El Comisario, a primera hora del día 29, después de batir la costa del río Neuquén en ambas direcciones para verificar que ninguna persona había vadeado el río o tuvo intenciones de hacerlo, ordenó buscar y traer al menor José Bernardino Jara para interrogarlo.
-Joven- empezó a hablarle con rostro duro para infundir temor – empiece a decir toda la verdad, sin una sola mentira.
– Le he dicho todo, señor Comisario. ¿Qué más quiere que le cuente? –respondió con miedo.
– Ayer con mis hombres salimos a buscar a Romero por donde usted nos ha indicado. Perdimos todo el día y encima nos agarró la tormenta. Anduvimos mojándonos en medio del campo muchas horas gracias a que usted nos mintió. Por suerte nuestro rastreador se dio cuenta que Romero no fue a Chihuidos sino que sigue por acá. Usted joven nos ha engañado. Si no habla, va preso, ¿comprende? Empiece a hablar.
José, asustado, demasiado joven para asimilar esa amenaza, se quebró y entrecortado por el temor, comenzó a relatar lo que había pasado, esta vez “de verdad”. Dijo que era mentira en lo que respecta a la llegada al rancho del alto por Romero y sobre el caballo; que dijo eso porque Romero le había dicho que si decía algo de él tenía una bala en el revólver y que se la metería en la cabeza. Que el día que se le secuestró los anímales, Romero había llegado a la casa al oscurecer, y como no había nadie excepto él, tomó un costillar y unas tortas fritas que había para llevárselas, y le dijo que si preguntaban por él, tenía que decir que se había ido en dirección a los Chihuidos, pero en realidad se quedaría en la costa. También Romero le contó que la comisión policial lo había tenido muy mal, pues tuvo que “disparar” a pie, y que cuando se fueran los “perros”, le hiciera un humito en la orilla de la barda cerca del corral, que él lo distinguiría y entonces volvería al rancho. Romero partió entonces a pie, en dirección a los cerros.
-¿Quiénes son los perros?-interrumpió el Comisario.
El joven bajó la mirada, y respondió.
– La gente de acá le llama “perros” a… ustedes, los policías.
El comisario permaneció callado pensado. Luego preguntó:
-Su tía Lucinda ¿a qué hora llegó?, ¿le contó todo esto?
-No, ella llegó a la noche con mi hermana Beatriz, pero no le conté nada.
Las respuestas del joven no terminaban de encajar. Entre otras, le llamaba la atención que por la circunstancia, la tía debió forzosamente de preguntarle al sobrino qué se había hecho de la carne que había dejado, dado que Romero o Bairoletto se había llevado todo y no les dejó nada para comer.
Decidió suspender el interrogatorio porque al momento se le vino una idea a la mente. Un plan para simular que la comisión policial se iba definitivamente de la zona y hacer que Romero o Bairoletto, se acercara nuevamente al rancho.
Se alejaron cuatro leguas de la costa del río Neuquén, yendo al puesto de Juan Correa, en la zona de los Chihuidos. Allí dejó al agente Gutiérrez, a cargo de la detenida Lucinda, y los menores José Bernardino y Beatriz Jara, quienes dispuso que acompañasen a la comisión.
En las primeras horas del día 30 regresó, con el sargento Escobar, el cabo Aravena y los agentes Milla y Villar. En el puesto del alto, de Francisco Jara, se hallaba su hermano Faustino Jara, con la señora y una niña de tres años de edad. Dispuso que a quinientos metros de la casa quedara el cabo Aravena a cargo de los caballos, ubicó al agente Milla al noroeste entre unas piedras en la orilla de la barda, al agente Villar al suroeste, y al sargento Escobar dentro de la habitación. El comisario a su vez le pidió a Faustino Jara permiso para quedarse en la cocina y le pidió que efectuara los menesteres diarios, haciendo de cuenta que no había nadie allí.
La señal convenida al personal policial, era que dispararan un tiro al aire, cuando apareciera Romero y que no se les perdiera de vista. Con el sol bien alto, el comisario le pidió a Faustino Jara sin explicarle el motivo, que hiciera humo en la orilla de la barda, cerca del corral, de acuerdo a la señal convenida entre Romero y el menor José. Una vez hecho el humo quedaron todos a la expectativa, mientras que los habitantes, con toda normalidad, efectuaban los quehaceres domésticos.
Pero un imponderable se presentó para frustrar el plan que en apariencia era bueno. Más o menos una hora después, Faustino fue al bajo a traer los caballos, para darles agua. El agente Villar confundiéndolo con Bairoletto, hizo el disparo al aire, y al correr se dio cuenta del error en que había incurrido, como así el fracaso de la comisión policial, por cuanto el disparo repercutiendo por los cerros, llegaría a los oídos de la persona cuya captura trataban de obtener, posiblemente en viaje hacia el rancho y que ahora no saldría de su escondite.
Pasaron el día haciendo una batida por los cerros constatando que no existían pisadas recientes. En opinión del Comisario, Romero o Bairoletto, pudo haberse quedado escondido entre los cerros. Por el conocimiento de la zona, tenía facilidad de atravesar el Neuquén y establecerse por Mangrullo, Covunco Abajo o Agrio, donde tiene sus amigos, el tal “Lalo”, Parra y posiblemente otros, o bien dirigirse hacia los Chihuidos.
Llegó el punto en que las extenuadas cabalgaduras policiales estaban imposibilitadas de continuar la búsqueda y se le pidió a Francisco Jara una tropilla para que se traslade su señora y sobrino. Pero los pobres caballos estaban en extremo de débiles.
El 31 el comisario resuelve iniciar el regreso por el Chihuido Sur, revisando las aguadas Manrique y Don Juan, donde tiene su puesto José Luis Sánchez, a quien le deja encargado el caballo secuestrado, el rosillo colorado, que no puede continuar marchando, hasta que envíe por él en su búsqueda a la Policía de Añelo. La marcha continuó pasando por la aguada la Quirquincha y luego la de Pingo Muerto, a ocho leguas del Añelo. En ese punto, los caballos exhaustos ya no daban más.
Imposibilitados de ir más lejos, por estar sencillamente de a pie, el Comisario suspende la vuelta que había planeado hacer por Ojos de Agua y Carranza y dispone dirigirse directamente al Añelo; sucesivamente fue destacando adelante a los jinetes más bien montados y que podrían llegar: primeramente a Milla, para que hablara al transportista para que los esperara, después al sargento Escobar y más tarde al cabo Aravena, a fin de que solicitaron caballos de repuesto, dado que en el trayecto tuvieron que abandonar a dos caballos y seguir con los otros de tiro. A pedido del señor Subcomisario Laborde algunos vecinos de Añelo les llevaron seis caballos, enviados con un agente. De esa manera pudieron finalmente llegar al día siguiente.
El Comisario, con la desazón de no haber logrado el objetivo y sobre todo con el vacío interno de haber perdido aquello que nunca tuvo y se imaginaba, un ascenso, el reconocimiento, un retiro brillante, sentado en la única sala que hacía de oficina en el destacamento de Añelo, se dispuso a redactar el informe de lo sucedido a sus superiores, mientras reflexionaba absorto sin poder escribir una sola línea.
El sujeto que estaba en el puesto de Francisco Jara, tiene deudas con la Justicia, por ello huía de la comisión policial, pensaba. Al mostrar la fotografía a distintas personas, reconocieron en ella a Bairoletto, aunque lo conocían por el nombre de Romero. Seguramente no se quedará en ese lugar, volvería a huir, como lo viene haciendo desde hace años por todo el país. Tal vez se dirija al cerro de Auca Mahuida. O trataría de pasar el río Neuquén hacia Covunco y de allí intentaría llegar a Loncopué, zona donde según referencias es conocedor. ¿O por qué no a Chile? Bairoletto no hubiera podido escapar sino hubiera sido por la nula presencia policial de la zona y haber sido ayudado por los pocos pobladores que lo encubrieron, los Jara, los Salvos, los Parra…, casi todos chilenos y emparentados, que odian a la policía al punto de llamarlos “los perros” y siempre tratan de despistar a la justicia.
¡Qué difícil se hacía escribir el informe! Su mente inquieta no dejaba de presentarle sucesiones de imágenes de lo que fue, o aún peor, lo que pudo haber sido. Empezó el encabezado: “Neuquén, noviembre 3 de 1936, Al señor Inspector de Policía de la zona Confluencia, Comisario Conrado José Pauletti”… Se detuvo. ¿Por dónde empezar? Levantó la vista y vio por la ventana al Agente Villar, el que con su disparo inoportuno frustró el plan de emboscar a Bairoletto. Se levantó y salió del destacamento.
-Agente Villar
-Sí, Comisario
-¿Usted ve bien de lejos?
-Mas o menos, tengo alguna dificultad.
Mirando al rojo de las mesetas se dijo a sí mismo: ¡corto de vista!, por eso confundió a Faustino Jara con Bairoletto. ¡La próxima vez tendré que cuidar ese detalle!
Rodrigo Tarruella
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Escrito por Rodrigo Tarruella. Relato basado en el informe del Comisario Bernabé Espíndola al Inspector de la Policía de la zona de Confluencia, Comisario Conrado José Pauletti, el 3 de Noviembre de 1936.
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