1973: Toda la atención de los partidos políticos neuquinos se dirigió a un pueblo y dos parajes: Barrancas, La Ciénaga y Cerro del León. Volvieron a votar luego de la elección del 11 de marzo, debido a que se anularon las tres mesas correspondientes a aquellas localidades. Imprecisiones formales de las autoridades de mesa obligaron a la Junta Electoral a una nueva —complementaria— convocatoria a las urnas.
El MPN estaba a solo 73 votos de evitar el ballotage y alzarse con la gobernación. El radicalismo a tres votos de obtener un único diputado provincial. El Frejuli (peronismo) quería evitar a toda costa que el MPN ganara en primera vuelta.
La siguiente, es una crónica de época de la revista Siete Días, que despertará más de una sonrisa.
Comicios complementarios en tres poblaciones neuquinas.
El domingo 1º de abril tres poblaciones de la provincia de Neuquén vivieron una jornada insólita. Ese día toda la atención de los partidos políticos convergió sobre los pequeños villorrios de Barrancas, La Ciénaga y Cerro del León. Es que en esos apartados parajes volvieron a votar los inscriptos para la consulta del 11 de marzo. Un hecho singular: en el ámbito de la provincia la elección quedó incompleta al anularse —precisamente— las tres mesas correspondientes a aquellas localidades. Imprecisiones formales de las autoridades de mesa obligaron a la Junta Electoral a una nueva —complementaria— convocatoria a las urnas. Enclavado en una agreste zona, el pueblo de Barrancas concitó el mayor despliegue de las legiones partidarias. El resultado habría de definir si el Movimiento Popular Neuquino alcanzaba o no los votos necesarios para evitar una segunda vuelta. Para testimoniar los pormenores de la puja —un chisporroteo político y folklórico— el redactor Daniel Pliner y el fotógrafo Mario Paganetti peregrinaron hasta Barrancas y regresaron cuando ya se conocía el resultado: habrá ballotage.
Alejado de todo signo de civilización, a más de 500 kilómetros de la ciudad de Neuquén, y enclavado en la zona precordillerana justo sobre el límite con Mendoza, el pueblo de Barrancas —alcanzó esa ansiada categoría el 5 de agosto del año pasado— se convirtió la semana pasada en el centro de atención de toda la provincia. Adustos, temerosos, tozuda y dignamente empeñados en sobrevivir en un medio francamente hostil, de rostros agrietados y torvas miradas que denuncian inequívocos ancestros indígenas, sus postergados habitantes se erigieron, el domingo 1º de abril, en árbitros del futuro político del importante estado.
Es que los 293 votos que allí estaban en juego pesaban decisivamente en el resultado final de los comicios del 11 de marzo: por una parte, en Barrancas se decidía si habría o no segunda vuelta —la fórmula Sapag-Del Vas, del Movimiento Popular Neuquino (MPN), alcanzaría el anhelado 50 por ciento con sólo acumular 73 sufragios más que en la elección anterior—; por otro lado, la Unión Cívica Radical —había triunfado anteriormente con 131 votos, contra 56 del MPN— debía obtener el apoyo de apenas tres nuevos electores para aspirar a tener representación en la Cámara de Diputados provincial.
El Frejuli, la tercera fuerza en pugna, sin nada que perder aquí, resolvió dejar de lado antiguas diferencias y aunó esfuerzos con la UCR, guiado por un único objetivo: evitar por todos los medios que las huestes sapagistas se alzaran con la gobernación en la primera vuelta. La especial situación creada, prácticamente inédita en la historia política del país, decidió a Siete Días a movilizar hasta ese lejano Oeste a un fotógrafo y un redactor; tras severas peripecias, consiguieron arribar a ese rústico paraje neuquino un día antes de la elección. Más allá de las implicancias políticas del evento, el informe que se transcribe a continuación pretende reflejar el clima de conmoción y las pintorescas alteraciones que sufrió Barrancas ese día, sin duda el más trascendental de su resignada existencia.
La población fantasma
Si por un momento se deja de lado la confortable hostería del Automóvil Club —una suerte de oasis en medio de la desolación patagónica— el destacamento policial, el edificio de la escuela y el almacén de ramos generales, Barrancas queda apenas reducida a una veintena de miserables casuchas, caprichosamente diseminadas a lo largo de tres o cuatro manzanas. De acuerdo al último censo realizado, su población alcanza a 469 habitantes; claro que para poder dialogar con ellos es necesario llegar hasta allí durante los meses de invierno: con los primeros calores, los barranqueños, obligadamente nómades por la falta de fuentes de trabajo, abandonan el paraje para subir a la cordillera en busca de mejores pastos para las chivas, su único medio de sustento.
«Nosotros no nos quejamos —aseguró Carmen Pérez (64), una nativa que bajó desde la montaña para votar—; vivimos bien: mi marido siembra y cría los animales, los hijos grandes se han ido a trabajar afuera. A veces no los vemos durante meses. . . pero una se acostumbra. Yo hago los trabajos de la casa y, cuando queda tiempo libre, tejo algunas mantas; pero ahora no las pagan como antes: una manta me lleva quince días, apurándome, y apenas si saco 25 mil pesos. Pero no nos quejamos. . .»
Fieles a las antiguas tradiciones araucanas, los varones barranqueños permanecen en la cordillera hasta bien entrado el mes de abril. Entonces emprenden el arduo descenso hacia el pueblo, donde pasan el resto del año entregados a costumbres que en nada difieren de las del resto de los moradores del Norte neuquino: «En ese sentido se parecen a los gitanos —explicó a Siete Días Raúl Verasain, un joven cordobés, maestro en Barrancas durante ocho meses—; el hombre es el rey de la casa, la mujer se dedica a atenderlo, y los chicos son accidentes. Si hay una fiesta, el hombre se chupa y la mujer toca la guitarra para divertirlo. A veces se emborrachan, pelean un poco y gritan, pero son absolutamente pacíficos».
Por lo general, es difícil que los habitantes del lugar manejen dinero en efectivo: víctimas ingenuas de ciertos inescrupulosos comerciantes, cambian sus cueros, carnes y lana por las mercaderías que habrán de consumir durante el invierno. Muchos de ellos cobran sus salarios en bonos que luego canjean, en condiciones obviamente desfavorables: «No tenemos más remedio que caer en sus manos —se lamentó un poblador que prefirió no identificarse—, son los únicos que quieren comprar lo que producimos y hay que vender al precio que nos imponen».
Una circunstancia que da nacimiento a uno de los más influyentes personajes de la región: el dueño del almacén. En el caso de Barrancas, ese rol le cabe a Elem Merusf Elem (47, cuatro hijos), sin duda la persona que mayor predicamento tiene entre los pobladores y, por rara coincidencia, el caudillo radical de la zona. Algo que sirve para explicar por qué Barrancas fue uno de las dos únicas localidades de toda la provincia donde la UCR se alzó con el triunfo: «Elem —acusó un vocero sapagista— es quien les fía mercaderías en las malas épocas. Por lo tanto, es evidente que nadie tiene interés en enemistarse con él».
Ahí vienen los políticos
Las singulares características de tan particular escenario obligaron a los partidos políticos a montar fantásticos operativos tendientes a conseguir la mayor afluencia posible de electores. Un sufragio podía decidir el comicio y, por ende, se hacía necesario localizar uno por uno a los votantes que se hallaban en la montaña con sus animales y a aquellos que, por distintas razones, se encontraban en otros lugares, aunque mantenían su domicilio en Barrancas. Tal fue el celo puesto en este sentido que el MPN llegó a fletar un avión a Río Turbio -Santa Cruz- para trasladar hasta la mesa electoral a un único votante.
La mañana del sábado, un desvencijado colectivo partió desde la sede del MPN en la ciudad de Neuquén; el propio Felipe Sapag, candidato a gobernador, estrechó la mano de una docena de votantes: con sus hijos a cuestas, ellos se animaron a transitar los 500 kilómetros de ripio que median hasta Barrancas: «La gente se presentó espontáneamente —aclaró—, previendo posibles suspicacias, Ester Cabrera (23), militante del Movimiento— porque sabían que nos hacían falta votos. Nosotros no salimos a buscar a nadie».
Sea como sea, lo cierto es que el domingo 1º los habitantes del oculto caserío cordillerano apenas si podían reconocer a su pueblo: decenas de automóviles, procedentes desde todos los rincones de la región, habían arribado a Barrancas portando electores, y hasta llegó un momento en que hubo en el lugar más forasteros que nativos. «La verdad —reconoció un temeroso anciano que rogó a Siete Días que su nombre no fuera publicado— es que estos políticos han puesto al pueblo patas para arriba. No vemos la hora de que todo termine y se vuelvan a su casa».
Obviamente, abundaron las acusaciones de todo calibre: «Ayer —denunció Miguel Ángel Tierno, delegado de la Juventud Peronista en Neuquén, llegado a Barrancas para apoyar a las huestes del radical Elem—, los del MPN cortaron con una topadora un camino por el que debían transitar electores que traíamos desde la montaña. Afortunadamente preveíamos que esto ocurriría y teníamos caballos preparados para que la gente pudiera superar el obstáculo. Han ofrecido plata a los votantes, han emborrachado gente para robarles las libretas. . . Esto parece un país africano en el siglo pasado».
Desde la trinchera opuesta, las acusaciones no eran menos graves: «Esta mañana —manifestó Jorge Centeno (37), líder sapagista de la zona—, dos compañeros nuestros que iban a Huaraco a buscar electores, fueron interceptados por un grupo de personas que, con armas largas, los obligaron a replegarse. Radicamos la denuncia y tres de ellos fueron detenidos. El resto huyó en una camioneta que, curiosamente, fue vista más tarde en la casa de Elem». En rigor de verdad, Siete Días sólo pudo comprobar la existencia de los tres detenidos: la negativa a dialogar del comisario inspector Eduardo Casal —encargado de velar por la seguridad del comicio— impidió precisar las circunstancias en que se produjeron dichas detenciones.
Las invectivas no terminaron allí: «Sapag y Del Vas en persona —expresó Merusf Elem— me ofrecieron la Intendencia de Barrancas, coches cero kilómetro, dinero y todo lo que se pueda imaginar. Pretendían que nosotros le votáramos la lista de gobernador y ellos nos apoyaban votando nuestra Lista de diputados». El día anterior, en la localidad de Chos Malal, a 140 kilómetros de Barrancas, Elías Sapag, presidente del MPN y senador nacional electo, ya había salido al paso de tales acusaciones: «Es una andaluzada —se encrespó—; cuando se va a perder, cualquier justificativo es bueno, y no tenga ninguna duda que mañana los radicales van a perder».
Naturalmente, no todos los cargos que se imputaban los sectores en pugna revestían total seriedad. Así, por ejemplo, la única objeción que puso el MPN a la designación del radical Tato Ortiz como fiscal de la mesa, fue que, poco tiempo antes, había estado preso por robar una vaca. En el mismo sentido, el candidato a vicegobernador por el Frejuli, Emiliano Such, había sido severamente atacado porque, según versiones de la misma fuente, alguna vez emitió un cheque sin fondos. No faltaron, incluso, algunos militantes sapagistas que embistieron contra un candidato a senador por el Frente, a quien, presuntamente, su mujer le era infiel.
Asado con elecciones
La organización establecida por ambos bandos no difería mayormente. Una vez que los votantes arribaban a Barrancas, eran inmediatamente trasladados al cuartel general del grupo al que pertenecían. Los radicales, junto al Frejuli, habían sentado sus reales en la casa de Elem, apenas a dos cuadras del sitio en el que se desarrollaba el comicio. Los sapagistas, por su parte, tenían su centro de operaciones a dos kilómetros del pueblo, en la vieja casona de María Arin, una de las más antiguas habitantes del lugar.
Sendos asados aguardaban a los indiferentes correligionarios. Por rara coincidencia, no se vio una botella de vino sobre las mesas: «Es que éstos se creen que nos vamos a mamar —supuso un joven que había llegado desde Zapala para votar—, y tienen miedo que nos equivoquemos de boleta». Desde allí, los votantes eran llevados hasta la mesa en vehículos especialmente destinados a este fin. En una de las esquinas del edificio de la escuela —allí funcionaba la única urna— los automóviles radicales depositaban a sus electores para que, en grupos de cuatro o cinco, se trasladaran hasta la mesa receptora. Tras una breve cola —los dirigentes evitaron aglomeraciones en la entrada para impedir que unos votantes, en contacto con otros, cambiaran de parecer a último momento— los barranqueños de la UCR abandonaban la escuela y regresaban, en los mismos vehículos, hasta el centro de concentración. En la esquina opuesta, militantes del MPN realizaban con precisión milimétrica el mismo operativo.
Superada esta etapa, y de vuelta en el cuartel general, varios eran los atractivos que se ofrecían a los sacrificados sufragantes. En la sede del MPN, dos vaquillonas y veinte chivos pulcramente asados prometían saciar su apetito. También en la casa de Elem, la masticación se constituyó en la actividad que con mayor fervor emprendieron los ciudadanos. Otra posibilidad, no menos inquietante, era recibir el saludo de Ángel Romero, candidato a gobernador por el Frejuli, especialmente llegado a Barrancas para la ocasión: «Quería estar presente —manifestó a Siete Días— junto a la gente del radicalismo, que está en una postura de solidaridad con nosotros. Venimos darle una mano por si la necesitan» Por último, y siempre en el área radical, quedaba una opción casi obligada: quien se acercara hasta allí no podía menos que detenerse a escuchar, entre bocado y bocado, los estentóreos gritos que profería María Elem, hermana del caudillo, denunciando cómo los señores Monti y Besotti, del MPN, habían tratado de comprarle su voto con diversas clases de ofrecimientos.
Del lado sapagista, el panorama era igualmente alentador. Pero, sin duda, lo que mayor atención concitó fue el poderoso radiotrasmisor con que Jorge Centeno informó a Elías Sapag, establecido en Chos Malal las alternativas del comicio. Según fuente frejulianas no era lo único que transmitía: «Ayer —narró Tierno— interceptamos una emisión en la que se solicitaba a Sapag que mandara relevar al comisario Casa porque no era del todo leal al MPN». Ajenos a tales escaramuzas, los electores ya se habían entregado entusiastamente a los sones de una cueca que partía de la guitarra de Margarita Aguilera, una anciana sapagista que se prestó para animar la prolongada espera.
Indiferente al bullicio, recostado en un rincón, Mateo Maturano (70), el último indígena que queda en Barrancas, rumiaba sus pesares: «Estas canas son tan blancas porque he sufrido mucho, señor. Yo sé muy bien qué es la vida. Y no crea que le voy a decir por quien voté, o ¿usted se cree que porque soy indio, soy un bendito? No, señor, yo sé que es la vida, yo he pasado dos años en alta mar». Ocurre que, entre los neuquinos que habitan esas desoladas regiones, haber conocido el mar es por sí mismo, un símbolo de prestigio. Onías Albornoz, un pequeño barranqueño de 10 años, al ser interrogado por Siete Días sobre este punto no dudó en responder: «¿Cómo no voy a conocer el mar? Yo lo he visto en El Chocón».
Fin de fiesta
«Compañeros —espetó por un altoparlante el sapagista Jorge Centeno—, estamos peleando voto a voto la elección y hay posibilidades de ganarla». El mensaje no produjo el más mínimo eco entre los votantes. «Les pido que esperen un poco —continuó—; al terminar el comicio comeremos otro asado y después los llevaremos a sus casas». Ahora, las apagadas miradas de los barranqueños adquirieron un extraño brillo y la alegría volvió a reinar en el solar ocupado por el MPN.
Cabe preguntarse, claro está, cómo es posible que Centeno anunciara, varias horas antes del cierre del comicio, la forma en que éste se venía desarrollando. Un rápido paseo por la mesa ofreció instantánea respuesta. Bastaba pararse frente a la escuela: según para el lado que salieran caminando los votantes, y de acuerdo al vehículo al que ascendían tras emitir el sufragio, era posible determinar por qué lista había optado. Sabedores de esta circunstancia, los militantes de ambos bandos, parados en cada una de las esquinas podían, de este modo, llevar un anticipo bastante aproximado del escrutinio.
No es de extrañar, pues, que una hora antes del cierre de la mesa, tanto los radicales como los sapagistas ya conocieran, con un mínimo error, el que en definitiva sería el resultado final. Mientras esto ocurría, comenzaban a llegar a Barrancas los resultados de las dos mesas que funcionaron en Cerro del León y La Ciénaga. En la primera localidad, sobre 36 electores habían votado 34 y todos lo habían hecho antes del mediodía. Veinticinco de esos votos correspondieron al MPN y los nueve restantes al Frejuli. En La Ciénaga, la diferencia había sido mayor: 53 para los sapagistas y 15 para el Frente. De esta manera, el MPN había conseguido aumentar su caudal anterior en 27 votos. Sólo restaba aguardar los resultados de Barrancas.
En medio de un clima de tenso nerviosismo, circuló una versión según la cual el teniente primero Traverso, del Décimo Regimiento de Infantería de Montaña con asiento en Covunco —quien junto con quince de sus hombres se encargó de controlar la seguridad durante la jornada electoral—, había mandado a pedir refuerzos previendo que pudieran ocurrir enfrentamientos entre los partidarios de los dos bandos en pugna. Nada de eso sucedió. Un nuevo equívoco habría de suscitarse al conocerse los resultados definitivos. Por un error, les radicales aparecieron con 153 votos —en realidad habían obtenido 143—: las huestes de Elem Merusf Elem dieron rienda suelta a su alegría, habían obtenido representación en la Cámara y eso había que festejarlo.
Las noticias posteriores cayeron como un balde de agua fría sobre la ciudadela radical, ya que por sólo dos votos no habían conseguido alcanzar el 8 por ciento necesario para restarle dos diputados al MPN. Este, por su parte, mejorando en 8 sufragios su performance anterior, había alcanzado 64 votos; un resultado que no bastaba, sin embargo, para evitar la segunda vuelta. El Frejuli apenas si alcanzó 4 votos, aunque conviene recordar que la consigna partidaria fue, en este caso, votar las listas de la UCR. En rigor de verdad, y pese a ser el menos votado, fue el auténtico beneficiario de las mesas complementarias: de acuerdo a las especulaciones de sus dirigentes, la campaña previa al ballotage (en el que competirán el MPN y el Frejuli) contará con la presencia en Neuquén de Cámpora y Abal Medina; algo que, a su juicio, puede revertir los resultados anteriores.
Más allá de tales cálculos, y cuando ya caía la noche del domingo, los estoicos votantes ascendían a los automóviles para emprender el camino de regreso. Uno de ellos, el más escéptico, alcanzó a deslizar este breve comentario: «Dicen que somos brutos porque nos compran el voto por un asado. Y la verdad es que para nosotros todo es lo mismo. Gane quien gane, volveremos a caer en el olvido.»
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
- Agradecimiento especial al sitio web Mágicas Ruinas, que gentilmente ha enviado el artículo escaneado a Más Neuquén. (www.magicasruinas.com.ar)
- El artículo fue publicado en la edición de la revista Siete Días Ilustrado del 9 de abril de 1973
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