Está la contada que desarmando un rancho viejo en Pilo Lil, encontraron entre sus paredes de adobes, escondida, una botella de aceite llena de pepitas de oro. ¡Que linda sorpresa! Recuerdo el relato de antiguos pobladores de esa región, que comentaban que talaban en las laderas de los cerros, maderas, y trasladaban los rollizos hasta la orilla del río con bueyes. Una vez en el lugar, hacían balsas, bajaban otras también de la zona del lago Quillén con rollizos de Raulí y tardaban un mes hasta llegar a la confluencia con el Aluminé. Éstas estaban atadas con cables hechos de alambres retorcidos y sobre las mismas colocaban todas las provisiones: charqui, algunos animales chicos vivos y las pilchas y se largaban río abajo por el Aluminé. El objetivo era llegar con las jangadas o balsas de madera a Neuquén, vender las mismas en los aserraderos y regresar con los vicios comprados nuevamente a sus hogares. Don Román Alfaro Zaide, nacido en la zona del Pilo Lil en el año 1916, me contaba detalles del viaje y realmente era admirable el arrojo y la valentía de aquellos hombres, que en el lomo de una balsa de rollizos pudieran dejarse llevar por el río, en ese destino incierto que cada día era coronado por un nuevo desafío. Don Román, con su memoria prodigiosa, me comentaba que armar las balsas y acomodar los rollizos era una tarea complicada, para que pudieran durar toda la travesía sin desarmarse.
Don Miguel Moscoso y Don Juan Gil eran los encargados de armarlas, eran muy baqueanos. Las balsas estaban formadas por tres capas de rollizos, cada capa iba cruzada, en sentido contrario una encima de otra amarradas con alambres de acero y cables trenzados. Por los costados llevaban un bichero de cada lado, el “Bichero” era un rollizo bien seco y grande y servía para ayudar a la balsa cuando se atascaban en donde el río estaba bajo. Cuando la balsa quedaba varada, se aflojaban los cables que ataban los bicheros y éstos eran arrastrados por el agua y tiraban para zafar de las varaduras.

Por balsa iban cinco personas, dos por cada lado y cada uno con remos de cinco metros de largo cada vara, en los extremos tenían una paleta y por medio de un “Telecom” de madera y un agujero donde trabajaba el Telecom se sujetaban a un rollizo, este rollizo solía tener varios agujeros donde según las circunstancias se desplazaba hacia delante o hacia atrás el remo. Sobre las balsas colocaban un par de chapas y sobre ellas se hacía fuego para mitigar el frío del invierno y el quinto tripulante de la balsa se encargaba de cocinar, preparar algunos mates y remplazar algún remero cuando era necesario.
El objetivo era llegar con las Jangadas o balsas de madera a Neuquén, vender las mismas en los aserraderos y regresar con los vicios comprados nuevamente a sus hogares.
Don Román recordaba que era año muy helado, el agua del río en orillas se llegaba a escarchar. En esa oportunidad salieron cuatro balsas de la zona de la Media Luna, una de ellas llevaba toda la comida. La balsa de ellos era la última. Luego de una semana de viaje, quedaron varados, atrapados sin poder bajar y sin alimentos en una isla sumergida en el medio del río. Tampoco podían hacerla zafar a pesar de largarle los bicheros de los dos lados. Pasaron algunos días hasta que los compañeros se dieron cuenta de que no los seguían y los vinieron a auxiliar. El hambre era tan grande que tuvieron que echarle mano a un lazo de lonja que llevaba don Hernán Prieto, hirvieron el lazo y comieron los pedazos del cuero cocido.
Eran años muy duros, no abundaban los empleos y el trabajo de balsero era uno de los pocos que había en esa época para arrimar algunos pesos a las casas. Solíamos tardar, mes y medio a dos meses para llegar, contaba. Siempre los viajes se realizaban en las épocas de crecida del río a partir de los meses de junio. Si los años venían algo llovedores o había mucha nieve en la cordillera, se largaban balsas hasta los meses de agosto o septiembre. Era un trabajo muy peligroso recordaba Don Alfaro, las balsas tenían que estar bien atadas porque veníamos rebotando contra las orillas del río y nosotros con varas largas tratábamos de que no chocaran sobre las piedras de la costa ni quedar enganchados entre los árboles.

Aguas abajo del arroyo Auca Pan, unos quinientos metros más o menos, el río forma un gran remanso conocido por los pobladores del lugar como remolino del “Toro”. Era una ardua tarea para los balseros esquivar este remolino. En una oportunidad una de las balsas a pesar de sus esfuerzos fue arrastrada al centro del remolino y fue succionada por el mismo desapareciendo completamente de la superficie del río la embarcación y sus cinco ocupantes, solamente uno salvó milagrosamente la vida agarrándose a un rollizo.
Recuerda que en otra oportunidad cuando pasaron la zona del Talelum, venían muy rápido en una recta donde el agua toma velocidad y luego hay un recodo muy fulero. Una de las balsas no pudimos dominarla y chocó contra unas piedras y se desarmó. Uno de los compañeros fue despedido por el impacto, cayó al agua, el río estaba muy crecido y turbio. Se lo llevó, no lo vimos más. Estuvimos parados como tres días en ese lugar, viendo si encontrábamos a nuestro compañero ahogado y tratando de juntar los rollizos y armando nuevamente la balsa. Recuerdo que los pobladores de esa zona, Cándido y Paynefilú, vinieron a damos una mano y también nos ayudaron con algunos vicios. Cuando llegamos a la zona de San Ignacio aguas debajo de la desembocadura del río Malleo, en una piedra grande que está en el medio del río, se nos rompió otra de las balsas, pero por suerte no fue nada grave y pudimos armarla nuevamente. Una vez que llegábamos al Collón Cura abajo no teníamos tantos problemas; el río es más ancho y no tiene tanta correntada como arriba, tampoco hay grandes piedras en las orillas donde se nos desarmara la balsa. Salvo en algunos lugares quedábamos varados y usando los bicheros podíamos salir sin problemas.
El Limay era un río que no nos causaba muchos problemas porque tenía buena corriente y no había muchos rápidos. Los pobladores ribereños siempre nos venían a ver y nos proveían de alguna gallina, verdura, papas o algo para calentar el cuerpo. El tiempo se hacía largo, sobre todo los días de lluvia o cuando el viento era muy fuerte donde nos tiraba contra las orillas y nos quedamos varados. La ciudad de Neuquén no era muy grande; había dos aserraderos que nos compraban la madera, era un buen lugar para aprovisionarnos de herramientas y algunos vicios. Luego volvíamos por la zona de Zapala y el Rahue para regresar al pago. Este trabajo no lo hicimos muchos años porque era muy peligroso, se sufría mucho y murieron algunos amigos.
Fragmento de Galopando con los peñi – Gnetuen Cahuel com ni Peñihuen, de Ángel Fontanazza

Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fragmento extraído del libro Galopando con los peñi – Gnetuen Cahuel com ni Peñihuen, de Ángel Fontanazza, edición de autor. Capítulo: Balseando el Aluminé y recorriendo el valle desde Pilo Lil al Malleo.
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