Hay hechos que merecen ser escritos, contados o escuchados para que la omisión no los consuma y los condene al olvido. También hay lectores a quienes les interesa estas historias, las que fueron reales y vividas por personas que transitaron y poblaron este territorio, ya sea de a pie, a caballo, en carretas, gente trabajadora, emprendedora, soñadora, que habitaban en un entorno distante de los grandes centros urbanos, hostil y carente, muy distinto al que vivimos actualmente. Un Neuquén territoriano que por el inicio del siglo veinte, más precisamente en el Norte Neuquino, ocupa una vasta porción de valles, volcanes, mallines, verdes extensiones, inhóspitos cerros, piedreros milenarios, lagos y lagunas glaciares, que fueron testigos de muchas epopeyas e historias como la que hoy nos ocupa, la historia de Juan Bautista Lara…
De esta persona no hay mayores datos. Tal vez fue un hábil pirquinero, un conocedor de los entrañables secretos de la tierra. Un conocimiento que corre por las venas profundas y que la tierra no lo brinda a cualquiera. Hablamos del oro, ese metal precioso y codiciado que tantas locuras ha provocado, cegando a más de uno. Tal vez fue devenido minero por necesidad, un obrero de esa ruda profesión, que forma a los hombres de la manera más brutal, o simplemente era oriundo de la zona, hijo de crianceros de chivos y ovejas, que día a día caminaban los faldeos de los cerros al cuidado de sus animales, su único capital, soñando con el progreso (el cual no llega), ansiando una mejor vida. Por ello podemos presumir que fue un diestro conocedor de las huellas andinas, de los recovecos de las trazas y los valles, de los secretos del camino, de esos que solo puede conocer un trashumante o un viajero de aquella minúscula porción de la cordillera andina, nuestra cordillera del norte neuquino, entorno por el cual nuestro protagonista se desplazaba a su antojo .
Corría el año 1902 y Chos Malal todavía era la Capital del Territorio Nacional del Neuquén, ciudad emergente e icónica, que no tenía en sus planes que se le iba a ir de las manos el título de “capital” tan solo dos años después. Gobernaba el Territorio Don Lisandro Olmos y había sido designado como Jefe de Policía su sobrino, Don Arturo Olmos. Allí en esa ciudad vivía Horacio Felix Sautú, quien había sido integrante del Ejército Argentino muchos años antes y participó de las tropas comandadas por el General Don Enrique Godoy, Jefe de la 9na División de Caballería, en la fundación del pueblo de Las Lajas. Este ex funcionario militar, pasó a pertenecer a partir de ese año a la Policía del Territorio Nacional del Neuquén, ingresando como Cabo y designado en la creación de un destacamento en la localidad de Tricao Malal.
El Norte del Territorio era muy transitado por sus sendas de a caballo y por sus huellas de herradura. Había un polo económico consolidado, donde existía el dinero de curso legal para la compra y venta de enseres y animales, pero también existía el pago mediante el oro. Consecuentemente era común que hubiera casas de ramos generales tanto en la capital como en los alrededores y parajes aledaños, los cuáles cumplían una función vital y primordial en la sociedad de aquellos años. Estaban ubicadas de manera estratégica y eran muy concurridas por los pobladores del lugar, por foráneos, por visitantes o viajantes, que iban al solo efecto de abastecerse de cualquier tipo de alimento no perecedero, indumentaria, bebidas alcohólicas, como así también de cualquier otro insumo que fuera necesario, los cuales siempre estaban disponibles en esos comercios camperos. Se podía descansar, tomar algo, reponer fuerzas, interrelacionar con otros parroquianos e inclusive si la ocasión lo ameritaba, hasta a veces se podía descansar en alguna otra dependencia a tal fin. Eran lugares muy conocidos por todos, fueron postas en el camino del viajero, rudo camino que a veces también deparaba sorpresas… y no tan buenas. Su construcción era básica, ladrillones de adobe entrelazados con piso de terreno alisado y el techo que proveyera la vegetación de la zona. Todo resultaba en una construcción ingeniosa que daba fresco en los calores de verano y eran muy térmicas en el invierno.
Al Sur se ubicaba la casa de comercio de la Familia Montero. Podemos imaginar que, habiendo apostado al comercio, les iba muy bien, vivían felices, no tenían grandes preocupaciones que les quitaran el sueño, a excepción de las de la vida diaria comercial y el deseo de prosperar cada día, para vivir una vida más amena en esos tiempos territorianos, lejanos y difíciles.
Pero un día, esa felicidad se vio truncada por un hecho inesperado e imprevisto. La felicidad, de la noche a la mañana se convirtió en tragedia. Juan Bautista Lara, nuestro protagonista, se convirtió en asesino. Tal vez no lo soñó, no era lo que deseaba para su vida, no había proyectado hacerlo, tal vez lo hizo por necesidad, por oportunidad, por deseo o por subsistencia, vaya a saber por qué, pero ese oportunismo imprevisto convirtió una acción de asalto en un homicidio. Ese día la muerte dijo presente, aquí estoy, en un sector despoblado, conjugado con la falta de vías y elementos de comunicación. De un segundo al otro, lo que era apoderarse de un bien ajeno, llevó a Juan Bautista a apoderarse de la vida de otro ser humano sin pedir permiso.
Se fugó, no tenía otra cosa que hacer. La situación lo llevó a huir y lo hizo como sabía, por esas sendas cordilleranas inhóspitas, mirando al cerro Caicayén o al Mayal. O tal vez se imaginó huyendo hacia la Cordillera del Salado, o las puertas de Curaco o la Pampa de Tril. Pero hubo una investigación policial, y esos policías que también eran conocedores del lugar y esas sendas, lo apresaron, fue encarcelado y engrillado en la única comisaría policial y cárcel de esos años, donde actualmente se encuentra el edificio del Museo Histórico de Chos Malal. Allí las condiciones de permanencia tal vez no eran del todo dignas o no eran las mejores, recordemos que en esa época existía el grillete o el cepo de lazo, mecanismos de detención autorizado y avalado por las autoridades. Juan Bautista no soportó el encierro entre cuatro paredes, pero sabiendo que pesaba sobre él una condena a muerte por parte del Juez Letrado Dr. Andrés Herrera, cuándo vio la oportunidad, se fugó nuevamente y buscó el anonimato donde más sabía que podía conseguirlo, en las sendas cordilleranas, entre valles y ríos del Norte Neuquino, mirando hacia el Oeste.
Simultáneamente a este hecho, en la zona se había sucedido otro hecho trágico. Nos referimos a la muerte de Mr. Corydon Hall, en el paraje Milla Michi Có. Este lugar ubicado al Oeste de Chos Malal, ya era por entonces un sector pintoresco, agreste, imponente y bello por donde se lo mire, con grandes cordilleras que tocan el cielo y cerros que devoran el camino, con vegetación achaparrada, reminiscencias de la Cordillera del Viento, donde existía en esa época un portillo de huella de herradura muy transitada, que iba de acá para allá entre subidas y bajadas bifurcadas. Allí de la unión del Arroyo La Primavera y el Raja Palo, nace el arroyo Milla Michicó, detrás del patio donde hoy en día hay una hermosísima casa con rejas sobre el portón de entrada hecha con piedras verdosas de la zona, frente a la Ruta Provincial 43. Siguiendo la senda de tierra que aparta a la izquierda bien abajo, cuándo uno se dirige por la ruta 43 hacia Andacollo y luego de pasar la casa antes descripta, se accede a la ex casa de negocio del Señor Salvador Trotta, cuyo propietario en esos años le alquilaba al yerno del Coronel Olascoaga, el mencionado Mr. Corydon Hall, que era un ciudadano norteamericano, ingeniero de profesión y devenido en comerciante y productor del oro, muy conocido y respetado. Esas casas todavía existen en la actualidad, ocupada por la familia Cáceres y conocida como la casa de Pedro Hentrich. El edificio como tal, su trazado y dependencias siguen intactos, pero con más vegetación, arboleda, no habiendo más mineros, solos crianceros. Allí la desgracia visitó el comercio de Salvador Trotta, siendo ultimados de manera cruel sus dos dependientes y el infortunado Mr. Hall, a quien le cortaron la lengua y torturaron, antes de pasarlo a mejor vida para luego llevarse el oro.
Dos hechos graves en poco tiempo, por lo que las autoridades decidieron enviar a una comitiva de policías territorianos en búsqueda de los homicidas. Le cayó la responsabilidad al Cabo Sautú, quien partió raudamente a caballo por donde actualmente se encuentra la ruta provincial 43, hasta el comercio de Trotta, intentando levantar rastros que ayudaran a la investigación, ya sean huellas o cualquier otro indicio. Lo acompañaba el Oficial Magnasco, encargado de la Comisaría de ese departamento (paraje denominado Guañacos), cuando llegó un vecino denunciando que por la noche habían cruzado el río Neuquén por el paso Guañacos algunas personas sospechosas, rompiendo el candado y cadena que aseguraba el cajón que por un cable acerado servía para cruzar el caudaloso río. Este cajón, especie de jaula con capacidad para embarcar un caballo y un jinete, cerrando las dos puertas en sus extremos, cruzaban el río corriendo el cable sostenido en el aire por dos roldanas. Típico medio de transportes de pasajeros y/o animales, que aún perdura en la actualidad.
Esto lo llevo a pensar al Cabo Sautú y el Oficial Magnasco, que podían ser los criminales de Trotta y Mr. Hall, por lo que armaron inmediatamente una comisión junto a otros tres agentes policiales y dos vecinos baqueanos del lugar, partiendo raudamente todos a caballo en dirección a la cordillera.
Los integrantes de la batida policial fueron leyendo los indicios del terreno, huellas, rastros, ramas quebradas, restos de pernoctadas a campo traviesa, deposiciones de los caballos e inclusive deposiciones corporales de humanos recientes, logrando leer el terreno, encontrando que varias personas que huían habían hecho noche en un rial provisorio, llevándoles ventaja. De a poco la comisión se fue direccionando hacia el paraje Las Lagunas de Epulauquen, pero siempre transitando las huellas de herradura que van por la cordillera, entre cerros y cerros, por lo que el Oficial Magnasco juntamente a dos agentes y uno de los baqueanos particulares, siguieron la marcha más adelante, quedando detrás el Cabo Sautú con otro policía y baqueano, cortando más rastros erráticos. Después de galopar buena distancia y sorteando un bosque andino, estos últimos observaron que el Oficial Magnasco y sus acompañantes, conversaban con un hombre extraño que permanecía de a pie entre los caballos que ellos montaban. Cuando se aproximó el Cabo Sautú, observó al desconocido que estaba parado e inmediatamente lo reconoció como Juan Bautista Lara, quién veinte días antes se había fugado de la cárcel de Chos Malal. Sautú le consultó al Soldado Berra que galopaba a su lado, si le parecía que el hombre que hablaba con Magnasco era Lara. Berra reconoció también inmediatamente al prófugo, advirtiendo a Sautú que Magnasco y los otros no lo conocían.
A pocos metros de llegar a estos y en escasos segundos, el Cabo Sautú pensó una estrategia para la detención, que fuera sorpresiva y poco riesgosa, por lo que se envolvió en su poncho, abrigo habitual en los días muy fríos que siempre reinan en la cordillera, apuró el tranco de su caballo, dirigiéndose directamente al grupo de personas. Llegando imprevistamente con su cara tapada, seguido del soldado Berra y el baqueano, con su revólver policial ya empuñándolo, le afirmó el arma en el pecho a Juan Bautista, madrugándolo, y hablándole con voz muy firme y autoritaria le dijo:
– ¡¿Quién te ha dejado salir?!!
Descendiendo Berra inmediatamente de su caballo y ante la orden de Sautú, tomó a Lara de los codos con un maneador, asegurando su detención. No había esposas ni grilletes, solo un lazo y un maneador de cuero trenzado. Era así… así era en plena cordillera. Juan Bautista Lara tal vez sorprendido pensó, “se terminó, perdí, otra vez volver al frío y oscuro calabozo, a esperar el dictamen de la justicia, la justicia de los hombres”.
Así fue que Sautú y estos hombres atraparon a Juan Bautista Lara. No había fotografías, pues no se contaba con esos recursos ni medios, solo se contaba con un pedido de captura recomendado por escrito por parte de la Policía de Chos Malal. Tampoco había máquinas de escribir.
La marcha de regreso no fue menos penosa. Andar cansino de los caballos, viento helado, sol curtidor de pieles y voluntades, huellas y vados, terreno duro y más duras las piedras, pendientes escabrosas y bardas de piedra cortadas a pique, maitenes solitarios y algún que otro río caudaloso y aguas heladas. Atrás quedó al añejo bosque de ñires y roble pellín de Lagunas de Epulauquen. Ahora los ojos están puestos en el prisionero para que no se vuelva a escapar. Siete noches se tuvieron que hacer por distintos puntos de la zona hasta arribar a la capital Chos Malal. Durante el día las marchas fueron continuas, por las noches cuándo los hombres dormían, rodeaban y custodiaban a su hombre, debiendo asegurarlo con el “cepo de lazo”, atadura que actualmente está en desuso y no es muy conocida. No mortifica ni tortura, pero si aseguraba que Juan Bautista no volviera anhelar su libertad.
Siete días después, al llegar a la comisaría y cárcel de Chos Malal, se abrió la pesada puerta de madera, ingresó Juan Bautista Lara apesadumbrado mirando al piso. Detrás de él venía el Cabo Sautú, anunciándole al Comisario a viva voz:
– ¡Parte para mi Comisario, el comisionado Cabo Sautú, pone a su disposición al detenido Lara…esta comisión finaliza sin novedad…!
Y así fue nomás que se terminaron los días en libertad de Juan Bautista Lara… De los asesinos de Mr. Hall, nunca se supo nada….
Juan Eduardo Medel (juaneduardomedel77@gmail.com)
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fuentes:
- Guardianes del Orden Tomo II de Tomás Heger Wagner
- Memorias de Horacio Félix Sautú
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