Los campos de Ranquilón eran un lugar apacible, un símbolo de vida debido a la fertilidad de su amplio valle. Por lo tanto era también una zona apropiada para reuniones, festividades y grandes parlamentos entre las distintas tribus. Dispersas en toda esa extensión, vivían las 32 tribus cuyos caciques y capitanejos respondían a la autoridad de Purrán. Juntos podían reunir, al decir de Olascoaga, de 5.000 a 6.000 lanzas.
Félix o Feliciano Purrán había nacido en La Chimba, Mendoza. Era el cacique principal de los pehuenches. Sus dominios abarcaban desde el arroyo Lonquimay en Chile al río Neuquén y desde los Andes al río Colorado. Se lo consideraba un gran jinete, de asombrosa agilidad. El teniente Guillermo Pechman, que participó de su captura, lo describió así:
“Altura 1,70 más o menos, muy grueso, casi lampiño, poco bigote sobre el borde del labio, cara redonda, ojos negros y de mirar simpático, tenía el pelo recortado sobre los hombros como cualquier gaucho, vestía camisa blanca, saco y chiripá de paño negro, calzoncillo cribao y botas de caña, no muy largas, sombrero de paja.”
La fluida vinculación que tenía Purrán con las autoridades chilenas era bien conocida por el general Roca, a quien le suscitaban, además, una gran preocupación las ventajas económicas que obtenían los hacendados del país trasandino con esa relación:
“Casi todos los caciques de estas tribus [los pehuenches] acuden al llamado de las autoridades Chilenas, y el principal de todos ellos, Feliciano Purrán, que tiene su residencia en Campanario, 12 leguas al Sur del Neuquén, que se titula Gobernador y General, y además muy rico, recibe sueldo del Gobierno Chileno para hacer respetar los intereses y la vida de sus ciudadanos […].
Otras veces arriendan sus tierras, y los ganados Chilenos suelen vivir largas temporadas entre ellos, sin que sufran sus intereses. Se calcula que sólo en esa parte se invernan en los potreros naturales que forma la Cordillera, de 20 a 30 mil cabezas anualmente.
Dejo a juicio del lector, calcular las ventajas que se pueden sacar de la relación con esos indios semi-civilizados, que tienen amor al suelo en que han nacido, porque viven en medio de una naturaleza espléndida; que son negociantes y agricultores a la vez, pues cultivan maíz, trigo cebada y otros cereales…”
Desde que ha asumido como ministro de Guerra, Julio Argentino Roca escribe cartas y publica en la prensa su pensamiento, casi compulsivamente. Es que se le está agotando la paciencia y no está dispuesto a seguir perdiendo tiempo: hay que terminar con esos “salvajes y maloneros”
Abril de 1879 en el norte neuquino. La zona se inquieta ante los preparativos de la expedición militar que a esta altura ya es inminente. Los chasquis y “vichadores” traen noticias poco auspiciosas sobre las avanzadas de los blancos, ya que han detectado la presencia de baqueanos y choiqueros. Además, es preocupante el movimiento del ejército en el sur de Mendoza: armas, mulas, caballos, vituallas, formaciones y maniobras.
Ante la inminencia del peligro, Purrán hizo correr la “flecha de la guerra” y convocó a un auca trabún donde tenían que estar todas las tribus amigas. Nadie podía faltar, había que tratar asuntos de guerra. El encuentro se produjo en la amplia llanura ubicada entre las sierras de Ranquilón y Huillincay. Las sendas de Colipilli, Norquín y Hualcupen fueron trajinadas esos días por representantes de toda la Pehuenia. La gravedad del momento así lo imponía.
Auca trabún (o “awcachraun”): en lengua mapuche, este término alude a cualquier tipo de encuentro o parlamento para deliberar y tomar decisión sobre algún tema en particular, que atañe a los intereses de las partes intervinientes.
Según relata Gregorio Álvarez, a este parlamento asistió un gran número de guerreros, mujeres y ancianos, dispuestos a escuchar las discusiones acerca de tan crucial disyuntiva que tenían que enfrentar: ir a la guerra o entregarse inerme al invasor. De acuerdo a los testimonios recogidos por el citado autor, Purrán habría pronunciado en esa ocasión el siguiente discurso:
“El huinca pillo y ladrón, una vez más nos amenaza con traernos la guerra para apoderarse de muestro mapu [tierra] y nuestro cullín [hacienda]. Si nos quita lo que más queremos, ¿adónde iremos a parar? ¿cómo podremos vivir?. Nuestra suerte ha sido siempre sufrir, ¿hasta cuándo hemos de aguantar la insolencia del intruso que se ampara en su tralcas y nos matan sin piedad. ¿No tienen ellos un dios como lo tenemos nosotros que les ilumine el pensamiento y le haga comprender la injusticia que cometen? ¿no somos acaso hombres como ellos? ¿no tenemos familia, mujeres, niños y ancianos que no pueden defenderse y han de sufrir la guerra que nos hacen? […]
El huinca al parecer no quiere hacer tratos con nosotros ¿Acaso los pehuenches tenemos la culpa de que los huilliches salineros y ranquilches les hagan los malones?… Quiere robarnos nuestras tierras para hacer pueblos y obligarnos a trabajar para su provecho. Quiere privarnos de nuestra libertad, quiere acorralamos contra la cordillera y echarnos de nuestros campos donde nacieron nuestros padres, nuestros hijos y deben nacer nuestros nietos; quiere llevarnos cautivos a nuestra mujeres, a nuestros hijos para servir como esclavos en las ciudades; quiere que no defendamos nuestra libertad como hombres porque quiere que muramos como trehuas [perros]. Cada día es más triste nuestra vida.”
El movimiento fue intenso en el supuesto desierto. Escapados de las pampas y empujados por las garras del ejército, un numeroso contingente de ranqueles y otras parcialidades habían llegado a la región. Buscaban refugio y salvación en las tolderías de la cordillera luego de haber cruzado el territorio del Colorado. La eficacia del armamento de las tropas militares, los mortales fusiles Remington y la acción envolvente desplegada por las divisiones del ejército, no dejaron resquicio para escapar. Las fuerzas del Gral. Roca esta vez no se detuvieron como lo habían hecho en otros tiempos, en otras campañas.
Purrán decidió convocar a todas las tribus del norte neuquino a una guerra defensiva. Debían abandonar las tierras amenazadas y refugiarse en la margen derecha del Mucúm (Río Agrio). Para confundir al adversario, los grupos indígenas simularían retirarse hacia la cordillera poniendo como separación la pampa del Salado, esperando que al ejército se le agotaran los víveres y animales. Además, a lo largo del río Neuquén se establecerían los espías o “vichadores”. Dentro del plan del cacique pehuenche también figuraba el hostigamiento a las guarniciones militares y el robo de las caballadas.
El tiempo apremiaba. Cada vez eran más los aborígenes fugitivos que llegaban a la zona. La viruela, a la cual se agregó el hambre, comenzó a hacer estragos. Se acentuó la desmoralización y la impotencia ante el avasallante enemigo.
“Su mundo se derrumbaba […]. Era el dolor de verse obligado a dejar la tierra de sus antepasados, que habían cuidado para la comunidad […] era, en fin, la imposición de un no deseable modo de vivir; vagar por los desiertos inhóspitos o verse en la alternativa de mendigar refugio y hospitalidad […] o perder el derecho a la libertad…”
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fuentes:
“Purrán”, de Gregorio Álvarez
“Chos Malal, entre el olvido y la pasión – Historia de la primera capital del Neuquén, desde sus orígenes hasta los años 70” – Carlos Aníbal Lator – Cecilia Inés arias – María del Carmen Gorrochategui – Daniel Esteban Manoukian
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