres oradores improvisaron discursos y luego la movilización marchó por Alberdi hasta la Avenida Argentina. Hicieron un alto frente a la Catedral y se dispersaron a las 19 hs.
Algunos estudiantes, sin embargo, no se retiraron. Pasadas las 21 hs., unos 30 realizaron un acto relámpago en la esquina de la Avenida Argentina y San Martín. En pocos minutos, prendieron fuego a una cubierta, lanzaron petardos y volantes, y cantaron su clásica consigna «acción, acción, nacionalización» y la nueva: «libertad a Jure». Pocos minutos después repitieron él ritual en Independencia y 25 de Mayo y en Sarmiento y Lainez.
Durante las últimas horas de aquel 29 de noviembre, los estudiantes cruzaron un camión sobre las vías ferroviarias a la altura de Challacó. El vehículo pertenecía a la Facultad de Ingeniería y se utilizaba para trasladar arcilla a una fábrica de ladrillos utilizada por los alumnos.
Mientras algunos fueron a avisarle al maquinista del tren proveniente de Zapala que el camino estaba cortado, otros prepararon grandes letras recortadas y pegadas sobre hojas de periódicos. Cuando el ferrocarril se detuvo frente al camión, los estudiantes adhirieron con engrudo las letras sobre los vagones, formando las frases «acción, acción, nacionalización» y «libertad a Jure». Luego despejaron las vías y lo dejaron seguir. AI llegar a la estación de Neuquén capital, otro grupo de alumnos lo recibió coreando consignas y arrojando panfletos, pero se dispersaron ante la llegada de la policía. Minutos después dos jóvenes fueron demorados cuando transitaban en un automóvil a escasos metros de la estación.
Los estudiantes de la UN no pudieron ingresar a la universidad al día siguiente. Por la tarde del 30 de noviembre, fueron cerradas las puertas de la sede central.
Un empleado controlaba el ingreso y sólo dejaba acceder a los administrativos. Las autoridades de la casa afirmaron que la medida respondía a que debían preparar algunos documentos porque se concretaría una inspección de funcionarios nacionales, pero otras fuentes informaron al diario «Rio Negro» que la intensión era impedir otra «toma». Se supo también que Marcelo Zapiola había viajado a Buenos Aires para seguir gestionando el traspaso de la institución.
No hubo clases, pero si movilizaciones estudiantiles en Cutral Co y Cipolletti, que ya no se desconcentraban ante la presencia policial. En la intersección de las rutas nacionales N 22 y 237 se colgaron grandes carteles por la «nacionalización» y la libertad de Ramón Jure. También se pintaron grafitis sobre las recientemente blanqueadas paredes de Casa de Gobierno de Neuquén, lo que provocó una airada protesta de las autoridades. Los alumnos pedían también por la liberación de Sara Garodnik, quien se encontraba detenida junto con su hijo Mariano, de apenas 45 días de edad. Durante los primeros días de diciembre, mientras se realizaban distintos trámites legales, abundaron los comunicados de solidaridad para con la dirigente detenida.
Todos los sectores de la sociedad neuquina se disponían de distintas maneras para recibir al presidente Roberto Levingston. Mientras los sindicatos opositores y los estudiantes organizaban actos o muestras de repudio, las autoridades provinciales preparaban agasajos y decretaron un asueto. Quizás porque esta tensión previa no auguraba una visita tranquila, el 2 de diciembre fueron liberados Ramón Jure y Sara Garodnik mediante un decreto del Ministerio del Interior de la Nación. La decisión, sin embargo, no pareció brindar los efectos deseados. La Federación de Docentes de Neuquén, por ejemplo, exhortó aquel mismo día a sus asociados y a los padres a no concurrir a los actos de bienvenida al presidente por temor a que se produjeran actos de violencia que alentaran contra la integridad física de los alumnos. La regional de la CGT, por otro lado, declaró a Roberto Levingston persona no grata y más de un centenar de estudiantes iniciaron una huelga de hambre por tiempo indeterminado en las escalinatas de la Catedral.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído de: Challacó – Historia de voluntades, de Luis Alberto Narbona (Compilador), Editorial Educo.
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Fotografia Espaldarazo Levingston con funcionarios provinciales. https://www.laprensa.com.ar/La-Hora-del-Pueblo-y-la-violencia-politica-530233.note.aspx
Muchas gracias Marcelo!, ya quedó agregada al artículo