Comenzaban los primeros años en la “Patagonia Norte” sin los indígenas (ante el éxito de la mal llamada “Conquista del Desierto” 1) quienes ante el empuje de los ejércitos argentinos se replegaron a parajes aislados, o sin importancia económica para el Gobierno Central. Durante los últimos años del siglo XIX el Estado continuó con lo que se llamó la “pacificación de los Territorios Nacionales”, es decir la continuación de una guerra a sangre y fuego para desposeer a nuestros antepasados.
Contra los indios todas las armas se usaron con generosidad: el disparo de fusil, el incendio de sus chozas, y luego, en forma más paternal, se empleó la Ley y el alcohol. El abogado se hizo especialista en el despojo de sus campos, el Juez los condenó cuando protestaron, el sacerdote los condenó con el fuego eterno. Por fin, el alcohol consumó al aniquilamiento de una raza soberbia, cuyas proezas, valentía y belleza, quedaron grabadas en antiguos escritos de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX.
A principios de siglo XX la zona que se denominaba “Paraje Correntoso” o “Correntoso” estaba prácticamente deshabitada. De acuerdo a estimaciones del Ministerio de Agricultura, a través de la Dirección General de Tierras, se consideraba que la habitaban unas cincuenta personas. Estas cifras, eran solo estimativas, pues las poblaciones existentes correspondían a extranjeros que no poseían la titularidad de las tierras, lo que imposibilitaba tener un censo real y concreto sobre esta región2.
La zona del Nahuel Huapi – donde se instalaría después la colonia agrícola-ganadera del mismo nombre – había sido centro de diversos estudios por parte de especialistas que auguraban un brillante futuro para esta región. En 1881, antes de la firma del Tratado de Límites con Chile, el perito Francisco P. Moreno, Director del Museo de La Plata, había contratado a diversos profesionales europeos como los señores Burckhardtd, Roth, Hauthal, Wehrlí y Delachaux que realizaron complejos informes sobre las condiciones de la región y levantaron cartas geográficas muy precisas.
También dieron su aporte científico sobre la flora regional, el suizo Georges Claroz (1882), Gustave Nierderlein que había venido con la expedición de Roca en 1879, el Dr. F. Kurtz, catedrático de Botánica en Córdoba (1887) y los especialistas Carlos Spegazzini y M. Mauri entre 1896 y 1898. Los informes del suizo Otto Asp (1900) del ingeniero Abel Fernández (1902) alcanzaron renombre en el conocimiento de una región que el perito Moreno se encargaba en 1899 de presentar en los foros científicos más renombrados de la época tales como la Sociedad Geográfica de Londres.
En 1902, una vez finalizado el diferendo limítrofe con Chile, mediante el laudo arbitral del Rey Eduardo VII, el proceso de ocupación de la Patagonia ingresaba en una nueva etapa.
Anteriormente, el 6 de marzo de 1896, había sido promulgado un Decreto por el Poder Ejecutivo Nacional, por el cual se creaba la Colonia Agrícola – pastoril Nahuel Huapi 3 en el perímetro del lago del mismo nombre, con una superficie de 47.500 hectáreas (aunque esta superficie original posteriormente fue ampliada).
Pero no fue hasta que se superó el mencionado conflicto con Chile, que el gobierno nacional, encabezado por el entonces presidente Julio A. Roca, encomendó la puesta en marcha en forma concreta del plan de radicación diseñado en el área.
Manteniendo esta política pone en práctica su proyecto de poblar, en forma concreta, el sur argentino. El 3 de mayo de 1902 mediante un Decreto del Poder Ejecutivo Nacional, firmado por el mismo Presidente de la Nación formaliza la reserva para pueblos de acuerdo al plano de mensura ejecutado por el ingeniero Apolinario J. Lucero de la Colonia de referencia.
Fue así como, para tal fin, el Ministerio de Agricultura a cargo de Wenceslao Escalante incentivó la: “División de Tierras y Colonias”, bajo la jurisdicción de la Dirección General de Tierras y el ministerio mencionado. Un plan de entrega de tierras en condiciones favorables para los nuevos colonos fomentaba el objetivo de poblar aquellos parajes que estuvieran particularmente ubicados en los límites establecidos con el vecino país. Nace de este proyecto la Colonia Pastoril Agrícola – ganadera Nahuel Huapi. Extensiones de 625 hectáreas, que representaba, como se ha mencionado anteriormente, poco menos de un cuarto de legua cuadrada; medida ésta – la legua – muy utilizada en la antigüedad para vastas extensiones.
La primera oferta pública – realizada en Buenos Aires el 18 de septiembre de 1902 – fue todo un éxito en lo que a cantidad de postulantes se refiere. Para un total de ciento treinta y cinco lotes disponibles, se presentaron casi seiscientas solicitudes. Sin embargo, cabe la aclaración de que más del setenta por ciento de los originalmente adjudicados, nunca llegaron a ocupar los lotes pastoriles asignados.
Esto se debía al alto costo de traslado y asentamiento en el lote, lo imponente de la forestación en el lugar, así como el aspecto de desolación que presentaba la zona. El gobierno por su parte, no daba ningún otro tipo de apoyo, como no fuera la adjudicación del lote bajo las condiciones mencionadas. Se recuerda que, inicialmente, a los colonos – que en su gran mayoría eran europeos- se les entregaban subsidios. Estos buscaban facilitar la radicación de los mismos desde Buenos Aires, para iniciar sus actividades en la nueva Colonia, o incluso para la compra de los pasajes del resto de la familia que se encontraba, aún, en Europa.
Con fecha 27 de diciembre de 1902, la Dirección General de Tierras encarga al ingeniero Apolinario Lucero, el mismo profesional que había supervisado el trabajo de relevamiento y mensura de los lotes pastoriles de la Colonia Nahuel Huapi, para poner formalmente en posesión a los nuevos colonos en sus respectivas parcelas.
En un amplio informe del ingeniero Apolinario Lucero, fechado el 30 de septiembre de 1903, tras su visita a la zona, demuestra su preocupación en referencia a la gran cantidad de habitantes extranjeros, en su gran mayoría chilotes – se refiere a los nativos de la isla de Chiloé – así como también norteamericanos, españoles, italianos y alemanes. Sobre aquel año, se consideraba que menos del cinco por ciento de los pobladores eran de nacionalidad argentina. Asimismo los extranjeros, como requisito indispensable, debían solicitar la carta de ciudadanía argentina para acceder a los derechos como habitante de esta tierra y la adjudicación de algún lote de los ofrecidos por el Estado nacional.
Pero aquellos inicios no fueron tan satisfactorios, según recuerda José Marimón en 1904, cuando escribía: “…porque llevada a la práctica la nueva Colonia Nahuel Huapi fue un fracaso, es de ahí que deduzco la conclusión que los que no conocen no se dan cuenta del por qué esta Colonia quedó aletargada en el tiempo. Y digo por un tiempo porque a la fecha creo que están tomados la mayoría de los lotes declarados caducos por nuevos colonos, por colonos de verdad, que desean trabajar y que disponen de recursos para ello”.
“Con el elemento colonizador que obtuvo tierras, los que vivían aquí, los que estaban radicados y conocían el terreno no consiguieron obtener lotes dada la enorme cantidad de solicitudes que no pudieron ser despachadas. Pero se tenía la seguridad de que pasado el furor y una vez que los colonos hicieran una inspección a estas tierras, se tendrían lotes a elegir entre la masa innumerable de los caducos”.
“Y fue así que llegaron aquí una serie de colonos a reconocer la tierra que habían adquirido, y su sorpresa fue grande cuando en vez de encontrar pampas limpias e interminables como esperaban, encontráronse con bosques impenetrables cuyos árboles, testigos mudos de muchas edades, amenazaban con su poderosa silueta a los flamantes colonos a quienes no les faltaban el cuerno de caza y los perros de raza, mientras habían olvidado el arma más importante para estos parajes: el hacha y el azadón”.
El trámite para obtener un lote pastoril se realizaba en Buenos Aires. Sólo en dos oportunidades se hicieron ofertas públicas en la ciudad de Neuquén, lo que dificultaba a los pobladores (por razones de costos e incomodidad por lo extenso del viaje) legalizar su adjudicación. Este hecho favoreció la radicación de pobladores en situación irregular en los lotes sin ocupación.
Resultaban numerosos los pobladores de nacionalidad chilena 4 que ocupaban estos lotes sin el permiso oficial correspondiente. Esto se debía, según nos recuerda José Marimón a que: “…las tierras se entregaban al trabajador de la tierra en que va a actuar, pero nunca será para aquel colono que está acostumbrado a las facilidades que le brinda la rica tierra de la provincia de Buenos Aires, donde son pampas y no hay que desmontar y que sólo un pequeño esfuerzo es bastante para un rendimiento agrícola exuberante. Por eso aquí el brazo útil, es el desheredado del Pacífico que se están estableciendo desde hace tiempo. El “roto” chileno como vulgarmente se la llama, o el indígena, son los verdaderos colonos que pueden prosperar en estas regiones de base agrícola”.
“Por eso mismo es que saco en conclusión, que el colono que puede vivir aquí, es aquel que no tenga grandes ambiciones, que se conforme con elevarse lentamente y no en proporciones gigantescas, como pretendieron los primeros colonos que vinieron desde la metrópoli sin elementos a colonizar el Nahuel Huapi. El chileno, alambicaba la tierra y la producción en su país, emigra al Neuquén donde goza de un bienestar relativo. Pero igual hay que tener en cuenta que en Chile, el “roto” hace una vida frugal, extremadamente económica; el “Chaco” (ñaco: trigo tostado y luego molido al que se le agregaba agua) es su principal alimento, tan elemental que un hombre puede vivir regularmente comiendo rara vez carne”.
Para dar un claro ejemplo del modo en que el poblador chileno valoraba la tierra argentina, basta recordar una conversación entre José Marimón y un armador de vapor chileno en Puyehue. El argentino recuerda el hecho: “…cuando le anuncié que nuestro gobierno había decretado la colonización del Nahuel Haupi y a ese efecto había concedido gratuitamente (en concesión) la cantidad de seiscientas veinticinco hectáreas a cada colono”: quedó confundido. Su contestación fue: “…entonces el gobierno argentino hace ricos a los hombres en un día”. Pero cuando le dije que la mayor parte de los lotes adjudicados habían sido declarados caducos a causa de que los colonos no habían hecho acto de posesión de los mismos, se quedó dudando de mi aseveración.
El 24 de octubre de 1905, el Ministerio de Agricultura designó a un ingeniero civil de 43 años para realizar la mensura definitiva de la Colonia Nahuel Haupi: el sanjuanino Eliseo Ignacio Schieroni. Éste, se radicó en el verano de 1906 en Bariloche, proveniente de Viedma, donde se encontraba desde 1900, cuando contrajo enlace con la rionegrina María Mercedes Balda, trece años menor que él.
Schieroni confeccionó los planos definitivos de la Colonia, así como la delimitación específica, para la futura fundación de pueblos dentro de la zona de referencia.
Los usos y costumbres 5 de los primeros colonos no estaban exentos de enormes sacrificios y privaciones en estos hermosos, pero solitarios paisajes, apenas se iniciaba el siglo XX. Estos primeros pobladores eran de condición muy humilde, lo que resaltaba aún más, el esfuerzo que representaba el diario subsistir. Se trabajaba la tierra con plantaciones de la clásica huerta y algunos frutales (manzanos, ciruelos) para el uso de la familia. Se sembraba en cantidad y variedad: trigo, avena, cebolla, papa, repollo, arveja, haba y zanahoria. También se tenían animales: caballos, bueyes y vacas. Con el ordeñe de éstas se obtenía la leche fresca de cada día, y se preparaba queso y manteca para el consumo familiar y para vender o hacer trueque, tanto en el almacén de don Juan, hoy el “Boliche Viejo”, junto al río Limay, como en el almacén de Ramos Generales de la Compañía La Chile Argentina (en el pueblo de “San Carlos”).
Por la generosidad y riqueza de la tierra, en primavera con sólo diez vacas, además de la leche de uso diario familiar, se lograban hacer quesos que, según escritos de la época, variaban entre tres y seis kilos.
Así pues, se llevaban productos como trigo, avena, carne, dulces, cueros, tejidos, quesos, manteca y leche y se traía a cambio otros elementos de uso diario como azúcar, harina, vino, sal y aceite. La comercialización de estos productos por parte de los colonos se realizaba a través de las embarcaciones “Cachirulo” y “El Cóndor” (ambas propiedades de Primo Capraro) que recorrían periódicamente los distintos parajes y poblaciones costeras. También los colonos solían realizar viajes a caballo, hasta el pequeño pueblo de “San Carlos” pero se demoraba hasta cuatro días en ir y volver, razón por la cual, a medida que pasaron los años, el medio de comunicación lacustre fue el más utilizado.
Para conservar para el invierno, era utilizado el sistema – de uso común en Chile y heredado de la cultura indígena – denominado “Chenque”, donde en un pozo se colocaban las verduras, luego se tapaban con una cobertura de palos, apoyados unos con otros (formando un cono) y luego se tapaba con barro y “champas” de pasto. Este sistema permitía mantener con baja temperatura y humedad, hasta la llegada de la primavera.
Las construcciones variaban en su tipo. Las más precarias no contaban con ventanas con vidrios, utilizándose bolsas para su protección y se recubrían las paredes interiores con papel de diario para obtener mayor aislación durante los duros inviernos. También existían otras construidas con una mejor terminación contando con el sistema de época denominado “palo a pique” que consistía en una rústica técnica con ciprés (la madera más utilizada por ser de mayor dureza y calidad, el coihue – la otra madera común de la zona – era utilizado para construcciones de menor importancia) donde colocados los troncos enterrados verticalmente uno al lado del otro le daban forma a las paredes.
La otra técnica también utilizada, más compleja – y con la mano de obra de los artesanos chilenos conocedores del trabajo en madera – se denominaba “block house”; ésta consistía en troncos aserrados a mano, en por lo menos tres caras, y se iban colocando en forma horizontal trabados unos con otros. Posteriormente comenzaron a construirse viviendas con basamentos de piedra, instalando lucarnas en la planta alta – para mejorar el ingreso de luz – y techos de tejuelas de alerce.
Las vestimentas eran acordes a la situación. Periódicamente, en algún viaje al pueblo de “San Carlos” se compraba lo imprescindible, aunque era muy común la compra de tela por metro, y la confección propia por la misma mujer del hogar. Los colonos más humildes (la gran mayoría) confeccionaban hasta su propio calzado, utilizando cueros de vaca atados con tientos, denominados “tamangos”, término proveniente de la lengua indígena, muy utilizados por los colonos provenientes de Chile (más de la mitad eran de este origen).
El jefe de hogar, además de la siembra y el cuidado del ganado, solía realizar diversas tareas complementarias como recoger caña, hacer leña y sacar rollizos que se enviaban vía lacustre, a “San Carlos”, y con eso se obtenía un poco de dinero para compras esenciales en los dos almacenes.
Un medio de vida de estos primeros pobladores, durante la temporada estival era la crianza de ganado para luego venderlo pasando la frontera a Chile por el antiguo Paso Puyehue6 (actual Cardenal Samoré). En este mercado era vendida la mayoría del ganado de la zona, y de allí provenía, en muchas oportunidades la mercadería adquirida en los almacenes del país trasandino, con el dinero obtenido por la venta del ganado llevado en pie.
Roberto Marimón recuerda el sistema de vida por aquellos años, al escribir: “…las vacas eran muy mansas y entre ellas había varias tamberas. Ese verano tuvimos una parición de veinte terneros, sesenta corderos y ocho potrillos. Lo recuerdo muy bien. Los animales pastaban a campo abierto, pero como había muchos reparos no les afectaba el frío. Se alimentaban de los pastizales y cañaverales abundantes y por esto sólo debíamos ayudarlos a mantenerse durante las nevadas más grandes con el pasto que cosechábamos en verano y guardábamos en un galpón. También cuidábamos allí los corderos, los que peor lo pasaban por la profundidad de la nieve. Así nos curtimos en este clima sumamente inhóspito durante los largos inviernos, a pesar de que disponíamos de buena cantidad de leña acopiada en verano. Un árbol pequeño, el ñire, que era de madera quebradiza y poco apta para los trabajos de construcción, pero nos proporcionaba excelente leña. Detrás del galpón se hizo una media agua para proteger a las gallinas, los patos y pavos, las aves del corral que bien alimentadas con el forraje que allí se producía, soportaban bien los inviernos. Trigo, maíz, papas cocidas y picadas, todo lo compartían con los cerdos para engorde, que también teníamos”.
Los niños colaboraban con las tareas del hogar, rastrillando la quinta, o trayendo agua para la huerta en baldes desde el arroyo más cercano o del mismo lago. En su mayoría no asistieron a la escuela, pues la primera del “paraje Correntoso” se inauguró recién en 1932.
El primer comercio establecido tipo almacén, fue el de Primo Capraro en su pequeña pensión. Los pobladores le compraban o canjeaban alimentos básicos y elementales de uso diario. Quien ayudaba en la atención de este pequeño comercio era don Enrique Lührs, reconocido por su buen carácter y colaboración de los humildes colonos vecinos del paraje. Resulta válida la anécdota de los colonos quienes, a los gritos desde la costa, llamaban a la balsa para ir a hacer compras y cruzar el río Correntoso. No existía puente en ese entonces.
Además de la explotación agrícola-ganadera, surgía la industria maderera como una actividad de excelente perspectiva y futuro, ante la demanda que, a principios del siglo XX surgió por el comienzo del alambrado de las grandes estancias en la provincia de Buenos Aires, algo muy poco común en aquellos años. Esto originó una gran demanda a los aserraderos, pues el costo de la madera de la zona sur, era considerablemente menor a los costos en el norte del país (casi un 40 %). Sin embargo, la dificultad de su traslado hacia el centro del país, y el control que posteriormente se impuso en el área, terminó con esta industria que prometía un importante progreso en la región.
Durante las primeras experiencias, la madera se transportaba mediante balsas de madera, compuestas de unos 500 troncos, y se remolcaba con la ayuda de los vapores hacia el aserradero de Primo Capararo en Bariloche. Otras experiencias (similar a las utilizadas en Canadá) de transportar los envíos de troncos a través del río Limay fueron realizadas por los colonos de la época, pero ante la imposibilidad de lograr un eficiente control, este sistema fue desestimado ya que eran numerosos los robos de los troncos por pobladores de las riberas que los “atrapaban” al paso.
Para imaginarse lo difícil que resultaba la vida diaria por aquellos años, basta recordar un escrito 7 de Primo Capraro de 1903, donde expresa:”…el primer día de noviembre de 1903, con mis pilchas al hombro y algunas herramientas poco pesadas, me fui a pie desde Puerto Baratta hasta el río Correntoso. Llegué sudado y como apercibí que la chatita que hacía el trasbordo en dicho punto faltaba, llamé al cacique Antriao a gritos para que me explicase la falta. Me comunicó que el Comisario, que había llegado del Mallín Chileno (arroyo Minero) en esos días, había ocupado el bote. Me hizo comprender – yo hablaba muy mal el castellano – que debía cruzarlo a nado. El cacique me advirtió:”…nieve derretida, agua mala, muy fría, llevar hombres, caballos y perros, lago para morirse, no pasar…”. Verdaderamente daban miedo las olas y la espuma del agua, que al revolcarse producían un ruido ensordecedor, pero mi afán de irme – sin jamás volver a lo ido – me empujó a pasar. Con solo puesto lo necesario para cubrir el cuerpo y con los zapatos alpinos abrochados a los pies, en pocos segundos – buscando estar sumergido todo lo posible, pues en la superficie el agua corre más – estaba agarrado al lazo del cacique, que me hizo llegar a tiempo. A cuantas ramas me agarraba para salir del agua, tantas veces éstas cedían con raíz y todo, pues el agua corría con máxima violencia y no podía asentar pie para salir, siendo la margen a pique, dada la creciente originada por los deshielos de la nieve caída del invierno. Recibido por toda la indiada del capitanejo Antriao, haciendo dos agujeros a una bolsa de yute que servía antes de guardar las papas, las utilicé como único traje, atándola con dos tientos sobre ambos brazos. Pasé así unas cuantas horas cerca del fogón, mirando a las indígenas que estaban todas empeñadas en preparar la cena consistente en papas cocidas en distintas formas: condimentadas con ají, pimentón, carne de potro, en charque molido. Comí con avidez después de varias horas de caminata difícil entre la selva virgen, y un soberano baño en agua recién formada por las nieves disueltas”.
La convivencia entre extraños solía ser solidaria entre aquellos colonos. En 1904, Primo Capraro recordaba una anécdota:”…muchos hombres de a pie con su facón al cinto, rodeaban el fogón con varios asados – que poco les faltaba para estar al diente – y tomaban mate. Al ruido de mi caballo todos miraron hacia mí, y uno gritó – viéndome indeciso de hacer pie – “…bájese gringo a comer con nosotros un buen asado”. Obedecí instintivamente, pues el estómago también lo reclamaba. Era una camaradería un poco rara pues yo hablaba muy poco el castellano – a pesar de que hacía ya un año que estaba en la Argentina – pero la vida solo con mi compatriota Baratta, con quien conversaba en italiano, era la causa. Los indios, por su parte, hablaban casi siempre entre sí el araucano, que yo tampoco conocía. Agradecí regalándoles un paquete de tabaco virginia “Hija del Toro”, hebra gruesa, de cien gramos, para pipa que llevaba”.
En aquella época no había ni radio, ni televisión, sólo existía el contacto a través del correo que resultaba sumamente deficiente para los solitarios colonos. La inexistencia de caminos o el mal estado de las huellas influían en el aislamiento. El telégrafo, instalado en el pueblo de “San Carlos” en 1902, mitigó en algo la falta de comunicación con mensajes breves y su complejidad funcional. No sólo dependía de telegrafistas expertos, sino de “guardahilos” que recorrían la línea de a caballo, o se entregaban a la indolencia.
Una carta desde, o hacia Buenos Aires demoraba cerca de un mes, y era muy común que se extraviara o deteriorara la correspondencia, y lo mismo sucedía con los pocos diarios que se enviaban para esta zona despoblada de la Patagonia. Según expresa un artículo de La Nación, el 13 de mayo de 1905, donde se denunciaba a la oficina de Correos de Nahuel Huapi que:”…ocupa una pieza que se asemeja a un toldo tehuelche, tan reducida y desprovista de muelle se halla”. Los pobladores de la región estaban cansados de las calamidades del Correo, de sus grandes retrasos, la desaparición de correspondencia y una general desidia que ya duraba más de una década.
El 23 de mayo de 1911, para continuar con la historia, el corresponsal del diario La Prensa de Buenos Aires calificó como “pésimo” al servicio del Correo de la oficina del Nahuel Huapi; éste decía que no había explicación lógica a la indolencia del Jefe del Distrito respecto al concesionario: las cartas desaparecían con los diarios. El artículo proponía hacer la remisión por barco a San Antonio Oeste, y de allí en tren a punta de rieles (a 50 leguas de Bariloche). Para 1914 el tema continuaba siendo de inquietud para los colonos y pobladores de la región, según otra nota – denuncia del 28 de noviembre de 1914 – seguían las irregularidades en los envíos desde Neuquén tanto de a caballo como automóvil “la semana anterior llegaron sólo dos cartas con el rodado (…) cuando me vine, casi toda la correspondencia la trajo el correo a caballo” – dijo el “chaufeur” – lo que implicaba 12 días de trotecito y a lo que había que sumar las paradas en los boliches”.
Este tema recién tuvo una solución razonable a partir de 1934 con la llegada del tren, y a través de él, el envío del correo.
Además de las extremas condiciones climáticas y el sacrificio por conseguir, con sus propias manos, el sustento familiar, se debía lidiar con las frágiles condiciones de seguridad que existían en la zona. La historia del célebre “bandolerismo patagónico” comenzaba ser cita diaria de la Policía Territorial del Neuquén. Como ejemplo mencionaremos cuando los días 29 y 30 de diciembre de 1905, se produce el despacho de dos telegramas preocupantes, que enviaban los gobernadores Bouquet Roldán (Neuquen) y Eugenio Tello (Río Negro) al ministro de Interior, Rafael Castillo. El primero llegó – a las 21:15 – con el típico laconismo telegráfico: “Acabo de recibir noticias oficiales que confieren grave situación en Nahuel Huapi por encontrarse rodeado por considerables partidas de bandoleros chilenos”.
El otro telegrama que también contenía información de la zona, expresaba “bandoleros chilenos en número considerable se encuentran rodeando Juzgado y Comisaría de Nahuel Huapi, Territorio del Neuquén, para asaltarlo”.
También agregaba – para dar un cuadro de situación más dramática – que el inspector policial Aquino Quiroga que se trasladaba al Limay con el capitán Brunetta, con tres soldados del destacamento local (por ayuda que llegaba desde el pueblo de San Carlos) junto al Comisario Alanís e igual número de vecinos, aunque aclaraba: “tengo sólo 30 tiros, pero esta policía cumplirá su deber dignamente”.
Sin embargo, existía otro tipo de premios y beneficios. A fines de 1903, Primo Capraro escribía en su diario “no sé si otro habrá notado que aquí en la Patagonia el cielo está más poblado de estrellas, consecuencia de ser más visibles por la diafanidad de su atmósfera. De noche, parece que subiendo a cualquier cerro se alcanzarían los astros con la mano, y he comprobado más de una vez, al despertar a las dos o tres de la mañana, que estaba pleno de descanso y lleno de bienestar al punto de no reconocerme mortal”.
No fueron, sin lugar a dudas, épocas fáciles para aquellos pioneros. Debieron superar, día a día, las duras condiciones climáticas durante el invierno, la falta de elementos mínimos de confort, el agravante de vivir aislados ante cualquier urgencia, sin la mínima atención médica, y sin poder contar siquiera, con la “tecnología” de la luz corriente.
Yayo de Mendieta
1 No se puede conquistar un “desierto”, aunque sabemos que no era precisamente un “desierto”, sino una “Nación Indígena” no reconocida como tal, que allí vivió por siglos, hasta ser despojada de sus tierras por la fuerza.
2 De acuerdo a documentos originales obrantes en el Archivo General de la Nación, el explorador de nacionalidad chilena Juan Stefen – en 1897 – contabilizó catorce casas alrededor del lago Nahuel Huapi. En referencia al lugar donde hoy se encuentra San Carlos de Bariloche escribió: “…solo un galpón para depósito de lana que traían los aborígenes y comercializaban por víveres, ropa y otros objetos varios para su alimentación”.
3 A partir de 1857 el gobierno incrementó la creación de “colonias agrícola-ganaderas” como una forma efectiva de ocupar y explotar la tierras deshabitadas. Realizado un relevamiento en 1907, la cantidad de este tipo de colonias creadas en todo el país ascendían a cincuenta y cuatro.
4 En 1902 Federico Cibils escribía preocupado que: “la zona del Nahuel Huapi, no es más que un “fundo” chileno”. Agregaba que “se infiltraban por la cordillera pobladores, mercancías y ganado, y salían para Chile con la producción agropecuaria de la zona sin dejar beneficio alguno para el Estado argentino. Es necesario argentinizar la región, y deben instalarse cuarteles, escuelas, autoridades, así como aduanas en los pasos fronterizos”.
5 Refiere textual a “Una aldea de montaña”, libro histórico del mismo autor.
6 El Paso Puyehue es un portillo ubicado a 1.314 metros de altura sobre el nivel del mar en el límite con la República de Chile. El nombre le corresponde por el lago homónimo, el cual se encuentra en territorio chileno y recibió ese nombre ante la abundancia en el mismo del pececillo: el “puye”; “hue”: significa lugar donde hay. Este paso fue descubierto en el verano de 1890 por Bernardo Azócar, José Tauschek y Federico I de en camino al lago Nahuel Huapi, de acuerdo a lo establecido en el Diccionario Geográfico de Chile. El paso actualmente recibe el nombre de “Paso Internacional Cardenal Samoré”.
7 Escrito inédito de Primo Capraro “Mi sueño”. 1929. En 1932 se realizó una copia mecanografiada, la cual dedico al entonces Presidente de la Nación General Agustín P. Justo, ante el recuerdo de ese militar a la visita que realizara en 1928 al “Paraje Correntoso”.
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“Cuando Villa la Angostura fue parte de una frustrada Colonia Agrícola Pastoril” -, por Yayo de Mendieta – Publicado en La Angostura Digital
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