Un grupo de vehículos militares y civiles llegó a la Casa de Gobierno de manera intempestiva y sin ningún disimulo. Eran las 3 de la madrugada de aquel miércoles 24 de marzo de 1976.
De los autos y camionetas que estacionaron en calle Roca se bajaron varios militares armados y se encaminaron a la puerta ubicada en medio del edificio, debajo de la torre del reloj. En aquella época esa puerta era la entrada de la residencia que tenían disponibles los gobernadores. Felipe Sapag, ganador de las elecciones en 1973, no la utilizaba ya que hacía un par de años había terminado de construir su casa sobre calle Belgrano, a pocas cuadras de la Gobernación. El que vivía allí era el mayor de los hijos del mandatario, Luis, un ingeniero de 28 años, junto con su esposa y su hijo recién nacido.
Luis se despertó cuando escuchó las frenadas y los movimientos en la calle. Se vistió a las apuradas y abrió la puerta. Un teniente coronel se presentó y le explicó la situación. Le dijo que los militares habían tomado el poder del país y que en Neuquén tenían que hacerse cargo de la Casa de Gobierno, por lo que debía desalojar la residencia. El joven Sapag le pidió que le dieran tiempo porque estaba con su mujer y su bebé. El militar concedió el pedido, pero le puso como límite las 7 de la mañana.
Luis despertó a su mujer y le contó lo que había ocurrido e inmediatamente llamó por teléfono a su padre.
“¿Usted está bien?”, preguntó Felipe, quien ya estaba al tanto de la situación. “¿Su hijo está bien?”, repreguntó el caudillo preocupado. Cuando Luis lo tranquilizó, el gobernador respiró profundo, pero le pidió que cuanto antes se fuera de allí.
Sapag tenía tanta preocupación como miedo y estaba abrumado por la situación. Desde hacía cuatro meses, sus hijos Ricardo (Caíto) y Enrique (Missi) habían anunciado que pasaban a la clandestinidad para participar en la lucha armada de Montoneros y estaban bajo la mira de las fuerzas armadas.
Caíto había participado de un frustrado intento de secuestro del brigadier mayor Alí Luis Ypres Corbat, comandante de Operaciones de la Fuerza Aérea, de donde alcanzó a escapar, pero resultó herido de bala en una pierna. Su hermano menor, Missi, había decidido plegarse a la lucha. Ambos vivían escondidos en Buenos Aires.
“¡Rájese a Chos Malal!” le ordenó Felipe a Luis, temeroso de que corriera el mismo riesgo que sus hermanos, aunque estos ya estaban sentenciados y encontrarían la muerte al año siguiente, con una diferencia de casi tres meses.
Un par de semanas antes, el gobernador había convocado a su equipo de ministros y colaboradores. En aquel encuentro se había hablado de la delicada situación que atravesaba el país y de las grandes probabilidades de que hubiera un golpe de Estado. Todos eran conscientes de que era un hecho que los militares tomarían el poder de un momento a otro. Nadie sabía en qué fecha.
Durante la madrugada de aquel 24 de marzo, muy pocos neuquinos estaban enterados del golpe militar. Horas antes se habían acostado luego de escuchar por la radio y de ver por la televisión un partido de River, por la Copa Libertadores de América.
Tampoco la sociedad neuquina sabía que poco después de la medianoche un helicóptero de la Fuerza Aérea trasladaba a la ex presidenta María Estela Martínez de Perón, en calidad de detenida, a la residencia El Mesidor, ubicada en Villa La Angostura.
El Comunicado N° 1 que informaba a la población sobre el nuevo gobierno de facto se emitió a través de la televisión y la cadena de radios a las 3 de la madrugada. Luego se repitió en varias oportunidades y recién a las 10 se transmitió la jura y asunción del general Jorge Rafael Videla como presidente.
Durante la mañana del 24 de marzo, un grupo de militares se hizo cargo de la gobernación de Neuquén. A la gran mayoría de los empleados que llegaron a trabajar los mandaron de vuelta a sus casas. A muchos los terminarían cesanteando, igual que a otros trabajadores de la Legislatura.
Lo mismo ocurriría en el municipio capitalino. El doctor Aldo Robiglio, quien había asumido tres años antes, también sería desplazado de su cargo de intendente.
Desde temprano, por los jardines y pasillos del edificio ubicado en Roca y La Rioja comenzaron a desfilar los nuevos funcionarios. Algunos vestían de civil, otros con uniformes militares. En toda la cuadra se montaron puestos con hombres armados. De la misma manera se multiplicaron las guardias en el barrio militar, ubicado en pleno centro de la ciudad.
Un coronel del Ejército se hizo cargo de la gobernación de manera interina hasta que finalmente asumió el general José Andrés Martínez Waldner, quien gobernaría hasta 1978 para luego ser reemplazado por otro militar, el general Domingo Manuel Trimarco.
Felipe Sapag se quedó en su casa durante todo el día a la espera de novedades, aunque sabía que no habría retorno después de aquella medida. Habló con sus colaboradores, recibió la visita de sus amigos y escuchó una y otra vez las noticias que llegaban desde Buenos Aires.
En sus momentos de descanso se apoyó en Chela, su incondicional compañera. Hablaron de política, de la familia y principalmente de sus hijos Ricardo y Enrique. Y con angustia se preguntaron una y otra vez qué sería de sus vidas.
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Artículo escrito por Mario Cippitelli, publicado en el diario La Mañana de Neuquén del 24 de Marzo del 2016
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