Dos pueblos en la línea férrea al Neuquén, el río ancho, caudaloso, de rápida corriente y aguas fúlgidas y límpidas, sobre él un grandioso puente recién terminado, con siete tramos de hierro, y completados con otros de madera, seguido de terraplenes, después de los cuales varios de extensión relativamente corta, contribuyen a salvar el desnivel que existe entre el cauce del río y sus lejanas barrancas. El pueblo de la margen izquierda se conoce con el nombre de Limay, y el de la derecha, se llama por designación actual Neuquén.
El conjunto tenía aquí otro nombre, los vecinos lo llamaban La Confluencia porque en el punto confunden sus aguas dos ríos para formar el río Negro.
Estos pueblos constituían el centro del comercio de gran parte de los territorios nacionales de Río Negro y Neuquén, recibían en mulas, en caravanas de tropas, los cueros, lanas y las pieles de la inmensa zona por la línea férrea.
Trabajadores de la línea férrea, troperos, estancieros que iban y venían de sus propiedades, artesanos que preparaban los convoyes para el interior, algunos comerciantes que surtían de los productos de consumo a los que se dirigían a las lejanías del oeste, y pocas mujeres, constituían la mayor parte de sus habitantes.
Junto al puente, una casa edificada como todas las de aquél paraje, con barro asentado sobre arquitrabes de madera, el viajero podía verla en la orilla derecha del Neuquén a unos cien metros de la desembocadura del puente; se alzaba a una docena de metros sobre el nivel del río y desde el interior de sus piezas podía contemplarse un bellísimo panorama. Era la fonda de la «Buena Vista» establecimiento comercial de ramos generales y hospedaje, que don Celestino Dell’Anna, italiano, antiguo vecino de Patagones, y poblador del quinto departamento del territorio desde 1890, había establecido en los últimos años del siglo XIX. Su familia la constituían su esposa, doña Trinidad Carro, española, y sus hijos. Empleados suyos atendían el pasaje de la balsa.
Al confín del horizonte la pequeña serranía que forman la costa del valle; más de cerca se veían las pocas casitas del vecino pueblo; a los pies corre impetuosa el agua del río, no ya murmurando cuando choca con las sólidas columnas del puente, «sino quejándose rabiosamente y arremolinándose con furia, para salir después, como caballo desboscado, limando piedras de su fondo y orillas y formando aquí y allá numerosos bancos, cuya posición cambia a su capricho».
Alguna arboleda, principalmente álamos y sauces, alegran la vista, aunque casi siempre nublada por el viento que sopla fuerte e implacable levantando nubes de polvo y arena.
En las inmediaciones, un rancherío diseminado. En una casa de barro más grande que las otras, la posada de Mangiarotti; cerca un galpón de consignaciones de don Pancho Bueno.
El rio Limay corre contenido por altas barrancas, dividido en varios brazos, de aguas mansas y purísimas. Una arboleda señala desde lejos su curso.
La comisaría de policía, modestísima construcción de palo y barro, humilde, ostentando su escudo y la bandera nacional, guarnecida por un comisario y su piquete de gendarmes. Allí se sucedieron Plot, Ferreira, Álvarez Rodríguez, Roca, Infante y López. Allí, cara al rocío y el viento helado, montaba su guardia el milico de la vieja escuela, cuando en el silencio de la tarde parecía aún percibirse el eco de las dianas del fortín que se había replegado para siempre. El armamento custodiado en un estante, imponía respeto a los pacíficos moradores de la comarca.
El juzgado de paz, a cargo de don Pascual Claro. Dos ranchos de barro, una mesa y una silla, lo constituían por entero. Don Pascual, el pionero, el precursor, «el hombre más dinámico que he conocido — nos escribe don Horacio F. Sautú — servicial y gaucho por donde lo miraran, todo hombre que llegaba a Neuquén y quería trabajar, bastábale cambiar dos palabras con él, fuere herrero o carpintero, lo establecía y habilitaba», recorría a caballo su jurisdicción llevando consigo los libros del registro civil y era el oficial público listo para atender al vecino donde lo necesitase, «un aragonés acriollado— nos decía al evocarlo con emoción don Pedro Mazzoni — siempre alegre y profundamente generoso». Presidía su numerosa familia con su esposa doña Eleuteria Guerrero, allá en su casa de Arroyitos, primero y Neuquén, después. Concesionario de la «Mensajería» que conducía la correspondencia y pasajeros desde Neuquén a Piedra del Águila, con subvención del gobierno nacional, ocupándose directamente de la atención de sus servicios don Alejo A. Ibañez, casado con doña Teresa Guerrero. La llamada «Mensajería de Claro» utilizaba un vehículo tirado por mulas y caballos, con postas en todo el trayecto. Vinieron de Patagones y vivieron y trabajaron juntos. Sus vidas fueron breves y fecundas, sus nombres deberán ser fijados en el bronce junto al de los demás precursores de la ciudad capital.
Cerca del juzgado de paz, estaba ubicada la casa de comercio «La Maragata del Neuquén» de Fernández y Carro, firma que estaba constituida por don Agustín Fernández y don Enrique Carro; éste traído al paraje por su pariente Dell’Anna, a poco de llegar casó por poder con doña Jesusa Criado, llegada de España después. Atendió en un principio la balsa sobre el Neuquén para instalarse al poco tiempo en sociedad. La casa se dedicaba a los ramos de almacén de comestibles y bebidas, sastrería, talabartería, venta de artículos de hierro, papel y libros, droguería, carnicería al por mayor y menor, depósito de papas y verduras, cigarrillos, botas y alpargatas, muebles y máquinas diversas, fonda para la gentes y paradero para carruajes y animales, café, club y hasta se alquilaban caballos, mulas y carros para viajes, depósito de leña y maderas, corretaje de frutos de país, agencia de encomiendas y «poste restante» para las cartas de vecinos.
Frente a la estación terminal del ferrocarril, que poco después de terminado el puente, estaba constituida por un viejo vagón de carga, el domingo 3 de octubre de 1902, abrió sus puertas en el edificio de chapas construido para ese fin, el negocio de ramos generales, hotel y bar, establecido por la firma Varela, Linares y Cía. que se llamó «La Nacional». Era atendido por el socio don Pedro Linares, luego primer presidente municipal, hombre de gran continente y señorío, secundado por su hermano menor don Manuel, corazón generoso detrás de un carácter fuerte, a quién le tocó seguir con el negocio hasta su muerte. Fue el lugar obligado de todas las reuniones de los primeros tiempos. Dentro de un ambiente tranquilo y alegre. Vinieron a trabajar con ellos para instalarse luego cada uno por su cuenta, don Domingo Mazzoni y su hijo Pedro, don Remigio Bosch, don Gustavo Arbert, don José Sagristá y otros tantos, quienes trajeron a sus familias.
No podemos cerrar estos recuerdos sin mencionar a los vaporcitos que pertenecían al Ferrocarril del Sud que surcaban las aguas de la confluencia, transportando cargas con itinerarios hasta Choele Choel y hasta otros puntos costeros del río Limay. Uno llamábase «Limay» otro «Neuquén». Según los datos que ha sido posible obtener por antiguos vecinos, sus servicios fueron atendidos por un inglés de apellido Barton, antiguo capitán de de la marina mercante inglesa, un tal don Luis y en un tiempo también don Andrés von Puttkamer. Este medio de transporte fue de corta duración por los inconvenientes que presentaba.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído del Álbum “50 años Neuquén” – 1904 – 12 de septiembre – 1954. Álbum conmemorativo de la designación de Neuquén como Capital del Territorio, en su 50º aniversario. Editado por Otto Max Neumann bajo los auspicios de la “Junta de Estudios Históricos de la Gobernación del Neuquén”, como contribución a la historia de esta capital.
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