Fue una Nochebuena muy particular. Hubo mucho ruido en la festividad cristiana de los habitantes de la aldea neuquina. También hubo alivio, tras comprobarse que las explosiones bien pudieron desatar una tragedia.
Luego de una jornada calurosa y calma, las familias que habitaban en la ciudad de Neuquén, recién empezaban el brindis de la medianoche, cuando una fuerte explosión los sobresaltó. El primer pensamiento de la mayoría, apuntó a determinar quién podría haber producido semejante estallido para festejar la llegada de la Navidad. Pero no habían podido cerrar el interrogante, cuando otras detonaciones de distinto nivel les indicaron a todos que algo ajeno a la fiesta tradicional estaba ocurriendo.
Fueron innumerables los estallidos. Y cuando los vecinos salieron de sus viviendas para mirar hacia el sector de donde provenían los ruidos, comprobaron que cada explosión era continuada en el aire con algo parecido a fuegos artificiales. La visibilidad se facilitaba porque entonces Neuquén era una ciudad chata, que permitía la observación del horizonte por sobre los techos de chapas.
El cielo despejado sumó a sus mil estrellas las luces fugaces de elementos que explotaban en el aire, conformando un cuadro de misterio casi alucinante. Fue un espectáculo increíble e inolvidable para quienes lo presenciaron. Lo que en realidad había ocurrido era el estallido de uno de los cinco depósitos de municiones que la guarnición militar Neuquén tenía en el establecimiento conocido como “La Sirena”, al fondo de lo que hoy es la calle Gobernador Anaya. Allí funcionaba en la década del 50 lo que se llamaba el “Taller de Mantenimiento” de la guarnición militar y en el mismo predio había una chacra y los polvorines. Este episodio ocurrió en la noche del 24 al 25 de diciembre de 1954.
Aquella Navidad, como siempre ocurre, era esperada con ansiedad por todo lo que la festividad encierra y porque siempre las reglas de convivencia dentro del cuartel se hacen más flexibles. Tanto, que los soldados se habían puesto de acuerdo, con la venia de los superiores, para que los que vivían en la provincia de Buenos Aires viajaran a visitar a sus familias para Navidad y retomaran en forma inmediata para que los “chatos de la zona” pasaran fuera del cuartel el fin de año.
A las 0.10 hs se escuchó la primera detonación. “Fueron detonaciones muy fuertes. Escuchamos al soldado de guardia dar la voz de alerta y al oficial de servicio ordenarnos correr hacia la sala de armas para buscar nuestros fusiles”, evocaba Benjamín Dyke, que en aquella noche, como parte de sus obligaciones como soldado, cubría el principal puesto de guardia del establecimiento militar. “Eramos unas 20 personas las que estábamos allí recibiendo la Navidad. Tomamos las armas y corrimos hacia los polvorines, pero cuando estábamos a unos 150 metros, comprobamos que se trataba de explosiones producidas por las municiones que estaban en uno de los depósitos. Nos ordenaron retirarnos. “Para entonces llegaron los bomberos y la plana mayor del Ejército. Las explosiones continuaron y veíamos como estallaban los proyectiles en el aire”. Las explosiones se escucharon en todo el pueblo. Y hasta de localidades vecinas comenzaron a arribar curiosos. En ese tiempo estaba en construcción lo que sería luego la ruta nacional 22 en el tramo que hoy ocupa la multitrocha. Hasta ese lugar dejaron avanzar a los vecinos, quienes podían presenciar el dantesco espectáculo a cuyo ruido y luminosidad se sumaba el misterio del origen del fenómeno, algo que luego quedaría entre los secretos bien guardados de la Institución Militar. Según Dyke “las explosiones siguieron hasta las 4.30. A las 6, los bomberos se aprestaron para recorrer la zona, pero otra fuerte explosión los conmovió a todos y desistieron de avanzar. Pero ésa fue la última explosión. Nadie se acercó a los polvorines hasta que algunos días después vinieron expertos militares desde Buenos Aires y realizaron las inspecciones”. Tanto civiles como militares, encontraron sembrado el suelo de restos de proyectiles de morteros y cañones a muchos centenares de metros del lugar de las explosiones. La búsqueda de dichos elementos fue una misión de muchos durante los días siguientes.
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Fuente: Revista por siempre Neuquén, Año 3, n° 8, Septiembre del 2000. Cuando “reventó” un polvorín, por Ricardo Villar
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