Desde la prehistoria, los monolitos (derivada del griego, la palabra proviene del latín monos=uno y lithos=piedra) han sido colocados para indicar lugares relevantes, señalar una instancia significativa, o las dos cosas a la vez. Numerosos menhires, megalitos, pirámides y obeliscos en los cinco continentes así lo confirman.
Más próximos en el tiempo y el espacio, existen varios en el territorio neuquino.
Muchas veces se realizan construcciones semejantes para indicar la proximidad de una localidad, como el monolito instalado al costado de la ruta de acceso a Las Lajas o el ubicado en el ingreso a Zapala. En localidades turísticas suelen estar acompañados por una expresión de “bienvenida” en una de sus caras y de deseo de “buen viaje” en la otra, pero carecen de significación histórica.
Otros, sin embargo, son edificaciones emblemáticas para los residentes, particularmente los que remiten a la fundación de ciudades, como los existentes en Neuquén y Cutral Có/Plaza Huincul.
Señalando un hecho relevante para la economía y el desarrollo provincial, en la última localidad citada se levanta un prisma cuadrangular de mampostería, en el centro de un solado rodeado de mojones delimitadores unidos por cadenas, donde se descubrió el primer pozo de petróleo en 1918.
Acaso el más representativo de la historia neuquina, es el conmemorativo de la fundación de la capital provincial. De forma piramidal se apoyaba sobre un basamento cuadrangular y escalonado, que se había instalado frente al chateau gris, donde funcionaba la casa de gobierno, un chalet de madera de dos plantas, hoy desaparecido. Estaba rodeado de un modesto cerquito de mojones unidos por cadenas.
En el Museo Paraje Confluencia hay documentación que informa la llegada de una delegación capitalina el 12 de setiembre de 1904, que fue recibida por una comisión de vecinos. La integraban el ministro del Interior Joaquín Víctor González representante del Presidente de la Nación, y el gobernador de Río Negro, Eugenio José Tello. Ese día se labró el acta de fundación de la ciudad y se emplazó el monolito.
En 1954, para celebrar el cincuentenario, se trasladó al sitio donde había estado el chateu gris, para dar lugar allí a la colocación del monumento al gral. San Martín. Al mover la pirámide, en el interior del basamento se encontró una caja de madera con monedas de la época y papeles ilegibles estropeados por la humedad. Únicamente se pudo reconocer el membrete que decía “Gobernación de Neuquén”. Dadas las costumbres de esos años, se estima que la caja contenía el acta fundacional de la ciudad.
Actualmente la pirámide está emplazada próxima a la Avenida Argentina, sobre un basamento, más bajo y amplio que el escalonado que tuvo en el primer sitio de implantación.
Es un ícono histórico más que centenario alrededor del cual se realizan los actos conmemorativos de la ciudad.
Copahue y Varvarco tienen ofrendas con nombre propio
La mayoría de este tipo de monumentos son productos surgidos de la iniciativa pública, para rememorar hechos trascendentes como los citados anteriormente.
En otros casos estas edificaciones tienen carácter de homenaje a personas fallecidas, como el instalado en la periferia de Copahue. Recuerda a tres militares que entrenaban en la zona, previamente a realizar la primera expedición científica a la Antártida Argentina. Fueron sorprendidos por una tormenta de viento y nieve y perecieron al no poder regresar al campamento, impedidos por la implacable situación climática. Evoca al Tte. 1° Arnoldo Serrano, al Subteniente Adolfo Ernesto Molinero y al soldado Emiliano Jaime.
Es una pirámide sobre base cuadrangular, asentada sobre un solado circular de piedra de la zona. En las proximidades un cartel indica la referencia histórica. La placa de la pirámide consigna los nombres de quienes se entrenaban, la leyenda “Rindieron sus vidas sirviendo a la patria” y la fecha: 23 de mayo de 1949.
Otra expresión de homenaje con nombre y apellido es el monolito situado en cercanías del cruce de las rutas provinciales N° 43 y N° 54 que lleva a Manzano Amargo y contiene los restos del policía Juan Domingo Cifuentes.
Este hombre, nacido en el paraje Chacay Melewe (1902), ingresó en la policía territorial con veintidós años y prestó servicios en Zapala, Las Coloradas, Tricao Malal, Neuquén, Chos Malal y Andacollo. Su último destino fue a 100 km de esta localidad, en un solitario puesto fronterizo cercano al paso El Tranquero.
Durante una recorrida observó a un grupo de chilenos sospechosos en cercanías del volcán Domuyo, probablemente, contrabandistas. Los alcanzó, pero lo mataron de un disparo y lo arrastraron hasta orillas del río Varvarco. Encontraron sus restos dos puesteros, que lo sepultaron piadosamente. Sumidos en la tristeza quedaron su esposa y doce hijos.
Francisco Vázquez, un peón rural que llevaba mercancía a Chile y volvía con mulas cargadas de mercadería para sus patrones, puso una cruz a la tumba y acomodó unas piedras para que la sostuvieran. A veces encendía una vela al pasar por esas sendas peligrosas y aisladas. Poco a poco y con el tiempo -cosas del sentir popular- empezó a considerar al policía fallecido como su protector durante sus solitarias travesías, según sostiene.
Sergio Hernán Sepúlveda, un abogado y ex policía que investigó el crimen, afirma que el autor del disparo huyó a Chile, de acuerdo a lo que habrían dicho los restantes integrantes del grupo que había sido perseguido por Cifuentes. El caso fue cerrado sin que se hiciera justicia.
Años después, Don Francisco Vázquez guió una expedición para rescatar los restos del policía. Cuando empezaban a perder la esperanza y la búsqueda parecía infructuosa, encontraron una bota que los condujo a los huesos del infortunado. Estaban en buen estado, conservados gracias a la altura y las bajas temperaturas. El cráneo presentaba la perforación de una bala que hallaron en las cercanías.
Finalmente, en un acto al que asistieron familiares y amigos, los depositaron en un monolito construido en las cercanías de Varvarco. Fue el 4 de marzo de 1989.
La inmensidad patagónica alberga varias historias semejantes. “…Al menos lo rescataron; hay otros que aún no han tenido esa suerte. Es lo que pasa cuando se vive lejos del poder”, reflexiona Isidro Belver, profundo conocedor de la historia neuquina.
El paso de un premio Nobel
En el Departamento Lacar hay varios monolitos dispersos. Uno ubicado en la plaza Sarmiento, en el corazón de San Martín de los Andes, recuerda el paso de Pablo Neruda por el pueblo.
Ocurrió en 1949 cuando, huyendo de la persecución del presidente chileno González Videla, cruzó la cordillera por el paso Ilpela y llegó a la localidad con identidad falsa. Miembros del Partido Comunista al que pertenecía Neruda, habían arbitrado los medios para proporcionarle documentación y facilitar su marcha a los dos lados de los Andes.
Le habían indicado que se alojara en un hotel céntrico donde lo aguardaban para llevarlo a Buenos Aires, pero él y su acompañante eligieron el hotel Los Andes, un confortable establecimiento situado entonces en las afueras. Desencontrados, y después de varios días, decidieron ir al pueblo, donde hallaron en el hotel Lacar, situado frente a la plaza Sarmiento, al camarada que los había estado esperando.
Así lo cuenta el escritor en su libro de memorias “Confieso que he vivido”, donde detalla el cruce cordillerano con bellísimos textos descriptivos y cuenta sus andanzas sanmartinenses.
Debido a los frecuentes intercambios de experiencias entre escritores chilenos y argentinos por las actividades evocativas del Premio Nobel, en el marco de la Feria Regional del Libro de San Martín de los Andes, en 2015 se inauguró un monolito en la plaza mencionada.
El sitio es uno de los lugares donde se detienen a leer los autores y vecinos que participan en las llamadas “caravanas nerudianas” que se realizan anualmente y consisten en caminatas con postas de lecturas, entre el lago Lacar y el hotel donde se alojó el autor del encendido discurso, conocido como “Yo acuso”, que desató la furia presidencial y ordenó su persecución.
Raro y singular
Bien distinto y peculiar si los hay, es un monolito que se encuentra en el predio del Regimiento de Caballería de Exploradores de Montaña 4 “Coraceros General Lavalle”, en el sector donde está el cementerio de equinos, frente a la ruta provincial N° 62.
Se halla en el centro de otras construcciones similares más bajas, donde están sepultados distintos animales que fueron decisivos en el accionar de sus jinetes. Se trata de un homenaje “al caballo desconocido” dice la placa adherida a la mampostería. Delante del conjunto, un cartel de madera tiene tallada la inscripción: “Coraceros. Aquí descansan los caballos que dieron gloria al C4. Salúdalos”.
El Regimiento tiene otras particularidades además de esa necrópolis. Entre ellas, albergar una de las tres fanfarrias que existen en el mundo. Estas son bandas de instrumentos musicales de metal que pueden incluir percusión. De aquellas tres, dos son argentinas: la fanfarria El Hinojal del regimiento sanmartinense y la fanfarria Alto Perú, del Regimiento de Granaderos a Caballo.
Otra peculiaridad es que se trata del único regimiento de caballería del país que cumple funciones operacionales (en líneas generales: planificación, información, coordinación, supervisión, etc.) en situaciones especiales.
El caso es que el monolito que evoca al “caballo desconocido” es único en la provincia, probablemente lo sea en toda la Patagonia, y acaso en el país.
Ana María de Mena (anamariademena@gmail.com)
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Artículo escrito por Ana María de Mena para Más Neuquén
Fuentes informativas:
- Monumento a José de San Martín y monolito fundacional, Neuquén Informa, 27-92012.
- La historia del policía neuquino sepultado 55 años en la cordillera y su fiel custodio, en diario Río Negro, 26-7-2020.
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