La nieve cordillerana casi siempre fue motivo de intentos para practicar el esquí. Fundadas las primeras ciudades neuquinas, hubo incursiones para hacerlo en varios rincones provinciales, por pocos pobladores, generalmente europeos, que conocían la forma de deslizarse sobre las tentadoras superficies blancas. Algunos vecinos usaban precarias tablas de madera, o sentados sobre una lona o diario abierto se divertían con la nieve, a finales de los años ’30 y en la década del ’40.
En San Martín de los Andes lo hacían en la llamada Cuesta de O’Grady y el cerro Curruhuinca. Eran “bajadas” con los recursos que hubiera a mano. Pero fue en el cerro Chapelco, a 19 km de San Martín de los Andes, donde comenzó el deporte.
Quien dio los primeros pasos fue Don Federico Graef (1872-1964), topógrafo y geólogo alemán y uno de los fundadores de la Sociedad de Estudios Geográficos de Argentina, quien vivió en San Martín de los Andes una vez retirado de la vida laboral. Hacia 1944 advirtió que el pueblo quedaba aislado durante las grandes nevadas y divulgó las ventajas de esquiar para sortear alguna emergencia.
Decía Don Federico en una nota: “En nuestra región el esquí es un deporte pero también es una necesidad. Durante varios meses al año, puede ser el esquí el único medio para trasladarse de un lugar a otro. Por ello queremos poner al alcance de todos este deporte”.
Por su parte, Toncek Arco, en su libro “Ski deportivo argentino” sostiene: “Durante el invierno de 1945 un grupo de esquiadores de San Martín de los Andes ascendió por primera vez con skies hasta la cumbre del cerro Chapelco, comprobando sus excelentes condiciones para la práctica del ski. El grupo lo integraban Gebhad Müller, S. Janet y Francisco Leotta”. La tradición lugareña señala a Francisco “Quico” Leotta, y Manuel Gómez, como pioneros en el tema.
Así nació, con ilusión y mucha fe
Había dos clubes en el pueblo de cinco mil ochocientos habitantes: el Deportivo y Cultural Independiente y el Andino Lanín. Fue Graef quien sugirió unir las dos entidades y potenciar sus posibilidades. Así nació a las 18 hs del 1° de mayo de 1946 la Asociación Deportiva Cultural Lacar (ADCL).
La presidió el sr. Antonio Peleteiro, secundado por Juan Elorriaga, Carlos Weber, Oscar Oronoz, Carlos Labadie, Virgilio de Pellegrin, Eugenio Araiz, Américo Bisutti, Joaquín González, Luis Cederstörn, José Orazi y Arturo Perícola. Fueron revisores de cuentas Manuel Chidiak, Pedro Elorriaga y Raúl Bellomo. Firmaron el acta de fundación Federico Graef y Perfiter Muñoz.
Simultáneamente a la organización de la nueva entidad, Don Federico impulsaba las excursiones a Chapelco, que hacían desde el pueblo caminando varias horas para llegar hasta 1750/1800 metros de altura. A veces se detenían en el cerro La horqueta, donde el poblador Don Juan Vera les permitía descansar. Los excursionistas habían levantado una construcción de palo a pique, a la que bautizaron “La cocinita”, que les servía para encender fuego para mate e infusiones calientes y, cuando cuadraba, asar carne o chorizos, reponer fuerzas y continuar.
Ya en la cima bajaban esquiando una sola vez, porque debían regresar antes que los sorprendiera la noche. Implicaba mucho tiempo y esfuerzo. Como el entusiasmo por el esquí aumentaba, construyeron un refugio para pernoctar y bajar varias veces al día siguiente.
Luego de desmontar el sector elegido, con la madera provista por Justo Varea, Angel Zanollo y Homero Campos, los voluntarios levantaron un salón de troncos, apoyados unos sobre otros, bajo la dirección del carpintero Frank Niedermayer. Tenía una ventana y una galería para guardar leña seca debajo, para alimentar el fuego. Dos retretes cercanos, uno para varones y otro para mujeres, oficiaban de sanitarios.
Ocurrió una vez que el refugio quedó oculto cubierto por la nieve. Resolvieron la situación construyendo una torre que superaba la altura del techo. De ese modo, cuando el refugio quedaba tapado por el nevazón, ingresaban por allí.
Lo equiparon con seis camas cuchetas con colchonetas de lienzo o cotín, rellenas de paja. Dormían vestidos y se cubrían con mantas que dejaban en el refugio. Niedermayer trasladó una salamandra Instilart, cargándola en sus hombros, lo que consideraron una hazaña dado el itinerario cuesta arriba con algo tan pesado. Unos pocos recipientes para preparar comidas y algo de vajilla completaban el equipamiento.
Graef sugería caminar en fila durante los ascensos, llevando un bolsillo de la mochila abierto, para que al ver colgado de los árboles el liquen llamado “barba de viejo”, seco, lo sacaran y guardaran en ese bolsillo, para encender la leña en el refugio.
Las estadías allí son recordadas como una época dorada por quienes las vivieron. Un cuaderno donde anotaban las novedades y comentarios al que llamaban “Libro del Refugio”, atesora hermosas historias en la nieve.
El entusiasmo superaba lo precario
Los primeros pares de esquíes que se usaron eran caseros, confeccionados con la madera que dispusieran y los sunchos que habían servido para embalar las encomiendas que llegaban, atornillados en los cantos. Las varillas de bronce que se usaban para colgar visillos en las ventanas, también servían para el mismo fin.
Fue Don Guillermo Alder con su creatividad, quien hizo la primera prensa para doblar las puntas, usando rieles metálicos de cortinas para hacer los cantos.
En una entrevista de 1990 Manolo Gómez comentaba; “Aquí todo se hizo a pulmón. Yo he fabricado esquíes para chicos que no los podían comprar (…) Yo fabricaba las tablas, los papás les hacían los herrajes y con eso esquiaban”.
Quico Leotta solía contar de un muchachito que desarmó una bordalesa para usar sus láminas de madera, a las que agregó un par de alpargatas, y con ese ingenioso equipo personal, esquiaba. La cuestión era disfrutar.
Edmundo Demateo cuenta: “Derretíamos estearina, cera virgen y brea en proporciones adecuadas y, mezclándolas bien, las envasábamos en los tubitos en los que se vendían los rollos fotográficos. Con esa mezcla encerábamos los esquíes”. Cuando olvidaban el tubito, para el encerado recurrían a la grasa de las costeletas del almuerzo o la cena.
Sonriendo dice Héctor “Cachi” Quiroga. “Las mezclas para encerar eran medio secretas, porque cada uno tenía su propia fórmula”.
Y con el fin de proteger de la humedad el calzado con que subían caminando, los impermeabilizaban con grasa de pata de caballo, que pedían en el Regimiento. Como el trayecto era largo, las botas y zapatillas igual llegaban mojadas al refugio, donde había un cajón en el que las ponían a secar.
Cuando eran muchos en el interior, dejaban los esquíes afuera y en más de una ocasión el cuero que había sido embadurnado con la grasa de las costeletas que habían comido, era el banquete de los zorros que merodeaban por allí…
Usaban bastones de caña colihue con empuñaduras metálicas caseras y sujetadores con tiras de cuero. También se plantaban cañas para marcar la pista de slalom, muy diferentes a las banderillas flexibles de la actualidad.
Había contratiempos, pero la alegría por disfrutar del esquí los superaba. Y todos, invariablemente, recuerdan con alegría aquellas primeras temporadas.
La sede y Villa Mahuida
El club Lacar heredó la tradición deportiva de las entidades que le habían dado origen y rápidamente se formaron equipos de fútbol, de todas las edades, que participaron en competencias locales, regionales y viajaron a Chile.
Con el tiempo tuvo su sede en la calle Rivadavia y Perito Moreno. Allí se instaló una casita de madera donada por la familia Peleteiro. Años después se construyó el edificio diseñado por Hugo Méndez, bajo la dirección de Harry Kosfelder. Para ello se organizaron asados, locros, rifas, bingos y otros encuentros para reunir fondos.
También hubo socios y directivos del club que aportaron mucho. Se recuerda especialmente a Eugenio Caso, un comerciante que alguna vez ganó el auto de una rifa. Al respecto, Don Américo Astete, otra persona cuya vida está unida a la del club, sostiene: “Cómo no iba a tener suerte con las rifas si Caso compraba talonarios enteros para favorecer a la entidad”.
A fines de los años ’50 se construyó en la base del cerro Chapelco un refugio para albergar a los esquiadores, al que bautizaron Villa Mahuida (que podría traducirse como villa de montaña). Como el Graef, guarda incontables anécdotas enlazadas a la trayectoria de eximios esquiadores que se formaron en sus pistas con auspicio del club.
Volviendo a la sede institucional, en la actualidad incluye un gran salón cubierto con varias canchas marcadas en el piso, gimnasio, oficinas, quincho para reuniones, canchas de fútbol, de tenis, palestra, etc.
En el salón se realizaron fiestas deportivas, familiares, bailes de primavera y de carnaval. Allí nacieron noviazgos que se convirtieron en nuevas familias. También allí se forjaron las historias del tenis, hóckey, básquet, vóleibol, yudo, bochas, escalada, gimnasia deportiva y otras disciplinas. Todas orientadas a la formación física y mental de quienes las practican.
Acompañando la historia del pueblo, ese salón, en 1998, fue el marco elegido por los vecinos para celebrar con un almuerzo, el centenario de San Martín de los Andes. También fue escenario para la presentación de artistas populares como Joan Manuel Serrat y Luis Landriscina; espacio para recibir a deportistas como Martín Jaite, Guillermo Vilas, Ricardo Bochini, Luciana Aymar y otros. Hoy se realiza allí la vacunación preventiva del covid 19…
Un incendio en la casita de madera donde funcionó inicialmente y otro en Villa Mahuida, fueron algunas de las adversidades que afectaron a la institución. Sin embargo, el fervor por ella permitió que fueran superadas, con la suma de las voluntades de los asociados y directivos.
La provincialización del Territorio en 1957 determinó que el refugio Graef y su entorno de una hectárea aproximadamente, fueran motivo de reuniones de negociación, para que la ADLC sostenga sus derechos, que periódicamente se renuevan con los sucesivos concesionarios del cerro Chapelco.
El esquí, la estrella brillante
Al aprendizaje rudimentario del esquí, inicialmente siguieron algunos entrenadores llegados de San Carlos de Bariloche como Roberto Asenjo; después arribaron los europeos, especialmente austríacos, que el club Lácar contrató. Luego, los jóvenes más empedernidos que aprendieron de ellos e hicieron su propia experiencia, se dedicaron a enseñar.
Con mucho entusiasmo se fue forjando un semillero de excelentes deportistas, campeones nacionales que tuvieron destacadísima participación en las pistas de Albertville, Vancouver, Torino, Lillehammer, Sarajevo y en todos los torneos internacionales en los que participaron.
Son tantos que es imposible mencionarlos en el espacio disponible de este artículo. Sin embargo, vale recordar a Américo “Quito” Astete, hijo de un referente del club, que fue el primer olímpico de la institución en 1984 y el primer argentino Delegado Técnico de la Federación Internacional de Ski. Esa vez salió su foto en el diario New York Times al recibir el premio al deportista olímpico más joven. También fue instructor en Saint Christoph, el famoso centro mundial de esquí, de Austria.
La entidad también fue pionera en el desarrollo del snowboard y las disciplinas mencionadas, donde sobresalieron, y sobresalen, excelentes deportistas que llevan los colores del club y el sello cordillerano donde se desempeñan. Sería inacabable mencionarlos a todos.
Vale subrayar que avatares como los incendios, no empañaron la organización del Primer Campeonato Provincial de Esquí de Neuquén que se jugó en las pistas de Chapelco con la organización del club Lácar.
Por otro lado, sería interminable citar a todos los colaboradores y socios que contribuyeron a forjarlo, sin omitir alguno. En representación de todos, basta citar a quienes lo presidieron, algunos en más de una oportunidad. Sus nombres alfabéticamente ordenados son: Ramón Asmar, Américo Astete, Daniel Caviglia, Luis Croceri, Juan Koller, Carlos Labadie, Luis Leotta, David Naiman, Abraham Neiman, Antonio Peleteiro, Héctor Quiroga, Leopoldo Rodríguez, Pedro Omar Rodríguez, Daniel Romano, Jorge Taylor, Ramón Villalba y Carlos Weber.
Finalmente, vale señalar que, situada en el corazón del casco urbano y en el de muchos sanmartinenses la Asociación Cultural Deportiva Lacar es un club pionero en la historia del esquí neuquino. El esquí es la estrella brillante, pero es una en el amplio cielo donde también resplandecen otras constelaciones sociales y deportivas.
Ana María de Mena (anamariademena@gmail.com)
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Artículo escrito por Ana María de Mena, para Más Neuquén
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