Debo un recuerdo a las pobres mujeres del Regimiento; yo no he olvidado sus servicios y he sido testigo de la abnegación de aquellas infelices. Había mujeres de todas las provincias argentinas, viejas y jóvenes en número de cuarenta y cinco más o menos; unas casadas por la iglesia, y otras detrás de puerta.
Sus viviendas, un rancho con un cuero de puerta; por todo racionamiento recibían una libra y media de carne y alguna onza de arroz, lo que unido a la parte del marido, cuando estaba presente en el campamento, les permitía mantenerse dura el día, ayudándose con mate amargo.
Había mujeres con más recursos, tal vez la compañera de un jugador, no carecía tanto. El agua y la leña la traían de lejos y siempre con sus hijitos a cuestas. Durante el año lavaban la ropa de la tropa a cambio de una parte de la quincena que consistía en yerba, jabón, tabaco muy malo y dos pliegos de papel de fumar.
Prestaban muchos servicios, y generalmente eran mal remuneradas; las había también curanderas. La viejita Pilar, mujer del cabo Martínez, era una buena médica; cuando el general D. Teodoro García estuvo enfermo en Puán, antes de la Expedición, el año 79, fue ella quien con sus tisanas, ungüentos y trapos calientes, lo levantó de la cama; asistió siempre a los jefes y oficiales de la División. El teniente don Ángel Canaveri, del 1º de línea, tuvo una enfermedad a la vejiga, que también curó la viejita, prodigando siempre a todos sus bondades.
Durante la Expedición al Desierto, hubo algunos nacimientos en plena Pampa. Recuerdo que la Raquel, mujer del cabo Cardozo, fue auxiliada por ella, quien en unión del cabo, le improvisaron un reparo entre una planta de chañar, con unas mantas; la bajaron del caballo y en tanto el cabo ataba la bestia y obtenía de los soldados en marcha dos caramañolas con agua, la viejita ya tenía en brazos un hermoso salinero, pues en ese momento nos encontrábamos inmediatos a Salinas Grandes.
Mamá Pilar, como generalmente la llamaban, contaba tal vez 60 años; era delgada, de mirar simpático y muy ágil; en las fiestas patrias se presentaba a los bailes de la tropa, y allí lucía sus almidonadas enaguas al compás de un pericón o en las mudanzas de un gato.
La vieja María, del soldado Rogelio Juárez, también curandera y trabajadora; su especialidad eran las buenas tortas cuando tenía harina y que en la oportunidad del pagador, vendía a buen precio. Mercedes (a) la mazamorra, era una bizarra cordobesa, relativamente joven, atrevida hasta la insolencia cuando le dirigían un piropo; ésta no curaba sino a los enfermos del corazón, bien relacionada, la miseria no le hacía mella. En ningún campamento oí llamar a las milicas por su propio nombre; todas tenían apodos a cual más extravagante, así ocurría que dos mujeres pedían permiso a la puerta del cuartel para entrar después de la asamblea. El sargento de guardia con toda naturalidad, comunicaba al oficial, que la Polla triste y la Botón patria o la Pasto verde, pedían licencia para entrar con tal objeto, o que la Pastelera y las Pocas pilchas, se habían peleado y promovido escándalo.
La parda Presentación, era entrerriana y desalmada como pocas. Vivió siempre con el sargento Claudio Miñio; éste cuidaba una tropilla de caballos del Jefe; un día en Los Menucos, territorio del Neuquén, Miñio se encontraba ausente, cuando aparecieron unos indios bomberos en dirección a la tropilla, la parda no trepidó, saltó en pelo en un caballo que tenía a la estaca, y antes que los indios llegaran, dio un grito a la yegua madrina y los recogió rápidamente, en tanto ya corrían los soldados del destacamento de la invernada que distaban unas diez cuadras. Si bien las caballadas estaban enseñadas a rodearse solas al grito de los soldados y a ser conducidas a escape como también lo estaba la tropilla, era siempre una hazaña el arrojo de esta mujer. Desde el Jefe de la frontera hasta el oficial más subalterno, todos se servían de las pobres milicas para el cuidado de sus ropas.
En los inviernos crudos, se les veía lejos del campamento arrancando las raíces de bruquilla, o juntando guano fresco para después de seco quemarlo. En Puán, Guaminí, Carhué y Trenque Lauquen, no había otro combustible para ellas, ni para la tropa, pues los pocos cajones que se obtenían de algún negocio los quemaban los asistentes de los jefes.
No conozco sufrimientos mayores que los pasados por infelices familias de aquellas tropas; obligadas a marchar de noche o de día largas distancias con sus hijos al anca de una mala cabalgadura, cubiertas de polvo, con sed, con hambre y con frío; pobres mujeres, tenían forzosamente que subordinarse a mismas circunstancias de la tropa, so pena de perecer perdidas en la soledad del desierto.
En las marchas, generalmente al toque de diana, seguía el de ensillar y en tanto los escuadrones se numeraban en rueda del uno al cuatro para entrar por números alternados a tomar caballos, las familias formaban una fila exterior suplicando tomaran el suyo; seguramente no habían desayunado ni ellas ni sus hijos, cuando el toque de atención prevenía para montar y luego el de marcha, la que duraría hasta medio día con breves paradas en consideración al ganado. Los fríos de mayo en la Pampa después de un aguacero cuando escampa y corre airecito del oeste, es algo imponente para los hombres; calcúlese los efectos en esas pobres mujeres y criaturas cuyos vestidos y abrigos eran tan escasos.
El hambre, la miseria y las inclemencias de la temperatura nos alcanzaba a todos los militares, pero penurias como las que hemos pasado los cadetes, la tropa y las pobres familias, no vi que las haya sufrido nadie, y a excepción de los veteranos de aquel tiempo que lean estas reminiscencias, a otro lector le ha de ofrecer dudas porque a mí mismo me parece un sueño la vida pasada en aquel lejano tiempo.
Viven aún los generales Racedo, Rodríguez y O’Donnell y otros, quiera Dios conservarlos para que ellos con más autoridad puedan ilustrar a las nuevas generaciones militares acerca de lo que hizo el viejo Ejército y sufrieron sus tropas durante las campañas civilizadoras que se llevaron a las Pampas y a Patagonia, hasta el límite internacional.
Han transcurrido cuarenta años y la historia no se escribe, mientras tanto se van muriendo los compañeros, y vamos quedando pocos para el cuento.
Guillermo Pechmann – 1938
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído de: El campamento, 1878: algunos cuentos históricos de fronteras y campañas – Luchas de frontera con el Indio – Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1980, del Teniente Coronel Guillermo Pechmann
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