Butch Cassidy, el pistolero norteamericano y su banda de secuaces, asolaban la Patagonia austral cometiendo toda clase de desmanes: asaltos, muertes y robos por doquier, no dando tregua a los desprevenidos pobladores sureños. Cortaban las líneas telegráficas para que no pudieran ser delatados y tomados prisioneros en su avance hacia el noroeste patagónico. Lo mismo hacían otras numerosas bandas que asolaban la Patagonia.
Así fue como un día sonó el teléfono en «La Zulemita», retransmitiendo un telegrama de la Oficina de Correos de Sañi Co (cercano a Piedra del Águila), comunicando que: ¡Llegaban los bandoleros..!, y que había que aprestarse a la defensa. Corría, creo, el verano de 1919. El alerta cundió por la zona, y cruzó el Catan Lil, llevando a los Arze la mala nueva.
Don Arze refugió en las cuevas de las rocas próximas, (rucas), a todas las mujeres del personal y sus familias, y alistó sus carros para huir a Chile con la propia, acogiendo para su marcha a toda la familia de Luis Zingoni. Es así que estuvimos instalados en la estancia de Arze, durante 8 días, a la espera de partir para el país vecino, cruzando la cordillera en una carreta especial de ruedas bajas, con dos largas banquetas adosadas a ambas barandas, ubicadas en la parte posterior de su asiento de mando. Mientras los carros comunes, estaban listos y, llenos de pertrechos y vituallas, para abastecerse durante la larga marcha. Seguramente el destino final sería «Los Ángeles», donde tenía su fundo Don Alejandro Arze.
Mientras tanto en «La Zulemita» se bajaron las persianas metálicas de almacenes y galpones, trancándolos con barricadas de fardos de lana.
En sus herrerías se fabricaron con urgencia gruesas barras de hierro, y se trabaron las puertas cancel y otras. Se cerraron todos los postigos de las ventanas, ya protegidas de por sí, con fuertes rejas de hierro.
Y se armó a todo el personal y empleados del negocio, alistándolos para la defensa en caso de ataque. Los empleados, con largas escaleras de mano que había en su galpón sin cielorraso, se encaramaron al altillo, donde se refugiaron y se dispusieron al contraataque. Lamentablemente, debido a la confusión y el pánico que había cundido entre los atemorizados moradores atrincherados en el edificio, un desprevenido tropero de la tropa de carros perdió la vida a favor de las sombras de la noche, por el disparo que le hiciera un empleado de los almacenes, que lo había tomado por un invasor.
Luego de 8 días de espera aguardando la temible banda, ya que no se escuchaba otra cosa en todo el radio circundante, que la escalofriante amenaza a viva voz, de: ¡Llegan los bandoleros… llegan los bandoleros! Y así hasta el infinito. Hasta que un buen día, llegó el tranquilizante mensaje de que los bandoleros habían pasado de largo.
Don Luis, con su familia, se encaminó de regreso a «La Zulemita», muy agradecido de las atenciones de Don Alejandro. Y nosotras, dadas las circunstancias, nos perdimos la aventura de cruzar la cordillera en carreta.
A pesar de que los bandoleros habían pasado de largo, a nuestro regreso, a la puerta cancel se la siguió asegurando permanentemente con la tranca de hierro.
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Fragmento de Sucedió en Catan Lil, 1897-1922 – de Celia Zingoni, Editorial Dunken
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