En la Patagonia hubo bandidos que en pocas semanas, y a veces en días, completaron su biografía delictiva. Otros lo hicieron a lo largo de su vida. Asencio Brunel y el más conocido Juan Bautista Vairoleto pertenecieron a estos últimos; en cambio, el chileno Roberto Focter Rojas armó su historia trágica vinculada con asaltos y numerosos homicidios en menos de dos meses. Dos décadas antes, Juan Balderrama consumó su vida ligada al crimen en solo tres semanas.
Las acciones de Juan Balderrama y sus hombres pertenecen al pasado de hace más de un siglo, de la región cordillerana. Los episodios que se relatarán ocurrieron durante el invierno del año 1909.
Siendo las ocho de la mañana del 18 de julio, en el paraje denominado Negrete, departamento Minas, en el norte del territorio neuquino, la banda capitaneada por Juan Balderrama e integrada por otros tres hombres: Clodomiro Parada, Juan Manuel Sepúlveda y Desiderio Troncoso, dio inicio a un raid delictivo que se extendió por tres semanas. Ese día asaltaron el boliche de la viuda de Fuentes. Para ese primer atraco sólo Balderrama y Parada fueron de la partida. Amenazando a la propietaria y empuñando las armas, se alzaron con el dinero disponible en el comercio, ochocientos pesos chilenos, además de una carabina Winchester y un revólver imitación Smith & Wesson de cinco tiros, con su respectivo parque de municiones. Este fue el primero de los tres asaltos que tuvieron como protagonista a ese conjunto de hombres volcados a la actividad delictiva.
Cinco días después de asaltar a la viuda de Fuentes, se trasladaron al paraje de Guañacos. El 23 de julio, entre las seis y las siete de la tarde, habiendo ya oscurecido, ingresaron al negocio de los hermanos Curra, conocidos como “los Árabes”. Les habían informado, pobladores del lugar, que hallarían un importante botín, ya que sus propietarios habían recibido abundante dinero por la venta de varios lotes de ganado. El dato acerca de la presencia de una fuerte suma de dinero fue obtenido en otro local comercial, que ofició de lugar para la reunión de Balderrama, Parada, Sepúlveda y Troncoso.
Era el tiempo en que los siriolibaneses, de reciente asentamiento en la región, controlaban una parte significativa del comercio, especialmente cuando muchos de ellos habían decidido afincarse dejando atrás su carácter de “mercachifles” itinerantes. La exposición a tantos riesgos con la venta ambulante sin duda afectó la voluntad de estos hombres de negocios y los decidió a levantar sus propias casas comerciales. Esta incipiente comunidad de comerciantes había quedado muy sensibilizada después de los sucesos conocidos como “la matanza de los turcos”, ocurridos en la meseta rionegrina entre los años 1905 y 1909. Y no fueron los únicos que en su nueva realidad de “bolicheros” enfrentarán el asalto y la eventualidad de la muerte. Los crímenes de Wette y Curra, que se narrarán a continuación, llevados a cabo por la banda de Balderrama; el de los hermanos Creide, a manos de Focter Rojas, Román y Pucci, en 1928; y el perpetrado por Mora, Astudillo, Ancapi y Liempi en la persona del “turco” Julián en 1932, fueron algunos de un largo listado.
En el negocio de los “turcos” se encontraban sus propietarios y otros allegados. Un total de cuatro personas había en el lugar. De buenas maneras, Balderrama se dirigió a Spir Curra a fin de solicitarle grano para sus animales de carga, ordenando, además, algo de licor para él y sus acompañantes. Después de beber, empuñando las armas que llevaban, dieron cuenta de cuáles eran sus verdaderas intenciones, exigiendo dinero y todas aquellas pertenencias de valor existentes en el comercio. No quedó claro el motivo que dio inicio al tiroteo trágico. Según los testigos sobrevivientes, Salomón Wette, otro de los contertulios, al momento del atraco hizo un brusco movimiento para extraer su arma. Advertidos los asaltantes de la maniobra, la reacción fue inmediata, disparando todos los atacantes. Las descargas dieron de lleno sobre el cuerpo del frustrado resistente. Seguidamente abrieron fuego sobre Spir Curra. Ambos cayeron al suelo, heridos de muerte. Estando en la línea de la balacera, la esposa de Abraham Curra también recibió varios disparos, inmediatamente obligaron a Abraham, quien a pesar de encontrarse enfermo había sido maniatado, a que les entregara los valores existentes en el boliche. Con ese propósito, el grupo de asaltantes se dirigió hacia un cajón que estaba en una pieza contigua, violentaron el compartimiento a fin de tomar oro en polvo de lavadero y dinero por un monto aproximado a los dos mil quinientos pesos de moneda nacional. No satisfechos con el importante botín, sustrajeron varias prendas, pañuelos, medias, conservas, botellas de bebidas, un revólver y un cuchillo.
La violencia no se detuvo cumplido el objetivo del asalto. Hubo una nueva demostración de fuerza que fue entendida por la Justicia y los vecinos como un acto innecesario, de ensañamiento y por demás cruel. Al momento en que se estaban retirando del local de los árabes, Balderrama ordenó a sus cómplices disparar nuevamente sobre los hombres que yacían sin vida en el suelo. Así lo hicieron, para volver a cargar y disparar. El cuerpo de Spir Curra recibió un total de treinta y nueve balazos y el de Salomón Wette, treinta. El fuego se concentró en la ingle y los testículos de ambos cuerpos, según las pericias forenses del funcionario judicial.
El mismo 23 de julio, horas antes del cruento atraco al negocio de los Curra, estos hombres habían ingresado a la casa de comercio de los hermanos Herrera, aprovechando la ausencia de ambos.
En su declaración, Balderrama sostuvo que el asalto había sido planeado, que también en este caso había habido un entregador -un tal Muñoz- quien “le dijo que hacían muy bien en cometer el asalto, pues los Hermanos Herrera eran unos anarquistas con los pobres y que tenían dinero”.
Una vez adentro, el jefe bandido pidió a la mujer de Bonifacio Herrera que los atendiera. Balderrama tenía preparada la excusa adecuada: venía a entregar una carta a la dueña del comercio y, además, pretendía adquirir licor para él y sus compañeros. En el salón había tres hombres, uno de ellos totalmente ebrio. También un niño de corta edad que acompañaba a uno de ellos. Balderrama inició el atraco sacando su arma de puño en un rápido movimiento, secundado por los otros dos bandoleros. El cuarto asaltante quedó en la entrada del boliche cuidando de los caballos. Los tres parroquianos y el niño fueron reducidos sin mayores inconvenientes y atados con cuerdas. Dispuestos los asaltantes a no perder tiempo, ingresaron en la “pieza habitación” contigua al salón de comercio, donde estaban bajo resguardo el dinero y otros valores. Se llevaron ciento cincuenta gramos de oro de lavadero, quinientos pesos moneda nacional y mil setecientos pesos chilenos. Sumaron un botín similar al obtenido en el comercio de los árabes: varias botellas de bebidas y algunas prendas. Además un máuser chileno, cincuenta tiros, un cabestro nuevo y un anteojo de larga vista.
Después de ambos sucesos, las víctimas que lograron salvar sus vidas informaron a las autoridades policiales, y se organizó inmediatamente una fuerza para dar con los asaltantes y asesinos. Vecinos armados, la tropa policial del lugar y algunos integrantes del Ejército de línea se lanzaron en su persecución. La pandilla logró ser ubicada en la casa de comercio de León Dachary, quien, según las declaraciones del cabecilla, enterado de que se estaba planeando el asalto a los Herrera, había colaborado con un arma de puño en muy buenas condiciones y las respectivas municiones, alentando además a que el delito fuera cometido cuando los comerciantes hubieran recibido un total de sesenta mil pesos, provenientes de pagos de distintos puesteros. Sin duda, la cifra era muy atractiva para un solo atraco.
Los asaltantes no estaban dispuestos a entregarse, decidiéndose por una activa resistencia. En la refriega, Juan Balderrama apuntó con su pistola máuser a un joven policía. Una sola bala fue suficiente para segar la vida del agente. En el enfrentamiento fue herido de muerte Luís Navarrete. Fue el único integrante de la banda que perdió la vida durante estas acciones. Sepúlveda fue apresado. A pesar de ser superado en cantidad de hombres y poder de fuego, Balderrama logró eludir el cerco. Después de esconderse durante el día y avanzar en la noche, y transcurridas dos semanas, el 8 de agosto arribó a la casa de un hombre que no conocía. Bajo el nombre falso de Tomás González, teñidos los bigotes y la barba, solicitó permiso para pasar la noche en el lugar. Con el propósito de alejar posibles sospechas, ofreció sus servicios para todo tipo de trabajo, como era corriente en cualquier hombre de paso. Fue aceptado para trabajar en faenas rurales. Al otro día se acercó al lugar un agente policial con intenciones de comprobar si el recién llegado era quien se estaba persiguiendo. Ante la sospecha, le exigió que entregara sus armas. Balderrama, aparentemente dispuesto a cumplir la orden, le contestó que no las llevaba encima, que se encontraban en el interior de la cocina y hacia allí se dirigieron. El agente fue engañado. El matador de los árabes Curra y Wette dio media vuelta y a sólo dos metros de distancia, a bocajarro, sacó un revólver que llevaba escondido y disparó sobre el policía un primer tiro, al que le siguieron seis más. Su muerte se produjo cuarenta y ocho horas más tarde. Balderrama huyó del lugar con el caballo del policía, llevando a tiro el suyo, aunque más adelante se desprendió del animal secuestrado.
Cabalgó sin rumbo fijo, por desconocer la zona. Al otro día, una nueva partida policial de tres integrantes logró darle alcance. Fue sorprendido reponiendo fuerzas en un refugio improvisado a cielo abierto. Pretendía descansar durante el día, escondiéndose, y seguir su huida durante la noche. Sin embargo, esta vez no tuvo mayores oportunidades; desde una prudente distancia sus perseguidores lo intimaron a entregarse y a “botar el arma”. A pesar de verse nuevamente superado en fuerzas, ofreció una última y definitiva resistencia. Después de herir a uno de los agentes policiales, decidió arrojar las armas y (fue inmediatamente aprehendido. Salvó la vida, pero le esperaba un largo período de prisión.
El balance de estos hechos delictivos no dejó dudas a la autoridad sobre la gravedad de los episodios, aun para el imaginario de violencia montado durante esos años: un total de cinco vidas segadas por las balas y otros tantos heridos, dos muertos pertenecientes a las fuerzas policiales y la captura de un sujeto que no logró ser encasillado según los marcados patrones lombrosianos que se utilizaba en la época (Cesare Lombroso, médico y criminólogo italiano, sostenía que las causas de la criminalidad están relacionadas con la forma, causas físicas y biológicas, y que la concepción del delito es resultado de tendencias innatas, de orden genético, observables en ciertos rasgos físicos o fisonómicos de los delincuentes habituales).
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
- Fuente: Gabriel Rafart – Tiempo de violencia en la Patagonia: bandidos, policias y jueces : 1890-1940 – “Un bandido “ejemplar”: Juan Balderrama”
- Imágenes: Escenas de la película cuatreros, de Albertina Carri
¿Te gusta la historia neuquina? ¿Tenés algo que contar o compartir y querés colaborar con Más Neuquén? Entonces hacé Click Aquí
También podés ayudarnos compartiendo este artículo en las redes sociales.